El primer fin de semana de la Feria del Libro de Buenos Aires es siempre un termómetro para la organización del evento y también para los expositores. Ante la pregunta sobre cómo va a ir la cosa, si va a venir mucha, muchísima o no tanta gente, si se van a vender muchos, muchísimos o no tantos libros, el primer sábado y domingo (y lunes, porque es feriado y eso siempre significa más público que un lunes de los normales) son una muestra de lo que puede venirse. No es que pronostique sin margen de error, pero marca una tendencia, casi un boca de urna.
¿Y qué pasó en el primer día del primer fin de semana de esta 47ª edición de la Feria? Decir que hay mucha gente -aunque sea imposible saber cuánta, un poco porque esas cifras se conocen recién cuando la Feria termina y otro poco porque, de tan gigante, es imposible mirarla toda junta- podría ser una manera de acercarse al fenómeno. Pero mejor, tres postales de qué significa “mucha gente”.
¿Hay fila? Hay descuento
“Hace media hora que estamos esperando para pagar y calculo que nos falta media hora más”, dice Mateo, que tiene 21 años y llegó a La Rural desde Quilmes. Está haciendo la fila en el stand de Kel, una librería de obras en inglés que tiene su lugar en el pabellón amarillo de La Rural. La fila sale del pabellón, ocupa varios metros a la intemperie, y entra al pabellón que sigue. Dura más de media cuadra, además de una hora o más.
“Es que acá hay 10% de descuento y eso nos recontra sirve”, dice Guadalupe, de 19 años y también de Quilmes. Eligió un libro que pagará 3.200 pesos y que en otro stand, en castellano, vio a 4.200. “No sólo que a veces las ediciones que conseguimos en inglés son más baratas, sino que además a veces, cuando venís siguiendo una saga, se edita primero en inglés y recién después se traduce. Leyendo en inglés nos enteramos antes de qué pasa”, cuenta Guadalupe.
Mateo vio, en uno de los stands las grandes editoriales multinacionales, un libro de una de las sagas que sigue a 8.100 pesos. En el stand de la librería en inglés compró cuatro libros por 9.200. “Es realmente mucha diferencia en lo que gastamos, sobre todo los que leemos mucho”, explica. Mientras cuenta su experiencia a Infobae Leamos la fila crece a fuerza del boca a boca del descuento y gracias al público que entra por cada uno de los ingresos a La Rural.
“Vamos, chicas, vamos”
Las filas de los baños de mujeres asoman por fuera de la puerta que dice “Damas” o que tiene una figurita con pollera. Ya no es como los días anteriores, que una entraba y había ocho o diez cubículos para elegir, y todo el espejo para mirarse, y las señoras que trabajan allí podían descansar un poco en algunos ratos de mayor tranquilidad.
Ahora las señoras que trabajan en los baños van y vienen por el pasillo de cubículos y gritan “vamos, chicas, vamos” cuando la fila se alarga demasiado o cuando en alguna de las puertas les parece que hay demasiada demora y se les puede armar un cuello de botella que, algunas veces, deriva en la queja y un malhumor contagioso.
Las otras trabajadoras de la Feria, las que atienden los stands, apuran su credencial de expositoras para acceder a los dos cubículos que tienen reservados -hay baños exclusivos en esta Feria en la que hay de todo- para que algo tan simple como hacer pis no les lleve veinte minutos o media hora. Desde la fila del público general, sobre todo en las horas pico de las vejigas, hay quienes miran con malos ojos a las trabajadoras con credencial y a las del baño, que las autorizan a pasar: es que llevan ahí varios minutos que hubieran preferido destinar a caminar por los pasillos, a hojear libros o incluso a hacer otra fila, la de pagar un café, un pancho o una novedad editorial.
Amistades novedosas
Fabiana es de Caballito y tiene una hija de 18 años, Victoria, y dos agujas tejer al crochet en las manos. Está sentada en el piso alfombrado del pabellón verde, teje unas “manguitas” color mostaza “para usar cuando nos ponemos musculosa”, explica. Trajo su equipo de pasar los tiempos muertos a La Rural porque sabía que esta espera, la de acompañar a su hija a la firma de un ejemplar de su autora favorita, podía ser larga. “Desde las dos de la tarde que estoy acá”, dice cinco horas después de haberse sentado en ese rincón.
Eso, que las esperas sean largas, es síntoma de que habrá otros (muchos) que pretendan lograr el mismo objetivo: así son los días en los que esta Feria empieza a acumular de a varios miles esa cantidad de visitantes que desde hace años supera el millón.
“Nos conocimos acá, es una espera de horas”, dice Giselle, y señala a Andrea, que hace la misma fila que ella, que Victoria y que Fabiana, la tejedora del grupo. Esperan a Alexandra Christo, una escritora británica, y tienen sobre la falda ejemplares de Matar un reino, una reescritura del clásico La Sirenita, que escribió Hans Christian Andersen y popularizó la versión animada de Disney.
“Está buena la espera porque podés aprovechar para seguir leyendo o para conocer gente nueva que ya sabés que tiene algo en común con vos”, cuenta Giselle. Habla fuerte para hacerse entender. Es que la Feria está bulliciosa, con ese rumor que hacen las multitudes cuando ocupan lugar.
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