El escritor colombiano Esteban Duperly habla sobre el trabajo detrás de su novela “Dos aguas”, cinco años después de su publicación original

Con este título, editado por el sello dirigido por el escritor Héctor Abad Faciolince, el también periodista y fotógrafo fue uno de los finalistas del Premio Nacional de Novela Publicada del Ministerio de Cultura de Colombia en 2020

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"Dos aguas", la primera novela del escritor colombiano Esteban Duperly, cinco años después. (Diseño a partir de fotografías: Jesús Avilés/Infobae).
"Dos aguas", la primera novela del escritor colombiano Esteban Duperly, cinco años después. (Diseño a partir de fotografías: Jesús Avilés/Infobae).

Bernhardt, judío errante, es un inmigrante blanco y fugitivo que termina refugiándose en Colombia con su familia. Desconfía de todos, pero confía en sí mismo. Un descendiente de esclavos, el Boga, un pescador negro que se ha afincado en una tierra de nadie, ha aprendido el dominio de los elementos. El azar los reúne en un mismo territorio de palmeras y manglares donde el agua dulce desemboca en el mar. Ambos, por leyes distintas, se consideran dueños del sitio.

Esta es la trama de “Dos aguas”, la primera novela del escritor colombiano Esteban Duperly. Así la reseña su editorial, el sello dirigido por el también escritor Héctor Abad Faciolince. En ella cuenta la historia de dos hombres de orígenes distintos que, al encontrarse, hallan reflejo en las marcas que en cada uno ha dejado el desarraigo. Una novela en la que la descripción ocupa un lugar primordial y pesan más los ambientes que las mismas acciones.

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Como poesía dosificada en grandes párrafos, con una prosa que recuerda a autores como el colombiano Álvaro Mutis o el británico Joseph Conrad, para quienes, de repente, lo marítimo, lo fluvial, cobra un sentido trascendental, la de “Dos aguas” es una escritura de coral, de arrecife, que lleva al lector al encuentro de las imágenes más nítidas.

Portada del libro "Dos aguas", de Esteban Duperly. (Angosta Editores).
Portada del libro "Dos aguas", de Esteban Duperly. (Angosta Editores).
“Todavía era de noche, pero las sombras comenzaban a tornarse azules. En el horizonte, entre dos picos, la parte baja de un cúmulo de nubes se teñía de rojo y amarillo. Estaban arriba, en la cordillera, y desde hacía un par de horas atravesaban nudos de colinas y peñas y barrancas, y pueblos amortajados por la niebla donde los vagos despiertos hacían el papel de espíritus en el escenario espectral de la alta madrugada. Berhardt ya conocía esa carretera, en dos viajes que hizo solitario para preparar el destierro. Protegerse tanto había sido un error: alguien en la ciudad pensó que detrás de los alemanes que se encerraban en el garaje, tomaban fotos desde el aire y cuyos hijos no iban al colegio, habitaba algo oscuro y peligroso. Y se lo confió a otro; a un amigo, como si fuera cosa cierta. Y ese a otro más, y pronto se tejió un rumor. Entre todos fabricaron un enemigo común; una idea que les permitía participar en murmullos y compartir miradas de cautela” - (Fragmento, “Dos aguas”, de Esteban Duperly).

Periodista y fotógrafo, con este primer trabajo de ficción, publicado por Angosta Editores, Esteban Duperly consiguió ser uno de los finalistas del Premio Nacional de Novela Publicada del Ministerio de Cultura de Colombia en 2020, junto a nombres como Sara Jaramillo Klinkert, Orlando Mejía, William Ospina o Julio Paredes, quien finalmente terminó siendo el galardonado por su obra “Aves inmóviles”.

Si bien solo ha publicado esta novela, la obra de Duperly ya cuenta con matices bastante definidos, inquietudes y una búsqueda particular del mundo a través de una estética propia, su poética. Sin duda alguna, hoy por hoy es uno de los escritores con mayor proyección de la literatura colombiana.

Sobre la experiencia de la escritura de “Dos aguas” y lo que significó para él y su proceso creativo la irrupción de la pandemia por el Covid-19, Esteban Duperly conversó con Leamos desde Medellín:

— En esta novela hay mucha televisión.

— Y mala televisión.

— De repente, más allá del lenguaje que hereda de lo audiovisual, la escritura aquí obedece a formas muy televisivas.

— Mi generación tuvo un acercamiento especial con la televisión. Crecí viéndola. Claro, también leyendo, pero viendo mala televisión, aquello que medianamente llegaba a Colombia. Todo eso permea en la escritura y esta novela tiene algo como de ‘La familia Ingalls’ y todos esos programas que uno veía en esos años. En últimas, se escribe desde lo que nos compone.

