Estamos en un momento en el que hablar de libros es hablar de plata. Que están caros. Que la crisis del papel. Que agotar una tirada no siempre (y cada vez menos) implica una reedición. Que la subida del dólar justo antes del comienzo de la Feria del Libro. Que para las editoriales independientes, desde las más pequeñas hasta las que tienen sus propias distribuidoras, la Feria significa una inversión enorme que no siempre acarrea una recompensa correspondiente. Que la cosa está difícil como para andar gastando en libros.
Y, sin embargo, cuando uno recorre la Feria del Libro de Buenos Aires, no deja de sorprender la cantidad de pequeñas editoriales independientes -muchas de ellas agrupadas de a tres, cinco, diez o más para poder costear un solo stand-, de las que cada año parece haber más. Sus catálogos, variados y efervescentes, no tienen nada que envidiarle a los grandes grupos editoriales y son, de hecho, el caldo de cultivo del que salen muchos de los nuevos autores y autoras que, tras un éxito, terminan por firmar con gigantes de la industria como Planeta o Penguin Random House.
Uno de los stands que más llama la atención es el de Un cuarto impropio (1401, Pabellón Amarillo), ubicado en la misma pequeña y pintoresca esquina que inauguraron en la Feria del Libro 2022. En aquella edición, la primera vez que formaron parte de la Feria, sorprendieron al público con la inclusión de un “probador de libros”, un espacio similar a un probador de ropa cerrado en cuyas paredes había estantes con libros de pequeñas editoriales de todo el país. Pero, ojo, esos libros no estaban a la venta. Era un espacio cedido gratuitamente por las organizadoras del stand para que más proyectos autogestivos pudieran llegar a la Feria, algo imposible de alcanzar para la mayoría.
Este año, Un cuarto impropio -llevado a cabo por las editoriales Hekht, La Mariposa y la Iguana y Documenta- mantuvo el probador de libros, aunque sin su estructura original por falta de espacio. Son, después de todo, solo 16 metros cuadrados para un catálogo más que amplio. Pero además, las organizadoras invitaron gratuitamente a participar del stand a algunas editoriales de todo el país, como Fruto de Dragón, Bosque energético y Alcohol y Fotocopias. ¿Qué quiere decir esto?
“Las editoriales invitadas comparten lo que obtienen de las ventas con el espacio. Pero no tuvieron que hacerse cargo de los costos de instalación, sueldos, etc., ni soportan las pérdidas si las hubiere”, dice Natalia Ortiz Maldonado de la editorial Hekht. A 70 mil pesos el metro cuadrado, solo el alquiler del pequeño espacio sale más de 1 millón de pesos. Y si le sumamos los sueldos de quienes atienden el stand, los costos de traslado, instalación y decoración, la comida y demás, el resultado no es una cifra fácilmente recuperable. Para eso tiene que ser una Feria muy buena y todos, a pesar de la crisis y la moderada concurrencia de los primeros días, cuentan con que esta lo sea para seguir haciendo libros contra viento y marea.
Ortiz Maldonado -escritora, docente, investigadora de la UBA y editora de Hekht junto a Marilina Winik- dice que en muchos casos, después de tres semanas de Feria, las pequeñas y medianas editoriales independientes solo pueden imprimir un título, tal vez dos. Dice, además, que agotar tres novedades puede significar tener que elegir una sola para reimprimir. Uno de los motivos principales es el precio de las imprentas, que cambia tan rápido que resulta imposible planificar a futuro.
“Las imprentas suelen pasarnos presupuestos que solo duran 24 horas. Las editoriales se enfrentan cada día a la incertidumbre de no saber si con el precio de venta de un título podrían volver a imprimirlo. Las más grandes no suelen tener estos problemas de manera tan extrema y, a la vez, no son las que tienen los catálogos más interesantes. No realizan apuestas por nuevas narrativas y, muchas veces, retienen los derechos de títulos valiosísimos sin reimprimirlos, solo porque no son rentables ante el público masivo”, dice Ortiz Maldonado, una de las responsables de Un cuarto impropio.
Y agrega la editora de Hekht: “Estamos en un momento económico y social muy difícil, lo sabemos, y el mundo de los libros se ve especialmente afectado por el precio del papel, que no lo determinan las editoriales sino las imprentas y las reglas de la importación”.
Pero, a pesar de todo, la crisis a veces es el germen de proyectos como este, con otras lógicas y otras búsquedas, que ponen el foco en los libros, en descubrir y promover autores y autoras desconocidas, en fomentar circuitos por más mínimos que sean, en insuflar de vida nichos literarios que, sin su esfuerzo, se esfumarían sin dejar rastros concretos. “Nuestra experiencia se guía por la afinidad intelectual y afectiva. Es por eso que, para nosotrxs, en los contextos de crisis es cuando más hay que priorizar lo comunitario, el don y la gratuitad. Sabemos que son terriblemente valiosos”, dice la editora.
Por eso es que Un cuarto impropio lleva adelante propuestas (que, por cierto,no abundan en la Feria) como la invitación gratuita a pequeños proyectos en los que confían o el probador de libros. Dice Ortiz Maldonado: “Obviamente el probador no nos da ninguna ganancia económica, pero esa no es la única de las ganancias posibles. Ninguna editorial independiente es independiente de otras editoriales al momento de desembarcar en esta Feria, que está pensada con la lógica de la empresa y la competencia individual”.
Este año, además del probador, trajeron otra sorpresa a la Feria del Libro. Sobre una mesita ratona pusieron una máquina de escribir en la que cualquiera puede sentarse a tipear un texto con la temática de esta edición: la fragilidad. Escriben en su manifiesto: “El mirar transfeminista percibe la fragilidad. No la niega ni la oculta, la muestra, la explora y la cobija. En nuestros contextos los procesos donde los libros se gestan, nacen y viven son frágiles. Fragilidades económicas, emocionales, corporales, lingüísticas, laborales, técnicas”. La idea es, una vez terminada la Feria, hacer un libro con esos textos.
Concluye Ortiz Maldonado: “Participar de la Feria es una experiencia compleja. Creemos que tiene sentido estar presentes, especialmente porque la presencia real se hizo más importante después de la pandemia y la vida en entornos digitales. Ver a otrxs que se interesan por los libros, compartir saberes, acercarnos a quienes nos leen y a quienes nosotrxs mismxs leemos sigue siendo el motor fundamental para estar acá. Pero además, estamos acá como modo de intervención crítica como decimos siempre: en el corazón de la bestia”.
Tres recomendados del stand de Un cuarto impropio:
♦ Todo lo que se mueve, de Valeria Mata (ediciones Documenta).
♦ Herbarium, de Celia Fontán (La Mariposa y La Iguana).
♦ Las chicas salvajes, de Úrsula K. Le Guin (Hekht).
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