Tal vez las tradiciones se construyan con ladrillos chiquitos, con pequeñas repeticiones que no le temen al paso de los años porque saben que, cuando el calendario indique, les llegará su momento. La voz de Claudia, la locutora oficial de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires desde hace décadas, pide silencio con amabilidad y firmeza, silencio para que comience el acto inaugural del evento más importante de cada año en las industrias culturales argentinas. La voz de Claudia dando la bienvenida, agradeciendo a los que por favor van tomando asiento, avisando que vamos a entonar las estrofas del Himno Nacional Argentino, es uno de esos ladrillos.
El momento que anuncia (la voz de) Claudia hacia el final del acto, el corte de la cinta celeste y blanca que los fotógrafos se apilan para poder captar y que reúne las sonrisas de funcionarios de la Ciudad y de la Nación y de las autoridades de la Fundación El Libro, organizadora de esta Feria, es otro de esos ladrillos. La cinta se corta, los flashes disparan, la 47ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires queda oficialmente inaugurada y ahí va a estar, bulliciosa como este acto en el que están ocupadas las 800 sillas disponibles, hasta el 15 de mayo.
¿Pero para qué está ahí, en La Rural y en la tradición de los argentinos, la Feria del Libro? Martín Kohan fue, este jueves, el escritor a cargo de pronunciar el discurso inaugural del evento. En una disertación que se extendió por casi una hora, el autor de Ciencias morales y Dos veces junio, ensayó una posible respuesta: “El gran mérito de la Feria del Libro no radica en la sustitución o en la excepción (al contrario, de ser así, fracasaría), sino en su eventual poder de realce y amplificación. La apuesta es que el realce habilite a ver lo realzado cuando ya no está realzado, a escuchar lo amplificado cuando ya no está amplificado”.
“Si el acontecimiento del año durase todo el año, ya no sería un acontecimiento (y no habría forma de soportarlo: ¿doce meses de acontecimiento? No hay cuerpo que aguante)”, siguió Kohan, y pasó lo que mismo que en varios otros tramos de su discurso: hubo risas. No una carcajada, no alguien descostillándose, sino un rumor de risas que fue y vino durante toda su exposición, a la que tampoco no le faltaron los aplausos.
“Lo interesante es ver de qué manera estos días tan de fulgor y frenesí del evento extraordinario traspasan a los días ordinarios, los días de tonalidad media, los días de ritmo común. Hay cosas que no se derraman (por ejemplo, la riqueza, pues los ricos nunca se sacian), pero hay cosas que en cambio sí, por ejemplo la frecuentación de los libros, la costumbre de leer, el gusto por la conversación literaria (...) se trata apenas de estimular, tan ampliamente como se pueda, esto que en la Feria sencillamente sucede: rondar entre libros, entrar en contacto con ellos (incluso con esos que, por virtuales, le otorgan a la palabra contacto un sentido diferente), sin solemnidad, sin imperativos, sin aspavientos”.
“Voy a leer un ratito”, había advertido el escritor apenas se paró frente al estrado por el que ya habían pasado los ministros de Cultura de la Nación y de la Ciudad -Tristán Bauer y Enrique Avogadro-, así como las autoridades de la Región Metropolitana de Santiago de Chile, que es la Ciudad Invitada de Honor en esta edición, y Alejandro Vaccaro, presidente de la Fundación El Libro y el primero en pronunciarse después de que (la voz de) Claudia lo presentara.
Kohan se tomó más que “un ratito” y no se privó de hacer un recorrido -”un mapa”, lo llamó- por algunas lecturas suyas a cuyos autores reivindicó, desde Walter Benjamin y Roland Barthes hasta Jorge Luis Borges, Juan José Saer y Ricardo Piglia, pasando por Hebe Uhart, Alan Pauls, Beatriz Sarlo, David Viñas y Roberto Arlt. Pero sobre todo no se privó, y ese fue otro de los ejes centrales de su discurso, de enaltecer la importancia del lector.
“Las ferias del libro y los festivales de literatura de todas partes tienden a constituirse ante todo como espacios consagrados a la presentación estelar de los Escritores (escribí la palabra con mayúscula), pasarelas para que desfilen, pedestales para que se yergan, escenas montadas para su figuración personal”, dijo el autor, y agregó: “Aclaro, por si hace falta: uno también admira a escritores, y no fue sino en la Feria del Libro donde obtuve algunos autógrafos que por cierto atesoro”.
“No es a eso, por lo tanto, a lo que me refiero, ni está en mí desestimarlo. En lo que pienso es en la tendencia de época a centrarse fuertemente en la escritura, en la escritura y en el Ser Escritor (lo puse con mayúscula), haciendo de la lectura apenas un insumo necesario a tal efecto, y eso incluso en el mejor de los casos, porque en otros casos se la considera eventualmente prescindible. ¿No pasa acaso con los lectores que son solamente lectores, que les preguntan: ‘Pero vos, ¿no escribís?’”, remató. Una vez más: risas. Y algunas más, como si le hubieran subido el volumen a los que escuchaban atentos, apenas después, cuando Kohan sacó a relucir una cita brillante de Uhart: “No se nace escritor: se nace bebé”.
Entonces, en medio de esa reivindicación de los lectores, Kohan ensayó una especie de propuesta programática: “Cabría reformular el lema histórico de la Feria del Libro, o en todo caso ampliarlo o completarlo, y ahí donde rezaba: ‘Del autor al lector’, añadir casi a manera de comentario: ‘Y del lector al autor’. De manera que este factor, el de la reciprocidad, el que troca en ida y vuelta la impronta unidireccional, pueda modificar en principio la disposición imaginaria de ciertas típicas escenas de feria, como las charlas o las presentaciones o la firma de libros”.
Entonces, ¿para qué sirve esta Feria ahora que tiene la cinta celeste y blanca flamantemente cortada y está brillosa porque recién empieza a llenarse de, ojalá, lectores? “Lo deseable es que funcione ante todo como foco de irradiación, con una cierta onda expansiva; pienso por caso en las visitas escolares a la Feria, esa práctica llamada excursión pero que se resuelve más bien como incursión, ese ejercicio prometedor de deambular entre libros, interesarse o desinteresarse, distraerse o embolarse hasta que tal vez, de repente, algo llama la atención (o incluso marcharse sin que eso haya ocurrido, lo que es parte del asunto, ¿o acaso la vida no está hecha así: de encuentros y desencuentros?)”, dijo Kohan este jueves.
Que es una manera de decir (¿o de desear?) que un libro les atraviese la vida a algunos de los que van y vienen por estos pabellones, que el efecto dure hasta después del 15 de mayo, que ese libro sea el ladrillo chiquito pero firme que construya (o siga construyendo) la tradición lectora de quien ahora le esté poniendo los ojos encima.
Para nada menos que eso podría servir esta Feria que acaba de abrir sus puertas.
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