Era mediados de 1984, en el colegio Carlos Pellegrini. Después del retorno de la democracia, se creó el Ciclo Básico Común y nuestra camada estaba por terminar el sexto año, cumpliendo con aquel período extra que aseguraba eludir el durísimo examen de ingreso a la universidad pública. Ahora que el ingreso se volvía irrestricto, se discutía con ardor si debíamos cursar el CBC como todos los demás, o saltearlo y cursar en la facultad con el viejo sistema.
Como consecuencia, en el colegio los reclamos se sucedían y las asambleas eran permanentes. Entre los oradores sobresalía un muchacho alto, sorprendentemente maduro para su edad, que lideraba las protestas y las propuestas demostrando un criterio mucho más centrado que el de sus compañeros. Fue allí que noté la singularidad de Javier Finkman, desde mis meros 18 años.
Pocos años después Javier se convertía en economista y yo lo leía regularmente en atrayentes notas en diferentes medios. Varias de estas publicaciones eran reseñas de libros de economía, que se fueron acumulando hasta sumar, según su autor, un cuarto de millar. Lo volví a cruzar como docente en un posgrado (yo como alumno), dictando clases sobre Economía de la Energía.
Como si esto fuera poco, Javier era especialista en finanzas, reflejado en su rol como profesor de Mercado de Capitales en la Universidad de Buenos Aires, y como economista jefe del HSBC. Pero como dijimos, Finkman tenía intereses que excedían por mucho el seguimiento de lo que ocurría en “la city”, y se dio lo que a todas luces era un gusto personal: enseñar Epistemología de la Economía (también en la UBA), una materia donde se podían discutir los propios basamentos de la teoría económica. Diversidades del conocimiento que sólo un talento como él era capaz de abarcar.
Pero Javier estaba enfermo, y su padecimiento le llevó la vida apenas a los 54 años. Inmediatamente, sus amigos economistas más cercanos decidieron hacerle un homenaje publicando, primero en formato electrónico y ahora en papel, una antología de sus textos más lúcidos. El título elegido para la obra fue Exabruptos, el nombre de su blog, cuyo contenido aún se puede disfrutar en línea.
Los aportes de Javier no se condujeron por la vía tradicional de la academia. Él era, ante todo, un lector empedernido y un evaluador reflexivo, no tenía tiempo ni necesidad de transitar por la fina red que trazan los Journals prestigiosos y sus referís para seleccionar artículos, muchas veces más interesados en la modelización formal que en las ideas propiamente dichas. El tiempo demostró que su estilo de deliberación directa fue mucho más fructífero que una potencial participación en los ámbitos escolásticos. Aún así, todas sus notas transpiran un conocimiento teórico profundo, demostrando que entendía el lenguaje académico con precisión quirúrgica.
Exabruptos, desde luego, no contiene ningún exabrupto. Más bien todo lo contrario. La estrategia de falsa modestia borgeana funciona en este caso a la perfección, y Finkman nos regala relatos y reflexiones eruditas y a la vez comprensibles, incisivas y a la vez ubicuas. No le tuvo miedo a la incorrección política ni se subió al cómodo tren de la crítica popular a policy makers fallidos, el deporte preferido de quienes creen que los economistas estamos obligados a tener todas las respuestas. Tampoco se casó con una escuela económica particular; su abanico ideológico intentó reflejar siempre la deriva natural de su razonamiento.
El libro consta de 300 páginas e incluye una cantidad importante de los textos de Finkman por un lado, y nueve ensayos en su memoria por el otro. Las columnas que Javier publicó en los medios fueron cuidadosamente seleccionadas por Eduardo Levy Yeyati, editor de la obra, amigo y compañero en el programa de radio de culto “Tasas Chinas”.
Entre las notas de opinión aparecen varias de sus míticas reseñas de libros, que manejaba como si de un profesional en la materia se tratara. Diseccionaba los libros y los papers de Economía, aún los más complejos, con la misma eficacia literaria y narrativa de los críticos de cine. Finkman navegaba por los distintos tópicos de la economía con una naturalidad y una profundidad únicas.
Vayan sumando: política industrial y apertura comercial, metodología de las cuentas nacionales, crecimiento y desarrollo, macroeconomía local e internacional, mercado de trabajo y políticas sociales y finanzas. Nada le era ajeno, y de todo lo que se escribía tenía algo que resaltar y criticar. Finkman era, en este sentido, un economista en el más amplio y puro sentido del término.
