Entregado durante mucho tiempo a una vida que solo encontraba sentido en la errancia, Juan Sebastián Gaviria abandonó desde muy joven la academia para escribir sobre cada cosa que le ocurriera.
Con veintisiete años se aventuró a recorrer el continente americano a bordo de una motocicleta y luciendo sus tatuajes y esa apariencia suya de cuchillero, le encontró sentido a todo en la escritura.
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Nacido en Bogotá al inicio de la década de los ochenta, fugado de una academia militar en Estados Unidos, Gaviria ha publicado casi una decena de libros, entre poesía y novela. El primero fue el poemario “Inti Manic”, de la colección Los Conjurados del sello colombiano Común Presencia Editores. El más reciente ha sido “Ritual de fieras”, que vio la luz de la mano de la filial colombiana del grupo Planeta.
La trama de esta novela presenta a los lectores a una asesina que entra al club El Nogal, en la capital colombiana, minutos antes de que miembros de la guerrilla de las FARC detonen una bomba con 200 kilogramos de explosivos; un pastor evangélico toma la vía del crimen para darle a su esposa la alegría de un hijo. Ella no puede tenerlos, así que él hará lo posible para que pueda ser madre; una joven artista pierde a su padre en un ataque terrorista y se somete al dolor intenso de la ausencia; un campesino humillado que se hace delincuente para recuperar el amor perdido de la infancia.
Una serie de sucesos vertiginosos invaden la cotidianidad de estos personajes a lo largo de las páginas, alrededor de 240, como una suerte de excusa para que los lectores reflexionen, de la mano del autor, alrededor de una idea poderosa: sin importar los castigos y las amenazas, el corazón humano siempre habrá de latir con furia.
“Cuando Alicia cruzaba las puertas del club El Nogal, Octavio sintió aquel insurrecto temor a perderla. Los autos en la avenida parecieron rodar más despacio y los sonidos se difundieron en el aire poluto. No era la primera vez que lo sacudía aquel vértigo y, como siempre, su mente se aferró a las remembranzas más frescas, a reteñir un ademán, a capturar de nuevo el color exacto de su infantil irreverencia. En este caso, la recordó sentada en el puesto trasero del Mercedes, meditando; a su derecha tenía el cuchillo envuelto en el arnés de cuero, y a su izquierda, siete fotografías de Héctor López” - (Fragmento, “Ritual de fieras”, de Juan Sebastián Gaviria).
A lo largo de los años, el escritor colombiano se ha empeñado en examinar la violencia y sus motivaciones a través de la novela. Sus libros, de algún modo, tienen vida propia. Respecto a su trabajo de ficción más reciente y sus concepciones en torno a la literatura, Juan Sebastián Gaviria conversó con Leamos y reflexionó respecto al hecho de que el artista, el verdadero artista, no es más que un animal inquieto.
— Si uno hace una revisión de lo que ha sido su obra, es posible encontrar algunos vasos comunicantes, tanto en la poesía como en la narrativa. Da la sensación, en esa lectura, de que la voz con la que escribe no obedece a las maneras de un autor netamente colombiano. Sus referencias parecen foráneas, sus influencias, la manera en que proyecta la escritura. ¿De dónde viene el insumo para sus libros? ¿De dónde se alimenta?
— Para mí, el insumo principal proviene de las preguntas. Considero que no existe una obra literaria de valor que no tenga una espina dorsal filosófica. Las viejas preguntas no ha sido respondidas y es bonito como escritor en esta época volver a hacérselas, es bonito volver a preguntarse. Todo el tiempo nos dicen que es qué. Todo el tiempo nos están bombardeando con respuestas. Cuando yo me lanzo a hacer algo, a crear, es porque quiero encontrar una nueva respuesta para las viejas preguntas.
Mi narrativa está marcada, más que por un estilo en particular, por una intención de formular ciertas inquietudes. No soy un escritor que ofrezca respuestas, simplemente mantengo vivas las preguntas.
— Una de las preguntas centrales de su obra parece estar dirigida a cómo narrar la violencia con ternura, cómo hablar del amor en contextos que le son hostiles, casi siempre. ¿Esa pregunta por el amor, por los pequeños detalles que deberían ser los más importantes, viene de alguna exploración más personal o tiene que ver explicitamente con un trabajo estético?
