Gabriel Solano: “La democracia continúa los intereses de la dictadura”

El dirigente trotskista acaba de publicar el ensayo“Por qué fracasó la democracia”. Aquí dice que el mayor error de la izquierda fue asimilarse al peronismo. Que Milei es la expresión “más rabiosa” del capitalismo. Y que “no se puede vivir la revolución permanente”.

Gabriel Solano. Una mirada desde la izquierda.

El 10 de diciembre de 1983 comenzó el período más estable y duradero de la democracia argentina. Este año se cumplen cuarenta años. Aún en los momentos más críticos, como durante los levantamientos de los Carapintadas o la crisis del 2001 —para poner sólo dos ejemplos—, las instituciones republicanas pudieron sostenerse. Pero si se miran los índices económicos, los resultados educativos, la tasa de desempleo, los problemas sanitarios, no parece tan cierto que con la democracia, como decía Raúl Alfonsín, “se come, se cura y se educa”.

Para Gabriel Solano, diputado nacional por el Partido Obrero, la cosa es todavía más clara: el contraste entre las promesas de 1983 y la realidad del pueblo argentino es de tal magnitud que obliga a preguntarse qué sucedió para que el resultado sea un país “hundido en la pobreza, la indigencia, el endeudamiento crónico y el estancamiento productivo”. Solano acaba de publicar un ensayo que viene a intervenir en el debate público alrededor de las cuatro décadas de democracia, justamente en un año en que se elegirá un nuevo presidente. El título es inflamado: Por qué fracasó la democracia (Ed. Planeta).

La tesis que sostiene en el libro es que la caída de la democracia está directamente vinculada a la decadencia del capitalismo. En esta entrevista, Solano habla de las ideas que lo llevaron a escribir a la vez que plantea los desafíos de la izquierda para interpretar la realidad del país y hacerle frente a otros emergentes que cuestionan al sistema político desde sectores de derecha, como los libertarios que se encolumnan detrás de Javier Milei.

El libro parte de aquella famosa frase de Alfonsín, y él también decía que, si la política era el arte de hacer lo posible, entonces se transformaba en el arte de la resignación. Quería tomar esas dos frases porque en el libro hay un arco que va del optimismo de la primera a la renuncia que enmarca la segunda.

—Yo no estoy resignado. Soy crítico de esta democracia. Creo que es una democracia que fracasa sobre la base de sus premisas. Desenvolvió lo que tenía que desenvolver sin arrojar el resultado que Alfonsín decía que tenía que tener. Sí, hay una resignación de una parte de la población, se ve en las encuestas. Es una coherencia que dice que, si seguimos con este régimen social, difícilmente podamos mejorar la calidad de vida. Yo creo que el fracaso es admitido por todos. En el libro, polemizo con todos los que lo admiten y dan sus respectivas explicaciones. Cristina Kirchner dice que fracasó por las corporaciones. Los libertarios por el gasto público. Pero nadie puede reivindicar que estos cuarenta años hayan sido de progreso para el país y el pueblo. Al contrario: cuarenta años de democracia, cuarenta años de pobreza.

Criticar la democracia es una posición incómoda.

—A mí se me ocurrió el título y me di cuenta de que el contenido para un título tan fuerte no podía resumirse en 10.000 caracteres. Acá operan varias cosas. Una, que a mí me parece importante, tiene que ver con que, a esta altura de mi vida y de mi militancia en el Partido Obrero, me gané el derecho de criticar a la democracia sin que nadie me acuse de estar a favor de la dictadura militar. No se puede divorciar el mensaje de quien lo emite. En el prólogo hago una crítica muy fuerte a que la democracia continúa los intereses de la dictadura. Las leyes que siguen vigentes son pilares del sistema; la deuda externa, que fue tomada sin la menor investigación. Lejos de defender a la dictadura contra la democracia, critico a la democracia por haber preservado los intereses de la dictadura.

