La muerte es miserable, miserable, / la muerte es miserable.
Lo digo de nuevo.
La muerte es miserable, miserable, /la muerte es miserable.
Estas palabras, este enojo, este dolor, esta evidencia, no son míos sino de Luis García Montero, que es poeta, que es el director del Instituto Cervantes, que fue el marido y el gran amor de Almudena Grandes, que es su viudo. Lo dice en Un año y tres meses, el libro de poemas que escribió durante la enfermedad de su mujer y después de su muerte. Este lunes el libro se presenta en Buenos Aires. Va a leer. Los versos más tristes.
No hay consuelo para esa muerte, no hay sentido. Y aunque la vida sigue, la vida sigue con la muerte a cuestas: “Uno de lo dos muertos debe seguir de pie”, escribe García Montero. Le tocó a él.
Se conocieron en un encuentro de escritores y hubo un amor intenso. Dice García Montero:
y te veo llegar, aparecer/ en medio de un congreso de escritores/ hermosamente libre, vestida de tí misma/morena en el hablar y en el mirarme”
Almudena Grandes es la novelista española que trabajó con pasión y con rigor sobre la historia de España en el siglo XX. Su grieta profunda como un abismo: la Guerra Civil, el franquismo. ¿Se acuerdan de eso que cantaba Serrat -basado en un poema de Antonio Machado- y que decía “Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”? Almudena escribió El corazón helado, una novela que echa una mirada sobre ese “otro lado” y cómo unos y otros están inevitablemente entrelazados. También escribió la saga Episodios de una guerra interminable, donde es fundamental la resistencia contra el franquismo.
Entonces Luis -que había hecho con ella una vida de desayunos y paseos y charlas y llamados desde los muchos viajes para decirle que extrañaba la casa- escribe. Escribe la rabia de ese amor que tampoco pudo contra la muerte. Escribe la perplejidad de haberse quedado para seguir viviendo. Lo incomprensible que se puede tornar el mundo.
“Nunca había previsto que me tocase a mí/ cerrar la puerta, apagar la luz/ cuando el reloj se agote”, dice García Montero.
O pasa revista por los cambios de la vida que produjo la enfermedad, los golpes del tratamiento, las pelucas que siguen a la quimio:
“tristezas rubias, pelirrojas, negras, / ordenadas por la quimioterapia”.
En estos versos, Luis García Montero deja entrar la silla de ruedas, la caída del cabello y hasta aquella travesura en el hospital
“La pandemia prohibía las visitas./ Disfrazado de médico sin bata, /subí para esconderme hasta la habitación/ 5427″.
La muerte, claro, está en el centro del libro, como de tantos libros. ¿Cómo no hablar de la muerte si somos, los humanos, los únicos en el universo conocido para los que la muerte es parte de la vida, los únicos que cargamos con la certeza del final?
Habla de la muerte, entonces, pero también, y mucho, la vida después. ¿Cómo se vive sin ese otro que atiende el teléfono, que ocupa la mitad del sillón, que llena de olorcito a comida y a perfume -en la enfermedad, a cosas feas- la casa?
Dice García Montero:
“que todo esté en su sitio / es el mayor desorden que pueda imaginarse”
¿Se arregla esta extrañeza saliendo? Y no:
“porque Madrid no está cuando piso la calle/ y escucho en un murmullo, por detrás de los coches, /estas conversaciones con la ausencia/ que quería dejar encerradas en casa”.
Es bello y es triste el libro de García Montero, es audaz y es inteligente. A los enamorados nos deja temblando. ¿Y si nos toca ese pozo de petróleo que es la muerte del otro?
Les dejo un poema:
Un año y tres meses
COMO las narraciones de la lluvia
o los cuadernos de bitácora,
tuvo la enfermedad sus argumentos.
No me quejo de nada. Hoy sostengo
el optimismo amargo con el que respondimos,
septiembre, 2020,
cuando las citas médicas y el mar de los análisis
se mezclaron de un día para otro
con las arenas de la vida.
Nunca me quejaré de la disciplinada
manera que tuviste de contar nuestros pasos
para ver la ciudad con otros ojos,
la resistencia física y mental
que exigía la quimio.
No me quejo de las debilidades
o de la Navidad sin cabellera
o de la extraña forma de despedir el año
cuando el amor pasó por el quirófano.
La pandemia prohibía las visitas.
Disfrazado de médico sin bata,
subí para esconderme hasta la habitación
5427.
Dividimos por dos las uvas de tu postre,
oyendo de la mano aquellas campanadas
de la televisión
que no sonaban todavía a muerto.
No me quejo de todo lo que hicimos después,
del cuerpo poco a poco tan vencido,
de las ventanas de los hospitales,
de la silla de ruedas en 2021,
penumbras fatigadas de noviembre,
ocho de la mañana en el rumor del Clínico
con resultados últimos en la sala de espera.
No me quejo del miedo a la caída,
de la ducha difícil,
de los duros transbordos para llegar al baño.
No me quejo tampoco
de los cuidados paliativos,
la memoria con gasas
y la conversación inevitable.
No me quejo de verte morir entre mis brazos.
Comprendí que los viajes y los libros
con sus dedicatorias
siempre han sido maneras de cuidarnos.
Comprendí las raíces de nuestra militancia,
comprendí la factura de querer
de un modo tan completamente viernes.
Comprendí el argumento de esta historia
en la noche estrellada,
una historia de amor,
este año y tres meses,
estos días finales que ya son,
ahora, recordados,
los más felices de mi vida.
* “Un año y tres meses” se presenta este lunes a las 19 en el Centro Cultural de España en Buenos Aires, Paraná 1159, CABA, y lo acompaña esta cronista.
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