“Pequeño tratado sobre la amistad”: una oda al amor por fuera de la pareja

¿Qué distingue a los y las amigas de los otros vínculos? En su nuevo libro, Joana D’Alessio pone en el centro a las relaciones no románticas y su búsqueda compartida de la belleza.

La escritora, cineasta y editora brasileña (radicada en Argentina) Joana D'Alessio acaba de publicar su nuevo libro, "Pequeño tratado sobre la amistad".

A medida que uno crece y entra en el atareado mundo adulto, la amistad, que prolifera con abundancia en los años de la infancia, empieza a ceder terreno ante la preponderancia del amor romántico. Amigos y amigas pasan a un segundo plano mientras que la pareja se instala como centro alrededor del cual gravitan el resto de las relaciones. Pero esta dinámica, a pesar de ser muchas veces la norma, no es universal.

En su nuevo libro, Pequeño tratado sobre la amistad, la escritora, cineasta y editora Joana D’Alessio construye una oda al amor indispensable entre amigas y a todas las relaciones que exceden a la pareja con una pregunta central: ¿Qué distingue a la amistad de los otros vínculos?

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“La caminata de a dos como breve escape del encierro se constituye en un fenómeno estético y terapéutico, que le permite a Joana D´Alessio pensarse y desplegarse en destellos poéticos sin alejarse demasiado del registro diarístico. Este libro es una reflexión en movimiento sobre decir, escuchar y ser escuchada”, escribe en la contratapa la poeta y traductora argentina Laura Wittner.

En Pequeño tratado sobre la amistad, editado por Vinilo, D’Alessio hace un recuento de sus caminatas con amigas durante la cuarentena, momento en el que esa cercanía tan necesaria que uno suele dar por sentada se vio revalorizada ante el peligro de su suspensión indefinida. Entre conversaciones sobre relaciones amorosas, el paso del tiempo, los hijos o el deterioro de los padres, y con una Buenos Aires de fondo que se construye como una amiga más, este pequeño ensayo pone en el centro a la amistad y su búsqueda compartida de la belleza.

“Pequeño tratado sobre la amistad” (fragmento)

Portada de "Pequeño tratado sobre la amistad", de Joanna D'Alessio, editado por Vinilo y con ilustraciones de Clau Degliuomini.

Julieta. Ojos negros.

Soy lenta para salir de mi casa, como si cruzar el umbral supusiera cada vez dejar algo atrás, una pérdida minúscula. Doy vueltas, me pongo mis joggings rojos, buen abrigo, zapatillas cómodas y una riñonera poco elegante donde llevo auriculares, el teléfono y dinero. Nunca compro nada pero me siento desnuda en la calle sin plata. Tengo una cita para caminar con Juli a las tres de la tarde.

Finalmente salgo y no tengo un recorrido planeado así que decido que voy a bajar por Iberá hacia el lado de River. El paso nivel de Iberá es uno de los más lindos de la zona, tiene unos murales con escalas cromáticas en las paredes y por alguna razón los autos no van tan rápido como en el de Manuela Pedraza, la sensación en el cuerpo de bajar y subir siempre me renueva algo. Suena mi teléfono, es Juli. Ella está caminando en Miami y yo en Buenos Aires, nos sincronizamos para salir al mismo tiempo y hablar por teléfono durante nuestros paseos.

Juli es mi mejor amiga, hablamos todo el día y de forma continuada, desde la mañana hasta la noche, como supongo que hablan los novios, no sé, eso ya lo olvidé. Nuestra conversación lleva veintiséis años. Mi primer recuerdo de ella es en la puerta del colegio, íbamos a distintas divisiones y yo siempre la veía de lejos, pero ese día la escuché hablar: tenía una chomba azul, caminábamos por la calle Bolívar y ella conversaba con alguien sin parar. A mí me llamó la atención su desparpajo. Nunca había conocido una persona así, Julieta era alguien que decía lo que pensaba de las cosas cuando decir lo que uno piensa no estaba de moda como ahora. Y era una mujer joven que iba siempre detrás de su deseo, sin importarle mucho lo que pensaran los demás ni los usos sociales o las etiquetas. Escorpiana, aguda y con una carcajada descomunal.

