Durante la conversación que sostenía el equipo de editorial Planeta en Bogotá estaba muy atento y escuchando minuciosamente cada detalle. Se destaca frente a cualquier publico, emana empatía y hasta un poco de vulnerabilidad nostálgica. Daniel Habif tiene la facultad de iniciar una conversación de manera rápida y simpática con cualquier persona.
Su mohawk color miel, sus azulados iris, el arte que lleva como tatuajes en su piel y sus anillos, parecen tener planeado hasta el último fragmento de su imagen, acorde con su vestimenta, en una gama de beige y blanco.
— Hablemos de todo un poco, hagamos un tipo de perfil.
-Sí, perfil psicológico (risas)
— No sé si me quiera contar temas personales y muy privados.
— Respondo sobre lo que tú quieras escribir.
— Bueno, “Ruge” es su tercer libro ¿Qué tal le va con su carrera como literato en este momento?, ¿Cómo nace esta pluma?
— Bueno, realmente desde muy pequeño, tenía los dedos llenos de cosas y siempre los utilicé para comunicarme y expresarme, porque verbalmente no lo sabía hacer, tartamudeaba, entonces estaba de alguna u otra forma imposibilitado para expresarme de manera consistente, hasta que llegó la pantomima, que fue lo que me permitió expresarme y comunicarme de una manera diferente que no fuera a través de las palabras.
Durante ese proceso en mi niñez y hasta mi juventud estuve solamente escribiendo, es por eso que soy tan circense, porque el teatro y la pantomima se adhieren a mí y la lectura del universo teatral llena mi vocabulario y mis dedos de esta forma que tengo particularmente de expresarme, que puede ser muy barroca.
La combinación de los Quevedos o de los Chéjov o de los Dostoievski o de los Basurto de los Argüelles y de toda esa información teatral, fue lo que yo adquirí y se adhería a mí, no como palabra, sino como sensación, como emoción.
Hay una particularidad en la forma en la que escribo, que se basa en en una ley de sencillez, porque yo martirizaba a la gente cuando quería hablar; primero, porque era muy difícil para mí comunicarme, entonces aprendí a escribir de forma muy simple, muy sencilla, sin martirizar a quien me leía; también escribía muchísimas cartas.
— ¿Con qué tipo de textos inició?
— Muchas cartas y muchos cuentos. Hace un mes visité a mi madre en Mazatlán, Sinaloa, yo soy del norte de México, y ella me entregó un cuento que escribí a los a los 8 años, que por cierto ganó un concurso donde me premió Planeta. ¿Puedes creer esa vaina?, Es una locura ¿no? Ahora Planeta es mi mi casa editorial.
Un cuento de Navidad, eso fue lo primero que escribí, y por una razón personal mi madre me decía: “Querido mío”. Yo en aquel momento no me sentía del todo querido y ella me escribía cartas, entonces aprendí a escribir de forma muy, muy sencilla, eso me llevó a hacer poemas, canciones y luego me empecé a apasionar por los aforismos, esta manera de encerrar conceptos o contextos en pocas palabras. Hubo un momento en que la tinta dejó de fluir, en cierto espacio de mi juventud se me empezaron a hacer cambios en el corazón, por así llamarlo, y la tinta dejó de fluir, de aparecer.
Regresé a escribir cuando me enamoré, cuando conquisté a mi esposa, con la que llevo 21 años; regresé a escribir, nuevamente, con una carta, después de 7 años de no haber escrito absolutamente nada. Jamás me imaginé ser un autor, simplemente lo hacía.
— Le gustaba, lo hacía de forma deliberada.
— No, no, me marchito, querida, yo me marchito, yo me muero. Yo escribo todo el día, todo el tiempo y no todo lo que escribo es bueno, relevante o importante, pero no lo hago con esa intención, porque yo veo un bosque y me da ansiedad, ¿Me entiendes? O sea, los golpes que no daba de niño, los escribía.
Cuando veo a mi actual esposa nazco de nuevo. Yo dejé de escribir porque lo que empecé a escribir era oscuro, algo que no me gustaba, que me jodía, porque obviamente revelaba toda la tristeza, mucha, mucha nostalgia y paré. Si sentí algo lo escribía, pero era un poco el cliché de la terapia, luego desaparecía, por lo menos lograba... más que catarsis, diluirme solamente un poco, tratar de entender dónde estaba parado.
Pero cuando conocí a mi esposa, la reconocí, así se llamaba la carta que le escribí: “Te reconocí”; sería cuartilla y media, la hice y se la entregué; fue un salto al vacío porque dije: “si ella no responde, no voy a volver a escribir nunca”, pero ella me respondió con otra carta, no hablando de lo que yo le había hecho sentir a ella, sino de las palabras que había puesto en la hoja, lo que a ella le había sucedido con esas letras.
La verdad no te puedo decir en qué lugar específicamente nació el tipo que escribe hoy, sé que siempre estuvo ahí y se fue consolidando; a la fecha sigo siendo ese tipo que busca escribir de manera generosa, no hablándole tanto al intelecto, prefiero vivir en el corazón que en él intelecto de la gente, para eso ya hay unas plumas extraordinarias que nos confrontan y nos ponen de rodillas frente a nuestra razón frente a nuestra lógica. Pero a mí me interesa conmover a otros y hacerlos sentir algo que a lo mejor ellos hace mucho tiempo no sentían, con palabras que te toquen, como cuando alguien te dice te extraño en el momento indicado y no necesitas más que eso.
