Dolores Reyes: “Con las estadísticas de pobreza en nuestro país, ¿qué pueden elegir los pibes para sus vidas?”

La autora argentina acaba de publicar su segunda novela, “Miseria”, protagonizada por dos jóvenes de las que viven bajo la línea de pobreza y de cara a la violencia machista. Se trata de una posible continuación de “Cometierra”, el libro con el que sacudió a la literatura del país.

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Dolores Reyes fue maestra durante
Dolores Reyes fue maestra durante décadas y acaba de publicar una nueva novela. (ALEJANDRA LÓPEZ)

“Tengo dieciséis años y mi hijo ni siquiera nació”-piensa Miseria mientras se apoya las manos en la panza-. Está embarazada y, aunque el tiempo corre, sabe esperar. Además, ya ha dado el gran paso de mudarse desde la pequeña localidad donde nació a la gran ciudad junto a su novio, Walter, y su cuñada, Cometierra, con quienes conforma una pequeña familia adolescente. Así comienza Miseria, la segunda novela de Dolores Reyes, que continúa la historia de los tres personajes que empezó con Cometierra (2019), pero que puede también leerse independientemente.

En esta nueva entrega, la familia se ha trasladado a una zona limítrofe entre capital y provincia y circula en estaciones, puentes, edificios, santuarios y cementerios salpicados de carteles, puestos de feria y locales comerciales sobre grandes avenidas. El hijo llegará a este espacio de transición, donde todos transitan, pero nadie parece haber nacido. Más bien, en postes, túneles y paradas de colectivo hay pegatinas con rostros de chicas impresos en fotocopias. Algunas no han vuelto a sus hogares hace tiempo y su familia persiste en la búsqueda.

Cometierra empieza a detenerse en estos rostros. Ella descubrió, de niña, que al tragar tierra puede cerrar los ojos y transformarse en una suerte de médium “entre lo que sabe la tierra [sobre las personas faltantes] y los que están buscando esos familiares” –explica Reyes–.

Miseria, esta segunda novela de la autora, aborda la desesperación ante la búsqueda de un ser querido, pero también el nacimiento y el parto, los saberes ancestrales de las mujeres, el poder de la solidaridad entre amigas y vecinas, los afectos y las violencias machistas. La calle es un espacio de encuentro, de pasaje e intercambio, donde una generación joven toma sus propias determinaciones en un contexto en que el porcentaje de pobreza en la niñez y adolescencia alcanza el 55 por ciento.

Reyes admira la última novela de Roberto Bolaño, 2666, atravesada por la desaparición de mujeres: “Lo que él quiso hacer –destaca– es dar una pauta del horror que es Ciudad Juárez y la frontera [con Estados Unidos], la cantidad de cuerpos violentados, tragados por este sistema, por la fábrica, por la Maquila, una maquinaria de muerte, de tortura y de horror y sufrimiento para las mujeres y da cuenta de eso, uno atrás de otro, explicando cómo aparecen esos cuerpos. Me pareció un gran procedimiento”. Pero aclara que su trabajo es diferente en cuanto al cuidado al presentar los cuerpos violentados, distanciándose sobre todo del show morboso.

La autora ha sido maestra, es madre de siete hijos e hijas y continúa su labor docente en talleres literarios. Su contacto permanente con la juventud y sus historias de vida se combina con sus estudios de letras clásicas, su familiaridad con los mitos griegos y la exploración constante de las leyendas americanas y creencias populares. “La novela tiene una referencia a la magia desde el comienzo, a la par de lo que sería el catolicismo o las religiones protestantes o evangélicas. Yo no soy quién para decir si esto corresponde a lo civilizado y esto otro es pagano o bárbaro. No me parece para nada”.

-¿Por qué la tierra guarda las imágenes de los muertos?

-Hay una premisa que acompaña la historia de Cometierra, el personaje, en ambas novelas, que es que la tierra que habitamos sabe de nosotros, que dejamos una huella que está en la tierra. Y eso en particular en Argentina, donde yo, al menos, crecí viendo organizaciones de mujeres buscando a sus hijos en la tierra, no como una metáfora, sino algo absolutamente material. Y tiene esta doble cara, siempre relacionada con el tema de los ciclos, la agricultura, la sabiduría de las mujeres, el generar alimento, el sustento más material, a la vez que es un principio femenino que es dador de vida, por un lado y, por el otro, es una suerte de útero que recibe a los cuerpos cuando esa vida ya no está. Como es un libro que trata el tema de las violencias machistas, incluso recibe a esos cuerpos como si fuese un útero cálido cuando ha sido violentado.

