“Lo único que tenemos por certero es que al final del camino está la muerte”, parece ser la premisa de esta novela de Mariana Travacio en la que la autora narra la historia de Manoel y el Tilo, los hermanos Loprete y toda una prole de personajes que viven sus días a merced del albur.
“Como si existiese el perdón” es la primera novela publicada de la escritora argentina. Vio la luz originalmente en 2016, cuando la publicó una editorial bonaerense; posteriormente se publicó también en España y fue reeditada en Argentina, una vez más, por el sello Tusquets, en 2021; para el cierre de 2022, el sello colombiano Rey Naranjo Editores la reeditó, a propósito de la presencia de la autora en la edición 2023 del Hay Festival, en Cartagena de Indias.
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En una Argentina rural, un malentendido y un asesinato violento detonan un relato lleno de rencores y venganzas, reza la contraportada. Con una voz medida en palabras, Mariana Travacio conduce a los lectores por un mundo masculino y desolado donde la tierra clama por lluvia y los hombres luchan por defender su vida y el nombre de sus seres queridos. Este es un libro sobre la condición humana, donde lo único cierto es la muerte. Un libro cargado de simbolismos, con una historia que atrapa e impacta por su crudeza.
Sobre el trabajo de Travacio en esta novela, la también escritora Dolores Reyes, autora de títulos como “Cometierra” o “Miseria”, ha dicho que la autora rosarina “dibuja con maestría un universo desolador”. Al respecto, Travacio conversó con Leamos, en Colombia, durante la que fue su primera visita a Bogotá.
— Sus novelas parecen surgir todas del mismo eco.
— Sí, están entrelazadas. La última, por ejemplo, “Quebrada” puede ser leída como una precuela de “Como si existiese el perdón”, pues las acciones ocurren diez años antes que las peripecias que aquí se narran. No es una precuela en el sentido estricto porque no es algo que nos amplíe la historia y tampoco le exige al lector haber pasado por la una antes de leer la otra. Se pueden leer en cualquier orden. Son independientes la una de la otra, pero sí es cierto que están en territorios aledaños y tanto en “Como si existiese el perdón” como en “Quebrada”, hay espacios que se revisitan.
— En ambas es muy importante el manejo del lenguaje, pero hablando específicamente de “Como si existiese el perdón”, se puede notar que es imperativo para usted lograr una voz muy precisa de los personajes. Da la impresión de que, más allá de la historia que se cuenta, lo que es relevante es el tono
— Es justo así. Los primeros párrafos de la novela obedecen a esa voz tan particular de Manoel, su tono, su ritmo, la cadencia con la que se expresa. Nunca pude tocar esos párrafos, así salieron. Cuando empecé a escribir, creí que era un cuento. A la mañana siguiente, abro el archivo para continuar y percibí eso, una extrañeza en la sintaxis, una lejanía que para mí era imposible de seguir. Lo dejé ahí un tiempo y quise retomarlo varias veces. Era algo que me llamaba. Sabía que tenía que hacer algo. Fueron cerca de dos años los que pasaron. Abría y cerraba el archivo. No podía seguirle la cadencia a esa voz. No entendía el universo que me estaba pintando.
Muchas veces Borges dijo que cuando se tiene la voz de un personaje, se tiene también la sintaxis del texto y eso tiene un destino. En este caso, ese destino yo no lo podía ver. Un día, de repente, entendí que no había que continuar nada, sino añadir otro fragmento de similar extensión, y luego otro, y otro. El ritmo propuesto por ese primer fragmento lleva el ritmo de los otros.
Yo jamás escribo teniendo claro para dónde voy, es como que tiro de un hilo y el mundo se va construyendo. Hay algo en Manoel, en su voz, que me llevaba a pensar en ojos que ven por primera vez el mundo, como casi un niño.
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— Hay mucha ingenuidad en la forma en que ve las cosas.
— Como si lo viera todo por primera vez, realmente. Se pregunta por las cosas. Y a mí lo que me hizo seguir escribiendo fue la curiosidad de seguirle la voz a Manoel. La trama se monta a partir de ello, de no querer perderle el ritmo al chico.
— Es una novela de personajes más allá de ser una pieza de ambientes. El modo en que una persona habla dice mucho sobre qué hace, cómo lo hace y por qué.
— Tal cual. El modo de hablar de alguien te dicta, prácticamente, qué va a poder hacer y qué no. Hay una cosmovisión en toda lengua. Somos esclavos de ella. Nos permite pensar sobre determinadas cosas y otras no. Dentro de esa lengua, de esos pequeños recortes semánticos que hacemos para construir un universo narrativo, donde hay un registro, se rige todo. En la novela, Manoel no puede echar mano de todo el diccionario para narrar lo que sucede. Eso te impone una manera estrecha de ser, de lo que podés nombrar del mundo.
— ¿Qué hay de los hermanos Loprete? Tienen algo de siniestros desde el primer momento en que aparecen. Hay algo muy kafkiano en ellos, o quizá más cercano a los personajes de los cuentos de Horacio Quiroga. Es una especie de maldad oculta, algo que no encaja del todo, que genera desconfianza.
— A ellos me los tropecé en la narración, a partir del primero de los hermanos que aparece. A mí me conmueve profundamente la locura y, de repente, se me compusieron a partir de ello esos nueve hermanos. La mitad eran locos y la otra mitad eran más locos aún. Cargan consigo esa cosa de la acción violenta, de ser ese al que no se le interroga, y que de por sí no se detiene en la vida a interrogarse a sí mismo, es pura acción. Además, hablan como sin saber del todo sobre las cosas, no hay una única verdad. Está todo narrado como en entredicho. “Dicen que”, “el otro dijo que”, “el que murió allá decía”... Y todo se va construyendo así, un poco a retazos, a fragmentos, como muchas veces se da en los pueblos, en donde cada quien habla según lo que escucha.
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— La simbología es muy fuerte en esta novela, así como los intertextos.
— Nada de esto es premeditado, pero sí es cierto que uno se compone de todo lo que ha leído. Todo lo que nos rodea se queda ahí, con nosotros. La gente que nos ha cautivado, la música que nos ha conmovido, los libros. Cuando se escribe, todo esto se presenta, de alguna forma, como un sistema. La simbología llega así. No es que yo la busque, es que hay una formación que me ha dado una visión del mundo y esto se cuela en la narración. Nociones como la culpa o el perdón, conceptos que terminan entrelazados, símbolos humanos. Estamos bombardeados de la cultura que nos define y eso es lo mágico de la escritura, que termina alimentándose de todo. Decía Barthes que toda escritura es una reescritura. Y Bolaño aconsejaba no escribir los cuentos de uno en uno, porque si usted lo hace así, corre el riesgo de escribir el mismo cuento hasta el día de su muerte.
— “Escribimos de todo lo que nos compone”.
— Así es. Y para quien escribe no hay dicha mayor que la que se tiene cuando un lector encuentra todo esto, como si fuera una botella que se ha arrojado al mar y consigue llegar a tierra.
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