Solamente necesitas eso, no necesitas una disertación filosófica para retomar el sentido de la vida, yo creo que es muy importante lo que te dice una persona, pero, sobre todo, quién es la persona que te dice las las cosas; esa simbiosis, esa forma de cuando el viento y la chispa se unen, eso es parte de mi cometido como escritor.
— A propósito de que hacia pantomima para poder comunicarse: ¿Alguna vez ha pensado en escribir dramaturgia?
— Estoy en ello, querida, estoy en ello; estoy en ello porque el arte de comunicarte, expresarte, de hablar con todo el cuerpo en este espacio tetradimensional es importante y llevo un muy buen rato escribiendo una obra que tiene que ver con eso: hablar con los ojos, la luz del pecho, los silencios, como todo lo que se rompe, ese ruido, el cuerpo tiene muchas maneras de de comunicarse.
Sabes que estaba muy atemorizado, porque puedo ser vulgarmente tiránico conmigo, pero mi equipo me ha acompañado y me han exhortado a hacerlo y son usualmente ellos los que me dicen.
— ¿O sea, ya está listo?
— Sí, y me digo a mi mismo: “ya, déjalo en paz”, va a ser un salto importante para mí; es lógico que mis libros estén en una categoría que tiene sus crítico y sus prejuicios, ¿No?, es su propio universo y hacer ese salto pues pesa, porque del otro lado hay un grupo de sinodales dispuestos a meterte una pisada fuerte.
Pero sí, estoy en ese proceso y estoy escribiendo otras otras cosas... cuentos, escribo todo el día y escribo, de verdad, para vivir, pues, si no, no sé qué hacer.
— A propósito esos textos inéditos, de sus inicios ¿Cree que verán la luz del día?
— Es una es una gran pregunta.
— ¿O están ocultos debajo de la cama de mamá?
— Mira, he sacado algunas cartas, saqué una carta que le hice a Sor Juana Inés, otra carta que le hice a Juana de Arco, una carta que le hice a Gustavo Cerati, una carta que le hice a Humboldt, una carta que le hice a Simón Bolívar, reclamándole muchas cosas. Una carta que le hice a mi padre está en “Inquebrantables”, pero no está completa.
Cada día el mundo es menos seguro para ser así de vulnerable. Es que ser vulnerable y descansar es un acto revolucionario, entonces no lo sé, la verdad, no lo sé, te lo digo desde las entrañas, no lo sé. Si de por sí escribir lo que escribo es como si le tirarán dardos a tu alma, lo hago porque la gente en la calle me dice: “Por favor, no lo dejes de hacer”.
A lo mejor en algún momento sí hago esa recapitulación de muchos escritos, porque también pasé por otras etapas, medio de Marqués de Sade, entonces... son cosas que a lo mejor me pudieran ruborizar y otras que me podrían avergonzar
— Más de 350 conferencias, escribe todo el día, ¿Qué hace Daniel Habif en esos momentos en los que no es el escritor, esta persona pública, en los que está en su privacidad y con su silencio.
— Soy bueno para la pereza, la verdad soy muy bueno para la pereza. Cuando no quiero hacer nada realmente soy muy bueno para contemplar. A mí me gusta mucho contemplar. Soy muy sereno. Vivo provocando estar en estos ambientes de serenidad, porque, adentro de mí, si no hago eso me inundo.
Vamos a las turbulencias que pueden gestarse en mi cabeza, en mi corazón y he aprendido a navegar eso y la única forma en que es posible es entrenándome en esa serenidad. Solía ser muy atacado, por esta exigencia de productividad del ser humano, eso de “si no estoy haciendo nada, estoy perdiendo la vida”, pero ahora tengo otras pasiones, otros gustos; si no estoy escribiendo, estoy haciendo algo que tenga que ver, conmoviéndome por la belleza; me encantan los perfumes, los aromas, caminar; me gusta salir y caminar sin saber en realidad a dónde voy, eso me fascina.
Eso, me encanta, me encanta caminar y caminar y descubrir detalles en los edificios, en la arquitectura... soy muy romántico, extraordinariamente romántico; cuando estoy solamente con mi esposa soy un chamaquito, soy un niño que se resiste en muchos sentidos, soy hipersensible... Eso puede ser muy bueno y puede ser muy contraproducente, ¿verdad? Porque hay dos opciones, se te hace la piel muy dura o el corazón se te hace muy duro.
— De cocodrilo, como lo menciona en algún momento en su más reciente libro
— Sí, sí, sí. Eso me gusta, me gusta estar, y estar pesa mucho..., el presente pesa, pesa, pesa mucho, estar obsesionado con el mañana, con el “qué voy a hacer ahorita”; cómo creativo, tengo muchas necesidades creativas.
En movimiento siempre tengo que estar también, cuando estoy contemplando dejo que mi cabeza piense las cosas más absurdas, me gusta mucho aproximarme a la vida desde lo absurdo, me gusta hacer conexiones entre cosas que no tienen sentido: ropa que se desintegra, café que no sabe a café... Me me gusta cruzar a esos lugares del absurdo y me entretiene mucho, me me inspira.
Es que se puede viajar a los lugares más tenebrosos de la mente cuando uno está tranquilito, ¿Verdad?... Sí, me gusta también hablar, te das cuenta..., Me encanta, me gusta hablar mucho.
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