El gaucho libre con su guitarra nunca existió: qué intereses políticos lo volvieron una figura central de la Argentina

En su libro “El gaucho indómito”, el investigador Ezequiel Adamovsky analiza la construcción y usos de esta figura. Dice que en algún momento representó el reclamo ante los privilegios de los inmigrantes frente a los criollos. Y que Perón le sacó provecho.

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Don Celestino Paredes. Una obra
Don Celestino Paredes. Una obra de Florencio Molina Campos.

“Porque ese cielo azul que todos vemos, / ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande / que no sea verdad tanta belleza!”. Esos versos de Argensola que había tomado Homero Expósito para el tango Maquillaje bien podrían funcionar como una clave para interpretar la figura del gaucho: ¿existió en realidad?, ¿quién era?, ¿a qué grupos sociales representaba? Parecería que las figuras en torno al gaucho no se agotan nunca: forma parte de la construcción identitaria de la Nación y sigue formulándose y reformulándose continuamente.

El historiador Ezequiel Adamovsky acaba de reeditar El gaucho indómito. No es una imprecisión o una hipérbole calificarlo de perfecto. Publicado por la editorial Siglo XXI, lleva como subtítulo: De Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación desgarrada. El libro aborda la identidad política y nacional del gaucho, su papel como emblema central de la argentinidad y su rol en los conflictos —todavía irresueltos— que han marcado la constitución de la Nación Argentina.

A través de un recorrido que comienza por las obras del criollismo popular en el virreinato, pasa por el canto de payadores y los folkloristas, analiza el movimiento de Lugones, que instala al Martín Fierro como el poema nacional, y llega hasta el primer período peronista, Adamovsky analiza los diferentes avatares de una figura imposible de clasificar, a la vez que interpreta cómo el gaucho —la figura del gaucho— se convierte en el vehículo que restituye la voz de los pobres y señala las injusticias sociales.

Quería comenzar la entrevista con aquella famosa afirmación de Borges, que en la década de 70 decía que, si hubiésemos elegido al Facundo como libro nacional en lugar del Martín Fierro, otra sería nuestra historia.

Borges parte de una concepción equivocada. La sociedad argentina tiene al Facundo como uno de sus pilares. Es el libro más influyente de la historia argentina a la hora de definir cómo nos pensamos como nación. Mucho mayor a la del Martín Fierro. Ambos libros son los libros nacionales y en esa misma contraposición, en el hecho que José Hernández haya escrito el Martín Fierro justamente como una crítica al gobierno de Sarmiento nos dice mucho sobre las tensiones en el modo de concebirnos como nación.

Hay una cuestión fundamental que recorre todo el libro y es la dificultad de configurar la identidad del gaucho. No deja de ser paradójico que esa identidad que la Argentina tomó como constitutiva no pueda identificarse.

—La figura del gaucho es extraña porque es una figura social que no ha tenido mucha presencia demográfica. Esa figura errante con su guitarra cabalgando libre por las pampas es una figura literaria. No ha existido tal cosa. Por lo menos no como un grupo importante de la población. Cuando empezó a aparecer el término tenía un sentido de delito. En el siglo XVIII se refería a gente de a caballo que se internaba en el campo para robar ganado, para cuerear ganado ajeno. Luego se hizo extensivo a la población rural en general, a la población pobre del campo. Ni siquiera tenemos claro si, cuando José Hernández escribió su poema, los habitantes del campo se autodefinían como gauchos. En los documentos que tenemos se refieren a sí mismos como paisanos. Es más bien una identidad atribuida siempre a un grupo social diferente.

Ezequiel Adamovsky  y su
Ezequiel Adamovsky y su libro "El gaucho indómito".

Hoy es una figura que reivindican y se atribuyen desde chacareros hasta empresarios rurales.