-En este momento de auge de la autoficción, vos buscás tu material en otros lugares. ¿El escenario opera como motor de esta historia?

-Ellos se trasladan a una zona de frontera y de cruce permanente. Están día a día con gente que está cruzando, llegando, yéndose. De hecho, hay un diálogo que menciona que “nadie nace acá”. Sin embargo, hay un hijo de ellos que sí va a nacer ahí. Entonces eso es muy loco. Es un barrio que se llena de migrantes permanentes que pasan a ser sus habitantes. Y donde el cruce de lo que es capital y provincia es cotidiano.

-Me parece muy única esa zona donde confluyen una terminal de colectivos, una estación, una avenida, una feria…

- …Un santuario, un cementerio, hay de todo. Es un lugar siempre de ebullición y está la mirada de los personajes, que llegan de un lugar mucho más despojado. Entonces les parece que todo es luminoso, brillante, hay una sobredosis de estímulos impresionante y se van adaptando a ese lugar. Pero ahí Cometierra se va a encontrar con lo mismo que en su lugar de origen: esos ojos que la miran desde los carteles de búsqueda de las chicas que faltan.

"Basta ya de chicos muertos"
"Basta ya de chicos muertos" dice el tatuaje que mostró Reyes en una entrevista en el estudio de Infobae. (Crédito: Santiago Saferstein)

-¿Vos fuiste imaginando los personajes al observar estos carteles, que efectivamente están en la ciudad?

-Absolutamente. Siempre voy mirando, estoy muy atenta a eso. Me pasa de chocarme con murales, todos de chicas que faltan. Y en esta zona en particular forman una suerte de collage que abarca cuanto puede atravesar un cuerpo feminizado o femenino: está la desaparecida al lado de la vidente, al lado de la que hace trabajos, al lado de otra chica que falta, al lado incluso de una mascota perdida. Ese sincretismo me parece increíble.

-¿Y los varones lo observan desde afuera?

-Yo siento que nadie se para ahí a observar. Están esos ojos ahí, pegados a las paradas de los colectivos, en los postes, en las paredes, túneles, pasos a nivel, están esos ojos mirándonos permanentemente y la gente pasa. Es también un mecanismo de supervivencia, hiperadaptarse a eso y automatizarlo. A mí me gusta trabajar en desautomatizar la mirada y empezar a hacerse cargo de esos ojos o siluetas que nos están interpelando de alguna forma. Son nuestra gente que falta, ahora, en este momento.

-¿Y cómo abordás ese tema?

-No me gusta presentar los cuerpos de las mujeres violentadas como hacen los medios, como si fuese un show más, un show morboso de cómo apareció esta mujer, qué le habían hecho, mostrar estos cuerpos. En México lo he visto en la tapa de los diarios. Acá se presenta también como despreciando la vida de las mujeres. El caso de Melina Romero, un caso de [Pablo] Podestá que me marcó muchísimo, a quien describieron como “la fanática de los boliches”, “la que había dejado la secundaria”, dos epítetos para subsumir la existencia de una piba de diecisiete años. Vos estás hablando de esa chica que tiene una historia, tenía un futuro por delante, una familia, gente que la quiere, docentes que hasta el día de hoy la extrañan, amigos. Esto pasó en los medios, en la tele, en horario central. Entonces yo siempre tengo mucho cuidado en cómo presento los cuerpos violentados de las mujeres.

-¿Cómo surge la particular perspectiva de Cometierra para contar sus visiones?

-Ella descubre su poder cuando come tierra de la tumba de su mamá. Se la guarda en el cuerpo como para guardarse algo de esa mamá que se acaban de llevar. Cierra los ojos y ve que su papá la mató a trompadas. Su perspectiva es otra porque justamente ella es hija de un feminicidio. Sabe entonces lo que es el costo en tristeza de cada una de esas chicas que faltan. Por eso es también muy empática a la hora de contar eso que las visiones le están mostrando.

-Es una fantasía, pero es algo muy real. ¿Cómo manejás esa relación?

-Nunca lo separo. Sé que hay un principio ahí que es el de la desesperación absoluta. Va gente que hace veinte años no sabe de su hermana o cuarenta años que busca a alguien, que han agotado todos los caminos, que sabe que la Policía no está haciendo nada, que el Estado no está respaldando estas búsquedas como debería. Entonces buscan una vidente. Cometierra tiene ese don, pero no lo puedo separar porque, en ese entorno, es la realidad más absoluta.

