Casualmente, el 2023 en que se cumple una década desde el día en que Jorge Bergolio se convirtió en Papa Francisco, es también un año electoral en su país. Estas dos aristas, la religión católica y la política argentina, se entremezclan en el nuevo libro del historiador italiano Loris Zanatta, El Papa, el peronismo y la fábrica de pobres, en el que indaga en esta relación histórica y cómo deriva en decadencia económica. Su hipótesis es que la cosmovisión católica ha imbuido a las lógicas socioeconómicas de cierta aversión al progreso individual y a la riqueza, aun por fuera de los sectores practicantes o creyentes, de forma tal que la repetición de ciclos de declive resulta inevitable. En el medio aparece el populismo, concepto que el autor utiliza para describir al Sumo Pontífice. Incluso, describe al 13 de marzo de 2013, el día en que Bergoglio fue elegido Papa, como un día “fatídico”.
“Dediqué muchos estudios al populismo latinoamericano, que es un fenómeno de raigambre religiosa. Y a Bergoglio específicamente no lo tenía muy bien identificado entonces”, cuenta Zanatta. “Me llamaba la atención la elección de un Papa argentino porque en Argentina se impuso un modelo en el que la separación entre política y religión no logró asentarse. La Iglesia argentina terminó siendo, en nombre de su representación de la patria y del pueblo, una especia de tutela sobre la definición de identidad nacional y de cultura popular. La Iglesia siempre mantuvo una extraordinaria influencia, casi una hipóteca, sobre las instituciones políticas y representativas. Por lo tanto, elegir un Papa de una Iglesia con una tradición de ese tipo me parecía inoportuno.”
“En la Argentina se impuso un modelo en el que la separación entre política y religión no logró asentarse”. Loris Zanatta
-¿Bergoglio encarna esa tradición?
-Yo no sabía entonces en qué medida. Hoy puedo decir que está totalmente identificado con esa tradición que identifica lo nacional con lo católico. No entendía por qué se buscó a un Papa en un país que tiene una tradición en la que el catolicismo no puede salir puro, desde un punto de vista espiritual, porque toda su historia está demasiado mezclada con la historia política y con las divisiones, con una política fanática y hasta violenta. Eso es lo fatídico. Yo escribí un libro que se llama La larga agonía de la nación católica, en el que analizo la grave crisis que atravesó la política y la religión argentina en los años 60 y 70 como una especie de guerra de religión, en donde todos los actores se mataban entre ellos invocando el Evangelio y la cruz de Cristo. Montoneros, Fuerzas Armadas, peronistas ortodoxos, todos invocaban al Evangelio, a la nación católica y, en su nombre, querían eliminar a los adversarios.
-¿Cómo definiría al Papa?
-Es el representante típico, paradigmático, prototípico y arquetípico del populista latinoamericano. Al ser un religioso y no un político, es un populista con características peculiares. No uso la palabra “populista” en forma denigratoria, sino desde la idea de que el fundamento de la legitimidad política, que es la soberanía del pueblo, está basada en un pueblo que no es un pueblo constitucional, construido desde un pacto político racional, sino sobre un pueblo entendido como pueblo de Dios, una comunidad de fe. Este pueblo, por lo tanto, se basa en un vínculo natural. Puede ser la etnia, la fe, la clase social. Pero no es un pacto político racional sino un elemento romántico identitario, que en el caso del populismo latinoamericano suele ser la fe católica. Es una forma extraordinariamente peligrosa y autoritaria de transformar a una parte en todo el pueblo.
-¿Eso pasa en Argentina?
-Sí, a través del peronismo, que es el brazo secular de esa tradición nacional católica. Una parte del pueblo, que puede ser o no mayoritaria, encarna ese elemento identitario de la tradición. Este pueblo parcial se transforma en el único pueblo verdadero. Los que no pertenecen a ese pueblo se vuelven extranjeros en su propia patria. Y la política de dialéctica plural, por lo tanto, se transforma en una guerra de religión entre fieles e infieles, entre ortodoxos y heréticos, patria y antipatria, pueblo y anti pueblo. Este es el fundamento cultural de la famosa grieta en Argentina. Bergoglio es así porque su idea mítica del pueblo es esa. Para los regímenes políticos de tipo liberal constitucional, el pueblo son todos los ciudadanos porque forman parte del pacto político representado por la Constitución. Pero en el populismo latinoamericano, existe un pueblo mítico, que finalmente es el pueblo de Dios y que tiene mayor legitimidad. Aunque tenga una fe imperfecta, basada en supersticiones, este pueblo es más puro que los demás porque conserva la simplicidad de la pobreza, una pureza que las otras clases sociales han perdido con la prosperidad. De ahí viene la sacralización de la pobreza.
