Es el Mes de la Poesía, así que en las escuelas de todo el país los profesores compartirán poemas con los niños. Quizá algo de Shel Silverstein, Jack Prelutsky o Joyce Sidman. Puede que incluso William Carlos Williams o Emily Dickinson.
En mi casa no haremos nada muy diferente este mes. Siempre he hablado de poesía con mis hijos del mismo modo que los cocineros hablan de comida con sus hijos. Forma parte de la vida. Inculcar el amor por la poesía a mis hijos empezó antes de que supieran leer. Empezó con el juego y la imaginación, con poco en juego, sin presiones. Incluso cuando eran pequeños, les animaba a jugar con el lenguaje figurado. ¿Qué te parece esa nube? ¿Qué sonido haría el sol si pudiera emitir un sonido? ¿A qué te recuerda esa orquídea?
Ahora, cuando hablo de poesía con niños pequeños, me centro en lo que notan en el poema. Les pregunto: ¿Qué le gusta a tu oído? ¿Qué partes son divertidas de decir? ¿Qué partes puedes imaginar en tu mente? ¿Qué puedes ver, oír, oler, tocar y saborear? No hablamos de lo que significan los poemas, sino de lo que hacen. Como lectores somos, ante todo, observadores.
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Como madre soltera, poeta y profesora, soy una observadora. Mi trabajo en casa, en la web y en el aula consiste en prestar atención y, si lo hago bien, inspirar a otros para que presten atención.
Quizá estés pensando: “Claro, es poeta, así que a sus hijos les tiene que gustar la poesía”. Pero yo también soy madre, y como madre sé que esto es verdad: si quieres que un niño odie algo, haz que sea muy importante para tí que le guste.
Así que no, no era alguien que leyera mucha poesía a sus hijos, ni que esperara que ellos quisieran escribirla. Empecé celebrando la poesía en la vida cotidiana -el sonido, la metáfora y la imagen- porque quería inculcarles el amor por el lenguaje y sus posibilidades. Quería animarlos a usar su imaginación y a expresarse. Quería que pensaran como poetas y que vieran el mundo que les rodeaba de forma poética. No me importaba -ni me importa- si les encanta leer poemas o si quieren escribirlos.
A Violeta, mi hija de 14 años, le encanta leer, pero su impulso creativo es dibujar, no escribir. Me asombra su talento con el lápiz y el bloc de dibujo. A Rhett, mi hijo de 10 años, le ha dado por escribir canciones con la guitarra, pero lo que más le gusta es hacer cosas en 3D: esculpir con arcilla, construir con LEGO o con cartón.
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Pero una noche, Rhett trajo a casa un poema para leérmelo como deberes de fluidez. Cuando los niños practican la fluidez, se trata de leer en voz alta: el ritmo, la articulación de cada palabra y la capacidad de expresarse adecuadamente (en lugar de leer en un tono monótono).
Hasta entonces, los deberes de Rhett habían consistido en párrafos de texto informativo: uno sobre glaciares y otro sobre arterias, según recuerdo. Le había enseñado a ir más despacio, a pronunciar las palabras en lugar de juntarlas y a prestar atención a la puntuación final: la fuerza de un signo de exclamación, el tono de voz que requiere un signo de interrogación. Pero ahora tenía en la mano Una parada en el bosque en una tarde nevada, de Robert Frost, escrita a máquina en una hoja de papel. Tuvo que leérmelo en voz alta dos o tres veces, y yo tuve que poner mis iniciales en las casillas de expresión, articulación y ritmo.
Agradecí especialmente que su profesor le hubiera asignado el poema como parte del trabajo de fluidez de la clase, ya que en este contexto se animaba a los niños a pasar tiempo con el lenguaje y el ritmo, no a analizar el poema o intentar extraerle un “significado”.
Escuché a Rhett leer los versos iniciales - “Creo saber de quién es este bosque, aunque su casa está en el pueblo”- y cerré los ojos para concentrarme en el sonido de su voz, en el lenguaje del poema. Lo leyó maravillosamente la primera vez y, aunque no formaba parte de la tarea, no pude dejar pasar la oportunidad de descorrer la cortina y dejarle ver el poema como algo hecho. ¿Cómo creó el poeta el poema? ¿Qué elecciones hizo y qué efectos tuvieron en nosotros como lectores? (A Rhett le encanta construir cosas, así que pensé que este enfoque podría gustarle).