—Nunca está claro sobre qué cuerpos o sobre qué sector social concreto cae el término. En términos políticos, la figura del gaucho se la asignó a diferentes ideologías. Desde el anarquismo, y la queja de los alambrados, hasta las visiones que hoy son más habituales de conservadores o de derecha. Todo el arco político utilizó esta figura que tiene una indefinición social y política constitutiva.

Si bien el libro llega hasta la figura de Perón, es imposible no vincularlo con la actualidad y la figura del gaucho sigue siendo problematizada desde diferentes sectores del poder. ¿De qué manera se apropia cada sector del gaucho?

—Es una figura en pugna política con un cambio importante: esa pugna, que era absolutamente central en la política argentina hasta mediados del siglo XX e incluso hasta la década de 1970, hoy ya no lo es. Sin embargo, se mantiene y hemos visto hace poquito a un supuesto payador, que realmente era un militante del PRO, que payaba en favor de empresarios. También el kirchnerismo siguió en la tradición previa del peronismo o de los grupos de la izquierda nacional, al usar la figura del gaucho perseguido como emblema de lo plebeyo y lo popular. Inclusive hubo una reedición del debate que planteaba Borges entre Alberto Mangel, director de la Biblioteca Nacional en tiempos de Macri, y José Pablo Feinmann. Las discusiones se mantienen de la misma manera que sigue la admiración popular por la figura del gaucho perseguido. Un ejemplo muy evidente es el culto del Gauchito Gil: el 40 por ciento de la población cree en los poderes de Gauchito Gil.

¿Influye la inmigración interna en el primer peronismo para cambiar la imagen del gaucho?

—El primer peronismo no cambia la imagen del gaucho. Más bien se monta sobre una imagen heredada, que es la idea de una postergación del criollo en favor de la inmigración. Perón se montó sobre esa idea y afirmó en su campaña electoral de 1946 que venía a reivindicar al criollo olvidado durante cien años. Él se presentaba como aquel criollo que anunciaba el Martín Fierro, que iba a venir a mandar y reivindicar al criollo postergado. Perón usa los sentidos asociados al gaucho para sacarle provecho. Lo que sucede, un tiempo después de la caída de Perón, es que aparece un emblema nuevo de lo popular, que es la figura el Cabecita Negra. Muchos escritores peronistas tratan de hacer una especie de filiación en la cual el Cabecita Negra era el gaucho actual.

El "Martín Fierro", cuando ni
El "Martín Fierro", cuando ni los gauchos se llamaban gauchos.

Mencionás a la inmigración, y eso también que es muy llamativo. ¿Como se da esa pugna?

—Hay que recordar que la figura del gaucho en la época de la Organización Nacional era el emblema de la barbarie, aquello que había que dejar en el pasado y superar. Muchas veces, la inmigración europea se concebía como el antídoto frente al gaucho no apto para el progreso que se suponía que habitaba el territorio argentino. Volviendo al Facundo, el gaucho malo es justamente el rebelde que va a reivindicar el criollismo popular. En el siglo XIX, salvo por algún rescate literario que romantiza esa figura, no hay una política de apoyo o de promoción de ese grupo social. Más bien lo contrario. La crítica que aparece una y otra vez en el criollismo popular es que se ha postergado al habitante local en favor del inmigrante, cosa que era objetivamente cierto.

¿En qué se ven las ventajas de los inmigrantes?

—En el acceso a tierras para la colonización, la exención del servicio militar, hubo un montón de políticas públicas orientadas a beneficiar al inmigrante que el habitante criollo no tuvo. El criollismo popular fue canal del resentimiento, pero a la vez no fue un fenómeno siempre xenófobo. El Martín Fierro está lleno de insultos y desprecios a los gringos, pero no es en la tónica general de todo el fenómeno. Las payadas de Gavino Ezeiza les daban la bienvenida a los inmigrantes, los recibían como hermanos. También los inmigrantes consumieron historias de gauchos rebeldes: hubo historias de gauchos en italiano, en idish. La figura de los gauchos judíos es anterior a la canonización del Martín Fierro.

