El libro es monumental, en varios sentidos: porque es un libro de más de 500 páginas, porque es exhaustivo en cuanto a la vida y la obra de un autor clave de la literatura argentina y porque es un modelo en su género. Soriano (Sudamericana) seguramente será la biografía canónica del escritor Osvaldo Soriano, el que cruzó todos los límites en materia de ventas y bestsellers; el que cruzó el periodismo con la literatura como pocos y el que no dejó polémica sin atravesar. Fue, también, el que ayudó a construir su mito de escritor que se hizo de abajo por no haber nacido en cuna literaria, el mismo que se enfrentó a quienes criticaban sus libros y su literatura (o quienes los ignoraban) casi como si se tratara de un capítulo más de la lucha de clases.
Ángel Berlanga es uno de los periodistas culturales más respetados de la Argentina. Gran entrevistador, escribe en el suplemento Radar de Página 12 y es el coordinador de la sección “Verano 12″ en el mismo diario, un espacio único en su tipo para la divulgación de la narrativa argentina.
Ángel nació en Buenos Aires en 1966 y es docente de periodismo en la UBA y en la agencia ANCCOM. Es autor de las entrevistas para el libro La literatura argentina por escritores argentinos y hace 20 años comenzó a trabajar junto a Juan Forn en la reedición de la obra de Soriano y compiló dos volúmenes con artículos del escritor: Cómicos, tiranos y leyendas y sus escritos sobre fútbol Arqueros, ilusionistas y goleadores. Por estos días acaba de publicarse Soriano, su esperada biografía del gran escritor y periodista argentino nacido en 1943 y fallecido en 1997.
Hijo único de un funcionario de Obras Sanitarias y un ama de casa, fanático de San Lorenzo, periodista de todos los géneros, polemista profesional e integrante de varias redacciones pioneras como Primera Plana, Panorama, La Opinión o Página 12, diario del que fue uno de los fundadores, en sus primeros años Soriano vivió en diversas localidades del país a raíz del trabajo de su padre y fue también uno de los escritores que eligió exiliarse en los tiempos sombríos de la dictadura. Antes había publicado su primera novela, Triste, solitario y final y todavía en el exilio se conocieron No habrá más penas ni olvido y Cuarteles de invierno.
A la hora de su muerte, Osvaldo Soriano estaba casado con la francesa Catherine Brucher, quien lo había convertido en el padre de Manuel, el único hijo del escritor, nacido en 1990.
La biografía de Berlanga es un trabajo monumental y riguroso, que da cuenta de lo que fue la vida del autor de El ojo de la patria, a la vez que, con inteligencia y gran capacidad de análisis, introduce al lector en una obra clave en la narrativa argentina del siglo XX, conformada por siete novelas y varios libros de relatos, crónicas y artículos periodísticos, algunos de los cuales aún sorprenden por su capacidad visionaria.
Hay dos citas del propio Soriano que iluminan desde el arranque la biografía. Son estas:
“Al escribir, cuidame. Son mis memorias; no quiero aparecer como un viejo gruñón que idealiza sus años juveniles” (Memorias de Míster Peregrino Fernández)
“No tengan piedad de mí: la memoria, si voraz y violenta, es una materia exquisita”. (Piratas, fantasmas y dinosaurios)
Lo que sigue es una charla que mantuvimos semanas atrás, en un estudio de Radio Nacional, para el programa Vidas Prestadas.
— Soriano era un personaje desmesurado. Era muy querible y muy peleable, por decirlo así. Era muy atractivo. Y es un personaje sobre el que trabajaste mucho, porque empezaste con su literatura y estuviste muchos años trabajando sobre su vida.
— Para la biografía en sí hace nueve años; se cumplen 10 años a mitad de éste. Pero ya venía trabajando y reuniendo materiales desde hace mucho. Vos mencionabas recién el trabajo sobre su literatura que hice junto a Juan Forn. Yo ya ahí tenía materiales y Juan me convoca porque esa reedición consistía en agregarle tramos de las facturas de las novelas a las reediciones de las novelas. Un poco la cocina, ¿no? Y las repercusiones.
— Mucho de eso está en tu biografía.
