Algo dijo Martín Kohan, inaugurando la Feria del Libro, acerca del ruido. No podría decir exactamente qué, no estaba ahí, no vi ni leí su discurso entero. Pero me llegaron opiniones de otros, me compartieron fragmentos. Algo sobre el ruido, las conversaciones, la interrupción, la lectura. Me contaron.
Nos enteramos de cosas, nos cuentan, nos resumen, nos recomiendan. La glosa espontánea, el comentario, es la forma elemental de circulación del acontecimiento cultural, del coso a mirar o leer por estos días. No es un ruido, pero casi. Entre los que, por estar juntos y ahí en las redes, nos pensamos a veces como todos, nos repetimos algo que no dijo, en esencia, nadie: “Dicen que la novela, la película, la serie, la obra está muy bien”. Y ahí vamos. Recomendados.
En ese murmullo que la Feria encarna durante este otoño, aparecieron en amarillo, rosa, anaranjado, dobladas, manuscritas con una letra casi infantil, unas notas pegadas a los lomos de los libros. Alguien que, escribiendo, recomendaba.
Antes del libro, apoyadas en la tapa, las notas contaban:
“Este libro es, al principio, una patada”, empieza a decir el papelito acerca de El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibuleac. Otro, encima de la portada de No me acuerdo de nada, de Nora Ephron, dice que la autora hace algo a lo que los lectores últimamente no estamos tan acostumbrados “nos hace reír. ¡Es un libro para pasarla bien!”.
Los libros con sus notitas están en Riverside Agency, el stand 820 del Pabellón Amarillo. Y hay un montón:
“Cada cuento es una pequeña lección de literatura”, dice una nota fluorescente puesta en Donde la luz se pierde, de Eduardo Álvarez Tuñón, “Algo en el ritmo o en la vida de los personajes me recordó mucho a Stoner. Si lo leíste, me vas a entender”. Otra, rosada, se pregunta “¿Dónde estuve todo este tiempo que no estaba leyendo a Zambra? Necesito que lo leas”, refiriéndose al último libro del autor chileno: Literatura Infantil.
Y hay uno que anuncia: “Este libro acaba de salir y ya me está encantando. Su protagonista es de esas que te genera ganas de ser su amiga...”, Tapando la mano que tapa la cara de la chica en La disciplina de Penélope, de Gianrico Carofiglio.
Esos misteriosos papelitos de colores armaron un runrún, no tanto por lo que decían sino por estar ahí, por proponer una conversación con un fantasma que ya leyó, ofrecer opinión, recomendar. En Twitter y otros lares se preguntaban de dónde habían salido, con sorpresa, agradecían al fantasma de las recomendaciones. ¿Quién estaba atrás de los misteriosos papelitos de colores?
Atrás está Eliana Maglio que dice “Hola, sí, soy yo” y no rompe para nada el misterio, no deshace la magia, porque al fin y al cabo, ¿qué esperábamos? Desde Scooby Doo que sabemos que, debajo de las sábanas que vuelan solas, siempre hay alguien. En este caso Eliana, la comentadora misteriosa, que fue librera durante siete años, trabaja en Riverside Agency y estudia Edición en la UBA.
“Yo no inventé nada”, dice, “fue solamente una forma distinta de acercarme a lectores. Las notas me parecieron un atajo, un acercamiento simpático y amigable para todos esos lectores que están esperando una recomendación, pero capaz no saben por dónde empezar o a quién preguntar en el lío de la feria”.
Y ahí está la magia, en separarse del ruido, acercarse en papelitos, proponer conversación.
¿Y cuál es el criterio para ir repartiendo papelitos por ahí?
Eliana cuenta: “En primer lugar, escribo y recomiendo libros que me gustaron muchísimo. Siempre me parece que recomendar lo que de verdad me gustó es el primer paso para generar un vínculo honesto con la persona que está buscando leer algo que le guste, que la entretenga o incluso que le genere felicidad. En segundo lugar, trato de que haya un equilibrio entre lo que me gusta, lo que se imprimió en el país y tenemos stock. Para mí es muy importante recomendar libros que puedan conseguirse”.
En épocas de polémicas microscópicas respecto de la relevancia o autoridad de booktubers y recomendadores de libros varios a la hora de sesgar el gusto literario, la propuesta de Eliana parece, por lo menos, franca y transparente: Recomienda lo que le gusta y lo que está ahí.
¿Y cómo reaccionan lectores y lectoras a estas notitas?
“Los primeros días jugué al anonimato”, dice Eliana, “Les preguntaba a mis compañeros si la gente decía cosas, si pensaba que estaba buena la idea. Me contaban que les encantó, que les parecía que alguien les estaba hablando directamente a ellos. Hoy, una señora me preguntó quién era la persona detrás de los mensajes, le dije que era yo y me felicitó. Se estaba llevando No me acuerdo de nada, de Nora Ephron solo por lo que dejé escrito. Ojalá le guste”.
Hay ruido en la Feria, es verdad. Ojalá haya dicho algo de eso Martín Kohan en su discurso, porque es muy cierto. En ese ruido, los papelitos de colores de Eliana tratan de ofrecer una pausa, una forma de encuentro: “No se puede ni se quiere leer todo”, dice Eliana, y va dejando sus papelitos por ahí para ver si, “sirven para poder conectar libros con lectores”. Parafraseando el leitmotiv histórico de la Feria, una forma de ir del Lector al Lector.
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