Pasó de los tiroteos reales a los de ficción: así son “Las memorias del Negro Pablo” de Okupas

Dante Mastropierro encarnó al mítico antagonista de la serie televisiva protagonizada por Rodrigo de la Serna. En su autobiografía cuenta su dura infancia entre Dock Sud y Los Álamos, el éxito de su personaje, su encuentro con Maradona y por qué abrió un comedor comunitario.

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Dante Mastropierro, el actor argentino que encarnó al "Negro Pablo" en la serie televisiva Okupas, acaba de publicar su libro de memorias. (Alejandra López)
Dante Mastropierro, el actor argentino que encarnó al "Negro Pablo" en la serie televisiva Okupas, acaba de publicar su libro de memorias. (Alejandra López)

Okupas fue una de las series argentinas más exitosas de la primera década del 2000. Con solo una temporada de once capítulos, el drama escrito y dirigido por Bruno Stagnaro y protagonizado por Rodrigo de la Serna revolucionó en su momento la televisión local, mientras que su remasterización de 2021 por parte de Netflix la acercó a toda una nueva generación de espectadores.

Dante Mastropierro, el actor que encarnó al recordado antagonista por excelencia de Okupas, acaba de publicar su libro autobiográfico, Las memorias del Negro Pablo. En este, hace un repaso por su dura infancia: su mudanza de Dock Sud a Los Álamos a causa de las constantes inundaciones, su sorpresa ante los chicos que iban “con gomera, con arco y flecha, con lo que sea”, y su paso a la adolescencia marcado por “perros fieros, una madre amorosa y una soledad insoportable”.

“Me acuerdo de cosas que me pasaron cuando tenía dos o tres años. Me gustaría no acordarme de todo pero las cosas están ahí, en mi cabeza”, escribe el autor. Sin embargo, Las memorias del Negro Pablo también están repletas de amor, belleza y anécdotas divertidas, como su encuentro con Maradona y la fundación del comedor comunitario “Pancita llena, corazón contento” junto a su mujer, Marcela Morales.

Escribe Mastropierro en la introducción: “Después de hacer del Negro Pablo en Okupas, muchos me decían: che, con las historias que viviste, tendrías que hacer un libro. Nunca pensé en un libro para ser importante. Pero siempre hay gente que me dice que quiere saber un poco más, conocer cosas que me pasaron. Entonces me propuse contar esas historias. Y si le puedo sacar unos pesos al libro, también me sirve. Pero, más allá de los recuerdos, lo importante para mí es no olvidarme de dónde salí, de dónde vengo, de dónde soy”.

Así empieza “Las memorias del negro Pablo”

Portada de "Las memorias del Negro Pablo", de Dante Mastropierro, editado por Aguilar.
Portada de "Las memorias del Negro Pablo", de Dante Mastropierro, editado por Aguilar.

La hormiga negra

Cuando sabés en lo que andás, tratás de disfrutar los mejores momentos. Sobre todo, con alguien que sabés que hoy está y mañana ya no.

Al Negro Cuchi lo conocí cuando llegué a Los Álamos. Nos tuvimos que mudar ahí porque donde vivíamos en Dock Sud se inundaba siempre. Antes vivíamos en La Boca y pasaba lo mismo. Mi mamá tenía que laburar y cuando caían dos gotas, no podía salir. Ella limpiaba casas por hora. Lo mismo pasaba con mi padrastro, que era correntino y trabajaba en el puerto. No podía perder un día de laburo cada vez que llovía, entonces dejamos Dock Sud. Yo era rechico y cuando vos sos chico vivís otra realidad. Hay pibes que viven abajo de un puente y para ellos está bien, porque sus padres les dicen que está bien. A mí me pasó algo así cuando llegué a Los Álamos. Para mí estaba bien porque me dijeron que estaba bien. Pero era muy diferente de lo que yo conocía. Vos entrabas a Los Álamos y veías a todos los pibes con gomera, con arco y flecha, con lo que sea. Era otro mundo para mí, yo no estaba acostumbrado a esas cosas.

Fuimos a vivir a lo de una señora que se llamaba Antonia. Ella tenía dos casas y le prestó una a mi mamá, hasta que se pudiera comprar la suya en el barrio. Al hijo de Antonia le decían Moquito, andaba con los mocos que le subían y le bajaban, nunca se los limpiaba. Su mamá un día le dijo llevalo al Dante con los chicos de la esquina para que lo conozcan.

