Virginia Simari fue jueza civil durante más de 17 años y presidió la Asociación de Mujeres Jueces de Argentina. También fue docente de carreras de grado y de posgrado y es directora del programa La Justicia va a la Escuela. Durante los últimos años, la literatura se convirtió en una actividad paralela al mundo judicial, y asistió a talleres de escritura creativa. Este año, ya alejada de su cargo de jueza, publicó un libro de quince cuentos cortos, No digas nada, editado por El cuento de nunca acabar.
Con personajes que se presentan de manera directa, desde el dolor o desde el humor, y finales que se resuelven rápido, los cuentos de Simari atraviesan diversas situaciones y conflictos: la disputa entre un hombre y su hermana por una herencia que trepa más allá de lo material, el mensaje de un admirador secreto que llega desde el pasado, escondido en un libro, la manera sorpresiva (o no tanto) en que un encargado de edificio decide hacer una “limpieza” del barrio por mano propia, o la conmovedora búsqueda de un hijo que ya no está, a través de un viaje por paisajes extraños pero a la vez cercanos.
—¿Cómo surgió tu interés por la escritura? ¿Fue una actividad anterior o paralela a su tarea como jueza, o surgió recientemente?
—Tengo presente un momento en que, como lectora y amante del teatro y del cine, me descubrí frente a cada texto y a cada obra reflexionando sobre el punto de vista desde el cual el autor elegía relatar, sobre los enfoques y los ángulos, más allá de las historias en sí mismas; allí comenzó mi inquietud por indagar en las múltiples maneras de narrar una misma historia y con ello la consecuente búsqueda de espacios de formación. Aparecieron enseguida los talleres y seminarios como ámbitos ideales para continuar explorando. En alguna medida, durante los últimos años fue una actividad paralela.
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—Por su profesión debe haber estado en contacto con muchas historias humanas ¿Hay alguno de los cuentos publicados en No digas nada que esté inspirado en hechos reales?
—La esencia humana, con todos sus matices y sombras, está presente en los casos que se dirimen en los tribunales. De alguna manera ese es el punto en común entre la judicatura y la literatura. Se dice que el escritor es lo que vivió, lo que leyó y lo que imaginó; de todos modos, ninguno de los cuentos publicados en No digas nada fue inspirado en casos reales.
—¿De qué manera el lenguaje judicial, que muchas veces es rígido y técnico, fue un inconveniente a la hora de soltar la mano para la escritura?
—El lenguaje técnico no se presentó como un inconveniente. Lo distintivo se evidenció en el abordaje de los temas, más que en el lenguaje como léxico. Ese fue el punto en el que, al comenzar a transitar el camino de la escritura creativa, se hizo palpable la diferencia entre ambas actividades, más allá de las que son obvias. Si bien en los dos supuestos hay reglas: en uno regulan los hechos y actos, mientras que en el otro inciden en el modo de contar historias. En un caso el juez debe resolver situaciones que le vienen dadas; en el otro, el escritor crea las situaciones y los hechos con toda la libertad que le permiten los personajes; y aquí vale señalar que muchas veces son estos quienes se le imponen al autor y lo conducen a lo largo de la historia. Diría que es ese el punto a partir del cual el escritor suelta la mano para la escritura: cuando logra dejarse guiar por los personajes.
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Así empieza “No digas nada”
Una vez más
El pasillo estaba desierto y en enfermería todos absortos como para detectarlo. Caminó muy cauteloso, dubitativo, intrigado. No sabía con qué se iba a encontrar; un impulso lo había llevado hasta la puerta de la clínica y algún otro lo acababa de empujar a la antesala de terapia. Tenía puestos los zapatos náuticos que Blanca le había regalado; la suela de crepé resultó perfecta.
Es universal que sin autorización no se puede ni se debe acceder a una sala de cuidados intensivos. Pero él, tras cerciorarse de que no había nadie más que ella, no dudó en entrar. Los monitores emitían luces a un ritmo constante, sereno, si es que cabe la expresión en ese ámbito.
Avanzó hasta los pies de la cama y quedó clavado. La miraba, sin expresión, tan inactivo como ella, aunque por razones diferentes. Habrían pasado unos diez minutos cuando, de repente, empezó a titilar el equipo y a sonar una fuerte alarma. Supuso inminente el ingreso de alguna enfermera y se apuró a dejar la habitación; esta vez con un sigilo mayor al que lo había acompañado hasta allí.
Invicto, ganó la calle. No se había cruzado con nadie ni había tenido que dar explicaciones de nada. Cuando la clínica quedó atrás varios metros, recordó que esos zapatos habían sido el último regalo de ella y que nunca se habían vuelto a ver. Hacía ya siete años.
“Importante productora agropecuaria fue la principal víctima de un múltiple choque, a las ocho de la mañana en la Ruta Provincial No 2.” Así se enteró, por el diario. Su psicólogo le diría: “Todavía no lográs desprenderte de ella, mirá los zapatos que te pusiste”. El cuadro que acababa de presenciar no le había producido ninguna emoción y trató de borrarlo de la mente. Lo mismo con la psicología, los zapatos y cualquier cosa que pretendiera justificar los hechos; no había más tiempo que perder.
Pidió un café doble, negro y sin azúcar en el bar de siempre, y empezó a desplegar los papelitos que llevaba en el bolsillo del saco. Los esparció sobre la mesa, los aplanó deslizando la palma de la mano y los apiló. Leyó con cuidado cada uno y los volvió a amontonar; habrán sido unos treinta. Después de estirar el último, tomó el teléfono y constató que estuviera cada una de las fotos en el archivo correspondiente. El original de las notas tenía una contundencia imbatible, pero los registros en el teléfono le daban mayor protección frente a cualquier imprevisto. Intentó, sin éxito, comunicarse con el escribano y con el abogado. Grabó el mismo mensaje para los dos: “Soy yo, está llegando el momento”.
Quién es Virginia Sirmari
♦ Nació en Buenos Aires y está graduada en Derecho por la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
♦ Se desempeñó como Juez Nacional en lo Civil y presidente de la Asociación de Mujeres Jueces de Argentina.
♦ Fue profesora universitaria de grado y posgrado.
♦ Participó de talleres de escritura creativa con Karina Wainschenker y Beatriz Pustilnik.
♦ Actualmente, es la directora del programa “La Justicia va a la escuela”.
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