Andrea Serna es una escritora y maestra en constante aprendizaje. Asegura que está en “formación” porque cree que siempre estará en la búsqueda y en la exploración, tanto de la escritura como del oficio de enseñar, porque, según sus propias palabras, siempre planea “jugar a experimentar”.
A veces, por ejemplo, juega al rol de guionista para televisión infantil; a ratos, a experimentar con tecnología; pero al final, el centro de su trabajo está en la narrativa, en crear historias. Es literata de profesión y se encuentra en la actualidad formándose como maestra en educación.
Lo que busca Serna al juntar estos dos oficios es trabajar por hacer de la escuela una experiencia estética, con los libros, pero también con otros lenguajes: la imagen, el sonido y la tecnología.
Su pasión por contar historias viene, en parte, de su abuelo, que le leía libros, y de una crianza en el campo y recorriendo distintos municipios del Valle del Cauca con su madre, que era bacterióloga. Así tuvo la posibilidad de conocer a muchas mujeres, abuelas y trabajadoras del campo que le contaron relatos del pueblo, de su niñez y de su relación con la tierra, en condiciones casi siempre duras.
— ¿Cree que sin las enseñanzas de su abuelo y su mamá su carrera como escritora infantil no habría sido la misma?
— Bueno, pues creo que la influencia de mi abuelo y mi madre fueron fundamentales. Y no tanto por lo que se acostumbra a pensar, que me leían historias, o me dieron un libro que me cambió la vida… en realidad, sus silencios y su obstinación por la lectura en soledad me marcaron mucho, muchísimo.
Tanto mis abuelos maternos como mi madre encontraron en la lectura y en el silencio una forma de sortear el mundo, una manera de afrontarlo y también de decirles cosas a los demás… Yo comencé con ese mismo hábito: empecé a leer sola, los libros que leía mi abuelo, y los libros que mi mamá leía.
Nadie me dijo “lee”, yo sólo los tomé, y comencé a imitarlos: leía, sola, en una habitación, en silencio. Luego, descubrí los cuadernos de mi mamá y descubrí otra cosa: lo que se leía se podía conversar con uno mismo, en soledad. Quizá esto me llevó a la escritura.
Desde pequeña comencé a llevar un diario, comencé a hablar conmigo misma. Y así sigo, hasta el día de hoy. Así que tal vez sí, en ambos casos, sin ellos no sería lo que soy y, a la vez, su manera de vivir la lectura fortaleció mi gusto por los libros, por la escritura…
— ¿Por qué libros infantiles y por qué ilustrados?
— Creo que tiene que ver con la idea de potencia que encuentro en la infancia: el mundo como posibilidad, como experiencia, como lugar de juego, de encuentro y de imaginación. Me lleva a recordar al director y productor holandés Jan Willem Bult, quién sugería como principio de creación para niños, la anarquía: piensa en la infancia como libertad para sentir, para decidir, para poder ser.
Por supuesto que esto no es tan simple y tan fácil, porque, además, creo que la infancia es también tensión con el mundo adulto, complejo, enrevesado, lleno de secretos. Posiblemente lo que me lleva a escribir para niños es esta tensión, la reconozco en mi propia experiencia, pero la observo hoy en la vida de los niños y niñas que me rodean: cómo buscan ser reconocidos, cómo defienden su propia voz, cómo se muestran rebelde frente a la normatividad que se les quiere imponer… digamos que soy una pequeña anarquista que conecta con la infancia desde ahí, y eso me gusta.
Me gusta imaginarme que ahí puedo ser, no sólo libre, sino disputar pequeñas luchas… Lo del asunto de libros ilustrados, bueno, quizá en mi experiencia, tiene que ver con los vínculos narrativos, la imagen y la palabra escrita, para expandir los sentidos. Tal vez tiene que ver con mi oficio como guionista para tele infantil. Pero tengo que decir que lo mío no son los libro álbum, lo mío son las novelas. Tengo pulso para escribir largo…
— ¿Qué pueden encontrar sus lectores en sus libros?
— El primer libro fue “Adiós, Oscurita”, ganador, en el 2017 del Premio de Literatura Infantil Barco de Vapor de SM. Un premio importante en el contexto de los libros para niños. Es una historia sobre la experiencia del duelo de una niña de ocho años al perder su amigo animal, y la conversación con la muerte para preguntarle cosas que ella intuye sobre la partida.
Después llegó la primera publicación con ediciones Norma, “El Rey de los Lagartos”, en plena pandemia. Este es un libro de cuentos, inspirado en los juegos y del transcurrir la vida en casa. Y ahora Amor con C, mi primera novela con el sello Norma es un relato sobre una abuela que no sabe leer y escribir pero que, con la ayuda de su nieta, aprenderá a descubrir cómo escribir su propia versión de la palabra Amor… Creo que es mi libro favorito, Amor con C.
Viene otro en camino, ese sí, creo yo, un libro ilustrado, pero no puedo dar por ahora muchos detalles. También algunos de mis relatos han sido publicados en editoriales independientes, como El cuaderno de relata, Taller del escritor vallecaucano Julio César Londoño y Voces, de la editorial El Silencio, que al igual que yo, es también de Cali.
— ¿Qué es “Amor con C”?
— Es una novela para niños que se inician como lectores. Cuenta la historia de las vacaciones de María Fernanda quien descubre que su abuela no puede leer las postales que le envía su hijo desde un país lejano y siente que ella, que ya sabe leer y sabe escribir, puede ayudarle, enseñándole lo que aprendió con su maestra.
Es una historia de amor, entre una nieta y su abuela, entre una abuela y un hijo, y el amor de los padres. Es una exploración del amor y sus posibilidades.
— ¿Con qué fin escribe y cree que los adultos también deberían leerla? No porque tengan hijos, ¿sino en general?
— Escribo para reinventar el pasado que viví. Esa es la razón fundamental. Es una manera de indagar qué hubiera pasado sí… Y, bueno, desde ahí, creo que intento tender un puente afectivo con los niños y sus preocupaciones.
Comparto emociones con los niños, y mi experiencia me dice que los jóvenes y el mundo adulto tienen mucho que ver con esas mismas emociones. Tengo un curso en la Universidad Icesi, en el que lo he podido comprobar: leo historias escritas para niños a jóvenes estudiantes de distintas carreras.
Todos se encuentran allí: han sentido pena, han sentido miedo, han sentido rabia. Para este semestre le regalé a una estudiante el libro Los Agujeros Negros de Yolanda Reyes. Tiene 22 años. Lo leyó de una sentada y luego me escribió un mensaje muy conmovedor. La historia de esta novela es exactamente su historia. Y bueno, creo que ella encontró alivio. O eso creo.
Entonces creo que los libros para niños, algunos, hablan de esperanza y a los adultos nos hace falta sentirla. Son libros poéticos, y al mundo adulto nos hace falta la poesía. Esperaría que Amor con C conquiste algunos corazones adultos… ya ha pasado.
Quisiera agregar que a diferencia de mi madre, quién tuvo que afrontar la vida sola, yo he contado con suerte. Puedo escribir, y puedo hacer lo que me gusta, gracias al apoyo de mi esposo Fernando. Sin él, nada de lo que he sembrado hasta hoy, sería posible.
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