Moquito me llevó, eran sus amigos, me los presentó. Uno de esos pibes era el Negro Cuchi.

Cuchi era un negro flaquito, repicarón. Parecía una hormiga negra. Nos hicimos amigos enseguida y con el tiempo fuimos todavía más amigos, porque mi vieja se conoció con la mamá de él, iba a tomar mate a la casa. Yo iba a mirar la tele y así fuimos creciendo.

Era terrible el Negro. Un día agarró una rata y le puso un collar. Le pisó la cola: ¡quedate quieta! Agarró un pedazo de lana, se lo ató al cuello y la sacó a pasear por la calle. La rata subía a los árboles, él tiraba y la rata bajaba. No sé cuántas cuadras la llevó, él iba contento con su mascota.

Su papá era uruguayo y tenía poco laburo, entonces el Negro y sus hermanos tenían que salir a pedir por Quilmes, con una bolsa cada uno para volver a la casa con alimentos. Eran un montón de hermanitos. El Negro era revago, pero yo lo acompañaba y lo ayudaba a pedir para llenar rápido la bolsa y así nos quedaba más tiempo para jugar.

Andábamos por todos lados. Pedíamos por las casas, te daban fideos, alimentos, alguna ropa. A veces también barríamos la vereda a cambio de monedas. Íbamos hasta una fábrica de brea donde la chica que atendía era relinda. Nos daba vergüenza pero igual le dábamos un beso y le ofrecíamos barrer. Hola Luciana, nos hacíamos los lindos. Por ahí arrancábamos una flor antes de llegar y se la llevábamos. Con esa propina el Negro hacía algo que a mí ni se me ocurría: íbamos al mayorista, comprábamos bocaditos Holanda y los vendíamos en el tren. ¡Hay 5 bocaditos por 10 pesos, para saborear, para llevar de regalo! La gente compraba y de ahí nos llevábamos nuestra platita, aunque a veces mi vieja me cagaba a palos después. A ella no le gustaba llegar de trabajar y no encontrarme. Muchas veces tuvo que romper el candado de la casa, porque yo tenía la única llave. Cuando eso pasaba, me mandaba para el baño y aparecía con el chicote. Yo caminaba por las paredes como el Exorcista. Dolían esos latigazos. En serio yo caminaba por las paredes: el baño era chiquito, cuadrado, ella entraba y yo tuc tuc tuc pam, saltaba y me rajaba. A mi mamá le costó mucho. No me quería decir por qué lloraba pero, claro, yo la hacía renegar, no le hacía caso. La vi más de una vez llorar a escondidas. Ella después le contaba a mi hermano, que era mucho más grande y ya no vivía con nosotros. Mi hermano salía y me corría por los pasillos, me decía de todo.

Dante Mastropierro: “Me acuerdo de cosas que me pasaron cuando tenía dos o tres años. Me gustaría no acordarme de todo pero las cosas están ahí, en mi cabeza”.
Dante Mastropierro: “Me acuerdo de cosas que me pasaron cuando tenía dos o tres años. Me gustaría no acordarme de todo pero las cosas están ahí, en mi cabeza”.

Con el Negro teníamos la misma edad, pero él estaba en primer grado y yo en tercero. Nunca aprendió a leer ni a escribir. Ya no soportaba ser el más grande de todos, entonces iba cada vez menos a la escuela. Y las veces que iba, nos escapábamos. Escondíamos los útiles en los pastizales del campo de unos alemanes o en cuevas de árboles que nadie conocía. Era un campo al que íbamos de caza con gomeras o boleadoras. Dejábamos los útiles y nos íbamos a joder por Quilmes. Pedíamos en las casas, andábamos por todos lados abrazados. Después, yo escribía en el cuaderno del Negro qué día era y alguna boludez, para que pareciera una tarea. Y hacía lo mismo en mi cuaderno por si me lo pedía mi vieja, así se lo mostraba con la fecha y todo.

