“La vida fue hace mucho”, la primera novela de la colombiana Marita Lopera: “Es una depredadora, pero una depredadora medida”

La escritora habló con Leamos respecto a su debut literario y reflexionó en torno a algunas cosas respecto a su proceso de escritura

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La escritora colombiana Marita Lopera
La escritora colombiana Marita Lopera conversa con Infobae respecto a su debut literario. (Diseño a partir de fotografías: Jesús Avilés).

La primera novela de la escritora colombiana Marita Lopera tiene una fuerza especial, no tanto por la historia que cuenta, sino por la manera en que lo hace. Una musicalidad taciturna se toma la prosa y desde que el lector encara las primeras líneas el acto está hecho.

La historia de “La vida fue hace mucho”, título publicado por el sello Angosta Editores, dirigido por el también escritor Héctor Abad Faciolince, es una que se erige a raíz de las preguntas. La primera: ¿A dónde va ese ser, Alea, que parece navegar por azar hacia ninguna parte?

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Alea es el personaje central de esta novela. Una mujer a la que vemos intentando buscar vida en un desierto de agua. A bordo de un barco sin nombre, recorre una ribera costera que, como la memoria, ha sido labrada por el desgaste.

Tras un tiempo a la deriva, reza la contraportada, aparece una única coordenada en el mapa: cabo Tiburón, ese punto limítrofe donde el Caribe colombiano se difumina en selva. El reto es llegar, pero la vida fue hace mucho y no se sabe cuánto deterioro resista un cuerpo diezmado por el hambre.

Portada del libro "La vida
Portada del libro "La vida fue hace mucho", de Marita Lopera. (Angosta Editores).

Más dedicada a la música y a la docencia que a la escritura de novelas, hasta antes de este libro, Marita Lopera, cuyo nombre de pila es María Lopera Rendón, estaba completamente segura de que sus días pasarían al interior de alguna universidad. Cuando en 2022 su novela vio la luz, esa vida suya quedó atrás, y como el título de su novela, ha pasado hace mucho.

Al respecto de su debut literario y de sus primeras dos participaciones en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, en las ediciones 34 y 35, la autora conversó con Leamos y reflexionó en torno al proceso de escritura.

La escritora colombiana Marita Lopera,
La escritora colombiana Marita Lopera, autora de "La vida fue hace mucho". (Ph. Carlos Velásquez).

— Marita, ¿de dónde ha venido la imagen detonante de esta novela?

— La imagen inicial, a diferencia de como suele sucederle a algunos escritores, no me planteó con claridad el final de la historia, o la ruta a seguir, pero sí me dio una idea muy clara de la situación específica que estaba viviendo el personaje, esa coordenada espacio temporal en la que un personaje está; me dio un hoy, un presente, un tiempo mucho más retenido, porque las cosas aquí no pasan de manera veloz, son solamente siete días en los que este personaje va haciendo unas digresiones, unas memorias.

En este momento inicial, que además presenta a los lectores esta cherna, un animal que puede llegar a crecer hasta 300 kg. También se les conoce como meros y llegan a ser peces gigantes. Pensar que este personaje tenía que comerse a esta cherna, sabiendo que no tenía más de medio kilo, me generó una sensación de dolor. Es ahí donde se da la primera situación del personaje, que está intervenida por el hambre, por esa precariedad en la disponibilidad alimentaria, algo que a lo largo de toda la novela va a hacer sufrir mucho al personaje. Ese es su universo, su cosmos.

— Tenía, entonces, que desarrollarse en un espacio costero.

— Tenemos una idea un tanto paradisiaca de lo que es el mar. Quienes vivimos en las ciudades intentamos siempre escapar de todo y el sitio predilecto es el mar, con sus palmeras y las gaviotas surcando los cielos, pero el mar de esta novela es bastante agreste, difícil. Es un entorno en el que, digamos, toda la investigación que hice fue para darme cuenta de que efectivamente está muy diezmado, o sea que ya no tiene la riqueza que tuvo hace unos 10 o 15 años, más o menos. Una riqueza que ya es muy difícil de recuperar porque ha sufrido de sobreexplotación.

Eso me ayudaba a tener un escenario muy preciso para este personaje que sufre en su propio cuerpo lo que sufre este lugar, que no es otra cosa que un golfo real. Toda la construcción cartográfica de la obra es realista completamente. No se nombran los lugares más conocidos, pero sí es una franja de territorio litoral que está en el mar Caribe, la última parte del mar Caribe que tenemos en el continente americano donde se juntan las aguas de los ríos con las aguas del Oceáno Atlántico, y donde confluyen un montón de culturas. Todo esto, para mí, tenía un matiz muy trágico. Entender que, por ejemplo, a este golfo llegaban hace 20 años cantidades de delfines y hoy ya no.

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— ¿Qué hay del lenguaje? Porque es uno de los grandes aciertos de la novela.