Volví a leerle la primera estrofa, golpeándome el muslo con la mano como si fuera un metrónomo y haciendo hincapié en el ligero rebote de los tiempos acentuados. Le hablé un poco de la métrica y me dijo: “Ah, sí, lo oigo”. También se fijó en las palabras que rimaban y marcamos el esquema rítmico del poema con letras en su papel: AABA, BBCB, CCDC, DDDD.
Entonces pregunté: “¿Por qué crees que Robert Frost eligió oscuro en lugar de otro adjetivo? ¿Por qué crees que eligió la palabra profundo?”. Hablamos de elegir palabras que encajaran con el esquema rítmico y la métrica, y probamos algunas opciones diferentes que no sonaban nada bien. Hablamos de la aliteración de oscuro y profundo, y le invité a buscar otros ejemplos en el poema.
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Por último, hablamos de la repetición al final del poema. Los dos últimos versos son el mismo, repetido: “Y millas por recorrer antes de dormir,/ y millas por recorrer antes de dormir”. Le pregunté a Rhett: “¿Por qué crees que eligió decir eso dos veces al final?”. Bromeé con él: “¡No puede ser porque no se le ocurriera otra rima para dormir!”.
Lo consiguió: “Es para enfatizar. Quiere centrarse en lo lejos que le queda para llegar a casa”. Este chico ya ha hecho viajes largos por carretera antes -a la playa, a Chicago, a visitar a su padre fuera del estado-, así que sabe algo de lo largo que se hace un viaje cuando estás cansado.
Las noches siguientes hicimos juntos los deberes de fluidez. Me di cuenta de que, en sus siguientes lecturas del poema, se inclinaba más por la métrica, acentuando el ligero rebote de los versos. Le sugerí que mantuviera la fluidez: la métrica debía parecer una leve ondulación de colinas, no montañas y valles.
Entonces llegó el día en que cada niño recitó el poema en voz alta a toda la clase. Rhett llegó a casa ansioso por contarme lo bien que le había ido. Me dijo que su profesora había elogiado su lectura, y pude ver el orgullo en su cara.
Unos días después, vino a la cocina y me dijo: “En el colegio estamos hablando de lo que queremos ser de mayores. ¿Adivina lo que he dicho? Elegí dos opciones”.
No tenía idea. ¿Diseñador de LEGO? ¿Fotógrafo de naturaleza? ¿Veterinario?
“Una es una especie de escritor”, insinuó, con una mirada traviesa en los ojos. “¿Lo adivinas?
“¿Escribir libros de aventuras para niños? ¿Escribir thrillers espeluznantes o grandes fantasías?”. Le encanta la serie Wildwood, de Colin Meloy, ilustrada por Carson Ellis. Le encanta Hatchet y todo lo que tenga que ver con niños que superan obstáculos, especialmente en la naturaleza.
“¡No, un poeta!”, se rió.
Me sorprendió. “¡Un poeta! Qué bien. ¿Cuál es la otra?”
“Ingeniero”, dijo.
“¡Qué bueno! Creo que se te darían muy bien las dos cosas. Y puedes escribir poesía hagas lo que hagas: puedes ser ingeniero y poeta si quieres”.
Le dije que los poetas y los ingenieros también tienen algunas habilidades en común. Ambos son planificadores y diseñadores. Ambos tienen una mente para la estructura y la forma. Ambos buscan la manera más eficiente y eficaz de hacer algo funcional y duradero, pero también bello e inspirador.
Como escribió William Carlos Williams: “Un poema es una pequeña (o gran) máquina hecha de palabras”. Construir la máquina es una especie de ingeniería. Leer a Frost con mi hijo y ayudarlo a entender parte de la ingeniería que hay detrás del poema le permitió recibir los placeres del poema. Y me permitió combinar, en una simple actividad, las dos cosas que más me gustan de mi vida: ser madre y ser poeta.
Rhett ya no tiene deberes de fluidez, pero hace poco, cuando abrió la carpeta que se llevaba a casa, me di cuenta de que dentro había un ejemplar limpio de Una parada en el bosque en una tarde nevada, de Frost.
“¿No has terminado con ese?”. le pregunté.
“Sí”, dijo, “pero me gustó tanto que la maestra Ayers me dio una copia para que me la quedara”.
No me sorprendió: su profesora también era una observadora. Había prestado atención.
Feliz Mes de la Poesía.
*Maggie Smith es autora de varios libros de poemas y prosa, incluidas sus memorias, “Podrías embellecer este lugar” (One Signal/Atria, 2023). Sus poemas han aparecido en Best American Poetry, The New Yorker, Paris Review, The Nation y otras publicaciones.
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