— Y aquello que lo compone, por lo menos en este libro, no es netamente literario.

— Pero en todo caso hay referencias literarias. “Las uvas de la ira”, por ejemplo, que me da una idea de cómo narrar los viajes en carretera. Cuando leí ese libro entendí que la épica que proponía tenía algo que yo sentía que podía reproducir en un ejercicio moderno de ficción. Estos viajes, particularmente, yo los había hecho de pequeño con mi familia, de manera que ver esto en un libro me permitió entender muchas cosas.

Otro título que significó mucho, y al que le hago un pequeño homenaje al final de la novela, es “El viejo y el mar”. Fue el libro que me permitió entender el significado de la derrota. Y en ese camino se van sumando otros libros. Algunos lectores, por ejemplo, sienten una cercanía con “Primero estaba el mar”, de Tomás González, y en el autor no se equivocan. Más que con esta novela, sí rescato una influencia de un poemario suyo titulado “Manglares”. Esa naturaleza efervescente que él describe ahí es algo que, en su momento, yo sentí que también podía trabajar.

Más allá de esto, hay un montón de cosas que yo he consumido durante más de treinta años. La televisión de la época, entre ellas. Solo había dos canales y algunas series importadas que uno terminaba viendo una y otra vez, una y otra vez. Tenía una estética que, finalmente, se terminó quedando conmigo.

El cómic es otra influencia y allí, la mayoría de historias cuentan con personajes que bien podrían ser arquetípicos de la literatura. Todas estas cosas hacen parte de las influencias que yo llevo adentro y que estoy dispuesto a aceptar que se mezclan entre ellas.

Las personas de mi generación y también de las siguientes, tenemos que estar conscientes de que lo que llamamos cultura popular hace parte de nosotros, nos atraviesa, y todo eso termina vertiéndose en la producción artística. Y esto no es únicamente de los escritores, también de quienes pintan o de quienes hacen música.

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— Ya en el proceso de escritura, si bien había una idea de la que partir, tengo entendido que hubo una especie de correspondencia con José Ardila, el editor, y él iba encargando un capítulo tras otro. ¿Cómo fue la evolución de la idea inicial?

— Yo tenía unas ideas muy brumosas sobre lo que era la novela. Quería contar la historia del encuentro de dos hombres diferentes que venían huyendo de situaciones similares de desarraigo, pero que en ningún momento se enlazarían. Con eso, me interesaba explorar esta idea ya canónica del hombre vs. hombre y hombre vs. naturaleza. Tenía esto en la cabeza, pero no era capaz de explicarlo. El trabajo con José me permitió dar con las formas indicadas. En ocho meses estuvo el primer manuscrito y con eso llegó el primer momento de intervención.

— ¿Hubo una rutina en particular para llevar a cabo todo esto?

— Venía de una escritura más periodística, metido especialmente en el periodismo cultural. Nunca tuve una crisis frente a la hoja en blanco. Cuando comencé con “Dos aguas”, las cosas fueron distintas. La escribía en las noches, luego de llegar del trabajo, y ahí los retos fueron varios. El hecho de pensar un universo desde sus cimientos, por ejemplo, fue algo que me sorprendió en demasía. Luego, al terminar el primer manuscrito, me di cuenta de que el tiempo estaba en mi contra. Negocié en mi trabajo y para mi fortuna, me dieron los tres meses que necesitaba. Después me contrataron otra vez.

Esos tres meses fueron de completa dedicación. Trabajaba casi con un horario de oficina, completamente seguro de lo que hacía, o por lo menos, seguro de hacia dónde quería ir. Me levantaba temprano y escribía. A veces lo hacía en las noches. Fue un tiempo bastante provechoso. No quedaba más que ajustar los detalles de la novela y echarla a andar.

— La novela tiene un punto fuerte, que es al mismo tiempo su punto más débil, y es que está construida prácticamente a partir de descripciones. Hay muy pocos diálogos. Gira en una clave contemplativa que cuando el lector se engancha lo disfruta muchísimo, pero cuando no, el tedio lo domina.

— En todo eso hay una propuesta estética, por más ambicioso que pueda llegar a sonar. Y entiendo que no sea un libro para todos los lectores, pero consigue sostenerse a sí mismo por alguna razón y por eso ha conseguido lo que ha conseguido.

— Los personajes en esta novela tienen una ferocidad particular, como concebidos desde adentro. ¿A qué correspondió su caracterización?

