¿Qué es aquello que mora en lo profundo del bosque? ¿De dónde llegan a nosotros estos parajes? ¿Cómo es que terminamos a merced de este paisaje?
La poesía de la argentina Natalia Schapiro tiene olor a eso, a bosque interno, a bosque cotidiano. Sus versos cuentan todos una historia que se va enlazando conforme la coma da el paso a la rima y el punto pone cierre a la lírica.
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En su poemario más reciente, Schapiro va recogiendo ramitas para hablarnos sobre el amor y el desamor, la tristeza, los días de la infancia y los otros de la juventud, la vejez, la soledad, y la rutina del trabajo, todo como parte de ese “Bosque cotidiano”, así titulado el libro, en el que la suavidad de las palabras dan ganas de abrazar.
Alrededor de 78 páginas, en el ejemplar editado por el sello ‘elandamio ediciones’, acogen la voz de esta poeta bonaerense que ha entrado con sigilo en el panorama actual de la literatura argentina. Su “Bosque cotidiano”, en palabras de la escritora Laura Devetach, es un acto de sinceridad. “Cada poema es una cuenta de un collar que engarza con otras, una historia se va enhebrando. Natalia Schapiro escribe y construye con piedras labradas del camino de una vida”, apunta.
Aquí, la lengua es asunto primordial, pues acoge al lector con asombrosa sencillez y conforme el acto poético avanza, lo envuelve como si de rana ante mosquito se tratara.
Cuerpo a cuerpo
Yo te digo antes
del forcejeo
antes de raptarte
y encerrar tus filos
en una toalla:
es por tu bien
pero vos entendés
viene el abrirte
la boca a cualquier precio
el engaño triturado en
paté de salmón ya no sirve
vamos cuerpo a cuerpo
lucha de artes marciales
cada vez más afilada
técnicas impensadas
vas aprendiendo a resistir
voy aprendiendo a dominar
ahora te quedás quieto
fingiendo todo acabó
y cuando te libero de mis brazos
lanzás la píldora rosada
podemos estar minutos eternos
hasta que salgas del ropero
entre los cables
jugamos a las escondidas
a mancha pastilla
una hora puede llevar
que tragues el bendito semicírculo
tu lengua es un arma
apunto a la garganta
devolvés la pastilla con raqueta de tenis
y yo te agarro como a un bebé
al que voy a ahorcar
la tiro al centro del túnel
arte de fuerza y puntería
inoculo tus garras
te distraigo con mimos
espero
no sé si terminó
o es solo una tregua entre rounds
te acaricio el cuello y pienso
por qué no sabrás
la palabra antibiótico.
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En este bosque no se olvidan las palabras como en el de Alicia, escribe Roberta Iannamico. “En este bosque no duerme todo 100 años mientras las plantas se despliegan. Acá el alma se despierta. Los lápices son ramas, hay licuados y jugos de naranja, cuidados de alguien que ama y escribe sus poemas con la humildad que da el amor, con la transparencia que da la humildad”, dice.
Los versos de Natalia Schapiro van de todo lo que vivimos, los días en la cocina, la salida al supermercado, el colegio, el trabajo. En medio de todo eso, “el sol se exprime en lo verde (...) llevándonos a un bosque/que nos sostiene en el aire”. Y allí nos quedamos, a merced de todo lo que es cotidiano.
Breves mudanzas
Cada sitio dura mientras lo alarga el sol
apenas nos mancha la sombra
emprender la partida
estudiar primero los retazos de césped
recoger las pertenencias
el sol se lleva también un poco de nosotros.
Quedamos suspendidos en al aire de la plaza
apretando mate cáscaras mochila
-quizás la bici-
con manos inesperadas.
Cuestión de sentir
verde mullido y silencio
lejos de avenidas y calesitas
no calcular
mientras haya sol no pensar
encontrar ese punto exacto
donde rato y pedazo coinciden:
allí nos esperan.
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Rutina contenida, la abulia, eso es lo que yace en estos poemas que hacen parte de “Bosque cotidiano”, el poemario con el que Natalia Schapiro busca el encuentro con los lectores, sentarse a la mesa, beber el café, hablar de los chicos en el parque, mirarlo de cerca al polvillo sobre los libros.
Empezó el primer año
Enseñarle que el subte hacia Alem
la esquina empapelada de afiches
no la de la pizzería.
Acompañar estos breves retazos
una tela se corta con la fuerza
de un tropel de caballos.
Despedirse en la puerta
con pocas palabras, sin abrazos
robar una foto
guardando humedad y sacudón
mar adentro.
Se mezcla la distancia pandémica
con este otro alejarse
menos provisorio
más irreversible.
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