Somos muy buenas diciendo esto: te entiendo nena, es un bajón. Somos distintas pero entender el mundo y los vínculos juntas, de a dos, nos resulta fascinante. A ella le da pereza el despliegue, es más concreta y entiende todo de una vez, ve el plano general con rayos X. En cambio yo voy a los detalles, avanzo, retrocedo, dudo. Tengo pensamientos obsesivos sobre los que regreso de forma permanente. A veces creo que la irrito, pero jamás me lo hace saber, en general puede escuchar mi mismo tema día tras día tras día. Igual se da cuenta y me da su diagnóstico, dice: estás con el taca taca. También tiene otra forma de enunciarlo: querida, estás loopeada.

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Hablamos mucho de libros, compartimos el interés por la no ficción. Nos mandamos fotos de fragmentos que leemos y yo le envío libros que creo que le pueden gustar cuando su mamá viaja a verla. Hace poco comentamos Despojos, Sobre el matrimonio y la separación, de Rachel Cusk. Las dos lo leímos dos veces, ella porque hizo un taller y lo releyó para verlo con sus alumnas, yo porque lo había leído en kindle y lo que me pasa es que si no lo leo en papel el libro no se queda conmigo. Hacia el final Cusk narra una escena en una floristería y dice algo que muchas veces intenté parafrasear y no pude: “No hay presencia cromosómica de lo masculino: este ambiente fresco y perfumado es una arboleda de feminidad, de fecundidad pura en cierto modo, como si no hubiera necesidad de ningún conflicto, de ninguna lucha de contrarios, para que estas formas y olores se vuelvan completos”.

Supongo que no es casual que cuando me separé y me mudé a esta casa, hace dos años, empezó mi romance con las plantas; antes les prestaba menos atención. Fui aprendiendo a cuidarlas y de a poco fui sumando especies, como una colección. Encontré placer en el acontecimiento diario de regar, de quitarle a un malvón las hojitas secas, de trasplantar a una maceta más grande una Monstera deliciosa que parece pedir espacio. Aprendí que existen las especies nativas, que son las autóctonas, las propias del lugar, que benefician al medio ambiente y siempre convocan mariposas y picaflores, es muy usual que vengan a visitarme. Leí en un libro sobre plantas nativas algo hermoso, decía: Es importante conocerlas porque no podemos cuidar lo que ignoramos; pensé que se podría aplicar a todo. El conocimiento y el cuidado como actividades correspondientes.

En 2021, D'Alessio (derecha) fundó la editorial Vinilo, que cuenta con el trabajo de edición del escritor Mauro Libertella. (Pablo Añeli)

En casa tengo varias nativas: la dama de noche que se llama así porque cuando oscurece se abre y lanza su perfume encantador, los malvaviscos que dan flores rojas y rosas de la misma planta, y mi preferida: la pasionaria. También se la llama flor de la pasión o Passiflora y es una especie enredadera que planté en un cantero cuando llegué acá. En poco tiempo creció aferrándose a todo, lanzando sus tallos enroscados, que se parecen a los cables de los teléfonos antiguos. Trepó tres metros y después se enroscó a las rejas del balcón, avanzó rauda, tapizando todo lo que encontraba a su paso y un buen día llegó hasta arriba, a la segunda planta de la casa, donde está mi cuarto. La pasionaria llegó hasta donde puedo verla al despertar. Florece en primavera y da una flor inverosímil, roja y violeta, más que una flor parece una extraterrestre, es enorme y carnosa, tiene la forma de una mano abierta, o de un radar, sus estambres son como antenas; su morfología es tan pregnante que a veces creo que intenta comunicarse con alguien. Sé que posee propiedades ansiolíticas, algún día, dentro de no tanto, debería probarlas.

Cuando empezó la cuarentena di un paso más: empecé a llenar la casa de plantas de interior. (En realidad plantas de interior es una contradicción, ninguna planta es de interior). Fui poniéndolas en todos los ambientes de la casa: puse fitonias verdes y rosas, filodendros, una diefembaquia, un palo de agua y varios potus. Los potus son muy amigables y fáciles de cuidar. Hice un calendario ilustrado de riego con ayuda de mis hijas, que pinchamos al corcho del escritorio. Al final no lo usé, desistí y empecé a regar de forma adivinatoria, tocando la tierra o intentando recordar cuándo había regado por última vez. Aprendí que mucha agua es peor que poca agua, para mi sorpresa. También me compré un pulverizador. A mis hijas les gusta pulverizar las plantas a la noche, creo que les gusta hacer algo con tal de no irse a dormir.