-¿Una realidad absoluta que está también en la creencia?

-Crecí escuchando cosas como palomas que embarazaban a mujeres, mujeres que parían un Jesús siendo vírgenes y eso era la realidad absoluta. Entonces, ¿quién dice que este discurso es verdadero y este otro es fantasía? ¿Qué elementos hay para separar los dos caminos? Yo trato de ser muy respetuosa porque me interesan muchísimo todos estos personajes de distintos lugares de nuestro país que tienen o se les atribuyen poderes sanadores. Además me interesa muchísimo la riqueza de las historias en sí, la Difunta Correa, el Gauchito Gil, a quienes se le llevan botellas como ofrenda. En la novela, a Cometierra también le alcanzan botellas, en su caso, con tierra adentro para que pueda tragar y buscar.

-A Miseria le dice Madame, la vidente que ella consulta, que las mujeres que la rodean son su verdadera riqueza.

-Sí. En medio de toda esa oscuridad, Madame le tira una onda, le hace ese vaticinio. Pero le está diciendo también que las cosas malas no se las va a decir en ese momento, pero que están. Me interesa mucho el tema del vaticinio, que viene desde la antigüedad, y en que el interpretador juega un papel enorme. Vos tenés esta sentencia terrible: “En el cruce de un camino matarás a tu padre y [te acostarás con su madre, según vaticina Tiresias en el mito de Edipo]”. ¿Y qué hace uno para correrse de eso? Justamente el sentido trágico es hacerte cargo de tu camino hasta llegar a ese lugar. ¿Hasta qué punto te podés correr o ejercés tus medios para estar a la altura de los agoreros?

-¿Y lo onírico en el texto funciona también en ese sentido?

-En Grecia había una sentencia que decía que la muerte y los sueños son hermanas. Y acá pasa un poco lo mismo, están muy pegadas. Hay un personaje que es la Seño Ana, la querida maestra de infancia de Cometierra, que la conoce más que nadie porque la ha visto crecer y ha compartido un montón de tiempo y la sigue acompañando adonde sea porque vive en sus sueños. Es una suerte de fantasmagoría y tiene una visión mucho más amplia que la de Cometierra. Entonces a veces le da consejos, la cuida o se enoja porque justamente también es una perseguidora de justicia. Ella la ve esclarecer un montón de casos y dice “bueno, pero el mío todavía no”. Alguien que no termina de irse por un pedido de justicia es un fantasma en un punto, ¿no? También por eso se vuelve tan tortuoso por momentos.

"2666", libro póstumo de Roberto
"2666", libro póstumo de Roberto Bolaño y una inspiración para Reyes.

-¿En esta historia se mezcla la mitología clásica con lo popular y lo social?

-Para mí es exactamente lo mismo porque ¿qué hace que determinemos que esa historia es clásica? La historia de Casandra, por ejemplo, [que contaba con el don de la adivinación, pero sin que nadie crea en sus pronósticos] es una cuestión de valoración cultural. Si te ponés a rastrear, seguramente acá en América había adivinas que hacían sus vaticinios también. Lo que pasa es que la cultura griega era letrada y no fue exterminada como la mayoría de las americanas. Yo soy una apasionada de eso. Uno de los primeros libros que me relataban fue La Ilíada y La Odisea y todo lo que tiene que ver con la mitología –una de mis hijas se llama Ariadna justamente por eso–.

-¿Y seguís investigando?

-Vengo buscando las leyendas americanas, que hay un montón. Hay ahí muchas mujeres poderosas y mujeres que sufren las violencias machistas: pienso en Lucía Miranda [la cautiva blanca] y en Anahí, dos historias tradicionales. La segunda es la leyenda de una mujer guaraní que defendía su tierra junto a su pueblo y los españoles la capturan, la atan a un árbol y le prenden fuego. De la sangre que beben las raíces, al otro día mágicamente florece el ceibo y es la Flor Nacional de Argentina, de color rojo sangre. Pero esas culturas son parte del sustrato de la tierra porque se las ha arrasado o justamente a los sobrevivientes muchas veces no los queremos escuchar. Por eso juego en esa zona de migración.

-Una migración que es actual aunque también viene desde hace años.