— Las preguntas, las vetas de mi literatura están fuertemente marcadas por una forma de vida que tal vez me fue impuesta cuando yo era un niño. Asuntos como el rechazo, la soledad, el abandono, todo eso se ve marcado en mis obras. De allí nace, eventualmente, la voluntad de crear un mundo propio.
Si el mundo no me quiere hacer parte de él, si no me quiere dar la bienvenida, si la sociedad se rige bajo otros códigos y siempre termina rechazándome a lo largo de toda una vida, pues eso se convierte en un mecanismo de autopreservación, la necesidad de crear un mundo propio, de controlar, en alguna medida, el universo, un universo creativo, un caos. Entonces, esta soledad, este rechazo, se convierten en un lugar desde el cual, sin importar cuántos años tenga, siempre voy a estar escribiendo. Un lugar que sospecha del mundo, que sabe que el mundo es quizás mucho más útil de cómo pretende proyectarse.
Tal vez por eso mismo se busque tocar temas que a la sociedad puedan incomodarle. La violencia, que es una palabra tan grande y tan manipulada recibe un rechazo categórico por parte de la misma sociedad que, justamente, vive de la violencia. Nosotros estamos tranquilos en nuestra casa a costa de sangre derramada. No hay otra manera, no existe. Por eso nuestra sociedad está llena de penitenciarías, de cárceles, de prisiones, de fosas comunes. Toda la sociedad, nuestra cultura, nuestra civilización es absolutamente solapada en el manejo de la violencia porque, precisamente, la rechaza y la condena, pero la usa para su beneficio constantemente. Se mantiene en pie gracias a la violencia.
El amor es otro concepto absolutamente prostituido por nuestra cultura, al punto en que se considera que el amor es algo que debe ser indiscriminado y generalizado, casi como un bien público. A mí me parece muy peligrosa la noción de que el bien común prima sobre el individual y es desde ahí donde yo agarro la retórica y las preguntas que hago sobre el amor, porque precisamente el amor propio, el amor por un ser querido, debe recurrir a esa misma violencia que nuestra sociedad condena, una y otra vez.
Es posible, entonces, trazar un hilo en mi obra, desde el interés por desmentir los valores de la sociedad en la que vivo. Es una especie de acto íntimo de venganza. La sociedad tiene sus valores laureados, canonizados, lo bueno es lo bueno, lo malo es lo malo. Te invitan a ser diferente, te invitan a pintarte el pelo, te invitan a tatuarte, pero no te invitan a poner en duda sus valores y allí radica realmente ese asunto de ser diferente, relativizar las verdades de nuestra sociedad, esa misma sociedad que sabe muy bien a quién rechaza y a quién excluye.
De alguna manera, es para esta sociedad que yo escribo. Para arrojar una luz sobre sus verdades. Es una especie ajuste de cuentas.
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— Hablando puntualmente de “Ritual de fieras”, ¿de qué manera estas preguntas, estas búsquedas tomaron forma en las páginas? ¿Cómo fue el proceso de composición a nivel técnico? ¿Qué tanta intervención del lenguaje hubo respecto a sus otras obras?
— En “Ritual de fieras” el principio no es el principio. La novela, el libro, empieza con la explosión en este lugar, pero esa no fue la primera cosa que concebí. Acá los hechos reales están sembrados: la bomba de El Nogal, y la charla de un político en el funeral de Hugo Chávez en Venezuela. De resto, todo es ficción. Estos dos eventos cumplen un objetivo muy particular. Por un lado, conectar las vidas de distintos personajes mediante sucesos traumáticos, y por el otro, en el caso de El Nogal, yo quería sobreponer la violencia de Alicia, el personaje principal, a la violencia sistematizada de una sociedad en guerra. Ahí están ocurriendo dos actos muy distintos: un asesinato completamente quirúrgico y dirigido, a cuchillo, y el otro, una bomba, un atraco en el que le están disparando al bulto y que caiga quien deba caer, sin importar si son socios del club o empleados, si están ahí, pues van a morir.