— Pensaría que los dos personajes principales, e incluso algunos de los secundarios, tienen rabia. Tal vez eso es lo que defines como ferocidad. Yo creo que la rabia es una fuerza poderosa, un motor interno que lo puede llevar a uno a emprender acciones. La rabia produce mucha energía interna, el asunto es que luego puede dejar agotado (pienso en el personaje de los comic ‘Hulk’) y pocas veces lo que arroja como resultado es positivo, de ahí que estos personajes tengan y entren tanto en conflicto. La novela es una manera mía de explorar ese sentimiento.

El escritor colombiano Esteban Duperly, también periodista y fotógrafo, es una de las voces con mayor proyección de la literatura colombiana contemporánea. (Cortesía, Angosta Editores).
El escritor colombiano Esteban Duperly, también periodista y fotógrafo, es una de las voces con mayor proyección de la literatura colombiana contemporánea. (Cortesía, Angosta Editores).

— Los ambientes, los escenarios por los que estos personajes se mueven, en un momento de la novela también reclaman protagonismo, es como si el lugar, más que el actante, fuera el punto de partida de la trama de esta novela.

— Quise hacer un escenario que funcionara como un estado de ánimo y representara o fuera una metáfora del ánimo de los personajes. Si uno traslada a los personajes a otra geografía tal vez no hubiera novela, porque no hay las condiciones de adversidad necesarias para que se generen ciertos conflictos entre ellos. Que estén en un lugar hostil, sin duda ahonda en las dificultades y de ñapa le da más vapor a la rabia de la que hablaba arriba. En su tiempo yo hice ese escenario muy intuitivamente, pero luego encontré que tiene un nombre: geografías morales. Geografías que en sí mismas encarnan aspectos morales de la historia.

— ¿Qué supuso la nominación al Premio Nacional de Novela?

— Al final, un premio también es la prueba de que a alguien le gustó algo de lo que uno ha hecho. Si, de repente, varios jurados hubiesen leído la novela, quizá no habría resultado finalista de nada. Todo es subjetivo. En ese sentido, he intentado minimizar todo lo que pasó, no restándole importancia, pero sí entendiendo que solo fue un episodio.

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— ¿Era “Dos aguas” el primer trabajo serio de ficción en el que consideró embarcarse?

— Antes de la pandemia yo estaba trabajando en otra novela. De hecho, la he reescrito tres veces. Con la llegada de este virus se me complicó todo. La pandemia me afectó anímica y espiritualmente, como yo creo que le sucedió a muchas personas ante este cambio tan abrupto en nuestro estilo de vida.

Si bien soy un sujeto más bien solitario, no soy huraño. De manera que me hacía mucha falta el contacto con la gente. Coincidencialmente, en esa época había tomado la decisión de irme a vivir a un pueblo fuera de Medellín, alejado de todo. Cuando surgió todo esto, me quedé allí encerrado, completamente solo. El escenario soñado para un escritor, pero lo cierto es que fue una situación muy frustrante. La capacidad creativa se me apagó. Las cosas no funcionaban. Sentía que no podía escribir nada distinto a “Dos aguas”. A medida que fuimos saliendo de esta situación, naturalmente, todo esto mejoró y este manuscrito en el que trabajaba, si bien se resistió a salir, finalmente tomó un curso mucho más recto.

— Esta necesidad de contacto, de alguna manera también obedece a su ejercicio periodístico.

— Y a una necesidad espiritual. En ese tiempo difícil creo que maté a un dragón. Me di cuenta de que yo no podía ser ese escritor que se aisla de todo para ejercer su arte. Mi estado emocional termina influyendo ampliamente en mi escritura y si bien yo no estaba deprimido o algo parecido en ese momento, mi trabajo era monocorde, porque al igual que yo, no era capaz de decir nada.

Toda esta situación fue muy confrontadora. Me preguntaba a veces si yo era como esas bandas que solo conseguían un éxito en sus carreras, si de repente mi novela era mi ‘one-hit wonder’. No podía aceptar que eso había sido todo, después entendí que tenía que dejar atrás todo eso y aun así, hoy todavía me siento inseguro con muchas cosas.

— En últimas, la pandemia nos obligó a muchos a vivir eso que estábamos deseando, pero a la fuerza, y nos enfrentó a nosotros mismos. No hay cosa más difícil que esa. El mayor reto es convivir con uno mismo.

— Y sin duda la creación literaria se ve muy permeada por todo eso y me di cuenta de la importancia que tiene para mí el poder experimentar con lo mundano. De ahí me nutro para escribir.

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