-Sí, eso se trabaja en los dos libros. Ahí traté de hacer un juego: serían los negros, los patasucia, los que están en la tierra –esa es otra conexión con la tierra–, el lado abyecto. Yo traté de construir en ese espacio cosas que tienen que ver con conocimiento y con cultura que ha sido despreciada.

-¿La tierra como lo sucio? Pienso en cómo a Cometierra la obligan a lavarse cuando es chiquita.

-Y el discurso de “ustedes porque están descalzos en la tierra viven en estas condiciones”. La gente del conurbano conocemos muy bien todas esas referencias que aparecen incluso en las campañas políticas. Elijo protagonistas que están súper afianzadas ahí; sus historias son ficcionales, pero transcurren con las problemáticas del lugar, que tienen que ver con eso y cómo estos movimientos generan lengua e incluso generan estados de lengua que son mucho más creativos que la norma que baja del imperio como si todavía fuéramos colonia. Pienso en Miseria y en Cometierra: dos pibas que están haciendo un movimiento mínimo de su vida desde Podestá hasta esta zona fronteriza, ese es su universo y mundo, su estado de lengua y es su lengua como herramienta incluso. Siento que para ellas esa norma de España es prácticamente extraterrestre.

"Cometierra", la novela debut de
"Cometierra", la novela debut de Reyes, la llevó a ferias de la Argentina y el mundo por su enorme impacto. (EFE)

-¿Cómo imaginás el sonido de esta historia?

-Soy maestra desde los 19 años y tuve alumnos de familias que por ahí se habían divorciado, el papá, camionero, y la mamá, empleada con cama afuera. Los pibes estaban solos toda la semana, por ahí venía alguna abuelita de vez en cuando y nada más. Y me decían que se juntaban todos: padre, madre, hijes, abuelos, a bailar. Justamente es esa fiesta, con la música ahí absolutamente presente. No es solamente el lado de lo despreciado o de la violencia, la pelea, me gusta rescatar a su vez un aspecto muy vitalista y muy lúdico de la música que atraviesa acá al personaje de Miseria. De hecho, hay una celebración, pero no quiero adelantar tanto.

-Asociaba al personaje de Miseria con este contacto tuyo tan cercano con la generación joven.

-Absolutamente viene de ahí. Este tipo de personaje me encanta. Imaginate tener que entretener a treinta pibes de quince años, ¿cómo hacés? Y siempre entre ellos hay una piba que es la chispa y Miseria es eso: súper descarnada, flaquísima, que, como su nombre lo indica, la vida le ha dado poco y nada, y con eso es como una luz en inteligencia, en supervivencia y en chispa vital. Es un personaje súper hablador, yo siento que la dejo en cualquier lugar y ella, a los diez minutos, va a tener veinte amigos, va a saber cómo sobrevivir, qué hacer. Y es tan diferente a Cometierra, que es metida para adentro, pensando en cada cosa que va a hacer. La otra es exterioridad y movimiento. Y sin embargo las dos tienen una profundidad que pasa muchísimo por las emociones, los sentimientos, por los lazos que van construyendo.

-¿Y por entender esa complementariedad entre ellas?

-Sí, por elegirse. Es algo que me pregunto con respecto a los pibes, específicamente. En ese mundo que les ofrecen los adultos, en nuestro país, con las estadísticas de pobreza, ¿qué pueden elegir para sus vidas? Ahí hay cuestiones que tienen que ver con actuar por necesidad, pero también hay otras que se plantean y se comparten, se conversan y tienen que ver con la elección, con plantarse con algo, con fundamentos, incluso aunque duela.

-¿Tu relación con la juventud está dada por tus años de docencia y también por tus hijos?

-Fui maestra hasta marzo, en este momento, no. Pero a los talleres de escritura que hago vienen también chicas de catorce, quince años con un montón de textos. Y me encanta. También están mis hijos, sus amigos, novios. Yo lo veo como una necesidad y no quiero oxidar esa escucha. Para mí, una persona que escribe tiene que estar muy atenta a las cosas que le llaman la atención, lo que te interpela, lo que te da un fogonazo para empezar.

-Con respecto a los conocimientos de las mujeres, está también el conocimiento sobre el parto, cómo ayudar a dar a luz, que viene de la tradición y no de la institución médica.

