Esta edición de la Feria del Libro de Buenos Aires trajo obras literarias bajo el brazo. Es que, en medio del máximo evento cultural argentino, el stand de Leamos-Bajalibros propone la descarga gratuita de libros electrónicos de ficción y no ficción. La Biblioteca Leamos, que aún pasada la Feria seguirá en funcionamiento, cuenta ahora mismo con más de sesenta títulos disponibles para leer gratis.
El espacio de Leamos-Bajalibros en la Feria -para quienes recorran, es el stand 1600 del pabellón amarillo- tiene disponible para quienes estén por allí un código QR que permite acceder directamente a la biblioteca gratuita disponible en la plataforma digital Bajalibros. Escanear ese código en el stand es una de las vías para llegar a ese catálogo. El otro es navegar en la web de Bajalibros e introducirse en la Biblioteca Leamos. El paso siguiente es bien placentero: elegir cuál será la próxima lectura.
Sólo para nombrar algunos de los integrantes de la selección de obras, están allí Federico Jeanmaire, Ana María Shua, Sergio Bizzo, Josefina Licitra, Horacio Convertini y, de eso se trata esta nota, también Walter Lezcano. Todas las obras que ahora mismo están disponibles en la biblioteca gratuita seguirán allí hasta el 15 de mayo, que es el día que termina la Feria en La Rural. Luego de esa fecha, algunos continuarán distribuyéndose sin cargo, mientras que otros volverán a ser pagos. ¿Entonces? Es momento de aprovechar.
Entre los libros de la Biblioteca Leamos que pueden descargarse gratis se cuenta Rejas, una nouvelle de Lezcano en la que un violento robo en una casa en el Conurbano bonaerense sirve como punto de largada para la obra. Después de que toda esa vulnerabilidad ocurra en la propia casa, ¿qué viene? En su obra, el autor revisa las reacciones de todos los integrantes de la familia atacada, y las tensiones entre la búsqueda de una posible nueva tranquilidad y la búsqueda de venganza.
En primera persona, Lezcano contó cómo fue la experiencia de escritura de Rejas.
Cómo escribí “Rejas”
Esto es ahora mismo. Releyendo el Diario de Cesare Pavese, El oficio de vivir (la edición completa que conseguí hace poco, yo había leído la edición censurada por Natalia Ginzburg y amigos), me volví a encontrar con la famosa y canónica frase: “La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida”. Me dejó pensando largo rato esa frase. Palabras como pelotitas rebotando adentro de las paredes del cráneo.
¿Será realmente así? Si es así, si coincidimos con Pavese, queda claro que la división entre una obra y la vida cotidiana es imposible de escindir. A pesar de esto, no sé si es factible defenderse (mucho menos vengarse) de las ofensas (Pavese tenía un temita con la humillación) que continuamente nos acosan. Porque entonces sería posible pensar en una “utilidad” de la literatura en un sentido más capitalista que humano. Y ahí sí que no puedo estar con Pavese: no estoy interesado en el costado servil de la literatura. No quiero que la literatura me sirva ni me ayude ni me condicione ni me dé nada más que lo que me da: goce, caos, imaginación, desborde de cualquier decorado del lugar común imperante. En fin, todo eso, en estos momentos y en esta época, es muchísimo.
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Esto sigue siendo ahora mismo. Quedaron resonando en mí las palabras de Pavese porque recuerdo el nacimiento y desarrollo de Rejas, un cuento largo o una nouvelle (nunca pude ver bien el límite que separa uno de otro). Recuerdo que fue escrita en un momento determinado de mi vida. Por otra parte, ¿qué novela está fuera de su contexto de escritura? Tal vez sí: las que se escriben en esos lugares paradisíacos a los que se accede al ganar una beca. Pero eso otra galaxia para mí. Ni si quiera creo que sea real. Perdón.
Esto sucedió. Como todo el mundo, siempre viví donde pude, donde me lo permitía mi presupuesto (siempre magro), donde caí en suerte. Jamás viví donde quise ni donde lo deseaba, ni por asomo. Entonces. Antes de empezar la escritura de Rejas yo vivía en un barrio complejo. “Complejo” es un eufemismo que define lo violento e inseguro que era ese barrio en zona sur.
Era uno de esos barrios que te van empujando lenta e indefectiblemente a la misantropía. Una tarde, después de mi trabajo, fui a comprar al almacén de la esquina de mi casa y un vecino me contó que le habían robado. No era, como decía, nada extraordinario. Pero lo que me llamó la atención fue que el vecino me dijo que “la cosa no va a quedar así nomas”. Le pregunté a qué se refería. Que ya sabía dónde vivían los ladrones y que una de esas noches los iba a buscar.
Hace poco, viendo un documental en YouTube, me enteré que el escritor Alberto Laiseca tuvo una casa que amaba en Escobar. Era de esas casas con patio grande, techo bajo, bomba de agua. Bueno, cuenta Laiseca, varias veces le entraron a robar al patio a la noche y decidió que eso se iba a terminar. No quería que lo tomaran de “punto”.
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Consiguió un arma y se quedó esperando que los ladrones aparecieran. Estaba dispuesto a matar a cualquiera. Eso dijo: “dispuesto a matar a cualquiera”. No apareció nadie esa noche, pero la experiencia marcó para siempre a Laiseca, por lo que estaba dispuesto a hacer, y se mudó a Capital Federal.
A lo que voy: el encuentro con la violencia es algo definitivo. No es circunstancial ni momentáneo, sino una experiencia que te marca, atraviesa y te modifica para toda la cosecha. Se vuelve algo con lo que se aprende a vivir. Cuando mi vecino me habló de su plan de venganza supe que era algo que quería contar. Mi vecino al final no hizo nada, pero ese pensamiento de buscar revancha me impulsó a ponerme a escribir.
El formato de western de conurbano me pareció muy atractivo. Se me venían a la memoria ciertas historias de Antonio Di Benedetto, de Leo Oyola, las películas de Clint Eastwood de los setenta, de Adolfo Aristarain, algunas canciones de Babasónicos (”Pendejo!”), todo una zona estética que me servía como acompañamiento estético, visual y sonoro.
Decidí que por ahí era el camino. Pero quería sumarle algo más, un elemento más privado. La violencia (un robo cargado de humillaciones varias) es terrible en sí misma. Sin embargo, quería ir mostrando las huellas que esa violencia deja en el tiempo, en quienes son expuestos a esa violencia. Así nació la idea de una familia que se desintegra por el robo y la búsqueda de venganza.
El título apareció al comienzo. La palabra Rejas es tan de los 90, tan de conurbano, tan de ilusión de clase media, que me pareció las adecuada y seca que podía usar. En ese sentido, ese título terminó de marcarme un tono, una forma de nombrar, un posicionamiento desde el cual contar y relatar.
Tardo mucho en sentarme a escribir. Una vez que lo consigo (pueden pasar años entre la primera idea y la escritura de la primera palabra) hay un dique que se rompe y el flujo de palabras empieza a manar hasta terminarlo. La corrección se dio en ese sentido: buscar una aspereza desde todo momento, que la forma sea también la historia. Todo esto no sé si lo logré, sólo que me ilusiono con que lo intenté poner por escrito.
Rejas es una novelita (por encuadrarla en algún género) que quise escribir para comprender mejor la violencia extrema que se vive en ciertos lugares donde los códigos de convivencia y de relación no tienen nada que ver con los de otros espacios. En ese aspecto, siento que no es una novela de un realismo total, sino que puse en juego mis propios miedos y mis mayores temores para indagar un mundo desconocido.
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