¿Cambia algo cuando el gaucho se convierte en una figura nacional? ¿Hay alguna política pública que mejore las vidas de los criollos? ¿O sólo se toma para construir una identidad que no necesariamente los beneficia?

—No, la verdad es que no hay nada de eso tampoco. No se traslada a políticas de protección, defensa o mejoramiento del criollo pobre, del criollo del campo. Es interesante porque, cuando Lugones en 1913 propone que el Martín Fierro sea el gran poema nacional y que el gaucho sea el emblema de la nación, él está maniobrando sobre el hecho de que el gaucho ya era un héroe popular. Era un emblema de la Nación construido desde abajo antes de que se le ocurriese a ningún intelectual.

-¿Entonces?

-Sobre ese hecho Lugones separa al poema de la galería de personajes gauchescos, lo singulariza, olvida a todos los demás y propone un culto nacional en torno de ese poema y esa figura, más bien montándose en la segunda parte del Martín Fierro. La primera parte tiene una amargura que es imposible de utilizar en ningún culto nacionalista. Él se monta sobre la segunda y deja olvidado el aspecto más rebelde de Martín Fierro. Pero, sobre todo, propone al gaucho como una herencia cultural. Quien sí asocia el culto del gaucho con una política de mejoramiento del peón rural es Perón. Eso también explica por qué Perón gana en el 46 con una diferencia muy grande.

Teatro. Juan Moreira, caracterizado por
Teatro. Juan Moreira, caracterizado por Pepe Podestá, pelea contra la partida heroicamente.

En el interior, porque en la Ciudad de Buenos Aires casi termina empatado. ¿Qué grupo social ocupa hoy el lugar que era históricamente el del gaucho?

—Es difícil de responder, siempre fue una figura más bien literaria. Ahora, si uno es fiel a los usos históricos del término, cualesquiera que fuesen los grupos a los que uno aplica el término hoy, deberían ser grupos subalternos, más bien plebeyos.

En un país atravesado por antagonismos, ¿la relación campo-ciudad está irresuelta?

—Yo no creo que haya una tensión entre lo urbano y lo rural como tal. No ha habido en nuestro país experiencias importantes de partidos políticos de base rural, como sí hubo en otros lugares partidos campesinos o partidos de masas de base rural. Las migraciones entre lo urbano y lo rural han sido permanentes. Hay, sí, una tensión política y económica entre los empresarios rurales y los sectores que necesitan utilizar parte de los recursos que generan la producción rural para el desarrollo industrial para las ciudades, para el financiamiento del Estado.

Monumento al gaucho, en Tolosa.
Monumento al gaucho, en Tolosa.

-Una tensión que persiste.

-Es tensión estructural. Argentina tiene una estructura económica muy complicada, entre otros motivos, por eso. Tiene una economía dependiente de las divisas que entran por las exportaciones del sector rural y una industria de base urbana que históricamente ha sido poco capaz de generar divisas propias. Con lo cual, inevitablemente, cualquier gobierno del signo que sea necesita derivar, canalizar, divisas que entran por el campo hacia la economía urbana. Eso genera tensiones políticas de muchos sentidos, pero insisto en que eso no es una tensión de habitantes del campo versus habitantes de la ciudad. Es una tensión de empresarios rurales versus el resto de los intereses del país.

Quién es Ezequiel Adamovsky

♦ Nació en Buenos Aires en 1971.

♦ Es historiador y ensayista.

♦ Es Doctor en Historia por el University College London.

♦ Formó parte de movimientos sociales. .Entre 2010 y 2013 colaboró con el Frente Popular Darío Santillán.

♦ Entre sus trabajos están: Historia de la clase media argentina: Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003; Historia de las clases populares en Argentina, de 1880 a 2003; La marchita, el escudo y el bombo: una historia cultural de los emblemas del peronismo (con Esteban Buch); El gaucho indómito: de Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación desgarrada.

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