— Mucho de eso está acá, aumentado por supuesto. O sea que tenés el corte de diez años, que es cuando me puse con la biografía. Tenés el corte de veinte y tenés más cortes hacia atrás, como lector. Mi entrada en Página tiene que ver con un contacto con Juan Forn, por ejemplo. Hay unos cuantos hilos que se entrelazan.
— ¿Y en qué año entraste a Página?
— En el 98.
— O sea, al año siguiente de la muerte de Soriano.
— Sí, y además está híper relacionado. Te cuento así mínimamente: cuando murió Soriano, como tenía materiales, al poco tiempo yo propuse en La maga yo propuse hacer el número homenaje. Y, además, entrevisté a Forn y a Rodrigo Fresán, que eran los escritores jóvenes más allegados a él. Yo quedé en contacto y, poco antes, de que se cumpliera el aniversario, vi el anuncio en Página de que iban a hacer un número especial con “Soriano por Soriano”, con declaraciones de él sobre la vida, la obra, la política, la infancia, sus tics, sus rasgos de personaje. Y entonces yo lo llamé a Forn y le dije “mirá, yo tengo materiales” y Forn me dijo “no te puedo aceptar porque no va a pagar nada el diario, no hay plata”. Le digo: “yo te paso los materiales igual, pero vos aceptame un sumario de notas con propuestas y, si alguna te cierra, vamos para adelante”. Y fue así: dicho y hecho.
— Y así entraste al diario.
— Sí. O sea que en estos días se cumplen 25 años de mi primera publicación en Página y todo tiene que ver con Soriano.
— Yo sí lo conocí a Soriano, estuve varias veces con él; alguna de esas cosas incluso aparecen en tu libro. Lo que creo, después de leerlo, es que además de recuperar de una manera muy exhaustiva lo que fueron su vida y su obra, haces algo muy interesante que es poner en perspectiva lo que significó la literatura de Soriano no solo en la Argentina. Y eso es algo que está perdido en el tiempo y que se recupera con tu trabajo. Emociona ver en perspectiva hoy lo que significó su literatura en Italia, en Francia. En Italia, sobre todo, fue una cosa increíble. La cantidad de premios, el conocimiento de su obra que tenían afuera. Vos hacés un detalle de las mesas y eventos en las que él participaba con señores increíbles.
— Tremendo, tremendo. Sí, sí, sí. Está en las grandes ligas ahí, sí. Está en las grandes ligas y el libro también desgrana mucho contacto con personajes clave. La relación con Cortázar, por ejemplo.
— Exactamente, las lecturas de Cortázar de la obra de Soriano.
— Sí. Y en Italia realmente lo idolatran. Se lo sigue reeditando, cada tanto se reedita su obra. De hecho, un elemento bien significativo es cuando él muere en la portada de los diarios italianos apareció la noticia de su muerte.
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— Increíble.
— O sea, es alguien de mucha referencia y hoy todavía ves continuamente gente citándolo, acordándose de él, recordando tramos de sus libros. Realmente es un personaje muy importante, sobre todo en Italia. Y una cosa que descubrí también revisando material de archivo es que en Chile también se lo conocía, había participado en mesas…
— Él estuvo en Chile cuando fue el plebiscito de 1988, que terminó marcando el fin de la dictadura de Pinochet.
— Y hace ahí unas crónicas extraordinarias. Una cosa que me interesaba subrayar es que es muy placentero, nutritivo leerlo. No es para nada indiferente. Estos días pensaba que hoy se lo conoce como un performer, digamos, ¿no? Él tenía eso de que a veces se le salía la cadena en las polémicas con los editores, por ejemplo. Y al mismo tiempo, él dice no hay nada más desagradable, arrogante y vanidoso que un escritor. Así como agarra la bolsa de los editores y los mete a todos ahí, agarra la bolsa de los escritores y hace lo mismo. Y dice: “yo justifico un poco lo de los editores porque tienen que tratar con los escritores”. (Risas)
— Algo de tu libro que me hizo pensar un poco es que durante mucho tiempo se hacía difícil de pronto hacerles el verdadero reconocimiento como escritores a quienes eran originalmente periodistas; tal vez porque eran excelentes periodistas y eran buenos escritores, digámoslo así. Y no solo pienso en Soriano, pienso también en Tomás Eloy Martínez, por ejemplo, de quien si tengo que elegir, voy a seguir eligiendo La novela de Perón y Santa Evita por encima de las novelas de pura ficción.
