En Bolivia, el nombre del inmigrante judío-alemán Mauricio Hochschild (1881-1965) está asociado a una de las mayores y más controversiales fortunas latinoamericanas de la primera mitad del siglo XX. Junto a Simón I. Patiño y Carlos Víctor Aramayo, este magnate minero es recordado como uno de los tres “barones del estaño”, a quienes la historia boliviana, desde la Revolución Nacional de 1952, catalogó de “villanos” e “inescrupulosos capitalistas a quienes se debe el atraso de Bolivia”.
Pero una serie de casualidades, a más de 50 años de su fallecimiento, reveló nuevos y sorprendentes matices en la biografía de Hochschild. A partir de antiguos documentos rescatados de la basura y una exhaustiva reconstrucción de su historia, se descubrió el rol fundamental que el empresario tuvo para salvar a miles de judíos del Holocausto nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
¿Cómo encaja esta nueva pieza de Hochschild como filántropo en el rompecabezas de su vida, tan criticada por la forma en la que amasó su inmensa fortuna? En Escape a los Andes, los escritores y periodistas Raúl Peñaranda y Robert Brockmann logran reconstruir una faceta hasta ahora desconocida del magnate, responsable directo de refugiar en Bolivia a miles de judíos, incluso a costa de poner su propia vida en peligro.
Editado por Aguilar, Escape a los Andes no busca redimir la figura de Hochschild, sino aportar un nuevo matiz en la vida de este magnate minero que, como afirman los autores, no era “ni perfectamente malo ni perfectamente bueno”. Apodado como el “Schindler” de Bolivia -en referencia al empresario alemán cuya similar hazaña se plasmó en la película La lista de Schindler-, Mauricio Hochschild fue quien hizo posible que Bolivia se convirtiera en el nuevo hogar de miles de refugiados en un momento en el que el mundo les cerró las puertas.
Así empieza “Escape a los Andes”
Los doce años de existencia del Tercer Reich (1933-1945) marcaron el auge de la barbarie en los tiempos modernos. Alemania, la patria de Kant y Goethe, una nación civilizada, decidió amputar a Occidente su componente judío, uno de los cuatro grandes pilares que lo configura; apelando al núcleo de inhumanidad más primitiva, mutiló su propia historia y tradición. Culturalmente, hoy Occidente es mucho más pobre y débil de lo que era antes del nazismo.
Durante esos años, aparte de millones de personas fallecidas a causa de la guerra iniciada por Alemania, los nazis exterminaron a seis millones de judíos europeos en el primer genocidio con métodos industriales. De todos ellos, una fracción se libró de la muerte gracias al esfuerzo de un puñado de personas valientes. Otros sobrevivieron a los campos de exterminio por azares milagrosos combinados con una sobrehumana fortaleza.
Desde la asunción de Hitler al poder hasta 1938, Mauricio Hochschild, alemán y judío, exitoso magnate minero, descartó la posibilidad de que Bolivia fuera un refugio viable para los judíos europeos, pues el país estaba sumido en la extrema pobreza, acababa de perder una guerra y carecía de toda posibilidad de asimilar a una masa siquiera pequeña —y además desposeída— de inmigrantes. A raíz de su propia experiencia personal con los nazis, hizo esfuerzos significativos para coordinar con organizaciones internacionales de socorro el asilo de personas —incluidos, alguna vez, niños católicos— en varios países, en especial Argentina, pero en los años críticos de 1938 a 1940 el mundo cerró sus puertas a los refugiados.
Hochschild cambió entonces de parecer y puso todo su esfuerzo y recursos en acoger a cuantos refugiados judíos fuera posible, en las insuficientes condiciones que ofrecía el país que hizo posible amasar su inmensa fortuna.
Alrededor de 2015 despertó el interés, primero en Bolivia, y después en el mundo, por esa figura olvidada. Comenzó con la publicación de la primera tesis universitaria sobre su vida, a cargo del historiador Carlos Tenorio, y continuó con la monografía “Dr. Mauricio Hochschild: empresario minero, promotor e impulsor de la inmigración judía a Bolivia” del investigador León Bieber, seguido por la novela de la escritora boliviana Verónica Ormachea, titulada Los infames, que relata la odisea de unos refugiados polacos que huyen del Holocausto y recalan en la lejana Bolivia gracias a la red de protección tejida por Mauricio Hochschild.
Esto, sumado a la inauguración del magnífico Archivo Histórico de la Minería Nacional de Bolivia —cuyo impulsor, el exdirigente sindical Édgar Ramírez, recuperó literalmente de la basura documentos de los grandes mineros del siglo XX—, ayudó a rescatar una proeza que parecía perdida en la pira de la Revolución Nacional de 1952: las acciones desconocidas de Hochschild para salvar a miles de judíos perseguidos en la fase previa al Holocausto. Gracias a sus contactos, su dinero y su tiempo, quien fuera tenido solo por un desalmado explotador consiguió su propósito, poniendo su propia vida en peligro.
En 2017 Robert Brockmann publicó el libro Dos disparos al amanecer: vida y muerte de Germán Busch, que retrata en un par de sus capítulos la alianza salvadora entre el presidente boliviano y Mauricio Hochschild, dirigida al rescate de las fauces del Tercer Reich de tantos judíos como fuera posible.
En la cúspide del interés por Hochschild en ese año, la agencia France Presse entrevistó a Ormachea, Brockmann y Ramírez sobre «el Schindler boliviano». Luego de que el artículo saliera publicado en varios países e idiomas, Brockmann recibió un mensaje por Twitter de alguien en Manila: «¿Es usted el autor que publicó sobre Hochschild y Busch? ¿Puede darme su correo electrónico para escribirle?». El remitente era Patrick de Koenigswarter, un franco-británico que se identificó como miembro de un «nutrido grupo» de exejecutivos de la empresa Grupo Hochschild, bastante unido y siempre nostálgico, dispuesto a compartir hasta la más mínima información sobre su antiguo lugar de trabajo. Era la «comunidad Hochschild».
