Cuando Pablo huye de su casa tiene catorce años. Se va porque no resiste más los maltratos en casa de los que han sido víctimas él y su hermana. Cuando regresa, tiempo después, si bien todo se ve distinto, la gente de este lugar en el que vivía parece seguir en lo mismo, como si sus vidas se hubiesen detenido en el tiempo.
Tarde o temprano, el pasado terminará imponiéndose en la vida de Pablo, tocando a su puerta, buscando, como un ancla, hundirlo en las profundidades de la culpa y el odio.
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La relación con su padre nunca fue buena. Regresar a Neiva, este municipio colombiano, supone para él un nuevo encuentro con todo aquello que durante tanto tiempo intentó enterrar. Esto marcará su destino para siempre.
Esta es la trama de la primera novela del escritor colombiano Eduardo Tovar Murcia, quien debuta en el género luego de haber publicado algunos relatos y cuentos en antologías a nivel nacional.
Formado como periodista y con un máster en Literatura encima, Tovar Murcia comenzó a trabajar en este libro mientras caminaba por las calles de Neiva, la capital del departamento colombiano de Huila. Creyó ver a una de sus hermanas, pero no la reconoció y aquella imagen le detonó una pregunta que luego sería vital para el desarrollo de la novela: “Qué pasaría si años después un hombre vuelve a su ciudad y lo primero que ve es a su hermana, a quien abandonó a su suerte”.
Cerca de ocho meses tardó el escritor en darle forma a las primeras líneas de la historia, y otros seis meses más para tener un corpus medianamente decente.
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Tovar Murcia empezó a escribir de atrás para adelante, es decir, del final al inicio. “Fue un ejercicio metódico en el que hice un esquema por capítulos. Finalmente, como sucede en la creación literaria, solo me sirvió como referente general porque se siguió al pie de la letra”, comentó el autor en conversación con Leamos.
El escritor sabía que no quería otro espacio para la novela distinto a su propio entorno. “Este es un territorio muy poco narrado desde la ficción. Son contados los autores que han tomado esta ciudad como espacio literario”, señaló. Su intención también era estética, quería ir más allá: que Neiva fuera parte de la historia no solo como escenario sino también como condicionante de los hechos que le pasan al protagonista.
“Uno de los retos que me impuse fue escenificar Neiva no como un retrato figurativo sino como una abstracción, como símbolo, a través de las sensaciones que les da a los personajes”, dijo el autor. Cada una de las personalidades que interactúan en esta historia fueron surgiendo conforme Tovar Murcia iba escribiendo. “Fui más intuitivo y me dejé guiar por mi entorno, por las personas que me rodean o por aquellas que he conocido a lo largo de mi vida”, explicó.
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Eduardo Tovar Murcia comenzó a escribir en cuanto confirmó que su pasión por la lectura, la cual descubrió en su juventud, podía ser redirigida hacia algo mucho más concreto. Conforme crecía su ansia de lectura, sus ganas de contar historias fueron aumentando. “Quería hacer lo que había leído en grandes escritores. Desde luego, guardando las proporciones y reconociendo que yo nunca sería ellos”, dijo.
La escritura se le presenta al colombiano como una posibilidad de encontrarse en medio de la incertidumbre que le representa la vida, como una oportunidad de entender cómo funciona, “sin edulcorantes ni visiones románticas; solo la vida, sin concesiones”.
Influenciado por las obras de autores como Onetti, Abelardo Castillo o Coetzee, Eduardo Tovar Murcia tiene claro que una vez adentro, ya no podrá dar vuelta atrás. Su entrada al panorama actual de la literatura colombiana es una suerte de presagio: quien se avienta, no retorna.
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