¿Necesitamos reducir la semana laboral? El debate que podría definir el siglo XXI

En este adelanto exclusivo de “Horas extra”, los estadounidenses Will Stronge y Kyle Lewis explican los beneficios que menos trabajo y más ocio podrían traer alrededor del mundo, desde apalear la crisis climática hasta fomentar la salud mental y la igualdad de género.

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“¿Debemos aceptar que el trabajo siga dominando nuestra vida? ¿Podemos imaginar otras formas de trabajo, más equitativas, que sean para nuestro beneficio?", se preguntan los autores de "Horas extra".
“¿Debemos aceptar que el trabajo siga dominando nuestra vida? ¿Podemos imaginar otras formas de trabajo, más equitativas, que sean para nuestro beneficio?", se preguntan los autores de "Horas extra".

A pesar del surgimiento constante de nuevas tecnologías y el desarrollo de inteligencias artificiales, todo parece dar a entender que trabajamos cada vez más. En el pasado, movimientos sociales alrededor del mundo lograron reducir la jornada laboral ante contextos de crisis, pero muchas veces se retrocedió una vez solucionados los problemas más apremiantes. ¿Es hora de volver a pensar en la cantidad de tiempo que pasamos trabajando?

“La semana laboral de lunes a viernes, que tantos consideramos normal o natural, en realidad es una conquista social e histórica, y su distribución sigue siendo desigual: en muchas partes del mundo se trabaja veinticuatro horas al día, siete días a la semana, a cambio de casi nada”, escriben los estadounidenses Will Stronge y Kyle Lewis en su nuevo libro, Horas extra.

En este corto pero revelador ensayo, los autores hacen un recorrido por los distintos momentos históricos en los que las jornadas laborales fueron fluctuando según su contexto, y explican los distintos beneficios que menos trabajo y más ocio podrían acarrear, desde contribuir a frenar la crisis climática hasta promover la salud mental y la igualdad de género.

“¿Debemos aceptar que el trabajo siga dominando nuestra vida? ¿Podemos imaginar otras formas de trabajo, más equitativas, que sean para nuestro beneficio? Y, ante todo, ¿cómo hacemos para alcanzar esa meta?” En Horas extra, editado por Godot, los autores afirman que “ya es hora de dar el siguiente paso, hora de anteponer la libertad, la vida, y acortar una vez más la semana laboral”.

“Horas extra” (fragmento)

Portada de "Horas extra", de Will Stronge y Kyle Lewis, editado por Godot.
Portada de "Horas extra", de Will Stronge y Kyle Lewis, editado por Godot.

La lucha por la reducción de la semana laboral

De cara a las múltiples crisis que surgieron a raíz de la devastadora pandemia de COVID-19 y con el objetivo de evitar el desempleo masivo que podría darse en consecuencia, los gobiernos del mundo entero han intentado desplegar planes específicos para reducir el tiempo de trabajo. Un solo ejemplo, el del programa alemán “Kurzarbeit”, basta para ilustrar la trascendencia actual de este tipo de estrategias. Gracias al “Kurzarbeit”, se logró recortar temporalmente la carga horaria estándar y responder así a la disminución sustancial en la demanda de mano de obra dentro de las empresas. Durante la crisis, estas políticas proporcionaron al menos el 60% del salario perdido de los trabajadores que vieron reducida su carga horaria. El Fondo Monetario Internacional (FMI) señaló que, en materia de planes similares, el “Kurzarbeit” es un modelo de excelencia a nivel mundial.

Pero, aunque esos esquemas son útiles como medida a corto plazo para prevenir despidos y conservar empleos, hay que desconfiar de su viabilidad a largo plazo como paradigma para el cambio. La historia nos ofrece, con el ejemplo de la Gran Depresión de 1929, una oportunidad para reflexionar.

En aquel entonces, se implementaron planes de reducción del tiempo de trabajo en Estados Unidos en un intento por mitigar el desempleo masivo. Como ha señalado el historiador Benjamin Hunnicutt, el esquema que promulgó el gobierno de Roosevelt en la década de 1930 simplemente fue un recurso económico provisional y preventivo para demorar la amenaza de desempleo que se avecinaba, pero diseñado para modificarse apenas amainara la crisis.

Los líderes de la industria de aquel momento buscaban reestablecer la carga horaria “normal” lo antes posible, guiados por la convicción de que aumentar el tiempo libre tenía el potencial de socavar el estatus del trabajo como “eje de la vida”. Como escribe Hunnicutt:

Aunque encontraron en el ocio un aliado del consumo, algunos empresarios como Ford y Cowdrick, y también el Comité Hoover, reafirmaron su fe en que el trabajo era, y debía seguir siendo, el centro de la vida. Ford, por ejemplo, elogió la importancia económica del ocio, pero también advirtió que, “desde ya, la reducción de la jornada y la semana laboral [tenía] un costado más humano, aunque probablemente insistir al respecto [trajera] problemas, porque entonces el ocio podría anteponerse al trabajo y no ubicarse después, donde corresponde”.

Cuando pasó lo peor de la crisis económica, se abandonó la carga horaria semanal de 35 horas, y en un plazo de dos años se reestableció la semana laboral promedio de 45 horas en el país. Como ha observado el think tank Autonomy al investigar este devenir, hay otros ejemplos de esquemas implementados en tiempos de crisis para preservar la tasa de empleo y abandonados apenas se reanuda la actividad económica normal. En el Reino Unido, las reducciones del tiempo de trabajo de 1847 se anularon ni bien mejoraron las condiciones, y debieron pasar casi treinta años antes de que, al fin, se aprobara la Ley de las Diez Horas.

