Es el cantante de Ella es tan cargosa pero también es conocido por su pasión literaria. Rodrigo Manigot publicó recientemente su segundo libro, El aire del mundo, en el que aborda ese género particular que es la muerte del padre. Aunque vio la luz hace poco, es un trabajo que había concluido antes de que publicara su primera obra, Donde no van las melodías. “Cuando terminé El aire del mundo, el nivel de exposición propia y familiar me hicieron dejar el libro en un cajón. Sabía que estaba terminado, pero me daba terror publicarlo por mí y por mis familiares. Es un tópico que nos atraviesa a todos los que escribimos autoficción”, le explicó en el stand de Leamos de la Feria del Libro de Buenos Aires a Patricio Zunini.
–Da la impresión de que es un libro de memorias, es una novela, son cuentos, ¿vos como lo definís?
–Justamente eso de correrme un poco de los géneros es algo que cuando empecé a escribir siempre quería hacer. Estaba enloquecido con Pavese y me gustaban esos cuentos que se podían leer en serie y que estaban separados, pero que en el fondo se podía armar algo que se puede leer como una novela. Es también el caso del libro de Joana D’Alessio que sacó la misma editorial (La crujía), con el que se armó un debate hermoso en Twitter sobre si era novela o relatos. Me gustan esos libros que son anfibios y que pueden funcionar como relatos independientes, pero también se pueden leer en conjunto.
–A Cecilia Fanti le pregunté si no tenía conflictos con su marido, de quien habla en A esta hora de la noche, y me respondió que él sabía cuáles eran las reglas del juego porque se casó con una escritora. ¿Cómo es tu caso en ese sentido?
–Yo creo que lo importante es la vida, lo que pasa en los libros queda en los libros, esa es mi sensación. Lo importante es que esos vínculos que por ahí aparecen mencionados estén firmes y vos puedas tener una muy buena relación con las personas involucradas. Independientemente de eso, como le digo siempre a mi madre Marta, que es la que ha puesto más reparos a este tipo de escritura, no es Netflix, son libros. Se leen mucho menos, circulan mucho menos y aparte es lo que uno pudo construir para poder desatar un montón de nudos que lo estaban perjudicando.
–¿Entonces la escritura, sobre todo la autoficción, es autoterapia?
–Debe tener algo de eso, pero cuando yo escribía ficción los temas no eran tan distintos, la diferencia es que por ahí vos te llamás de otra manera o utilizás una tercera persona y cambiás otras cuestiones. Yo creo que la escritura tiene mucho de terapéutico pero tampoco tiene por qué serlo enteramente. Es algo que uno hace por placer en primer lugar. No comulgo con esa idea del artista tortuoso, que hay por supuesto miles, en mi caso escribir siempre fue un placer. Obviamente meterte con algunos temas no es gratuito y cuesta, pero yo creo que cualquier cosa que vayas a escribir te va a llevar consciente o inconscientemente a los lugares por donde pasa tu cabeza.
“El tema central, que no está en todos los relatos pero sí en la gran mayoría, es el verano. Los veranos en Gesell, el verano que fuimos con mi familia a Brasil, que también fue una modalidad de nuestra generación, que de golpe tuvo la suerte ir a Brasil porque favorecía el cambio y todo eso, y el verano en que murió mi padre”, explicó Manigot sobre la estructura que une a estas historias que, como las de Donde no van las melodías, son complejas y tienen su grado de profundidad y de dolor.
“A mí me sirvieron mucho para poder entender quién soy. Uno escribe por placer y por catarsis, pero también para entender qué te pasó. Me parece que sin esos libros habría sido mucho más distinto entender qué había pasado y qué me pasó. En ese sentido por supuesto hay un montón de oscuridad y también un montón de luz, pero tengo entendido que así es la vida”, respondió el autor a la consulta sobre su propia impresión acerca del libro.
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