Otros apecto que sorprendía de su lucidez intelectual era su capacidad de actualización. Sus notas reflejan casi en tiempo real la evolución de la disciplina misma, que pasó en las últimas décadas a nutrirse de nuevas perspectivas, y también se animó a desplegar su arsenal cuantitativo y cualitativo para investigar temáticas en otros campos. El ejemplo quizás más palmario es su temprano reconocimiento de la aparición de la Economía de la Conducta (Behavioral Economics), esa cruza natural entre economía y psicología, que hacía su aparición trayendo novedades punzantes respecto de las implicancias de las modelizaciones tradicionales.
En las páginas de Exabruptos también se encontrará un sentido homenaje del homenajeado a su economista (argentino) preferido. Julio Olivera, profesor de profesores como él lo define, es un verdadero prócer de la teoría económica local, a quien se debe nada menos que la formulación de una corriente económica específica destinada a entender y atacar los problemas “del sur”, la Escuela Estructuralista.
Los ensayos in memoriam incluyen textos de nueve economistas prominentes -todos notables- entre quienes se cuentan Sebastián Campanario, Mariana Chudnovsky, Sebastián Katz, Andrés López y José Fanelli. Si bien hay un espacio ineludible para la redacción personal y sentida, algunos de estos autores produjeron además artículos con contenido propio e ideas concretas conectadas a las contribuciones de Javier. La sensación al leerlos es que Finkman y su trabajo han estimulado a los economistas más importantes del país.
Me permito una última nota personal. Debo reconocer que cada vez que escribo una reseña, me viene a la mente el nombre de Javier Finkman. Estas líneas constituyen, pues, la meta-reseña del mejor reseñador argentino de economía que yo haya conocido. Sin pretender estar a su altura, siempre me ha gustado pensarme algún día como su sucesor, al menos en esta faceta que pocos han decidido practicar de manera regular. Vaya entonces mi efímero pero permanente homenaje a Javier en estas líneas, en las anteriores, y en las venideras.
“Exabruptos” (fragmentos)
Una de las polémicas de moda entre los economistas, cuando de discutir la estabilización se trata, es shock versus gradualismo. Claro que esta dicotomía no se limita a la política antiinflacionaria sino que la opción se presenta, también, para el amplio espectro de políticas que se agrupan bajo el nombre de liberalización. José Fanelli y Roberto Frenkel, en un trabajo reciente, echan una mirada crítica a la sabiduría convencional sobre la problemática del ajuste económico.
El tiempo del fin de la Historia, el paradigma de la liberalización es el que cuenta con mayores adeptos. La sabiduría convencional dice que una economía liberalizada y con orientación exportadora tiene una mejor performance –en términos de crecimiento y distribución del ingreso– que una economía cerrada y reprimida. El mercado –sin restricciones– no tiene rivales en cuanto a la eficiencia en la asignación de los recursos y la especialización de acuerdo con la ventaja comparativa. Además, mercados libres eliminan la posibilidad de sectores o clases “buscadores de rentas”. O, por lo menos, eso indica la teoría.
El debate se define, en lo que a ajuste económico se refiere, rápidamente a favor del gradualismo. La “ducha fría” de la liberalización simultánea de todos los mercados tiene costos políticos y económicos inaceptables. Al menos así lo cree la mayor parte de los economistas. Aceptado esto, la pregunta que sigue es ¿cuál es la secuencia óptima para pasar de una economía con restricciones a una donde el mercado transmita las señales más importantes?
(…)
No sólo en lo que hace a la reforma comercial, el paradigma neoclásico da lugar a dudas. En nombre de la desregularización financiera se han cometido pecados capitales. Aún los adeptos de la liberalización de los mercados financieros piden, al menos, la prudencia del gradualismo. Se sabe, además, que la reforma no puede implementarse en un contexto de inestabilidad macroeconómica. La experiencia de Japón muestra, incluso, que la desregulación financiera no es una causa sino una consecuencia del desarrollo económico.
(…)
Claro que una visión convencional de la liberalización de los mercados de bienes y trabajo tampoco está libre de problemas. Un ejemplo, para privatizar los activos públicos, el Gobierno eleva las tarifas en términos reales con el fin de ganar rentabilidad y maximizar los ingresos fiscales al momento de privatizar. Sin embargo, como muestra la experiencia local, el costo de algunos servicios queda bien por arriba de los precios internacionales. El resultado es la pérdida de competitividad de nuestra economía. En nombre de la liberalización ¿no estaremos fomentando a los “buscadores de rentas” que tanto queríamos evitar? Después de todo, las privatizaciones en nuestro país terminaron siendo monopolios desregulados con protección natural.
“Exabruptos” se presentará este miércoles a las 18.30 en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA (Av. Córdoba 2122, Buenos Aires). Participarán Eduardo Levy Yetati, Sebastián Katz, Roberto Frenkel, Sebastián Campanario, Ana Claudia Alfieri y Mariana Chudnovksy, entre otros.
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