“Me gané el derecho de criticar a la democracia sin que nadie me acuse de estar a favor de la dictadura militar”

Pero la democracia de Alfonsín, que era débil, incipiente, ¿podía oponerse tan visceralmente a todo lo hecho por la dictadura? Sabiendo que hoy a la dictadura se le dice cívico-militar.

—A lo largo de la Historia hay muchos tipos de democracia. La democracia que tenemos preserva los intereses de la dictadura militar porque es una democracia capitalista, como la dictadura era una dictadura capitalista. Tienen una continuidad. Mi explicación de fondo es: ¿por qué fracasa la democracia? Porque es una democracia capitalista. La decadencia del capitalismo a nivel internacional hace que esto fracase. Yo me ocupo de diferenciarme de la visión pesimista de los que dicen el mundo anda muy bien pero Argentina anda muy mal. Acaba de salir un libro del principal editorialista de The Financial Times que habla de democracia y capitalismo y él dice lo que yo veo: la crisis del capitalismo provoca una crisis en la democracia. Eso te lo demuestra Bolsonaro en Brasil, el asalto del Capitolio de las tropas de Trump, la emergencia de grupos semifascistas en Europa. Es un tema internacional. El problema es el capitalismo. ¿Sabés por qué puse este título? Porque no quiero dejarle a la derecha la crítica al sistema.

Que sería el emergente de Milei.

—Y hasta cierto punto, Bullrich, que es una especie de Milei en Juntos por el Cambio. Es una derecha que crece al explotar un ángulo antisistema. Cuando es la izquierda la que tiene que desenvolver la crítica al sistema capitalista y a la democracia que hoy adopta políticas a través de un sistema capitalista. Yo quiero una democracia de los trabajadores. Quiero una democracia de verdad. Esta es una democracia muy cuestionada porque está basada en que el pueblo no delibera ni gobierna, sino a través de un presidente votado cada cuatro años.

“Para la izquierda es un desafío enorme que haya una derecha que se pretenda antisistema y gane una base popular”

En el libro hay un capítulo especial sobre Milei. Pienso que Federico Poli hace poco sacó un libro sobre desarrollismo y también criticaba a Milei. Desde la izquierda, desde una posición socialdemócrata, desde la centroderecha lo miran como desconfianza. Pero no deja de ganar votos. ¿Por qué?

Milei está explotando con habilidad la desilusión del pueblo. Él trata de despegarse; dice que no gobernó y que hay que terminar con todos los que gobernaron. Se presenta como alguien que está por fuera del sistema. Y yo lo veo como la expresión más reaccionaria del sistema. La idea de que está por fuera es una maniobra que no se corresponde con los hechos. Cuando uno entra a indagar, Milei es la expresión más rabiosa del capitalismo. Defiende al menemismo, que bien visto, lleva al 2001, porque el gobierno de De la Rúa fue la continuidad del menemismo y la convertibilidad. La derecha lo critica porque pierde votos con él, pero no puede hacer una crítica de fondo a sus planteos porque no tienen divergencias profundas. Milei dice que va a hacer lo que no hizo Macri porque tenía palomas adentro. Para la izquierda es un desafío enorme que haya una derecha que se pretenda antisistema y gane una base popular. La izquierda tiene que ponerse las pilas y ocupar el lugar que siempre le correspondió.

—Pero ¿por qué la izquierda, que nunca gobernó, no logra construirse como una alternativa a lo largo del tiempo? Ha tenido momentos donde sacó 10 o 12 puntos y después bajó muchísimo.