Incursioné en lo que yo llamo hidroponía de hogar, que quizás sea la práctica más sencilla de la jardinería amateur: poner un gajo en un frasco con agua. Solo hay que cambiarla cada tanto, una vez por semana está bien. Es una forma sencilla de multiplicar plantas: cortar un esqueje, colocarlo en un recipiente con agua, esperar que crezcan las raíces, plantarlo. Planta multiplicada. (Hay muchas recomendaciones de cómo y con qué tipo de especies funciona esta técnica; yo lo hago de forma aleatoria y caprichosa, porque si tengo que ponerle esfuerzo, como a casi todo, pierde su gracia. Me muevo como si supiera, sin saber, hago una coreografía. Además, en el caso de los gajos, no los paso a tierra, los dejo para siempre en el frasco, me encanta ver las raíces aumentadas por el efecto de la refracción del agua, parece magia).

Pero mi mejor adquisición de esta etapa fueron unos helechos atípicos, los tenía mi papá y yo no los conseguía. No sé cómo hizo pero en plena cuarentena dura, una tarde un señor me tocó la puerta y me dejó dos bolsitas con las plantas. El señor me dijo: si vas a criar helechos, tenés que saber que necesitan espacio para sus raíces y bastante agua. Compré unas macetas enormes y los puse en la biblioteca del living. Son helechos que tienen hojas grandes y dentadas, que caen hacia abajo como una lluvia. Se llaman helechos despeinados o helechos azules. En Brasil a los helechos les dicen sambambaia, eso me lo contó mi papá, porque nosotros vivimos varios años allá y a mi papá siempre le gustaron las palabras. A mí también me da gusto cómo suena esa palabra: sambambaia, y tenerlos acá me hace sentir algo tropical, salvaje. Además supe, luego de haberlos adoptado y gracias al libro de Rachel Cusk, que son muy antiguos: “Los helechos son primitivos, más antiguos que la civilización, más antiguos que el hombre y la mujer, más antiguos que el bien y el mal”. Saber eso me hizo investirlos de un aura singular.

Juli a veces me manda fotos de sus plantas y me pregunta qué hacer; a ella le gustan las aromáticas y también tiene en su jardín árboles de papayas. Yo en general no sé qué decirle, creo que les tomé el tiempo a mis plantas, y sobre las de los demás no puedo opinar mucho.

Hoy la charla con Juli empieza mal porque le cuento algo y me dice: te vas enojar si te digo lo que pienso. Le respondo: ya van varias veces que me decís eso y lo que creo en este punto es que querés pelear conmigo, ¿para qué me decís algo que sabés que me va a hacer enojar?

Lo que sucedió es que intercambié unos mensajes con el hombre, el resultado fue frustrante y ahora solo espero que Juli avale mi teoría: que él me está intentando manipular. Pero ella no tiene ganas de darme la razón, tiene otras ideas sobre cómo son las cosas, y yo no tengo ganas de escuchar sus otras ideas. Camino como una desquiciada por River con los auriculares puestos y gritándole al viento: ¿por qué no podés entender que estoy angustiada y que necesito que me digas que el chabón es un pelotudo? Él solo quiere que le dore la píldora y cuando hago algo que no le gusta me castiga.

La discusión escala, nos gritamos y nos reprochamos cosas, pero seguimos firmes hablando y diciendo lo que pensamos hasta que en algún momento logramos entendernos y volver a la senda de la buena conversación. Como cuando un nudo se desata mágicamente.

Quién es Joana D’Alessio

♦ Nació en San Pablo, Brasil, en 1977.

♦ Es Realizadora Cinematográfica egresada de la E.N.E.R.C. Trabajó en publicidad, cine y televisión, produjo largometrajes y documentales.

♦ En 2018 fundó el sello de literatura infantil y juvenil Ralenti Libros y en 2021 lanzó Vinilo Editora.

♦ Escribió los libros Alguien a quien contarle todo y Pequeño tratado sobre la amistad.

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