Unos pasos inesperados resuenan sobre el techo de chapa de la escuelita. ¿Es un pájaro? ¿Es un gato? Es el Dylan, que viene volando quién sabe de dónde, golpeando las puertas del cielo, zapateando sobre la chapa y metiéndose de prepo en un aula que puede ser una guarida donde esconderse y dejar tesoros... o también puede ser una veterinaria, un taller de costura, de dibujo, de escritura, de lectura y sobre todo el lugar en donde pasan cosas que en otros lados no suceden, porque si bien en todas partes suelen decir que un título de maestra es una herramienta y las herramientas se usan para construir, a veces forma parte de la construcción romper algo, advierte la novela desde un principio, como si algo estuviese por quebrarse para dar lugar a otro modo de ver, de percibir las cosas.
Se trata de Ese tiempo que tuvimos por corazón, una novela en la que Marie Gouiric narra con un lirismo de ensueño la experiencia de una maestra en una escuela cuyas carencias no le impiden transitar momentos únicos de enseñanza y de aprendizaje.
Estudiá, hacete un oficio, insiste una y otra vez la sentencia paterna. Pero aquella maestra aprende mucho más que un oficio: además de usar el taladro y la amoladora, sabe cómo derribar paredes para escuchar la voz de quienes tienen tanto para decir, sabe cómo hablarles a quienes se sienten escuchados, sabe cuándo golpear algunas puertas y cuándo es necesario crear una ventana. Una ventana que permita que llegue más luz, aire y otra forma de pensar la gramática o la literatura, no como una norma rígida que cohíba la escritura, sino como la posibilidad de habilitar otro tiempo y otro espacio.
Porque al aprender con la seño a escribir la palabra “agujero” una ventana se forma en el aula por donde entra un sol diferente, porque el relleno multicolor de un almohadón puede verse reflejado en el brillo de algunas miradas, porque ahí entran en juego reglas de una sintaxis y una semántica bastante particulares que dicen que un sustantivo puede adjetivar más que un adjetivo, porque el gris ceniza se nos mete en la lengua contra el paladar o también en los ojos, que empiezan a lagrimear.
Y es que se trata de un texto que se escribe y se lee con todo el cuerpo, con todos los sentidos, sembrando vida y floreciendo en donde todo pareciera estar condenado a su propia extinción, dando luz a un lugar recóndito en el que la muerte no tiene dominio, ni siquiera cuando intenta acogotar a una yegua que es salvada por las mismas manos que le tejen a Joya, un cachorrito que brilla en la oscuridad, un abrigo, que le dan un lugar para vivir y que demuestran que otro mundo en este mundo es posible.
Bolsones repletos de telas dejan de ser un montón de basura y se transforman en estrellas caídas al suelo que resplandecen en la noche. Bajo la mirada de esta maestra, todo se transforma y se resignifica, un manojo de retazos pasan a ser el botín que atesoran unas manos teñidas de roña que persisten en la búsqueda de qué resucitar. Y precisamente comprende que ahí está también su tarea: tocar lo que no es de ella ni de nadie, como si se creyera Cristo reviviendo a Lázaro.
Marie Gouiric construye con esta novela un espacio y un tiempo que están al margen de la gran ciudad, acaso ignorados o relegados por ella, en un barrio construido de líneas de calles sin cañerías, sin asfalto, sin cloacas. Pero lejos de hacer una cartografía de la miseria, trazando el mapa de aquel lugar que quedó fuera del mapa, en vez de centrarse en las dificultades que debe atravesar aquella extraordinaria maestra, este relato fluye a partir de su potencia. “Hagan de su tara la tarea”, repite la docente como leitmotiv, como un motor que la lleva a encontrar en su fragilidad su propia fortaleza.
Quién es Marie Gouiric
♦ Nació en Bahía Blanca, en 1985.
♦ Es licenciada en Enseñanza de las Artes Audiovisuales.
♦ Publicó los libros de poesía Este amor tan Grande (Mansalva, 2021), Un método del mundo (Blatt&Ríos, 2016), Botafogo (Eloísa Cartonera, 2014) y Tramontina (Vox, 2012).
♦ Su primera novela, De dónde viene la costumbre (Random House, 2019) fue mención especial del jurado del Premio Sara Gallardo 2021 y finalista del Premio Filba-Fundación Medifé.
♦ Vive en Buenos Aires.
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