Cómo es la novela en la que las mujeres se vengan con violencia del machismo y los abusos

En “Taller de chapa y pintura”, un libro escrito a cuatro manos por el dúo Mestizorras, un grupo de mujeres se harta del patriarcado y decide tomar cartas en el asunto.

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"¿Es legítimo el uso de la violencia para luchar contra las injusticias? ¿Para luchar a favor del feminismo?", se preguntan las autoras de "Taller de chapa y pintura".
"¿Es legítimo el uso de la violencia para luchar contra las injusticias? ¿Para luchar a favor del feminismo?", se preguntan las autoras de "Taller de chapa y pintura".

¿Es legítimo responder a la violencia con más violencia? ¿Es reprochable responder agresivamente ante un ataque? ¿Podría acusarse a alguien de sobredimensionar un abuso? ¿Cuáles son los límites del accionar en defensa propia?

En su primera novela, Taller de chapa y pintura, el dúo Mestizorras -compuesto por Mississippi (Valencia, España) y Amalas (Valparaíso, Chile)- plantea un escenario en el que las mujeres, hartas de ser históricas víctimas de la violencia machista y patriarcal, deciden tomar el asunto en sus manos y responder con violencia a todos los abusos recibidos por parte de varones.

Ale, Ámbar y Anita, tres mujeres jóvenes de diferente origen y condición social, se conocen al enfrentarse verbalmente a un acosador en el metro de Valencia. Tras este ejercicio de sororidad, y a pesar de las diferencias entre ellas, se hacen amigas. A medida que crece su amistad, las situaciones de violencia sexual que sufren y que les rodea las convencen para utilizar esa misma violencia contra violadores y acosadores, autodenominándose Mestizorras y creando un movimiento a nivel global.

Mestizorras, editado por Barrett, es una cruza entre novela y ensayo escrita a cuatro manos en un Drive, en la que la prosa es tan ágil y divertida como fuerte y desgarradora. Como lo aclara en la contratapa, es un libro en el que “es imposible no sentirse identificada con las protagonistas y que te den ganas de salir de tu casa con una katana para cortar cabezas”.

“Taller de chapa y pintura” (fragmento)

Portada de "Taller de chapa y pintura", de Mestizorras, editado por Barrett.
Portada de "Taller de chapa y pintura", de Mestizorras, editado por Barrett.

Imagina que vas a una fiesta con tus amigos y te pones ciega hasta las cejas. Es una fiesta en casa, lo que popularmente se conoce desde este verano como fiesta free covid. Tras varios meses de cuarentena, se han levantado todas las medidas, se han superado las fases de desescalada y te has podido reunir con tus amigos. Al principio hay un poquito de paranoia por si alguien tiene el bicho, pero conforme pasan los días y los niveles de alcohol aumentan, los acercamientos también.

A mitad de verano se respira libertad, un oasis en la pandemia a pesar de las advertencias sobre la segunda ola que llegará en otoño, pero de la que ya os ocuparéis. Una de tus amigas te invitó a una fiesta, para rememorar una de esas, como las de antes, como las de siempre. Así que no lo piensas dos veces, porque eres joven y no aguantas más las ganas de bailar, estar con gente que no conoces y salirte de la rutina aunque sea por un momento.

Imagina que hay un chico que te atrae, intercambiáis miradas y sientes que él también está receptivo. En algún momento de la noche, ya desinhibida, os cruzáis y le preguntas por su nombre, habláis, sonreís, intercambiáis información básica sobre gustos, música y cine. Estudia farmacia, es alto y moreno, con sonrisa de haber llevado ortodoncia años atrás, dientes blancos alineados. Te pregunta por ti, se interesa, y en sus ojos notas atracción sexual. Tú también sientes cosquilleo. Os hacéis tequilas, perreáis canciones de reguetón old school y te vas al baño.

Se lo cuentas a tu amiga, te dice que ella se acaba de encontrar con un extinder, dice que con barba está más guapo. Os retocáis los labios como podéis, haciendo morritos frente al espejo y algún que otro selfie. Tu amiga te mira con ojos de «esta noche promete», tú le devuelves la mirada con «ya te digo tía» y salís del baño agarradas del brazo, muertas de risa. Lo buscas pero no lo encuentras así que sigues perreando con tus amigas hasta abajo, hasta tocar el suelo con las rodillas y perder el equilibrio.

Piensas en él. Nunca sueles ligar con guapos, no es el tipo de tío que acostumbra a tirarte la caña. Pasa la noche, te lo has bebido todo, ya no das para más, así que entras a un cuarto a dormir porque no te alcanza ni a mover el culo de lo borracha que vas.