— Totalmente.
— Recién mencionabas las crónicas, un género que fue resaltado en las últimas décadas. Y Soriano hacía ese modelo de crónica de toda la vida.
— Sí, sí, de los años de La Opinión. Hay crónicas de box en Panorama, por ejemplo, que son joyas. Porque no solo te cuenta lo que pasa, si no que se delira y ves el electrocardiograma, digamos. Y tiene mucho humor. Él nunca renuncia al humor. Incluso en los temas más difíciles, salvo excepciones porque él ha escrito mucho sobre el Proceso y los derechos humanos y las violaciones a los derechos humanos y ahí no hay humor. Pero en el resto de las materias, el humor siempre está presente. Y las contratapas de Soriano en Página son un clásico, ¿no?
— Sí. Hay cuestiones que me gustó recuperar a partir de tu trabajo. Una es leer a un hombre de izquierda, orgullosamente de izquierda, militando por causas y no por personajes. Eso es algo que perdimos porque, en los últimos años, la militancia periodística se dio por proyectos políticos concretos, partidos concretos o liderazgos concretas. En el caso de Soriano, uno advierte cómo él podía sustraerse a esa fascinación religiosa por los personajes y estaba detrás de las causas. Y otra cosa que me encantaba era ese humor heredado de Tato Bores, con la Llamada internacional, por ejemplo.
— Claro, claro. Sí, sí. Que traía desde la época de Mengano. Pero también en algunas notas de La Opinión aparece el humor y las cosas que recupera él de la picaresca en el oficio, o sea, las cosas que cuenta de Alberto Szpunberg, por ejemplo.
— Gran poeta.
— Claro, tremendo. Tremendo poeta. Lo recordaba con un cariño Szpunberg, no conocía esa relación. Supe que coincidieron en La Opinión. Y cuando lo entrevisté a Szpunberg era como que lo adoraba. Y recordaba escenas maravillosas, algunas están en el libro. Estas especies de complots que hacían en La Opinión poniendo cartelitos...
— (Risas) Sí, sí, cartelitos anónimos en los baños en contra de Timerman.
— Ese tipo de picaresca que él sostiene siempre. Yo he rescatado muchas veces esa frase de la épica, él dice: “Falta épica y sentido del humor”.
— Y es verdad.
— Todo el tiempo eran sus dos banderas.
— ¿Eras lector de Soriano cuando eras más joven? ¿Fuiste lector de Soriano?
—Esta es otra historia que cuento mucho. Yo estudiaba Arquitectura, salí del Industrial. Nada de literatura, poco y nada. Y, además, formado durante el Proceso. O sea, todo lo que fueron los excesos de la dictadura y etcétera recién me desayuno cuando llega la democracia. Era muy poco lector. Estudio Arquitectura tres o cuatro años, no era para mí, y empiezo a leer. Mi descubrimiento es Cuarteles de invierno en una librería de usados. Puesto en línea con algunos artículos que había leído de él en Página y en El Porteño. Ese es mi desembarco y esto es el año 88, o sea que ya tenía 20 y algo, ¿no? Y cuando cuento esto, también lo hago por el alcance que tiene Soriano como escritor. No es un escritor que les habla a los escritores solamente o a un gueto, tiene un público muy amplio y de ahí también la popularidad que tuvo.
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— Funciona como un introductor a la literatura.
— Absolutamente. A la literatura y a mil temas que dialogan entre sí.
— Claro, pero lo que quiero decir es que es un facilitador de la llegada de mucha gente a la literatura.
— Sí. La definición en algún momento me la dio Alberto Díaz, quien fue el editor ahí en Seix Barral, y me parece que es así. Él tiene por un lado mucha rebeldía y, por otro lado, mucha libertad. Entonces dice: ¿por qué no voy a hablar de qué pasa políticamente en la literatura? ¿Por qué no voy a meter la coyuntura en la literatura? ¿Por qué no voy a meter el fútbol en la literatura? Y eso para los lectores arma mil puntos de contacto. Y creo que esto, esa definición de facilitador, de introductor a temas y a autores y a…
— Un gran divulgador.