-En su libro se repite la palabra “pueblo” y usted apunta a que tanto la Iglesia como el peronismo se apropian de esa palabra, ¿es lo mismo hablar de “pueblo” que de “la gente”?
-La palabra “pueblo” es tan linda como peligrosa porque implica un universo ideal potencialmente autoritario. “Pueblo” es la idea de una comunidad que anula a los individuos. La colectividad prima por sobre el individuo, no como en el mundo protestante en el que el individuo tiene su autonomía. La mayoría usa las dos palabras, “pueblo” y “gente”, como una colectividad uniforme, unívoca, que comparte una identidad, cosa que no esté mal.
-¿Entonces?
-Hay que usar la palabra “pueblo” con cuidado porque, si se lo usa como fuente de legitimación de la política, entonces se genera un “pueblo” puro que siempre tendrá como enemigo a una élite corrupta por definición y la política se transforma en una guerra maniquea entre el bien y el mal. En Europa usamos la palabra “pueblo” con sumo cuidado porque quienes se apropiaron de ella fueron los fascismos. Decían que ellos eran el pueblo y los demás, antipueblo, extraños a la identidad de la patria, a los valores de la cultura del pueblo. En ese sentido, el peronismo forma parte de la familia de los fascismos. Es tan obvio, tan evidente para quien conoce los fascismos europeos que llama la atención que no se admita. Eso no significa que el peronismo en 2023 sea fascismo. El fascismo es cosa del pasado. Pero la idea de un pueblo, que por alguna razón, es el único custodio de la identidad colectiva sigue muy presente en la cultura política argentina.
-Usted dice que, al menos parcialmente, pueden encontrarse las raíces de las sucesivas crisis argentinas en la cultura económica de la Iglesia, ¿pero no tiene ésta un menor peso progresivamente? Pienso en leyes que fueron claramente en contra, como el aborto legal, el matrimonio gay y el divorcio vincular. Además del crecimiento de las iglesias pentecostales.
-El tema del declive económico no está solamente vinculado al peso de la Iglesia Católica, sino que es también debido a que el triunfo de la Nación Católica hace que la Iglesia tenga una especie de poder de veto sobre el orden político-social, sobre las políticas económicas, educacionales. Es así por lo menos desde 1943, cuando se termina la Argentina liberal y comienza la Argentina nacional católica, con peronistas y militares de diferentes vertientes. Pero, más relevante aun, la grandísima mayoría de los partidos políticos y los sectores corporativos, empresarios, sindicales, grupos estudiantiles, profesionales, todos buscan una legitimación de tipo religiosa. Todos han intentado demostrar que sus ideas y programas están basados en alguna de las vertientes del catolicismo argentino. Eso limitó enormemente el proceso de separación entre la doctrina religiosa y la doctrina económica. Todos se sentían en deber de complacer a la Iglesia porque era un factor de poder y de legitimación ideológica demasiado importante como para separarse de su doctrina.
-¿Y hoy?
-El panorama ha cambiado profundamente, no solamente en Argentina. Hoy la práctica católica es extraordinariamente minoritaria, el mercado religioso se ha pluralizado y hay competencia con sectas evangélicas o con grupos religiosos de otros tipos. Para no hablar de la secularización, especialmente en los núcleos urbanos.
-¿Esto qué efectos tiene?