-En realidad, fue un conocimiento manejado e implementado por mujeres durante siglos y siglos y en un momento se nos arrebató eso, incluso como categoría política, y nos han puesto en una camilla horizontal y con unas cosas de fierro súper hostiles a nuestros cuerpos y que no tienen que ver con acompañar los procesos por los que estamos atravesando en un embarazo y que tienen que ver con ponerte en un lugar de objeto: “Vos no sabés nada, callate y empujá”. Entonces en el libro hay una búsqueda un poco alternativa en ese sentido, pero que no es nueva, sino que se vincula con una salida de esa hostilidad y con buscar un conocimiento que es otro, que es mucho más empático y acorde con el poder de las mujeres.

La pobreza de niños y
La pobreza de niños y adolescentes es uno de los telones de fondo en la novela de Reyes.

-¿Y en la novela vos buscaste otra forma de contarlo?

-En la ficción, audiovisuales, cine, series, mil veces he visto partos y me pasó de tener que decirles a mis hijas que no es así, no es una mujer gritando como una descontrolada y todo lleno de sangre. ¿Dónde hay un parto atravesado así? Siento que ese arrebato tiene que ver con contar la experiencia o la representación de la experiencia también. Siempre me dio mucha risa, todos gritando, la mina toda colorada, que ya no puede más, y después todo sangre, tanta sangre. Y después le traen un bebé que parece que tiene dos meses, todo envuelto.

-En el libro, Miseria cuenta su parto de manera muy diferente, sin la institución médica, pero con los recursos de un conocimiento ancestral.

-Miseria está atravesando el momento de dar a luz, así que, ¿por qué no lo va a contar? ¿Por qué no lo va a atravesar de la misma forma en que atraviesa todas las experiencias de su vida? Las mujeres nos buscamos, hay un boca a boca, un mano a mano y hay un trabajo y, entonces, si nos acompañamos todo el tiempo para cocinar, para trabajar, para hacer las labores, para llevar a los pibes a la escuela, para salir a pasear y dar una vuelta por el barrio, ¿por qué no nos vamos a buscar entre nosotras en este momento tan fundamental? No quiero adelantar más, pero es un conocimiento que sigue existiendo.

Así empieza “Miseria”

1

Cometierra, acá desaparece gente todo el tiempo, acá, tu don es oro. Ya no sé la cantidad de veces que se lo repetí. Yo no puedo quedarme callada. Pero ella se hace la que no me escucha, se levanta y se va para el baño sin contestar. También yo me paro, camino hasta la ventana y corro la cortina para mirar a la calle. No termino de acostumbrarme a los carteles. Uno atrás del otro, peleando por los pocos pedazos de cielo libre. Esto no es solo el shopping del conurbano, estamos en la capital nacional de las videntes, pero a Cometierra ninguna de todas esas charlatanas le llega ni a los talones. Ella en serio puede ver.

Escucho la cadena del baño, el agua que corre por la pileta y enseguida, el botón que apaga la luz. Cuando Cometierra sale y se me acerca, no puedo quedarme con la boca cerrada y se lo vuelvo a decir: Acá podrías ser una reina, acá, tu don es oro. Ella ni siquiera me mira. Sigue esquivándome los ojos y la lengua. Va a buscar su colchón, lo acomoda en el piso, pone la almohada y las sábanas, y se acuesta para ver si se puede dormir. Nada le resulta tan difícil a Cometierra como sus sueños.

Me acerco a ella, me agacho, le doy un beso y aprovecho para abrazarla un rato. Ella me atrapa las manos apretándomelas contra su cuerpo. Jugamos cada una en el cuerpo de la otra y a mí me da cosquillas. Hago un esfuerzo para no cagarme de la risa. Cometierra no quiere que nos separemos hasta quedarse dormida. Trato de sacar una mano, tiro hasta que lo consigo y después, la meto abajo de su remera. Le paso despacio las uñas por la espalda hasta que se queda quieta, cierra los ojos y ya no los abre. Escucho su respiración cada vez más lenta y espero. Cuando relaja los brazos me puedo levantar.

Busco sin hacer ruido mi celular de arriba de la mesa, miro la hora y uso su linterna para ir a la pieza y llegar hasta mi cama. Son más de las doce y el Walter duerme hace rato. Me acuesto al lado suyo, lo suficientemente cerca para que me llegue su calor. Es de noche y todo se quedó en silencio. Antes de cerrar los ojos, me apoyo las dos manos en la panza. Si hay algo que nos sobra es tiempo. Tengo dieciséis años y mi hijo ni siquiera nació. Nosotros podemos esperar a Cometierra todo el tiempo del mundo.

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