Necesitas unas horas para volver en ti, pero cuando entras a la habitación alguien te sigue. Es él. Se acerca aunque apenas te puedes mantener en pie, te coge la cara y te besa, reaccionas lenta y solo piensas en acostarte pero no puedes porque el chico insiste, sin presión pero insiste, de buen rollo incluso con risas pero insiste y te dice que un ratito solo, que os lo pasaréis bien, que en el fondo sabes que te apetece. Así que el chico —¿se llamaba Raúl?— te manosea, sin llegar a apretar con fuerza sus yemas sobre tus caderas, pero te manosea toda y pasa de tu no por respuesta, ni le importa que le hayas girado la cara porque tienes más ganas de vomitar que de follar.

Al abrir los ojos sientes que tu cuerpo está en la noria de cualquier feria en lugar de en esa habitación. Piensas que a estas alturas de siglo deberían al menos entender cuando no te apetece, entender el giro de cara, el rechazo del cuerpo, entender el no implícito, porque aunque antes estuvieras cachonda, ahora no puedes abrir los ojos ni ejecutar movimientos. Pero accedes.

Mestizorras es un dúo literario compuesto por Mississippi (Valencia, España) y Amalas (Valparaíso, Chile).
Mestizorras es un dúo literario compuesto por Mississippi (Valencia, España) y Amalas (Valparaíso, Chile).

Accedes por costumbre, porque te sientes vulnerable, accedes porque no sabes cómo va a reaccionar si te sigues negando, accedes porque no puedes vocalizar ni hacer fuerza para pegarle una patada en los huevos y salir corriendo, en realidad accedes porque sabes que a pesar de que esas son tus cartas, ahora mismo no las puedes jugar, accedes para que termine pronto, porque ya lo has hecho otras veces, ¿recuerdas?, con Pablo en la Universidad, esa noche mientras dormías empezó a follarte porque le ponía mucho verte así, tan angelical. Accedes, porque sabes que no va a acabar de otra forma, es su deseo contra el tuyo, pero el consentimiento no implica deseo ni excitación.

El chico sigue. Te acaricia la cara y te muerde los labios, qué rica estás. Te lanza a la cama y tú te quedas en la misma postura que te ha dejado, sin moverte. El chico se quita el cinturón y se baja el pantalón sin dudarlo, saca el móvil, no te muevas, ahora estoy contigo. Como si pudieras moverte. Le envía un mensaje a alguien, deja el móvil apoyado en la mesita de noche y vuelve a por ti. Por dónde iba princesa, joder, menudo cuerpazo, dice mientras te quita el top.

Luego se abalanza sobre ti, no puedes gritar, aunque quieras, ya no tienes el derecho de hacerlo, apenas puedes mantenerte despierta, solo abres los ojos por instinto de supervivencia y sientes sus manos multiplicarse por tu piel. Su lengua recorre tu cuerpo, de la cara a los pies, pero no, no pienses que el chico se va a centrar en ti ni te va a empezar a comer el coño para que te corras, ¿qué te has pensado? Solo eres un cuerpo, un medio para su fin.

Te da asco la densidad de su baba, el olor de su saliva, pero él insiste, te baja las bragas a pesar de que tus manos torpemente intentan frenarlo y sabes qué es lo que viene. De alguna forma te han preparado para esto. ¿Será rápido? ¿Habrá alguna diferencia de cuando follas con tu novio por compromiso? Desde pequeña te advierten sobre la violación, en programas de televisión, cine, en las noticias mientras cenas en familia y pides que te pasen las croquetas. Naces con esa posibilidad y debes asumirlo.

Lo único que quieres es que no te haga nada más. Que folle y se vaya. En realidad tienes las mismas probabilidades de que te atropelle un coche a que te violen. Incluso te atreverías a decir que es más probable que te violen a que te toque la lotería. Si sabes que te puede pasar, lo asumes, ¿verdad? Al menos eso harías tú. Lo asumes.

Él te da media vuelta y te pone en cuatro, sus movimientos son torpes porque también está borracho. ¿Se habrá puesto condón? No, no lo hizo y ahora solo piensas en qué harás mañana, cómo vas a gestionar tu día. ¿Ducha y pastilla del día después? ¿Se lo dirás a alguien? Ojalá no tenga el papiloma. Notas cómo empiezas a humedecer. Ah, pues bien que te gusta, zorrita.

Su respiración cortada va en aumento y te da el último empujón, sientes que te estalla el útero, él grita de placer, tú lloras en silencio, aunque no quieras las lágrimas caen, aprietas la mandíbula y cierras los ojos esperando que ese chico tan majo con el que creías haber conectado saque la polla de tu cuerpo y te deje en paz. Mañana será otro día, mañana lidiarás con esto. Hoy no.

Eso harías tú, pero no tu hermana.

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