Una de las razones por las que una persona no debería leer la poesía de Marisa Martínez Pérsico un domingo en la noche, es porque la argentina tiene tal capacidad con la palabra que es probable que más de uno termine navegando en las profundas aguas de la incertidumbre. No tanto por lo que dice, sino por cómo lo dice. Su poesía es, en sí misma, la manifestación del viaje.
La poeta se embarca en varios viajes, la mayoría de ellos de ensueño, construye ciudades dentro de su propia casa, rescata recuerdos, y a partir de ellos, como bien ha escrito Jorge Sousa Braga, surge su poesía tan herida de belleza.
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El título más reciente de Martínez Pérsico es un poemario en el que se reencuentra con sus temas atávicos: la errancia real o imaginaria, la mercantilización del espacio y el consumo cultural del turismo reciente, tal y como ella misma lo explica. Un libro con el que consiguió, en octubre de 2021 y tras imponerse ante otros 261 manuscritos, ser la ganadora del XXIV Premio Internacional de Poesía Ciro Mendía, que se entrega en el municipio colombiano de Caldas, al sur de Medellín, en el departamento de Antioquia, y el cual recientemente ha sido publicado por la editorial Escarabajo.
Inicialmente, el poemario se titulaba ‘Un cielo para los gatos’, pero la propia autora decidió cambiar el título a “Las cosas que compramos en los viajes”, pues obedecía mucho más al espíritu de estos versos.
En el acta, el jurado del premio señaló que este trabajo de la poeta argentina desarrolla un lenguaje poético profundo y rico, permitiendo una comunicación con el silencio que se oculta detrás de las palabras.
“Es una obra inteligente, lúcida, en la que confluyen, en un diálogo afortunado, el pensamiento y la poesía. Un diálogo no impostado, no impuesto, sino natural. Como si pensar no fuera atributo sólo de los conceptos, sino también de las imágenes”.
El prólogo del libro fue escrito por el poeta español, director del Instituto Cervantes, Luis García Montero. En él, habla de la poesía de Martínez Pérsico como producto de una sensualidad intelectual y un vitalismo letraherido. En estos versos, escribe, cobran sentido hasta las cosas que compramos en los viajes, “unas compras siempre llenas de riesgos y de opciones equivocadas. Viajar en serio, igual que vivir en serio, no es salir de compras, pero compramos para evitar una desaparición. En esa dificultad del adiós, el corazón encuentra motivos para aferrarse a la vida ante el abismo”.
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Este es el octavo poemario de la autora, luego de haberse dado a conocer como poeta, porque también ha escrito novela, con títulos como “Las voces de las hojas” (1998), “Los pliegos obtusos” (2004), o “El cielo entre paréntesis” (2017).
La poesía de Marisa Martínez Pérsico es la reivindicación de la memoria de lo efímero, palabra tenue como la llovizna de otoño (Mujer, no te acostumbras/a que la vida esté sincronizada con la calma) y es en sí misma la manifestación de todas las prisas del instante (guiño a aquel poema del colombiano Federico Díaz-Granados), esas que se evaporan en el aire cuando a merced de los viajes ya no hay más opción que seguir adelante.
El lector es un ave de paso en estas páginas, velero que pasa borroso sobre las aguas, viento que arrulla la hoja que se alza y cae con lentitud precisa.
Los viajes inmóviles
Hay maletas de regalos acumulados en las fiestas.
Para embarcar manjares destinados a los tíos.
Convertidas en mulas, burladoras del dumping.
Transportistas de collares para gatos,
postales abandonadas en los libros
y guijarros que oyeron confesiones de playa.
Valijas con lencería pirotécnica de first dates o
/reencuentros.
Imanes y tacitas del Parque de los Monstruos
y zapatos de tango comprados en la puerta
de la peluquería que abrieron en la casa de Borges.
Pero también existen
las maletas inertes, de rueditas intactas.
Las que nunca molestaron al vecino
porque viven debajo de una cama
o detrás de un sofá.
Confinadas, por siempre, a un dormitorio,
donde viajan los sueños
que no tienen destino.
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Poemas sobre el movimiento, sobre emprender el vuelo, sobre arrastrarse (Un día, los moluscos/empezaron a pedir permiso a las libélulas/para ser, ellos también, huéspedes del aire), pero también sobre la quietud, porque para viajar no siempre es necesario caminar.
Producto Lírico Interno
“La poesía no se escribe, se vive”
me dice un vendedor
ambulante en el corso Vannucci
que ve sobre mi mesa
un libro de Sandro Penna y un
cuaderno abierto. Y se ha esfumado
sin ofrecerme algo que comprar.
De pronto el escrúpulo,
la alarma de los actos sin dobleces
con que suelen acertar
los extranjeros y los gatos.
Las palomas se posan en mi taza vacía.
Los transeúntes parecen invisibles debajo de sus máscaras
y avanzan por el cauce que confluye en el Duomo
con bolsas biodegradables
de centro comercial.
¿Solo existe mientras no sea escrita?
¿Solo existe si está escrita?
¿Tiene una única forma de existir?
Y como todas las cosas
que escucharon el pulso de la vida
el veredicto reposa en la mitad.
Y así como se viaja en estas páginas, se hacen preguntas, se tiran monedas al aire. “Las formas del adiós son numerosas”, reza uno de los versos. De alguna manera, la voz de la poeta se aloja allí, equipaje en mano, con todas las cosas que ha comprado, con las que ha olvidado, con las que ya no quiere tener, en ese espacio pequeño y ajustado en el que terminan refugiándose todos los presagios.
Turismo familiar
¡Con qué admiración se filma
al león plácido y feroz que despedaza al cervatillo!
ANA BLANDIANA
El escenario es un bosque
de gomeros impalpables
esparcidos entre lápidas azules.
«Suéltate el pelo», dice la madre.
«Ponte detrás de aquella losa».
Todas son frías, todas son iguales.
Solo importa
que te sueltes el pelo
y que mires la cámara.
Este poemario de Marisa Martínez Pérsico supone para el lector y, de alguna manera, para ella misma, acercarse al espejo para mirarse de fijo. “La mejor intimidad lírica es la que sabe disolverse en lo colectivo”, escribe García Montero.
Leerla a la argentina en estos versos es llegar a ese preciso momento de intimidad solitaria que suponen ciertos espacios: los baños de los aeropuertos, las salas de espera, el comedor, la tienda de baratijas; es entrar en la cocina, extraviarse, tirarse en la cama, ponerse a recordar; viajar, en últimas, adonde quieran andar los pies, adonde quiera llegar el alma, a cualquier parte donde una voz capaz de mirarse a los ojos en cada mirada hacia la realidad puede llegar.
FILBo 2023
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