— Tremendo, sí, eso lo tiene. Viste lo que es cuando él se mete con la Biblioteca de Mayo. Y él lo llamaba “lecturas compartidas”: yo estoy leyendo esto, le cuento, si le gusta está buenísimo.
— Es que es así, claro.
— Yo creo que es eso. Y esto me parece que Juan Forn lo toma, al modo de Juan, pero creo que las contratapas de Juan Forn tienen esto en su matriz. No solo apropiarse, sino esto de la lectura compartida y del cuentito. Lo que hace Juan Forn ahí, que es maravilloso y que tiene sus rasgos distintivos por supuesto de Osvaldo, pero yo creo que es también esto de las “lecturas compartidas”.
— ¿Creés que todos estos años que demoraste en escribir el libro, en donde debe haber habido mezcla de perfeccionismo y montones de cuestiones, pero sentís que éste es el mejor momento para haberlo publicado? ¿Sentís que hoy es un buen momento para que salga una biografía de Soriano?
— No, yo hubiera querido sacarlo antes. Hay una serie de cosas, alguna la mencionaste vos que tiene que ver con la inseguridad propia o la capacidad de laburo. Hay gente que labura rapidísimo, yo laburo muy lento. Como todos, hacemos mil quinientas cosas, además.
— Como todos los periodistas en la Argentina (risas).
— Claro. Y yo, la verdad, cuando estoy en ese tren me cuesta. Yo hubiera querido sacarlo hace cuatro, cinco años. Porque además también le dediqué muchos años.
— ¿Estás contento con el resultado?
— Sí, estoy contento porque además uno ha hablado con mucha gente y muchas veces uno dice “ah, ya lo tengo”. Y no, se iba postergando. Pasó lo de la pandemia. Durante lo que fue el macrismo yo me involucré en otras cosas en ese período y entonces le puse mucha energía a eso también. Pero respondiendo a tu pregunta, la verdad es que hubiera querido, por ejemplo, empalmarlo, con la reedición de Seix Barral, que tuvo una repercusión y una llegada descomunal. Y creo que ese impulso un poquito hubiera estado bien tenerla en ese momento. Porque le hubiera dado una continuidad a la impronta de Soriano y al mismo trabajo que hizo Juan con las reediciones.
— Hay una frase que aparece en relación a lo que eran las notas necrológicas que hacía Soriano, que hablaba de “no maquillar a los muertos”. Me gustaría saber qué significó esa frase para vos mientras preparabas un libro sobre Soriano. Qué quiere decir no maquillar: porque no es lo mismo que faltarle el respeto o faltar a la verdad. ¿Cómo hace uno para decir la mayor verdad posible sobre una persona?
— Yo pienso mucho que esto es una suma de recortes. Juan Bautista Duizeide, que hizo una lectura entrañable, hablaba de montaje, y esto para mí en gran parte tiene que ver con un montaje. Las dos frases que abren, el “tratame bien” y el “no tengan piedad de mí” también constituyen una aproximación a eso. Él mismo se reivindica con alguna de las cuestiones polémicas. Recién hablábamos de cómo decía que los escritores son los seres más arrogantes, etcétera, y él se mete en ese paquete también. También dice que algunas polémicas las motoriza y habla de su carácter. No es alguien que diga: no, esto yo no fui; o sea, se involucra. En ese sentido, cada una de las controversias que hay en el libro, aparecen enfocadas de modos muy distintos. No aparecen como diciendo: ésta es la verdad.
— Eso se nota y está muy bien.
— Hay una anécdota de (Eduardo) Belgrano Rawson, que cuenta que venía viajando en un taxi con su hija y una amiga de su hija. Recién acababan de llegar a la ciudad y asisten a un choque. Entonces se arma la situación de lío ahí, discuten. Y prontamente sigue viaje el taxi. Y alguien hace un comentario acerca de la imprudencia de uno de los dos conductores y alguien más dice no, no, pero no fue así porque, en realidad, si te fijás, el otro… Y hay una tercera opinión que es: bueno, pero tendríamos que contemplar además que... Y Belgrano Rawson llega a esta conclusión: habían pasado cinco minutos de los hechos y adentro de ese auto ya había cuatro opiniones distintas.
