En el espacio “Cómo lo escribí” de Infobae Leamos, autores y autoras cuentan el detrás de escena de los libros que acaban de publicar. Por qué eligieron los temas o historias que terminaron en sus páginas, qué revelaciones aparecieron en el proceso de escritura, qué sensaciones hubo a medida que ese proceso ocurría.
Esta vez, los escritores Alejandra Rey y Horacio A. Massacesi son quienes cuentan en primera persona la “cocina” del libro que acaban de publicar -y que presentan este miércoles en Rosario- con la mirada puesta en una de las grandes tragedias de la actualidad: la explotación laboral extrema. En criollo, la esclavitud del siglo XXI.
El último viaje del Fenicios es el thriller editado por Penguin Random House. Allí, en el centro de la trama, un enorme buque factoría que navega el océano en busca de que esquivar todas las legislaciones posibles. ¿Para qué? Para delinquir hasta el extremo, captando migrantes a los que seducen con la promesa de una mejor vida y enseguida ponen a su servicio sin que impere la menor garantía de dignidad.
La industria textil sirve también de escenario para describir un mundo en el que, dicen los autores, los consumidores se hacen la menor cantidad de preguntas posibles, o ninguna, sobre el origen de esas prendas que guardan en sus cajones o cuelgan de sus perchas.
La investigación de los autores va desde cómo operan las brechas lingüísticas arriba de un buque en el que la libertad no existe pero la posibilidad de rebelarse tal vez sí hasta cuál es el escenario de la explotación laboral en el mundo ahora mismo. El resto, podrá decirse, es literatura. Pero de la que hace espejo con el mundo que nos rodea.
Cómo escribimos “El último viaje del Fenicios”
Por Alejandra Rey y Horacio A. Massacesi
Cuando nos preguntan por qué hicimos este libro o por qué caminos llegamos a él, lo que nos sale decir de inmediato es que El Último viaje del Fenicios nos fue buscando.
Como consumidores sabíamos -y sabemos- que la industria textil –entre otras- emplea mano de obra esclava para sus talleres clandestinos en todo el mundo: está naturalizado socialmente y aun sabiendo que existe preferimos hacernos los distraídos y seguimos comprando, tal vez avergonzados, pero sin cuestionarnos nada.
¿Cómo, si no fuera por esclavitud, se explica que haya tiendas que venden casi a costo cero? ¿Cuántas vidas se pierden detrás de un botón cosido, de un ojal, de un ruedo? Muchas, pero, a la vez, nos encanta presumir de haber comprado baratísimo en alguna tienda cool en Madrid, Río, Milán o París. Y hasta regateamos si la transacción se hace en algún bazar típico que forma parte del tour por la ciudad, para después decir: “Es la camisa que vi en Londres, pero la compré muuuuucho más barata acá”. Y acá es el resto del mundo o un pequeño mercado de la misma capital inglesa.
Con esas premisas imaginamos un lugar donde todo pudiera suceder sin ser molestados por los gobiernos menos corruptos o por las organizaciones sin fines de lucro que a nivel global persiguen a los traficantes. Y ese lugar es el mar: millones de kilómetros sin autoridad ni leyes, llenos de soledad, pero poblados de cargueros que nadie sabe bien qué llevan a bordo. O no quieren saber.
Entonces, pensamos en un enorme buque factoría disfrazado con contenedores que albergan una ciudad entera a bordo con todo lo que se necesita para vivir y engañar, como un casino, pero cuyo epicentro es una fábrica de ropa que tiene trabajadores cosiendo las 24 horas del día todo el año.
Esas personas son los desplazados, los que huyen, expulsados de su tierra o de sus familias y a los que nadie va a buscar jamás porque no importan. A los primeros, los migrantes, porque las sociedades pseudomodernas no quieren mirarlos a los ojos: les da vergüenza, fueron sus colonizadores y ahora que necesitan una cama caliente los ignoran o esconden. Ya Europa mira para otro lado cuando el Mediterráneo se siembra de cadáveres de seres que buscan la libertad y sucumben en el intento. ¿Pero si hubieran llegado a las costas les habrían dado trabajos respetables o los someterían?
A todos esos nadie el capitán del Fenicios los seduce con dinero para que suban a bordo por su propia voluntad, les propone un paseo en barco, un trabajo temporario con buenas ganancias para poder enviar plata a casa, pero la verdad es que se encontrarán con la esclavitud encarnada en la más alta de las tecnologías.
Para todo esto hizo falta una prolija y profunda investigación del tráfico naviero a nivel mundial, de las rutas que toman los desplazados, migrantes, gente sin futuro que hará todo lo posible para sobrevivir. El mar es un territorio maravilloso para la creación de una ficción como la que se lee en El último viaje del Fenicios y sus personajes, si bien no son reales son claramente posibles: todos los conocemos de algún lado o de ciertos gobiernos.
La investigación incluyó números de la esclavitud moderna publicados por varias organizaciones internacionales respetables y vivencias personales. Si bien los protagonistas son ficticios, todos conocemos o hemos leídos sobre ellos en los últimos meses y días, porque los nadie del mundo pueblan cada rincón del planeta.
