No soy feminazi y no todos los hombres son machirulos. No comparto posturas extremas y me siento mejor representada por las voces moderadas. Pero eso no quita que Los hombres me explican cosas, el libro de ensayos de la autora norteamericana Rebecca Solnit, sea una lectura faro para comprender de qué hablamos cuando hablamos de las voces activas que trabajan para el cambio y para avanzar en lo que a derechos e igualdades se refiere, en lo que respecta a las mujeres.
Los hombres me explican cosas, editado por Fiordo, es un compilado de nueve ensayos, uno mejor que el otro, donde abunda la calidad de la escritura, la información y los datos concretos de primera mano, así como la opinión de una activista experta que sabe de qué habla, aunque los hombres insistan en querer explicarle todo (a ella y a nosotras también).
El primer ensayo, que lleva el título del libro, junto con el quinto -”Abuela Araña”- y el séptimo -”El síndrome de Casandra”- son, a mi modo de ver, los capítulos más acabados de la autora y donde mejor se expresa el germen de todos los males: el silenciamiento. Shhhhh. Porque cuando nos hacen callar, o nos desautorizan, nos silencian, y en ese silencio el hombre explica. Y también porque acusarnos de victimización es descalificar lo que estamos diciendo y una nueva oportunidad de silenciarnos. Y así, hasta el infinito.
Según la escritora, el mansplaining u hombre explicando (ojo que las mujeres también explicamos cosas, ¿eh?) es un mecanismo que abona la inseguridad y la autolimitación que las mujeres solemos imponernos para encajar en una sociedad que todavía normaliza estas y otras tantas conductas para nada “normales”.
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“Cuando un hombre explica algo a una mujer, lo hace de manera condescendiente, porque, con independencia de cuánto sepa sobre el tema, siempre asume que sabe más que ella. El concepto tiene su mayor expresión en aquellas situaciones en las que el hombre sabe poco y la mujer, por el contrario, es la «experta» en el tema, algo que, para la soberbia del primero, es irrelevante: él tiene algo que explicar y eso es lo único que importa. (…) Los hombres me explican cosas a mí, y a otras mujeres, independientemente de que sepan o no de qué están hablando. Y ninguno se ha disculpado por eso”.
Y el Síndrome de Casandra (o darnos cero credibilidad, acusarnos de histéricas, ligeras de papeles o que directamente no sabemos nada de nada) es, en este punto, el silenciamiento más común y naturalizado por todos y todas, que refuerza la tesis del libro.
“Es frecuente que cuando una mujer dice algo que pone en cuestión a un hombre, especialmente si es uno poderoso o un hombre convencional; o si sus palabras cuestionan una institución (…) la reacción pondrá en duda no solo los hechos aseverados por la mujer, sino también su capacidad de hablar y su derecho a hacerlo”, asegura Solnit. “Generaciones de mujeres han escuchado cómo se les repetía que deliran, que están confusas, que son manipuladoras, maliciosas, conspiradoras, congénitamente mentirosas, o todo a la vez: podríamos llamarlo el síndrome de Casandra”.
Los hombres me explican cosas es una lectura por momentos dura y ríspida: “La batalla de las mujeres por ser tratadas como seres humanos con derecho a la vida, a la libertad y en su búsqueda de participación en la arena política y cultural continúa y es una batalla bastante desalentadora”. Pero también tiene su cuota de optimismo. No todo ha sido en vano y de los avances y terrenos ganados ya no se vuelve: “Los genios han salido de la lámpara, ya está abierta la caja de Pandora. No hay vuelta atrás”.
Creo que allí es donde, luego de repasar bien cada ensayo, debemos descansar (un poco al menos). Detenernos en la idea de que aun sabiendo que nos queda mucho por delante, hemos logrado bastante. Y que en esos logros nos acompañan tanto hombres como mujeres.
“Tenemos tanto camino por recorrer que mirar atrás, para ver lo lejos que hemos llegado, puede resultar alentador (…). El feminismo es un esfuerzo para cambiar algo muy antiguo, extendido, y enraizado en las culturas y en los hogares de la Tierra (…). Tejer la red y no quedar atrapada, crear el mundo, crear tu propia vida, decidir tu destino (…), ser una creadora, además de quien limpia, ser capaz de cantar y no ser silenciada, retirar el velo y aparecer; todas estas son las banderas que yo cuelgo en mi tendedero. (…) Hacer que las cosas cambien es tu tarea, y la mía y la de todos”.
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