A Hernán Díaz (1973) le gusta esfumarse en su literatura. Elige borrarse, eliminar voluntariamente toda huella de la persona que es el autor de esos escritos de ficción. En clave irónica -un registro que maneja con naturalidad- recientemente señaló que lo que le interesa es “desaparecer de la novela del modo más personal posible”, una paradoja desafiante. A ese señor nacido en Buenos Aires, que creció en Estocolmo y que eligió vivir en Nueva York, un escritor disciplinado que busca atrapar a los lectores a través de novelas elaboradas y magnéticas acaban de premiarlo con un Pulitzer. Se trata de un premio a un autor y, también, de un premio a una figura, la del escritor-lector.
De este borramiento, entre otras cosas, habló hace unos días en la Feria del Libro durante la presentación de Fortuna, la novela que acaba de ser consagrada. A Díaz -que estudió y enseñó Letras, es doctor en Filosofía y editor de una prestigiosa revista académica sobre literatura, además de autor de un ensayo sobre Borges-, le interesan tanto las historias que cuenta como los procedimientos que utiliza para hacerlo; tanto los relatos como las costuras -invisibles- de esos relatos.
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Ese mismo día que habló en la Feria apostó fuerte cuando dijo que, en términos de perfección técnica, su modelo era Fred Astaire: ejemplo de elegancia y belleza en el que la falta de esfuerzo es solo aparente. Hay que trabajar mucho para que las figuras de la danza fluyan. Hay que trabajar mucho para que una novela parezca haber nacido ya contada, sin marcas de autor.
Hernán Díaz apuesta por la pura ficción en tiempos de la literatura del yo o de la literatura selfie, como la llama él. Su primera novela, A lo lejos (In the Distance), se publicó en inglés en 2017 en una editorial pequeña y tuvo una muy buena recepción crítica y de lectura, al punto que quedó finalista en el Pulitzer, el mismo premio que acaba de obtener. Tiempo después se tradujo al castellano y repitió el circuito: sorpresa, entusiasmo lector, recomendación de boca en boca.
A lo lejos es una novela de aventuras, una novela de iniciación, un western, una novela filosófica y al mismo tiempo que los despliega, rompe con los esquemas de todos los géneros. El libro cuenta la historia del adolescente Håkan Söderström, quien a mediados del siglo XIX parte desde un pueblo de Suecia con su hermano mayor Linus rumbo a la próspera Nueva York, se pierde en el camino y comienza así el largo viaje de su vida y, también, la construcción de una leyenda.
Solo, sin un peso y sin conocimiento del inglés, Håkan -una especie de gigante humano- termina desembarcando en San Francisco y entonces emprende un viaje hacia el Este de los Estados Unidos, en busca de su hermano. La novela es precisamente ese viaje a contramano de la historia (todos viajan al Oeste, es la época de la Fiebre del Oro), con capítulos que funcionan como diferentes estaciones, nuevos aprendizajes y contactos con personas de diferentes orígenes.
Díaz trabajó cinco años en Fortuna, su segunda y premiada novela. Hablar de ella implica el riesgo permanente de spoiler y, aunque esto pueda parecer un argumento para disimular la pereza, le aseguro que me encantaría contarle en detalle de qué se trata la historia y así volver a disfrutarla, pero no es posible sin perder en el camino los mayores hallazgos de esta obra que es fundamentalmente un juego literario atrapante e inolvidable.
Como seguramente usted ya sabrá, Fortuna (Trust, en inglés) tiene en el centro de su argumento el dinero pero tiene, también, todo lo que de ficción tiene el dinero y lo que la plata puede hacer con las personas y los vínculos humanos. Aunque la narración va hacia atrás y hacia adelante en el tiempo, la anécdota central está ubicada en los Estados Unidos de los años 20 y profundiza en el detrás de escena del capitalismo voraz.
Hay un magnate (Andrew Bevel) que heredó su fortuna y sus privilegios y una esposa (Mildred) que creció en el ambiente de los ricos aunque la aristocracia de sus padres tiene más de agenda y contactos que de bienes. Lo primero que encuentra el lector al abrir la novela es un índice que señala que lo que viene está compuesto por cuatro libros, documentos o versiones de una historia, todas escritas por diferentes autores: Harold Vanner, Andrew Bevel, Ida Partenza y Mildred Bevel.