— He tenido siempre una afinidad con los entornos marítimos y cada vez que he tenido la posibilidad de ir, allí suelo estar. Me gusta escuchar a la gente y entender la cultura litoral, la comida, cómo se cocina, cómo se siembra. Pero lo cierto es que para la escritura de la novela no tuve la posibilidad de regresar físicamente a estos espacios. Cuando empecé a trabajar en ella, la pandemia se interpuso y tuve que trabajar desde el encierro y acudir, pues, a una cantidad considerable de documentación alterna: noticias, por ejemplo, sobre gente que hablaba de cómo el mar se les llevaba sus casas; recuerdos de conversaciones que yo misma había tenido y que, ciertamente, no estaban pensadas para formar parte de una obra literaria.

Volver a traer a la memoria todas esas conversaciones y esa escucha que en algún momento hice de manera más inconsciente que otra cosa, produjo en mí una especie de intercambio. Adjunto a eso, mucha lectura, documentales e información sobre ciencia, porque en la novela hay también algo de eso en relación con el lenguaje que tiene que ver con ese mundo de la navegación.

— ¿De dónde vienen los retazos que utiliza para la construcción de los personajes que pueblan estas páginas?

— Creo que todos ellos condensan un poco de todos esos conflictos con los que lidiamos los seres humanos. Alea en particular, que es el personaje principal de esta novela, anda buscando cuidar lo que tiene a su alcance, más allá de que se encuentre en un completo abandono, a merced de esa soledad que la vida marina impone. Ella es un personaje animalesco. Es una depredadora, pero una depredadora medida, que intenta calmar el hambre, pero sin abusar de los recursos de la naturaleza.

En el caso del Capi, podríamos decir que es esa figura autoritaria que está presente en la vida de Alea, de alguna manera, es como su padre. No se dice en ninguna parte, pero algo sí intuye el lector.

Por el lado de El Científico, él viene a dar cuenta de esas relaciones que son distantes, como la del padre con su hija, pero aquí es el maestro y su discipulo. Una relación mucho más generosa, en todo caso, donde hay enseñanza y aprendizaje mutuos. Finalmente, con La Seño hay una muestra de eso que nos hacen el abandono y la soledad. Es un personaje que no establece diálogo, que no dice gracias, no dice por favor...

— Tiene muchas cosas calladas.

— Precisamente. Es una mujer que ha tenido que vivir el abandono de sus hijos y sumirse en una absoluta soledad junto al mar, sobreviviendo como puede. La Seño es el reflejo de todo el desaprender en torno a la idea de lo que significa tener una familia, tener a otro para cuidarlo y sentirse cuidada. Por ello es una mujer brusca, un poco tosca, que ha olvidado como encarar sus relaciones.

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— La novela tiene una musicalidad especial que, más allá de que todo texto literario tenga su ritmo, realmente parece venir de una verdadera formación musical. Hay una especie de oleaje que soporta las palabras.

— Es cierto que me esforcé en conseguir un ritmo bastante claro de la novela. En la construcción de cada párrafo hay una apuesta de mi parte para que los lectores sientan que hay ritmos cortos, luego otros más largos, donde la respiración dura un poco más. Siempre hay un compás, una medida específica entre las palabras y las imágenes con las que también intentaba construir una estructura. Fue un trabajo de filigrana, de orfebrería bastante arduo, además, porque todo tenía que sonar como el propio mar.

— Como cuando, de niños, poníamos el oído sobre la coraza del caracol y creíamos oír las olas del mar golpeando contra las rocas.

— Qué lindo que lo digas. En realidad, intentaba generar algo así, entre otras tantas cosas.

— Todo lo que aquí se halla, todo lo narrado, lo observado, hace parte de ese pasado que se fue, de esa vida que fue hace mucho.

— No podía ser distinto. Cuando encontré el título de la novela, que yace en su interior, fue un momento muy bonito, un momento en el que Alea está justamente como inventariando todo lo que le pasó, todo lo que ha vivido, sus pérdidas, esos asuntos que se dan en el medio de esa simbiosis que encuentra espacio entre su cuerpo y su naturaleza.

Cuando pensamos en nuestra niñez, da la sensación de que pasó hace mucho. Conforme pasan los años, sentimos realmente la fuerza del tiempo. Decir hoy “el año pasado”, equivale a una medida de tiempo reciente, pero cuando éramos pequeños, aquello traía consigo una distancia enorme.

En la medida en que el tiempo transcurre, muchas cosas dejan de estar, y eso nos permite entender que la vida es muy corta y que lo que vale la pena disfrutar es el día a día, el presente, no tanto lo que vendrá mañana, más allá de que sea siempre una preocupación real. Los pescadores me dijeron un día una frase que me sirvió de guía en esta novela: “No pescamos tanto hoy porque pensamos en lo que nuestros hijos puedan pescar mañana”.

Estas cosas parecen muy sencillas, pero lo cierto es que cuando somos muy conscientes de que la vida fue hace mucho, conseguimos contenernos en nosotros mismos, digerirlo todo y hacer algo en el hoy que valga la pena. Es necesario vivir el hoy, sin perder de vista el mañana, de la misma manera que la tristeza es urgente, para saber cómo habremos de disfrutar después la alegría.

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