— Por supuesto, claro.
— Entonces, eso me sirvió en parte. Y, después, por otro lado, como decía recién, esto es un montaje. Yo tengo mis simpatías allí. Por supuesto es una biografía de Soriano, pero eso no impide que quienes participaron de esas polémicas tengan su voz y sus principales vectores respecto de esos cruces con Soriano. Todo está ahí en el libro.
— Es interesante porque mientras estamos hablando de las polémicas pienso en la de los editores y la discusión con Daniel Divinsky, que aparece en el libro también con su opinión, y recuerdo la tremenda polémica de cuando volvió del exilio. Leía tu libro y recordé que yo estuve en el Centro Cultural San Martin en aquella tremenda mesa, con la polémica sobre los que se fueron y los que se quedaron, que se había armado primero con el supuesto “genocidio cultural” del que hablaba Cortázar, con quien Liliana Heker se peleó. En tu libro aparece Heker hablando muy bien.
— Sí, sí. Está Castillo también. Bueno, de esa polémica participó Abelardo también.
— Exacto. Y después lo que tiene que ver con la cuestión más académica y las peleas o las supuestas rodadas de cabezas de periodistas que hicieron malas críticas de sus libros, como el caso de Guillermo Saavedra y de Charlie Feiling, periodistas y escritores. Saavedra habla en tu libro. Algo que me interesa es cómo de alguna manera le bajan el tono a esas polémicas, no por negar lo que se dijo si no porque el enojo es una cosa en el momento, pero después sedimenta otra cosa.
— Sí, y es que también en esta cosa de maquillar el muerto, etcétera, estamos muy acostumbrados al puro bronce viste, es todo blanco, es todo negro, es puro bronce, es pura perversión. Y en algún momento aparecen los grises. Y ese tipo de cuestiones como lo del enfrentamiento entre Soriano y la academia. Mi lectura final es que a él le llegan -directamente de Puán- unos comentarios en los cuales lo descalifican en alguna clase y él se enoja con eso.
— Pero lo que pasa es que un autor que compartía una mesa con Juan Carlos Onetti, o a quien Julio Cortázar le mandaba elogios de sus libros, no podía ponerse como él se ponía con quienes eran mucho más jóvenes que él y lo que estaban buscando era, como diría Moria, “agarrarse de sus tetas” (risas).
— Bueno, yo creo que eso además es un clásico en la literatura. Pero esto salta mucho después de la polémica, toda esa pelotera que se armó fue diez años después de su muerte. Pero, rastreando, era una cosa que a él le pasaba, y me parece que tenía que estar.
— Es que es importante porque mostraba quién era, cómo era él.
— Y, además, viste que Ernesto Tiffenberg (N. de la R.: director de Página 12) por ejemplo le decía: “Pero qué te importa, si a vos te reconoce éste, éste, éste. Tenés todos los lectores. La gente te quiere. Es entretenido lo que escribís”.
— Pero él quería todo, Ángel.
— Esa es una lectura. Haciendo como una lectura más general, yo creo que cuando se sentía herido por alguna referencia, él reaccionaba. Hay una historia que cuenta respecto de su gato “Negro Vení” y una venganza que se toma. Y yo creo que él tenía ese tipo de reacciones.
— Sí, es muy buena esa anécdota. Es cuando en Francia recibe una visita de un amigo que no lo trata muy bien al gato y entonces el gato se venga orinándole encima al amigo, mientras está durmiendo. Él tenía esa locura con los gatos…
— Salió la nota en Página sobre la biografía y me llegaron cinco o seis fotos de lectores fotografiando a los gatos apoyados sobre el ejemplar de mi libro.
— Ah, que increíble.
— Una hermosura. Una hermosura.
— Claro, él tenía una locura con los gatos y con los escritores que tenían locura con los gatos.