Escribir este libro fue para ambos una aventura hermosa y cruel al mismo tiempo: vimos, leímos y comprendimos los testimonios de esclavos de todas las industrias que hoy, cuando ustedes leen esta nota, están trabajando en alguna fábrica clandestina quizá bajo sus narices.
Cincos personas, jóvenes todos, serán los héroes de la historia. Cinco seres que nada tienen que perder, pero que entienden que la libertad no es un lujo sino un derecho. Y tratarán de huir a pesar de entenderse poco porque el barco fue diseñado, además, como una Babel: los organizadores tuvieron un plan para dirigirse por redes sociales y en diarios en algunas zonas del mundo muy puntuales para captar con engaños a los más necesitados y el resultado de ese casting fue gente de todo el mundo hablando lenguas diferentes.
Esos necesitados acudirán en masa y subirán mansamente y bien alimentados a su nueva vida. Pero, a la postre, querrán escapar: ¿lo lograrán? El barco en el que se encuentran, fondeado en las Islas Diómedes, en el Mar de Bering –son dos, distan entre sí tres kilómetros, pero una es rusa y la otra norteamericana y tienen 24 horas de diferencia- no da ninguna posibilidad de fuga ¿pero sí de rebelión?
Investigar cómo los protagonistas de la historia se pueden comunicar entre sí –todos pertenecen a diferentes etnias- e intentarlo con el mundo exterior demandó otro esfuerzo de investigación lingüística y de estrategias, así como el estudio exhaustivo de cada costa del Pacífico.
Quizá, a partir de esta lectura, un thriller llevadero y casi real, empecemos a reclamar más vigilancia en nuestros mares y los del mundo porque, aunque no hay denuncias todavía de la existencia de fábricas con mano esclava en el mar no significa que no existan.
“El último viaje del Fenicios” (fragmento)
Antonio tomó la tablet que Steve le tendía y leyó lo siguiente en la página https://knowthechain.org/, una asociación entre Humanity United, el Business & Human Rights Resource Centre, Sustainalytics y Verite, y que tiene dirección en UK:
El último informe elaborado por la ONG Know The Chain pone de manifiesto que muchas de las marcas del sector del lujo trabajan con fábricas en las que se explotan a sus trabajadores y vulneran sus derechos.
A menudo hablamos de la esclavitud como si fuera algo del pasado. Un horror de otra época perpetrado y permitido por personas que nada tienen que ver con nosotros. Está muy equivocado. La esclavitud sigue siendo un grave problema en pleno siglo XXI.
Así lo ha puesto de manifiesto el nuevo informe elaborado por la ONG Know The Chain. Este revela una conclusión que en mayor o menor grado todos ya conocíamos pero que necesitamos plasmar para generar conciencia sobre el problema: su armario está repleto de ropa realizada por esclavos.
La diferencia es que el esclavo del siglo XXI y el de hace 100 años no son el mismo. El retrato de los nuevos esclavos nos muestra a personas de países pobres o en vías de desarrollo que buscan trabajo en las fábricas de ropa y calzado, pero lo único que encuentran es explotación laboral.
El informe comparte una de los miles de historias sobre esclavitud moderna. Una mujer de la India dejó su aldea rural para aceptar un trabajo en Bangalore. A través de un negociador encontró un trabajo en una de estas fábricas. Este le cobró una tarifa por su labor de intermediación y seis meses después aún no ha cobrado nada de un salario que está siendo engullido por esa desorbitada e ilegal tarifa.
Y, para empeorar su situación, el agente le había prometido alojamiento y comida. Cuando llega Bangalore descubrió que todo era mentira. ¿Por qué nos hacemos eco de la historia de esta anónima mujer de la lejana India? Pues porque mucha de la ropa vendida en Estados Unidos se fabrica en India.
¿Por qué hacen esto las marcas? A nivel global, se estima que 24,9 millones de personas son víctimas del trabajo forzado. Se calcula que 16 millones son explotados por multinacionales y empresas en vez de por individuos privados (como es el caso de la explotación sexual).
De acuerdo al informe que estamos analizando, uno de los sectores en los que más esclavos encontramos es la industria textil y del calzado. Una industria que mueve 3.000 billones de dólares anuales. Existen muchas razones por las que las empresas de moda y calzado tienden a contratar este tipo de mano de obra. Una de ellas es que las personas de países ricos como Estados Unidos, Reino Unido, Canadá o Francia (por citar algunos) se han vuelto adictos a la ropa barata.
Esto se debe a los acuerdos de libre comercio global que han facilitado a las marcas la fabricación de sus productos en países donde la mano de obra es vergonzosamente barata. La conclusión es clara: es un mercado donde la competencia por precios bajos y cambios rápidos ha dado lugar a cadenas de suministro globalmente opacas y complejas.
“El último viaje del Fenicios” se presenta este miércoles en Rosario, en el Bar El Cairo (Santa Fe 1102). Participarán Alejandra Rey, Horacio Massacesi y Graciela Melgarejo.
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