“¿Cuánto tiempo pasó / desde que el fuego / se alimentó por última vez?”, se pregunta la poeta Vir del Mar en su nuevo libro, La hija que salió mala. Entre incendios, márgenes y fronteras, con una voz que se planta como una de las más potentes de la literatura argentina actual, responde: “Si el fuego me llama / quién soy yo para negarme / a ser discípula y alimento”.
Los poemas de esta joven y multifacética escritora cordobesa -que además de poeta es actriz, docente, librera y editora- arrasan al lector con su incandescente lumbre y, como toda chispa, no descansan en su luz sino que, contagiosos en su energía desbocada e irrestricta, buscan (y logran) expandirse en un incendio que trasciende toda pira. Y es que el fuego, otrora motor del sacrificio, se transforma en una sustancia nutritiva, redentora, capaz de dar calor y aliviar el dolor.
Escribe Vir del Mar, que se define como “travesti de cuerpo, bicha escénica y a veces sirena”: “Inicio una hoguera / no hay tiempo para saber / si esto está bien / si soy capaz de extrañar / amaso una pira (...) sigo el impulso voraz / que me dicta hacer / del daño un combustible / el erotismo puro de / cauterizar la herida / necesito que los recuerdos / sean una ceniza impalpable”.
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La hija que salió mala, editado por Elemento Disruptivo, sigue a una niña en sus distintas transiciones: la de la infancia a la adolescencia en su casa ubicada en los márgenes difusos pero infranqueables que separan el campo y la ciudad; la de la adolescencia a la adultez en el anonimato de la luminosa urbe, que le permite camuflarse pero también reflejarse y verse reflejada en otras como ella, ya lejos de sus padres, sus miedos y sus prohibiciones; y, por último, la transición corporal, que no se explicita sino que va dejando atisbos de su rastro a medida que el texto avanza.
Como afirma la escritora Camila Vazquez en el epílogo, este poemario con fuerte carga narrativa oscila entre la novela rural y la novela de aprendizaje, géneros que, sin embargo, no logran definirlo ni contenerlo. Pero eso que podría ser una historia más o uno de esos libros que enarbolan la literalidad como manifiesto y alzan la diferencia como bandera acartonada, la autora lo transforma en un entramado tan claro como intrincado que hilvana desde la sutileza e insufla de una potencia estruendosa.
“Los leños arden / mis cachetes hierven / mientras sigo en hipnosis / mamá grita mi nombre /quiere que haga algo /pero ya no estoy acá / ahora vivo en el centro / de esa hoguera”, escribe. En La hija que salió mala los incendios son varios. Algunos los ocasiona, otros los atestigua. A algunos la narradora vuelve, otros los abandona sin mirar atrás. Pero de ninguno pretende escapar, como esos caballos que, al incendiarse su caserío, ve cómo huyen del fuego “con su carro a cuestas / también incendiados” y que “en su desesperación / llevan las llamas a la ciudad”.
Hacia el final, en medio de ese último incendio, uno de esos majestuosos animales -”un caballo viejo / antiguo como el humo”, que es tan distinto al resto como la protagonista de este corto pero monumental libro- mira fijamente a la protagonista, “parado en su parsimonia” mientras otros caballos huyen, y con un relincho que ella no tarda en entender le indica que suba a su lomo. “Algunas personas me gritan / solo llega el murmullo / ahora somos uno y me lleva / a nuestro destino”.
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Así, la protagonista de este poemario se hace una con el fuego para convertirse en una “amenaza ardiente”, en un mito que por siempre se asomará en el límite indistinto del incendio y el aire que lo nutre, en la sombra que nace de toda luz sin importar cuán tenue o encandilante resulte y en la frontera prohibida que, ahora, ya no teme franquear.
“La hija que salió mala” (fragmento)
Sé que la ciudad termina
a unas cuadras de mi casa
tengo prohibido ese límite
en los ojos de mis padres
atravesarlo se parece a la muerte
conozco por los cuentos
las buenas lecciones
que una niña debe seguir
para guarecerse del peligro
¿cómo podrían ser peligrosas
esas hileras de álamos y frutales?
¿qué amenaza podría esconder
ese viento que acompaña con suavidad
a las nubes hasta el próximo pueblo?
