“Y creo que Herr Clément jugó al ajedrez en Auschwitz por ese motivo, porque, para él, era una forma de reivindicar su humanidad“, dice, en una de todas sus páginas, La partida final. Se trata de una apasionante novela sobre un torneo a vida o muerte entre un prisionero judío-francés y un oficial de las SS. Emil Clément, conocido en Auschwitz como El Relojero, es un prisionero como tantos otros hasta que los nazis descubren que sabe jugar muy bien al ajedrez, mientras que el oficial Paul Meissner busca la forma de organizar un torneo para elevar la moral de los oficiales.
En Auschwitz, 1944, el oficial Paul Meissner ha sido trasladado desde el frente ruso, con una herida en la pierna que lo obliga a utilizar una prótesis y lo limita a realizar tareas administrativas. Su cometido más apremiante es mejorar la moral del campo y para ello tiene la idea de organizar una competencia de ajedrez donde los oficiales hacen apuestas.
Pero un prisionero judío resulta ser imbatible en este juego, lo cual les dificulta las apuestas, puesto que Emil utiliza su conocimiento del ajedrez no para obtener ventajas para sí mismo, sino para salvar las vidas de sus compañeros de barraca.
Años más tarde, en 1962, Emil se ha convertido en un jugador de ajedrez profesional, y participa en Ámsterdam del Torneo Interzonal de la Federación Internacional de Ajedrez. Su adversario en primera ronda resulta ser un ex oficial de las SS, lo cual trae nuevamente al presente todo el horror sucedido veinte años atrás.
Esta primera novela del inglés John Donoghue, nacido en Liverpool, explora la posibilidad de una amistad entre un prisionero judío y un oficial nazi, e indaga sobre los límites del perdón, la culpa y el arrepentimiento. En la novela, el relato ficticio sobre Paul Meissner y Émil Clément habla sobre dos destinos inexorablemente entrelazados.
La novela se divide en un total de treinta y ocho capítulos, la mayoría de ellos titulados con denominaciones de jugadas ajedrecísticas: “El Gambito Letón”, “La defensa holandesa”, “La apertura polaca”, “El cañón de Alekhine”, “El ataque Trompowsky”, “La variante Janowski”, y así. El mismo autor se ha encargado de aclarar que cada movimiento del ajedrez se corresponde con algún aspecto importante del texto desarrollado en ese capítulo.
El argumento de La partida final se articula en dos subtramas. Cada capítulo se desarrolla en un tiempo diferente, saltando hacia adelante desde 1944 en los campos de concentración hasta Ámsterdam en 1962. Va y vuelve de capítulo en capítulo, estableciendo dos enredos dentro de la misma historia, que varía en sentido temporal y espacial. Dentro de cada capítulo, el foco narrativo se alterna entre sus dos personajes principales, Emil Clément y Paul Meissner.
John Donoghue logra crear personajes verosímiles, especialmente los dos protagonistas. Ambos son víctimas de la culpa y el remordimiento. El francés, por haber sobrevivido a toda su familia, y el alemán, por haber formado parte de una maquinaria de guerra que cometió el genocidio más atroz de la historia, en el que millones de personas inocentes fueron asesinadas en cámaras de gas y cremadas en hornos durante los seis años que duró la Segunda Guerra Mundial.
Emil Clément era culpable, ante los ojos del Tercer Reich, de un crimen para el que no existía perdón: ser judío. A través de este relojero apasionado por el ajedrez, el autor nos sumerge en el infierno del cautiverio, en el que las humillaciones, el sufrimiento, las privaciones, el agotamiento y el hambre eran los enemigos por vencer, día tras día.
De esa guerra contra el hambre y las enfermedades (el tifus, especialmente) algunos lograron sobrevivir, pero la mayoría falleció, por causa de la enfermedad misma o porque los jerarcas de los campos de trabajo decidían enviar a los reclusos a los campos de exterminio para evitar el contagio masivo.