Dicho esto, el nacimiento de la novela no es esto. Aquí solo hay asuntos técnicos de la escritura, cumplen un objetivo más logístico que de profundidad. Ahora bien, de este episodio de la bomba de El Nogal surge uno de los personajes que yo más quiero, Mariana, con su ojo faltante. Ese es el vínculo profundo entre los personajes y me aparece a mí muy representativo que dos de los personajes más importantes de esta novela estén unidos por el caos, ese que deja esta bomba de uno de los atentados terroristas más célebres de Colombia en el último tiempo.
— “Un libro que no ladra y muerde es letra muerta”, fue lo que dijo un día en alguna entrevista. Cuando uno lee sus novelas y esta última en especial, es como si las letras salpicaran el rostro. Los personajes están dotados de una excesiva humanidad y esto hace que los lectores se conecten de una manera demasiado agresiva con lo que sienten y lo que piensan. ¿Cómo consigue caracterizarlos de tal manera?
— Los personajes son también producto de las preguntas. Cada personaje carga con interrogantes, son como sondas que el escritor lanza hacia delante sin saber qué respuestas van a traer. Yo creo que la buena literatura, y sí creo que podemos hablar de buena literatura y mala literatura. Yo no creo que el arte sea una cuestión subjetiva. La buena literatura conmueve, inquieta, a veces ataca y siempre arroja luces de duda sobre las supuestas verdades de una época. La mala literatura, en cambio, se alía con esas verdades. Nietzsche decía que los malos escritores terminan convirtiéndose en sirvientes de una moral.
Cuando hablamos de una literatura que conmueve, que ataca, de una literatura, dicho de otro modo, saludable, los personajes no pueden traer respuestas, tienen que cargar a cuestas con sus preguntas, con las preguntas del escritor, además. En el caso de Alicia, ella leva consigo una pregunta histórica que ha sido respondida a su manera por muchos filósofos y escritores, qué es la domesticación del hombre, la civilización del hombre. Volver a un hombre civilizado, doméstico, compasivo, comprensivo. ¿Esto es algo noble o algo trágico? Esa es la pregunta que lleva.
Jonathan y Mariana, otros de los personajes de esta novela, llevan las preguntas sobre qué es la venganza y qué es el perdón. Nuestra sociedad celebra el perdón por encima de todo y estos dos personajes se atreven, mediante sus actos, mediante su existencia, a preguntarse desde cero qué es perdonar y qué representa vengarse.
Estos son personajes que nacen de un interrogante filosófico. Las partes humanas de ellos se construyen en base a esas preguntas. Claramente no vas a tener a un intelectual preguntándose por el perdón, porque simplemente no tiene nada que perdonar. La víctima tiene que ser la que, en la novela, cargue con esa pregunta sobre el perdón, tiene que ser una mujer que es derrumbada por los traumas y termina siendo parte de una iglesia evangelista, que cargue a cuestas, además, la pregunta sobre qué tan triste o qué tan noble es la domesticación humana. Y así sucesivamente.
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— De alguna u otra forma, tanto su poesía como lo que ha hecho en la novela, recoge todos estos elementos sobre los que hablamos y parece ser una idea poderosa la que dirige su obra, que el corazón humano siempre habrá de latir con furia.
— Yo creo que el artista es un animal inquieto, con claustrofobia, acorralado, que da pasos de león enjaulado tratando de buscar salidas, tratando de buscar nuevos lances, y tengo la seguridad de que si yo no hubiera sido escritor, seguramente hubiera caído de una u otra manera en otra forma de darte. Inicialmente era la poesía. Yo me decía a mí mismo que de ninguna manera iba a escribir novelas y ya ves que he terminado haciéndolo. Lo que quiero decir es si Jimmy Page, el guitarrista de Led Zeppelin, se hubiera dedicado a ser novelista lo habría hecho igual de genial, si en lugar de una guitarra le guibiera caído un libro de Edgar Allan Poe encima; Saramago podría haber sido chelista, y nos habría conmovido de igual manera. El arma de tu elección es lo secundario, puede ser la literatura, puede ser la música, pueden ser las artes plásticas, pero si vienes acá y creces repleto de inquietudes y preguntas algo vas a tener que hacer. Es tu gran desgracia no haberte creído las mentiras de tu cultura y también tu gran regalo. Algo vas a tener que hacer. Lo relevante aquí es saber cuál es tu técnica de combate, cuál es tu mirada filosófica, tu manera de innovar para mantener viva una inquietud milenaria.
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