-Esto implica que el poder de la Iglesia va disminuyendo en el largo plazo, pero, en cuanto a los comportamientos fácticos en la política concreta, por ahora, mantiene una enorme capacidad de influencia. La gran parte de los actores políticos sigue buscando una forma de legitimación religiosa. El kirchnerismo, por un lado, apoyó el aborto legal, pero, por el otro, nunca dejó de cultivar a los Curas en Opción por los Pobres, que le dan una extraordinaria legitimidad religiosa en los sectores pobres. Los peronistas siguen peleándose entre ellos para ver quién es el que mejor encarna la tradición nacional católica de los orígenes del peronismo. Los sindicatos argentinos son de los pocos en el mundo que siguen reivindicando la doctrina social católica como fundamento de sus idearios social-político.
-Entonces esta lectura trasciende a la política partidaria.
-Todas las fuerzas políticas o sociales invocan al “pueblo”. La Iglesia logró imponer la idea de que “pueblo” significa implícitamente un pueblo impregnado de valores de la moral cristiana, más de tipo social, económico. Persiste la idea de que algunas cosas son malas: el empresario es pecaminoso, quien se enriqueció debe haber robado, el pobre es puro, el rico no ingresará al paraíso. Estos valores tan básicos, que hemos asumido con el tiempo, podría parecer que no tienen ninguna influencia, pero plasman nuestros comportamientos económicos. La Iglesia puede perder poder, pero ese tipo de mentalidad se conserva también entre los no creyentes.
“Los peronistas siguen peleándose entre ellos para ver quién es el que mejor encarna la tradición nacional católica”. Loris Zanatta
-¿Qué pasa con otros partidos? Por ejemplo, Gabriela Michetti, vicepresidenta de Mauricio Macri, era muy cercana a Bergoglio.
-La idea de la nación católica no está identificada con un partido. Eso no estaría mal porque un partido significa reconocer que hay otros con otras ideas sobre la identidad cultural de la nación, que quizás no me gustan pero cuya legitimidad reconozco. En cambio, esta idea de la cultura de la patria y del pueblo que se funda, para ser legítimo, en la tradición católica, es una idea que abarca a todos, que no conoce límites más allá del que señalaba Bergoglio en los 70: de un lado, el pueblo, el campo nacional y popular, que es más que el peronismo; y del otro lado, decía Bergoglio, las clases coloniales, que refiere a extranjeros en su propia tierra, gente que por sus costumbres o creencias, no pertenece a la patria. En el gobierno de Macri había muchos representantes de la Argentina católica, no sólo Michetti, también Vidal, Carolina Stanley, el mismo Macri. Tengo clara la impresión de que la Iglesia Católica, que sale muy frustrada después de haber invertido en la unificación del peronismo en 2019, esta vez está poniendo sus fichas en Rodríguez Larreta. Está apostando a una coalición panperonista, hecha por peronistas y peronistas vergonzosos, que comparten con el peronismo la visión católica de origen nacional.
“El papa, el peronismo y la fábrica de pobres” (fragmento)
Tantos pobres, tantos católicos
América Latina es un continente con muchos católicos y muchos pobres, le gusta decir al papa Francisco. Es un hecho objetivo, aunque los católicos sean cada vez menos y los pobres, siempre demasiados. Bergoglio y la Iglesia han perdido la voz al denunciar el “escándalo de la pobreza”, la vergüenza de los “descartados”, la exclusión dramática de una parte creciente de la sociedad. La fábrica de pobres parece ser la única que produce a pleno rendimiento. ¿Cómo se puede explicar?
En uno u otro momento, han culpado a gobiernos de todo tipo y color, a la “clase dominante”, a la “explotación imperialista”, al individualismo y al egoísmo. A todo y a todos. Desde el púlpito de las fiestas patrias, en los documentos de las asambleas episcopales, en las declaraciones de la Pastoral Social, llueven las denuncias y las acusaciones, las críticas y las condenas. Sin embargo, nadie piensa nunca en dar un pequeño pero lógico paso adelante. Si hay tantos católicos y tantos pobres, ¿habrá alguna relación entre las dos cosas? ¿Existirá un vínculo entre la historia religiosa y la historia social, la fe y la economía, la pobreza y la catolicidad?
Son preguntas retóricas: obviamente, ¡el vínculo existe! ¿Cómo podría no ser así? Nadie debería saberlo mejor que Bergoglio, que siempre invoca la “cultura” del “pueblo” para celebrar sus virtudes. Imbuido de espíritu evangélico, el “pueblo mítico” conserva una moral cristiana “sencilla” y “genuina”. Es solidario, comunitario, altruista. Es un “pueblo puro”.