— Sí, sí. Escribió muchas notas, de algunas de ellas doy cuenta en el libro. Hay una cosa que me gusta mucho que dice (Antonio) Dal Masetto. “Él se entusiasmaba con algo y, cuando hablaba de eso que lo entusiasmaba, era como si plantara una bandera” dice Dal Masetto. Y yo creo que él con sus temas hace eso. Y, a veces, bueno, la desmesura también lo llevaba a pelearse. Él no le esquivaba a la polémica.
— Y fue construyendo su propio mito en función de sus propias prácticas. Quiero decir, estaba despierto toda la noche y dormía de día. Era un fanático de los gatos al punto de que si el gato se paraba arriba del manuscrito significaba que el manuscrito funcionaba y si no, era que lo tenía que tirar. O sea, todo eso pasaba en la vida real, pero le venía fenómeno para construir un personaje.
— Hay una anécdota con los gatos que es alucinante, cuando uno le destroza los manuscritos de un escritor, de Roberto Mariani, y él dice “no, pero está bien porque esos manuscritos eran malos” (risas). Tremendo.
— Era una persona muy entusiasta. Y muy querible. Y eso está reivindicado en tu libro.
— Sí, realmente es así. Muy, muy querible. Creo que el éxito en la reedición tiene que ver con eso, porque Soriano muere en el 97, en el 2013 empieza la reedición. Hasta el 2016 se venden 412.000 libros suyos. Sin aparataje de publicidad ni nada. Y uno, que es bicho de librerías, lo sabe: sus libros no aparecían en los usados.
— O sea, no es que la gente los compraba y los revendía.
— No. Y yo eso lo sigo percibiendo eh. O sea, esto de estar tanto tiempo trabajando con su vida y su obra, percibo el cariño por él.
— Sí, pero incluso aquellos que se peleaban mucho con él… Hay algo muy lindo que yo desconocía y está en tu libro, que es que Martín Caparrós se compró su auto, por ejemplo.
— Eso es alucinante.
— Yo no lo sabía y me impresiona mucho. Porque Caparrós y Dorio (que, por otra parte, aseguraban que los mandó a echar de Página) representaban la revista Babel, absolutamente en contra de Soriano y de su obra. También eran Babel Saavedra y Charlie Feiling.
— Sí. Respecto a la polémica de si los mandó o no los mandó a echar, etcétera, yo a la conclusión que llego es que previo al desembarco de ellos, había alguien más de encargado de Cultura, ellos llegaron ahí para hacerse cargo y, en realidad, yo no sé si por una cuestión generacional, etcétera, hablé con varios periodistas que decían que no estaban conformes, que no les gustaba el rumbo que llevaba la cosa, no sé, y entonces fue como “sale Paredes y entra Enzo Fernández”, digamos. Pero más allá de eson una de las cosas que veo revisando los diarios en la hemeroteca, es que rápidamente Caparrós vuelve a firmar. Ese mismo año, antes de que termine el año, sigue firmando contratapas en Página por ejemplo. Igual él dice que era su enemigo. Bueno.
— Soriano lo elegía a Caparrós como enemigo, además...
— Eso por un lado. Por otro lado, lo del auto…
— Es como simbólico.
— Híper. Pero, además, una cosa que noto es que lo que hace a bordo de ese auto Caparrós es recorrer el país como en la última novela de Soriano, en la que el personaje sale a hacer un libro sobre el país, sobre las rutas argentinas.
— Hay una continuidad.
— Una continuidad, sí. Y es muy llamativo eso.
— Te tengo que hacer la última pregunta. En tu libro hay una recuperación fantástica de un autor, de una obra y de una época. ¿Qué es Soriano para vos?
— No, me excede, porque a lo largo de la entrevista hemos ido desgranando hitos. O sea, para mí está directamente ligado a mi quehacer en el oficio. Yo hago una cosa muy distinta a la que hacía él, por supuesto, está muy de más decirlo. Pero para mí es un personaje vital, no solo desde lo que es el periodismo y la literatura sino también desde lo que es entender las claves de la historia y de la coyuntura política, por ejemplo. Y me ha acompañado a lo largo de 25 años, o yo he acompañado su obra a lo largo de 25 años. Tanto tiempo puesto acá también implica un pariente muy cercano, digamos, ¿no?
— Lo querés al gordo.
— Sí claro. Claro que lo quiero.
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