La lección fundamental por aprender de la historia es que existen múltiples actores y estrategias que deben movilizarse para lograr el cambio social. No hay una fórmula mágica para poner en marcha una reducción sostenible a largo plazo de las horas de trabajo: la demanda debe provenir de múltiples sectores.

El movimiento Fridays For Future (FFF) ha demostrado como la organización de estudiantes puede llevar un reclamo a ser escuchado alrededor del mundo.
El movimiento Fridays For Future (FFF) ha demostrado como la organización de estudiantes puede llevar un reclamo a ser escuchado alrededor del mundo.

Movimientos sociales: Trabajar menos por el planeta y el futuro

Como se ha explorado a lo largo de estas páginas, la lucha por el tiempo libre es también, y ante todo, una lucha por la justicia ambiental y social. Por lo tanto, resulta vital que los movimientos sociales contemporáneos usufructúen e incorporen las demandas políticas que promulgan las virtudes de reducir el tiempo de trabajo en todos los ámbitos.

Uno de los movimientos sociales contemporáneos que promueve la justicia climática mediante la acción directa es el grupo ecologista Extinction Rebellion (XR). Tras las movilizaciones realizadas en noviembre de 2018, cuando los manifestantes de XR cortaron cinco de los puentes más céntricos del Támesis en su intento de paralizar Londres, el grupo ha utilizado tácticas de desobediencia civil con dos objetivos: clausurar puntos neurálgicos clave, causar tantas obstrucciones como sea posible y, además, obligar a la policía a realizar arrestos masivos.

Aquí no se busca evaluar los méritos ni las desinteligencias de las estrategias usadas por XR en la acción directa, pero pareciera que una de las razones por las cuales perdió el apoyo público es su incapacidad para articular una propuesta constructiva además de manifestarse en contra. Como demuestran los fracasos de Climate Camp y Occupy, no basta con interrumpir el funcionamiento habitual de los acontecimientos. Las demandas políticas deben expresar la lucha de clases, ir más allá de las ideas de injusticia para apelar a las ideas de un futuro mejor, un futuro que plantee activamente una vida cotidiana mejor.

Por lo tanto, la demanda de una semana laboral más corta puede servir de plataforma para aunar la organización colectiva y la huelga. Ya se ha observado esta clase de efecto galvanizador durante el denominado “Viernes Largo”, el 24 de octubre de 1975 en Islandia. Al comienzo del Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer, las islandesas llevaron adelante una acción colectiva y se tomaron el día libre tanto de sus empleos remunerados como no remunerados para demostrarles a los hombres de la isla las inequidades económicas y sociales que enfrentaban en el espacio de trabajo doméstico y público. El 90% de las mujeres islandesas participó en la huelga, y sellevaron a cabo veinte manifestaciones a lo largo y ancho del país. La más grande sucedió en Reikiavik, donde se hicieron presentes 25.000 mujeres, una cifra increíble para un total de 220.000 habitantes.

Las repercusiones políticas fueron tangibles y aún hoy se sienten en el país. Un año después de los eventos, se aprobó en Islandia una ley de igualdad de género, que prohíbe la discriminación por razones de género en los espacios de trabajo y en las escuelas. Además, Vigdis Finnbogadottir, una de las principales organizadoras de la campaña, se convirtió en la primera jefa de Estado elegida democráticamente en la historia.

Hoy, las emergentes manifestaciones contra el cambio climático nos hacen testigos de sucesos similares a los del Viernes Largo. Organizadas bajo el lema “Fridays for Future” o “Viernes por el Futuro” (FFF), este movimiento en auge nos ha mostrado a niños del mundo entero tomar las calles los días viernes para crear conciencia de la crisis climática y la injusticia social, resultado de la inacción política para abordar las causas del colapso climático. La huelga del Viernes Largo y el impulso del movimiento Fridays for Future deberían servir de inspiración. Si se unieran fuerzas con los estudiantes de todo el planeta, la interrupción colectiva de las tareas remuneradas y no remuneradas demostraría su valor instrumental y reivindicaría públicamente la jornada laboral como un espacio de lucha para todas las formas de justicia social.

Un paso hacia el triunfo en la batalla será cambiar el sentimiento cualitativo de lo que constituye una jornada de trabajo. Aunque en el mundo muchas personas dan por sentado que el sábado es un día de descanso, se debe señalar que no siempre fue así, sino que de hecho constituye un logro histórico. Incluso a principios del siglo XX, la fuerza laboral en su mayoría no tenía el fin de semana de dos días que ahora muchos consideramos normal. Pero la normalización se produjo gracias a las luchas que los sindicatos y los movimientos sociales dieron con uñas y dientes, disputas que promulgaron y politizaron el derecho de los trabajadores a tener dos días libres consecutivos por semana.

Reclamar los viernes como día no laborable podría ser para el siglo XXI lo que el fin de semana de dos días fue para los movimientos obreros del siglo XX. No obstante, la lucha del presente debe trascender la planta de producción y atravesar todos los ámbitos sociales, reclamando en el proceso por el trabajo doméstico no remunerado que realizan las mujeres en el hogar y por el planeta donde vivirán los estudiantes de hoy.

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