Estaban encantados por la atención que recibía de pronto la figura del empresario. De inmediato incluyeron a Brock- mann en la lista de correos electrónicos y comenzó un intenso intercambio de mensajes, chistes y anécdotas que disfrutaban a pesar de haberlas contado y escuchado decenas de veces. El mensaje era claro: alguien debía escribir su historia.
Cuatro de los miembros de la comunidad Hochschild pusieron toda la información recopilada por ellos a disposición de Brockmann: Leo Collier —quien ya tenía planificado un viaje a Bolivia, lugar donde Hochschild pasaría momentos dramáticos de su vida—, Robert Kauders, el propio Patrick de Koenigswarter y Carlos Suaznábar, dispersos por Gran Bretaña, Estados Unidos y Filipinas. «Cuando pases por Nueva York, tráete un disco duro», le dijo Kauders advirtiendo todo lo que no podría adjuntarse por e-mail. Dicho y hecho.
La información en el disco duro también incluía la documentación recopilada por Helmut Waszkis, autor de una biografía predominantemente corporativa titulada Dr. Moritz (Don Mauricio) Hochschild, 1881-1965, publicada en 2001. Waszkis compiló toda la información disponible sobre el magnate en varios países del mundo antes de que se creara el Archivo Minero, y entrevistó a sobrevivientes de la guerra (el material que no incluyó en su libro se lo entregó a la Leo Baeck Institute, una institución dedicada a preservar la historia de los judíos germanoparlantes). A saber, Brockmann no solo tenía a su disposición la abundante documentación reunida por los viejos colaboradores de Hochschild, sino también la monumental investigación de Waszkis.
Más o menos por esas mismas fechas, Raúl Peñaranda, que en 2016 se desempeñaba como editor general en la agencia de noticias Fides en Bolivia, pidió a los redactores preparar reportajes sobre el Archivo Histórico de la Minería Nacional. Que tantos años después de los sucesos se empezara a conocer con detalle otra parte de la vida de Hochschild, era revelador y significativo; el abominado empresario no era solo lo que los ideólogos del nacionalismo boliviano habían escrito sobre él.
Peñaranda acababa de publicar Control remoto, un libro sobre los mecanismos de control mediático instalados en Bolivia por parte del gobierno del entonces presidente Evo Morales, y pensó que este nuevo tema era atractivo por lo diferente y desafiante. Aprovechando una beca que obtuvo en Washington D.C. contactó a Henry Mayer, asesor principal de los archivos del Museo del Holocausto situado en la ciudad, quien lo ayudó a utilizar el enorme repertorio de la institución. Así pudo acceder a actas, memorandos, telegramas, entrevistas, fotografías y otros documentos referidos a Hochschild y a refugiados que estuvieron en Bolivia. Pasó días enteros en los amplios y acogedores ambientes del archivo y entrevistó a especialistas de la entidad para dilucidar cómo podría ser estructurado un libro sobre Hochschild. De regreso en Bolivia, fue invitado a comentar la novela de Ormachea y contactó a los pocos sobrevivientes de la persecución nazi que todavía quedaban en el país.
No iba a pasar mucho tiempo sin que Peñaranda y Brockmann, colegas y amigos, se enteraran de sus respectivos planes. De inmediato consideraron que lo mejor era escribir un libro a cuatro manos.
Ambos supusieron erróneamente que, con todos los documentos ya a su disposición, sería cosa de leer, escoger el material y escribir el texto con relativa facilidad. Pero la suma de la documentación disponible era abrumadora: contaban con información proveniente de la comunidad Hochschild, de Waszkis, del Archivo Minero, del Museo del Holocausto y de la American Jewish Joint Distribution Committee de Nueva York (Joint), y a eso debían añadir la bibliografía suplementaria del libro y recortes de hemerotecas.
Leer todo llevó años, y la tarea se vio interrumpida por graves eventos políticos sucedidos en Bolivia y la necesidad de ganarse la vida con un daytime job. A pesar de la superabundancia de información quedaban lagunas, pero también visiones unilaterales de ciertos personajes importantes que debían matizarse. Los autores contactaron y mantuvieron correspondencia con los parientes Adam y Eduardo Hochschild en Estados Unidos y Perú, respectivamente, y con Fabrizio y Maurice Hochschild, dos de los tres nietos de «don Mauricio», como llamaban sus allegados bolivianos al magnate. Todos brindaron insumos valiosos y profundos acerca de sus propias visiones y sobre los valores de esta notable familia, los que permitieron entender mejor a Hochschild y la extraordinaria circunstancia histórica que le tocó enfrentar.
Desde la Revolución del 52 hasta la actualidad, la historia boliviana ha presentado sin concesiones a Hochschild y a sus colegas Simón I. Patiño y Carlos Víctor Aramayo —«los barones del estaño»— como inescrupulosos capitalistas a quienes se debe el atraso de Bolivia; villanos sin matices ni conciencia. Con el surgimiento del interés por Hochschild y la disposición de nuevas fuentes, brotó la historia de un personaje renovado en distintas dimensiones, ni perfectamente malo ni perfectamente bueno. En el balance final se descubre a un ser humano que marcó la diferencia entre la vida y la muerte para miles de otros seres humanos.
Su historia, aunque ambientada en la primera mitad del siglo XX, es también actual; problemas similares siguen existiendo en el mundo y el asunto es perenne: siempre habrá personas que sufren por las acciones de otras, y siempre habrá quienes se levanten contra esos abusos.
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