Auschwitz se transformó en un mundo paralelo donde se les quitaba la libertad y las mínimas condiciones de dignidad a judíos de diversas nacionalidades, presos políticos, Testigos de Jehová y homosexuales. Allí los valores éticos y morales se habían extinguido. “Conforme a las normas absurdas de Auschwitz, la práctica del hurto es alentada, pero severamente castigada si descubren al ladrón”, dice La partida final, y también: “Cada día, cuando se da por concluido el recuento, cientos de presos acuden a toda prisa a ese punto, algunos para vender, otros para comprar. Es un mercado de compradores, porque todos los estómagos están vacíos y la moneda del campo es el pan”.
Wilhelm Schweninger, un ex oficial de las SS que había trabajado en el Ministerio de Propaganda nazi durante la guerra dice veinte años después de finalizada la contienda: “Ahora siento vergüenza por mí mismo, vergüenza por mi país. Durante el resto de mis días tendré que vivir sabiendo que somos un país de asesinos”.
La paradoja es que Émil es relojero en un mundo donde el tiempo perdió su sentido. Hay en la novela una serie de imágenes retóricas que marcan el ritmo del relato. Largas descripciones, personificaciones, metáforas y sinestesias que, muchas veces, anuncian un mal augurio o la dificultad de salir de una situación compleja. También hay conceptos antitéticos y metáforas cuya intención es la de manifestar un mal augurio.
“Cae la tarde y reina el silencio en el campo. El crudo viento de febrero sopla del este y se cuela por los caminos entre los barracones de madera, aguardando el regreso de los presos, uno más que añadir a la larga lista de enemigos que los acechan”, se lee en La partida final como un ejemplo de ese clima creado en la novela.
A lo largo de la novela, hay varias referencias al hebreo y a la Cábala, especialmente en los capítulos que transcurren en Ámsterdam durante los años ‘60. En el capítulo 7 (número sagrado para la Cábala), titulado “Elohim y la fuerza del juicio”, la mención a la Cábala se vuelve explícita, ya que Emil creía profundamente en la naturaleza divina del ajedrez.
“La noche anterior al torneo, Emil Clément había sacado un saquito de terciopelo de su maleta. Contenía diez teselas de marfil en las que se habían grabado las primeras letras del alfabeto hebreo. Volcó las fichas sobre una mesa, las puso boca abajo y las dispuso formando el Sefirot, que reproduce la estructura de los diez atributos a través de los cuales se manifiesta la esencia divina del infinito. Descubrió la séptima ficha, Netsaj”, cuenta La partida final.
Las fichas de marfil daban a Emil la pauta de qué movimientos utilizar en contra de su siguiente adversario. “Netsaj” significa victoria o eternidad del poder divino. Esta vez Emil obtuvo la victoria en el torneo de ajedrez que se llevaba a cabo en Ámsterdam justamente contra Schweniger, ex oficial de las SS.
Emil se ha transformado en un campeón de ajedrez y cuando se reencuentra con Paul Meissner, en Ámsterdam, el ex SS se ha convertido en un creyente sacerdote católico y está de regreso de una colonia de leprosos en África a la vez que atraviesa la etapa terminal de una leucemia. La relación entre los dos cambia lentamente de la amargura a la amistad.
Sólo los designios de Dios podrán determinar si alguno de estos hombres logrará alcanzar la paz interior a través del conocimiento de sí mismo. “(Paul Meissner) me ayudó a encontrar algo muy valioso que creía haber perdido para siempre (…) a mí mismo”, reflexiona Emil hacia el final de la novela.
Quién es John Donoghue
♦ Nació en Essex, Inglaterra, y vive en Liverpool. En los ‘70 y ‘80 tocó la guitarra y cantó en varias bandas pop antes de formarse como farmacéutico.
♦ Se especializó en Psiquiatría. Ha trabajado en el área de salud mental durante más de veinte años.
♦ La versión en inglés de La partida final, que es su primera novela, ganó el Waverton Good Read Award, premio literario votado por el público. Fue traducida a seis idiomas.
♦ Actualmente John Donoghue está a punto de terminar su próxima novela, ambientada en el búnker de Hitler en los últimos días de la guerra, donde los eventos se ven a través de los ojos de las mujeres que habían seguido a su Führer a su ciudadela subterránea.
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