—Hay factores internacionales y nacionales. Al socialismo se lo quiere juzgar con el parámetro de un siglo y capaz que es poco. El catolicismo tardó cuatro siglos en convertirse en religión de Estado. El capitalismo tardó mucho en desarrollarse; le llevó siglos. En lo que hace a la Argentina, la izquierda cometió muchos errores y el más importante fue asimilarse al peronismo. Como los trabajadores decían ser peronistas y la izquierda quería ganarse a los trabajadores, se hacía peronista para llegar a ellos. ¿Cómo terminaba la historia? Con la izquierda reafirmando el peronismo en lugar de cuestionarlo y superarlo. En el Partido Obrero queremos terminar con esto. No se nos escapa que el nuestro es un programa duro de transformación, que va a enfrentar muchos obstáculos. ¿Cómo los vamos a superar? Con el poder que va a devenir de tener al pueblo con nosotros. Tenemos que conquistar a los sindicatos, a los barrios. Eso en parte está ocurriendo. Por primera vez en la Historia, la izquierda tiene concejales en La Matanza, en Moreno, en esos lugares que eran cotos cerrados del peronismo.

¿La izquierda unida es un sueño posible?

—Mirá lo que pasa en Chile: Boric puso como ministro de Economía a quien fue el presidente del Banco Central de Piñera. Es como si mañana yo ganara la presidencia y pusiera a Cavallo. La izquierda tiene que unificarse, sí, pero no para hacer lo de Chile. La izquierda tiene que unificarse en función de conquistar al pueblo argentino por un proyecto socialista, lo que significa hacer el esfuerzo de construirse como el gran movimiento popular de centenas de miles de personas. La derecha nunca le pelea al peronismo: cuando la derecha gobierna va a buscar al peronismo como aliado para que le garantice gobernabilidad. Macri se sacaba la foto con Moyano. Vidal gobernaba con Massa y el peronismo bonaerense. ¿Por qué lo hacen? Porque la derecha no tiene base popular. Nosotros tenemos que confiar en la base popular. Queremos unificar a la izquierda para eso.

En un capítulo hablás del gatopardismo del “Pacto de Olivos”. Diciembre de 2001, que pasó más de veinte años, ¿fue también gatopardismo? Pienso en cómo se desarticuló muy prontamente aquella alianza de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”.

—No se puede vivir la revolución permanente. Uno tiene que llevar a los pibes al colegio, tiene que ir a laburar. Las cosas tienden a un orden. Cuando pasó el 2001 y las cosas no terminaron como... No se fue a nadie, y fueron a buscar dentro del peronismo a un sector que había sido ultramenemista. Porque Néstor y Cristina habían sido grandes menemistas. La alianza entre piquete y cacerola no se podía mantener en el tiempo. Pero hay una frase de Trotsky, que ahora los libertarios se la quieren apropiar, que es: “Las revoluciones son imposibles hasta que se vuelven inevitables”. Si a una sociedad le ofrecés un camino más fácil lo va a agarrar, pero después de un tiempo se va a dar cuenta de que ese camino es un callejón sin salida, o peor, es un camino en el abismo. Y nosotros ya estamos en el abismo: con un 50 por ciento de pibes pobres estás en el abismo. La sociedad intenta caminos simples, hasta que se da cuenta por su propia experiencia que tiene que tomar otros. A mí no se me escapa que nuestro camino es difícil, no soy ingenuo. Pero los que nos han planteado otros caminos han fracasado estrepitosamente. Por eso crece también Milei. Los caminos de siempre están agotados y eso se demuestra con que Macri y Cristina no pueden ser candidatos. Los dos líderes más importantes de las últimas décadas no pueden ser candidatos.

“Bullrich queda como algo nuevo, pero tiene casi asistencia perfecta en todos los gobiernos”

Ellos no, pero hay figuras de su entorno con mucha experiencia de gestión que sí.

—El vacío de alguna manera se llena. Pero no parece que nadie vaya a votar por una de esas alternativas con entusiasmo. Nadie dice: “Qué bueno, voy a votar a Larreta”. Se vota porque es obligatorio y porque alguien tiene que estar en la Casa Rosada. No hay entusiasmo, porque, como vos bien decís, toda esta gente de una u otra manera ya gobernó. Bullrich queda como algo nuevo, pero tiene casi asistencia perfecta en todos los gobiernos. Yo entiendo que, si nosotros no aceleramos una construcción más fuerte, eso va a ser ocupado por alguien. El peligro de hoy es que eso lo ocupe un sector de derechistas.