Sin embargo, la misma “cultura” que en cinco siglos de cristianismo ha sembrado tantos dones no se diría al mismo tiempo responsable de las plagas. La pobreza y la desigualdad, la corrupción y la ilegalidad no son imputables a la herencia histórica cristiana, sino a una “élite corrupta” sometida a “ideologías foráneas”. En fin, las raíces de las virtudes están en el humus católico del pasado hispanoamericano, ¡las de los defectos en el jardín de los vecinos! ¿No será acaso una lectura de conveniencia, maniquea, interesada, ideológica? Si hay tanta pobreza, nos dice, la herencia católica no tiene nada que ver. Por lo tanto, la Iglesia busca culpables en todas partes, chivos expiatorios en cualquier lugar, menos en su casa.
Ni que decir tiene que no se trata de encontrar causas unívocas de problemas complejos, de buscar “culpables” y erigir patíbulos. Pero sí de poner las cosas en su lugar, de buscar las robustas raíces de la pobreza argentina y latinoamericana en su propia historia, no en la de los demás, en su “cultura”, no en otras. Es una cuestión de sentido común, el paso previo para identificar los tabúes culturales y los obstáculos institucionales que hacen que se reproduzca e impiden que se erradique. Mientras las causas se busquen en las conjuras de los “poderosos”, en la injusticia del “sistema”, en la especulación de las “finanzas”, como suele hacer Bergoglio, se seguirá recogiendo el agua con el colador, mirar la paja en el ojo ajeno para no ver la viga en el propio.
No debe haber muchas dudas sobre la relación entre “cultura” y “economía”, sobre la influencia decisiva que las “ideas” tienen en las condiciones económicas. Si un evento trágico destruyera por entero un sistema productivo salvando, al mismo tiempo, a la población que lo ha creado, observó Karl Popper, sus “ideas” y su “cultura” le permitirían reconstruirlo. Pero si sucediera lo contrario, que se salvaran las máquinas y las fábricas pero pereciera la población, aquella que sobreviniera no sabría qué hacer con ambas si no tuviera la “cultura” y las “ideas” para atesorarlas.
Tampoco debe haber dudas acerca de la influencia decisiva de las tradiciones religiosas de las diversas “civilizaciones” en los valores e instituciones económicas. Las diferentes declinaciones de la teoría de la secularización, tan diversas en muchos aspectos, en esto están de acuerdo. Hubo un vínculo entre la ética protestante y el nacimiento del capitalismo, para utilizar la expresión de Max Weber. Hay una relación directa entre la expansión del capitalismo y el “gran enriquecimiento” mundial de los últimos dos siglos: ¡basta con recorrer el mapa de los países que han tenido más éxito en salir de la prisión de la pobreza! ¿Por qué Argentina no siguió los pasos de Canadá o Australia?, nos preguntamos desde tiempos inmemoriales. ¿Cuestión de economía o cuestión de “cultura”?
La religión importa. Afecta la actitud hacia el dinero, el comercio, el crédito, el consumo, el mercado, la desigualdad, los bancos, el Estado, la relación entre el individuo y la comunidad, el ciudadano y las instituciones, la libertad y la obediencia, la creatividad y la obsecuencia. No considerar su influencia a la hora de abordar el problema de la pobreza en América Latina es tener un compás en el ojo, tener un elefante en casa y fingir que no pasa nada. Si la pobreza es tan “estructural”, como solemos escuchar y es tan evidente, si es tan resistente a los esfuerzos por erradicarla que en otros lugares dan resultados, a planes sociales y proyectos educativos, reformas urbanas e incentivos de todo tipo, ¿no habrá también motivos “culturales”?
Quién es Loris Zanatta
♦ Nació en 1962 en Forlí, Italia.
♦ Es Doctor en historia por la Universidad de Génova, catedrático de Historia de América Latina en la Universidad de Bolonia, Italia, y director del Máster en Relaciones Internacionales Europa-América Latina de la misma universidad.
♦ Entre otros, escribió libros como El populismo jesuita, Eva Perón. Una biografía política, Fidel Castro. El último Rey Católico e Historia de América