Un día de esos nos estábamos por subir a un colectivo que llegaba al Parque Triunvirato, donde ahora hay un patio cervecero, y apareció justo mi mamá: había salido temprano del laburo, aprovechó para ir de compras por Quilmes y nos vio. Entonces, el Negro, que era muy rápido, arrancó con hola doña Niqui, cómo anda, qué hace por acá. Ella le contó que necesitaba un tejido nuevo, que el que tenía ya estaba roto. ¿Pero ustedes qué están haciendo? El Negro le dijo que la maestra había faltado y que aprovechó para averiguar también él de unos tejidos para el padrastro, y que yo lo acompañaba. Si ella iba a comprar un tejido, el Negro le ofreció que nosotros se lo lleváramos hasta la casa. Para qué iba a pagarle a alguien si nosotros podíamos hacerlo. Ella nos dijo que justo había señado uno y cuando empezamos a llevarlo, me di cuenta: ¡los útiles! Si llega a casa y no están ahí me va a matar. Quedate tranquilo, me dijo el Negro, que era flaquito y corría como una liebre. Lo llevaba el viento al hijo de puta. No sé cómo hizo pero puso una excusa, se adelantó, y cuando entré a casa cargando el tejido con mi vieja, esperando otra vez los chicotazos, ahí estaba mi mochila con los útiles. Del Negro ni rastros había.

Como tenía esa habilidad para meterse en las casas, Cuchi se dedicó a ser escruchante. Empezó escruchando algún kiosco, entraba de noche, se llevaba cigarros y después los vendía en otro kiosco del barrio. Tenía suerte. Una vez trajo dólares y libras esterlinas de la casa de un cura. Le entró de escruche y encontró todo eso. El Negro se metía por cualquier agujero, en general cuando no había nadie, pero si veía una ventana abierta y vos estabas durmiendo, te entraba igual y ni te enterabas. Era un gato. Se sacaba las zapatillas y entraba, vos podías dormir feliz y al otro día te dabas cuenta de que te faltaban un montón de cosas.

Yo no laburaba con él, no me gustaba, tenía miedo de encontrarme con la gente; no que me lastime, sino llegar a lastimarla. Aunque para escruchar no vas con fierros, tal vez sí llevás un destornillador o alguna otra cosa, porque entrás a un lugar con la idea de que está vacío pero sobre todo porque conocés el código: si te agarran, ¿cuánto te pueden dar? No tenés arma, no saliste a lastimar a nadie, es una tentativa como mucho. Aunque también te puede salir mal: el Negro, que siempre aprendió de otros, tenía cuñados escruchantes y a uno lo mataron cuando le falló la intuición. Apenas entró a una casa, el dueño le dio con un 38 en la cabeza.

La primera vez que el Negro vio las luces en el cielo estaba por escruchar un kiosco. El lugar estaba vacío pero él tenía que esperar en un techo hasta que se durmieran los vecinos de al lado. Eran como las tres de la mañana y todavía estaban despiertos. Cuando al fin todo se aquietó, el Negro se quedó un rato más por si acaso, en silencio, mirando la noche. Ahí estaba acostado en el techo cuando de repente pasaron doce platos voladores. Doce luces, loco, me dijo después. Eran doce luces que iban como una punta de flecha.

Negro, ¿no habrán sido aviones Pucará y vos te los confundiste? No, Polaco —me decía Polaco porque yo era rubio al lado de él—, yo sé que el avión hace ruido, no soy boludo. Y era verdad, uno a veces lo tomaba por ignorante pero el chabón sabía lo que hacía y no te mentía: tal vez por picardía decía algo que no era cierto, o para zafar, pero no con algo así y mucho menos conmigo. Polaco, ni un sonido hicieron. Solo un zumbido muy bajito. Zzzzzz. Lo único que escuchó fue una vibración. Dijo que pasaron muy cerca de su cabeza, que tal vez con cuatro o cinco escaleras habría podido alcanzarlos. No le di mucha bola esa vez y pasó un tiempo hasta el segundo episodio.

Quién es Dante Mastropierro

♦ Nació en el barrio bonaerense de Dock Sud, Argentina.

♦ Es actor y dirige junto a su mujer el comedor comunitario “Pancita llena, corazón contento”.

♦ Fue el encargado de darle vida al memorable Negro Pablo, antagonista de los personajes principales de la serie Okupas, de Bruno Stagnaro.

♦ Participó en la serie televisiva Botineras y en el largometraje El Merchi, y coprotagonizó las películas del director Miguel Bou: Te la vamos a dar, El camino de la rata y La reina del arroz con pollo.

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