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El primer libro reproduce una novela (“Obligaciones”) que es el disparador de todo el resto ya que luego sabremos que se trata de un bestseller que indigna al magnate por el modo en que cuenta su historia y la de su esposa (con otros nombres pero con los suficientes detalles para que todos los reconozcan) y que les abre la puerta a los tres libros restantes. La mancha social suele ser difícil de borrar y la frase habitual de Bevel acerca de que sus intereses personales siempre han coincidido con la búsqueda del bienestar para la nación ya no consigue convencer como antes. La confianza (Trust) se ha perdido.
Hay una novela dentro de la novela y diferentes géneros en los demás documentos: biografía inconclusa, memoire, diario íntimo. El magnate y su esposa son protagonistas en todos los escritos; a ellos se suman otros personajes que llegan junto con temáticas como el anarquismo, la lucha obrera, el lugar de la mujer en la vida social y en el trabajo, el mecenazgo, los cambios tecnológicos y los límites entre la verdad y la ficción.
Dije que no quiero contarle mucho para no restarle impacto y sorpresa a esta historia que avanza en medio de la codicia, la locura y la traición. Escribí antes que el Pulitzer premió un libro pero también a un autor que es modelo de una figura, la del escritor-lector. Díaz es -qué autor argentino no lo es a su manera, podríamos decir- un escritor borgeano, de modo que tomando la idea que Borges desarrolla en “Kafka y sus precursores”, leer sus novelas es, también, leer todo aquello que leyó a lo largo del tiempo y especialmente para cada una de las ficciones.
Así, si en A lo lejos era posible leer a Melville, a Poe, Henry James, Jack London, Thoreau, el Frankenstein de Mary Shelley y la tradición argentina de la literatura del desierto, con Mansilla a la cabeza, en Fortuna aparece nuevamente en el firmamento de lecturas Henry James, esta vez acompañado por Edith Wharton (básicamente en la primera parte de la novela) y el procesamiento de las biografías (hagiografías, en realidad) de los grandes nombres de las finanzas norteamericanas, pero también el despliegue de formas ligadas a la literatura de Virginia Woolf, además de múltiples documentos históricos y lecturas de economía, desde Marx al liberalismo.
Todo esto se lee pero no hay en las páginas de estas novelas un autor que agita las banderas de las influencias porque del mismo modo que, asegura, busca borrar sus huellas, también lo hace con sus lecturas: las usa, las procesa, las estiliza, las resignifica. Encuentra en ellas las formas para trabajar sus propias historias e ideas porque nadie empieza de cero. En cierto sentido, recuerda a Umberto Eco, cuando cambió el ensayo por la novela y sorprendió al mundo con El nombre de la rosa. Ahí también un lector calificado conseguía con calidad llevar sus lecturas a nuevas tramas y ser exitoso en su propuesta.
Hay dos desafíos técnicos interesantes que Díaz enfrentó en cada una de sus novelas. En A lo lejos, hay un narrador que está muy pegado al protagonista, alguien que viaja por un país que no es el suyo y que encuentra en su camino a gente que habla una lengua que él no entiende, por lo cual tampoco termina de entender todo lo que está pasando. Fue un efecto buscado por el autor y está muy logrado en términos narrativos el modo en que uno, como lector, se entera de algunas cosas pero de otras no. Y, en todo caso trata de adivinar los gestos, del mismo modo que lo hace el personaje.
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En Fortuna, Díaz se enfrentó a otro problema y fue el de narrar con cuatro voces diferentes una misma historia en distintos géneros. En varias entrevistas contó que cuando se dio cuenta de que estos narradores podían sonar parecido, armó literalmente manuales de estilo para cada sección y para cada autor para definir, por ejemplo, de qué modo usaría la puntuación cada una de esas voces y para elegir sintaxis y léxicos singulares para cada uno de ellos.
Detrás de Fortuna hay un artesano de la narración y de la lengua. Como detrás de las traducciones de sus novelas hay un autor que, aunque elige escribir en inglés, nació en castellano argentino y busca en las revisiones “descastizarlas” para que no haya ripios molestos que interrumpan la lectura.
Díaz no es un académico llevando jerga a sus ficciones sino un lector apasionado que escribe pensando en otros lectores siempre en busca de esa maravillosa ambición: la de lograr una escritura elegante y ligera a lo Fred Astaire.
*Acá se puede escuchar una entrevista con Hernán Díaz a propósito de “Fortuna”.
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