¿Milei le saca votos a la izquierda?

—No le saca votos en términos de lo que la izquierda tenía, pero sí en costo de oportunidad, como se diría en economía. Lo que vos podrías ganar, no lo estás ganando. En la última elección en la ciudad de Buenos Aires, sacamos el 8 por ciento. Sacamos más que la última vez. No nos sacó votos y de hecho ganamos otros. Pero él sacó el 16%. Entonces nosotros podríamos haber sacado el 24 por ciento. Eso es el costo de oportunidad, y es algo que me importa mucho, porque de a dos puntos no llegamos más.

Gabriel Solano encabeza acto del Partido Obrero en Plaza de Mayo, en 2022.

El atentado a Cristina, que pasó hace seis meses, ¿cambió algo en la política argentina?

—Visto en el tiempo, parecía que no. Uno pensaba que, a partir de ese atentado, Cristina podía adquirir una nueva popularidad para ser candidata a presidenta y no ha removido su imagen negativa en amplios sectores de la población.

Ahí también hay otra cuestión, que se vincula con Cristina, y es el papel de la Justicia.

—Es otro aspecto importante, porque tenemos un Poder Judicial muy cuestionado. El Poder Judicial forma parte del régimen político: de sus negocios, de su corruptela, de las decisiones que perjudican a la población. Pero tampoco parece que el atentado haya modificado las cosas. Lo que sí se pone de manifiesto es el entrelazamiento de una parte conspirativa de la sociedad que se mueve en los márgenes, en los sótanos, en sectores de inteligencia semifascistas. La democracia argentina es muy limitada. La democracia capitalista tiene más de enajenación que de expresión de la voluntad popular.

“La democracia argentina es muy limitada. Vos votás e inmediatamente perdiste la soberanía”

¿Por qué?

—Porque vos votás e inmediatamente perdiste la soberanía. La Constitución dice que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes y cualquier otro intento es considerado sedición. Las fuerzas de seguridad no son controladas por el pueblo. Los servicios de inteligencia no son controlados por el pueblo. El poder judicial no es electo por el pueblo. Es una democracia muy limitada en tanto ejercicio de la soberanía popular.

Hoy la economía ha cambiado de una forma en la que casi no la entendemos, y la discusión que propone la izquierda podría haberse planteado en el año 60, en el 70, en los 90, en el 2010. ¿Cómo se hace para plantear un debate de fondo con estos temas con una mirada actual?

—Sí, ha cambiado, pero la tecnología, que tiene un avance descomunal, debía servir para aliviar la carga del trabajador, para que tenga un mejor nivel de vida, y se convierte en lo contrario. Yo estoy a favor de toda la tecnología. Una vez escuché a Duhalde decir que no quería máquinas nuevas porque iba a haber desocupación. No, yo digo: que haya máquinas nuevas para que haya reducción del horario laboral. El problema del capitalismo es que te dice: “La gente se muere más vieja, entonces no se puede jubilar más”. El problema no es la máquina sino el capitalismo. Todo el desarrollo tecnológico que existe no reemplaza el problema de que la riqueza la sigue creando el trabajador y que la ganancia capitalista surge de la explotación del trabajador. El desarrollo tecnológico se tiene que desarrollar sin ningún tipo de límite en función del beneficio de la mayoría. Hoy no es así. ¿Cómo puede ser que tengamos inteligencia artificial y que cada vez haya más pibes pobres? Marx previó que en el comunismo no iba a haber Estado, porque el desarrollo tecnológico iba a permitir que el hombre se emancipara del trabajo diario y cada uno iba a poder dar y recibir de acuerdo a su capacidad y su necesidad. Ese principio es el mío. En Argentina la tasa de inversión es bajísima, menos del 20 por ciento del PBI y te cuentan con inversión hasta el mobiliario. El fallo tecnológico está truncado por el capitalismo, que lo expande hasta un punto, pero lo bloquea para que no se generalice.

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