La pérdida de la vista fue un proceso irremediablemente gradual que acompañó a Jorge Luis Borges durante toda su vida, tan presente como la lectura de libros, los poemas, cuentos y ensayos que escribía. Había nacido el 24 de agosto de 1899 y moriría el 14 de junio de 1986 en Ginebra (Suiza), cuando el célebre escritor argentino tenía 86 años.
Borges padecía una ceguera crónica. Nació sabiendo que, tarde o temprano, iba a perder la vista del mismo modo que sus antepasados: su padre Jorge Guillermo, su abuela Frances Haslam y su bisabuelo Edward Young Haslam también murieron ciegos. Se trata de una patología congénita que venía de su familia paterna. Su enfermedad jamás fue diagnosticada ni tratada eficazmente pese a contar con el respaldo de los mejores especialistas de la época.
Según un informe de la Revista Mexicana de Oftalmología publicado por el neurocientífico mexicano Mario Enrique de la Piedra Walter en 2017, “de los 6 diagnósticos diferenciales más importantes de la ceguera crónica (maculopatía senil, retinopatía diabética, glaucoma, cataratas, retinosis pigmentaria y miopía degenerativa), se estableció que la miopía degenerativa es la etiología más probable de la ceguera de Jorge Luis Borges según la compatibilidad de cada entidad con la obra poética”.
“Pese a que la miopía degenerativa es la etiología más probable de la ceguera de Jorge Luis Borges, no es posible descartar por completo otras oftalmopatías sin una exploración física adecuada”, agrega el documento.
“La ceguera era un tema instalado en la familia. Sobre todo porque Borges muy tempranamente manifiesta que quiere ser escritor, a los 6 años”, señala Lucas Ador, doctor en Literatura en UBA, también profesor de la UBA e integrante de la Fundación Borges.
Borges era corto de vista. Contaba que, cuando era chico, miraba las tapas de los libros desde muy cerca, con mucho detalle. También hay fotos de joven portando anteojos muy grandes.
Los comentarios sobre la pérdida de su visión también fue una constante en su vida literaria: cuando salió publicada la primera reseña de Fervor de Buenos Aires (1923), el escritor y periodista español Ramón Gómez de la Serna ya hablaba de lo corto de vista que era su colega.
El poeta Leopoldo Marechal lo llamó Jabalí ciego cuando hizo la parodia de Borges en Buenos Aires, en 1938. Aún faltaba tiempo para que Borges se quedara completamente ciego.
Pero hubo un cuento que lo marcó por completo. En El Sur (1953), uno de los más consagratorios que ha tenido en su trayectoria, Borges comenzó a despedirse de su vista. Lo hizo dos años antes de haberse declarado completamente ciego. Puso 1955 como fecha simbólica, cuando tenía 56 años. A partir de entonces, su obra pasó de la escritura al dictado.
Existen numerosas historias sobre Borges y su ceguera. En una de ellas, cuando el autor de Ficciones y El Aleph padecía desprendimiento de retina, Ador recuerda que el médico le había recomendado que no leyera con luz mala. Sin embargo, “se tomó un tren a Mar del Plata, se enganchó con una novela policial y la leyó completa en el vagón”.
“Al final, Borges dijo que no había luz y cuando terminó de leerla, vio manchas cuando levantó la vista, como como si literalmente se hubiese quemado los ojos leyendo. Esa anécdota es muy potente”, completa.
La progresión de la ceguera influyó su obra hasta convertirse en uno de los temas centrales de su literatura.
“Lo interesante que esa ceguera la convierte en parte de su literatura, de alguna manera la productiviza. Es interesante cuando uno piensa la relación del escritor y su obra”, advierte Ador, quien además realizó una tesis doctoral sobre Borges, es un lector constante y desde hace tiempo dicta clases sobre el escritor en la UBA.
Borges hace referencia a su trastorno de la vista en poemas como Poema de los dones (1960), Elogio de la sombra (1969), On his blindness (1972), El oro de los tigres (1972), El ciego I y II (1975) y Un ciego (1975).
En el libro de poesías El oro de los tigres (Emecé, 1972) alude al amarillo como el último color que podía distinguir. En cuanto a la prosa, la pérdida de la vista también figura El otro (1975), un cuento que consiste en un supuesto reencuentro entre el Borges ya ciego y anciano, con el Borges de la infancia.
“Es dramático el caso de aquellos que pierden bruscamente la vista: se trata de una fulminación, de un eclipse; pero en el caso mío, ese lento crepúsculo empezó (esa lenta pérdida de la vista) cuando empecé a ver. Se ha extendido desde 1899 sin momentos dramáticos, un lento crepúsculo que duró más de medio siglo”, dijo Borges en la conferencia sobre la ceguera que brindó en 1977, en Buenos Aires.
Su madre, Leonor Acevedo, se refirió varias veces a la afección de Borges, en frases que recopiló el investigador Martín Hadis en su libro Memorias de Leonor Acevedo de Borges. Por ejemplo:
“Georgie siempre fue muy miope; una vez había en la mesa un frasco de pickles ingleses en vinagre; le pregunté qué decía en el papel del frasco y contestó que era un papel en blanco”.
O:
“El médico le diagnosticó una catarata incipiente (la catarata congénita era típica de la familia de Jorge). Un día casi lo llevó por delante un carro y yo lo llevé a Natale. Le hizo cuatro operaciones para intensificar la catarata y poder operar”.
Y:
“Una vez que se hubo recuperado, Georgie me dijo: ‘Creo que la operación dio resultado’. ‘¿Ah, sí?, le pregunté. ‘Sí’ -me dijo- ‘¡Puedo ver las estrellas!’ Cuando dijo eso, yo lloré de emoción. Al día siguiente salimos al jardín y lo noté muy triste. ‘¿Qué te pasa?’ -le pregunté. Él contestó, ‘Es que ya no puedo ver las estrellas’. ‘Pero es que no hay, Georgie!’ -le dije-. ‘¡El cielo está completamente nublado!’ Y creo que con eso volvimos a vivir”.
“Borges ha tenido un camino zigzagueante con la vista. Tenía ese horizonte de que su padre había muerto ciego. Lo veía como un destino inevitable”, concluye Ador.
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