¿qué daño podrían hacerme
esos animales pastando con calma
mientras el sol nos acaricia el lomo?
***
Los leños arden
mis cachetes hierven
mientras sigo en hipnosis
mamá grita mi nombre
quiere que haga algo
pero ya no estoy acá
ahora vivo en el centro
de esa hoguera
***
Mamá me grita y se deforma
su ira me revela otro rostro
uno terrible que solo había visto
en los caballos desbocados
de los campos vecinos
reacciona a mi experimento
y su cuerpo se enardece
hay pánico en sus ojos
se llena de humo y grita
relincha mi nombre
es un lamento
la casita de muñecas
se consume por el duego
las barbies de segunda marca
se deforman, el plástico chilla,
parecen pedir un último auxilio
zapatitos, el mini aparador
las cuatro sillas del comedor
el triciclo de la hermanita
todo arde y es verdad
el calor cerca de mi piel
la voracidad de ese demonio
que yo misma invoqué
el fuego se expande y lo toma todo
la pared de mi habitación
las cortinas rosadas
el empapelado de Campanita
el pelo de mamá
La primera vez que vi un caballo
su fuerza se expandió en mis piernas
sabría después que la necesitaría
para correr a toda velocidad
atravesando las cortinas de viento
lejos de esta ciudad y su fusta
***
Me persigue el aliento húmedo
de una jauría sin nombre
me despiertan las gotass
se acumulan cerca
se huele el hambre
es imposible negarse
a la inminencia de ese
velo que se corre y cae
ahora que todo está a la vista
puedo encontrarme en
las pupilas de las fieras
les doy permiso
cuando ya no existe
distancia alguna con
la saliva voraz
es imposible negarse
***
A las que son como yo
se las castiga con dureza
para que aprendan
a fuerza de fusta
que el sufrimiento
de las doblegadas
ha de ser compartido
soy una paria que
se disfraza de otras
cuido que los demás
no vean mi naturaleza
miro a mis compañeras
imito algunas formas
el camuflaje justo
intento mantenerme a salvo
conozco mis límites
sé de la crueldad
de la que son capaces
intuyo mi fiereza
ven esa pantomima
la creen con religiosidad
los chicos también se convencen
el deseo se sostiene por tensión
entrego un poco
intento conservar el resto
cedo lo necesario para
pasar desapercibida
para ser una más
Un cielo cubierto de humo
los márgenes de la ciudad
son el infierno mismo
todo lo que está a su paso
lo reclama para sí, avanza
sobre los caseríos de chapa
sobre el country que será
el primero en salvarse
el tufo arremete en oleadas
en cada una respiro
puedo sentir otra vez
el susurro del llamado
llegó el momento de ser
otra discípula de Orfeo
puedo reconocerme
en el crepitar que reclama
el letargo al que fue sumido
¿cuánto tiempo pasó
desde que el fuego
se alimentó por última vez?
me veo en esa voracidad
que solo distingue los
bordes peligrosos
el agua y la asfixia
Si el fuego me llama
quién soy yo para negarme
a ser discípula y alimento
***
Del caserío aún ardiente
huyen los caballos, relinchan
algunos con su carro a cuestas
también incendiados
en su desesperación
llevan las llamas a la ciudad
los corceles galopan despavoridos
del crepitar que llevan a cuestas
una carrera de salvación
que no podrán ganar
el tufo caliente me envuelve
voy al fuego o el fuego viene a mí
un caballo viejo
antiguo como el humo
parado en su parsimonia
me observa fijamente
relincha una invitación
que no podría ser más clara
me acerco hipnotizada
por el movimiento de sus ollares
se abren y se cierran
laten como yo lato entera
me indica que suba a su lomo
algunas personas me gritan
solo llega el murmullo
ahora somos uno y me lleva
a nuestro destino
Quién es Vir del Mar
♦ Nació en Córdoba, Argentina, en 1992.
♦ Es travesti, actriz, poeta y docente.
♦ Gestiona la librería ¡Escándalo! y la editorial Ojo de loca, ambas con curaduría LGBT+ y transfeminista.
♦ Integra el dúo poético-musical Fauno Sirena junto a Fausto Nicolini.
♦ Escribió los libros Sirena de Atelier y La hija que salió mala.
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