Un guiño a Ray Loriga, violencias sutiles y la ferocidad de las relaciones familiares en la más reciente novela de Diana Ospina Obando

La escritora colombiana conversó con Leamos sobre “Sonido seco”, su título más reciente, y las diferencias estilísticas de este con su primera novela, “Parece que Dios hubiera muerto”

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La escritora colombiana Diana Ospina Obando y su segunda novela "Sonido seco".
La escritora colombiana Diana Ospina Obando y su segunda novela "Sonido seco".

No ha pasado mucho desde que Diana Ospina Obando publicó su primera novela, “Parece que Dios hubiera muerto”, de la mano de la filial colombiana del grupo Planeta; el libro vio la luz bajo el sello Seix Barral y rápidamente llamó la atención de los lectores, en un alto porcentaje por el título, pero también por la contundencia con que fue escrito.

Si bien era el debut de Ospina Obando en este género, las páginas de la novela dieron otra sensación, como si la autora llevara ya un tiempo intentando dar con las claves y los secretos propios del escritor de novelas.

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El obstáculo del novato lo supero rápidamente y no se hizo esperar para dar el salto a la continuidad. Su novela más reciente, un guiño directo al escritor español Ray Loriga, lleva por título “Sonido seco” y narra la historia de Manuela, una joven de unos 24 años que un día encuentra la pistola de su hermano en el bolsillo de su propio abrigo, luego de que una bomba detonara cerca del sitio en el que se encontraba caminando.

No entiende cómo, pero es la misma arma de José Antonio, quien falleció en un accidente hace apenas unos meses. Desde esa primera explosión son muchas las bombas que se detonan, con el sonido seco de todo lo que estalla al encontrarse con la crudeza de lo real.

Portada del libro "Sonido seco", de Diana Ospina Obando. (Planeta de Libros).
Portada del libro "Sonido seco", de Diana Ospina Obando. (Planeta de Libros).

En apenas 224 páginas, la escritora colombiana da cuenta de una gran habilidad para destilar imágenes, entregándole a los lectores fotogramas sucesivos de una ficción que se ensancha y busca entre los resquicios más profundos de las relaciones y los conflictos familiares.

En conversación con Leamos, Ospina Obando reflexionó brevemente en torno a las diferencias de este nuevo título con su primera novela y habló sobre sus inquietudes en la literatura.

— ¿Qué tanto tiempo después de haberse publicado la primera novela comenzó a trabajar en esta?

— Cuando me senté a escribir mi primera novela o, mejor dicho, cuando logré abrirle un espacio lo suficientemente grande a la idea de dedicarme a la escritura tenía una imagen clara: una mujer va atravesando el Parque Nacional, en Bogotá, después de salir de la Universidad Javeriana, y se dirige hacia La Macarena. De repente, estalla una bomba. En medio del ajetreo, un hombre se estrella contra ella y ambos caen al suelo. Cuando ella se levanta y el hombre ya se ha ido, se da cuenta de que le ha dejado un arma dentro del bolsillo de su abrigo. Son los años 90. Digamos que este tipo de cosas eran normales en ese momento. Yo tenía esa imagen de esta mujer caminando por ahí y cuando me senté a escribir, cuando dije que quería escribir algo, pues la idea era trabajar esta historia, pero “Parece que Dios hubiera muerto” se atravesó y tuve que sacarla. Apenas terminé ese libro, retomé la idea de esta novela.

Fue más o menos un año y medio de escritura, pero desde el momento en que tuve la imagen inicial pasó mucho tiempo. Fueron muchas ideas también en torno a lo que podía pasar después de esa primera escena que yo había esbozado. “Sonido seco” es esa historia que quería escribir y que no sabía a dónde me llevaría. ¿Qué haría Manuela? (Sabía que se llamaba así) ¿Qué decisiones tomaría a partir de ese momento? ¿Por qué recibió esa pistola?

Ella no suelta esa pistola. Eso me parecía interesante y me funcionaba como un detonante para que ella se hiciera una serie de cuestionamientos de su propia vida. Me interesaba retratar relaciones familiares y amorosas y las tensiones y violencias sutiles que pueden experimentarse en ellas.

Yo quería que la violencia estuviera ahí, pero no tan explícita, más innombrada, que fuera telón de fondo y no protagonista. Me parece rara una historia que no tenga vinculación con esto, pues hace parte de nuestra cotidianidad.

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— Uno percibe que hay una distancia considerable entre esta novela y la primera. ¿Qué tanto buscó variar la voz narrativa, el estilo, entre “Sonido seco” y “Parece que Dios hubiera muerto”?

— Me interesa saber qué pensarán los lectores cuando lean esta segunda novela. Una de las grandes diferencias es el tipo de narrador. No quería quedarme otra vez en el yo y busqué la forma de ampliar la perspectiva. No quería centrar la atención solamente en el personaje de Manuela. Me interesaba su familia también. El hermano de Manuela, por ejemplo. Suya es la pistola que le dejan en el bolsillo.

Manuela tiene muchas preguntas, pero ignora muchas cosas. No hay forma de que las sepa. Cuando la voz narrativa se sale de ella y explora en esos otros personajes, consigue mostrar muchas otras cosas que tienen que ver con hechos del pasado familiar y eso hace que el lector se sienta más compenetrado.

En esta novela he sido más ambiciosa respecto a la exploración de estos dilemas familiares, de cómo se relacionan todas las cosas en una familia. Alejandra Algorta, mi editora, lo describió bien en la contraportada del libro, que lo que me interesa a mí es rebuscar entre la constelación familiar, y es justo eso, entender dónde está cada uno, qué culpas se han movido, qué lazos los unen.

Más allá de la distancia entre ambas historias, hay inquietudes que se revisitan: la ferocidad de las relaciones familiares, la muerte, el amor, la memoria...

— Son temas que me obsesionan: la muerte, la cercanía con la muerte, el duelo. Estas cosas nos respiran muy cerca todo el tiempo. En este libro también exploro lo amoroso, o asuntos como la no definición de las relaciones sentimentales, los abusos, los viajes en carretera, y esto último es algo que ya había hecho en “Parece que Dios hubiera muerto”. En esta novela soy enfática en eso, hay un interés particular por el asunto de la violencia. No me atrevo a explicarla, pero está ahí, hace parte del ambiente.

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Otra cosa que me interesó tratar en “Sonido seco” es eso que hay hacia atrás en relación con los padres, las historias de los padres. Siempre los vemos ya en su rol, pero no volvemos la vista atrás para entender a qué fuerzas se enfrentaban, qué violencias los invadían, qué culpas los habitaban.

— La forma en que surge esa imagen inicial es muy cinematográfica. ¿Cree que la historia habría tenido potencial para ser una película?

— Yo pienso mucho en términos cinematográficos, pero jamás he hecho cine. Ojalá que la novela termine convertida en una película, eso me gustaría, pero entiendo que es un trabajo completamente distinto que requiere de un colectivo.

Puede que yo tenga ahorita una idea, pero si me interesa convertirla en imagen, no puedo hacerlo yo sola, necesitaría de un equipo de gente, mucha gente, para lograr materializar esa imagen en una película; en cambio, cuando uno está escribiendo, en este caso, una novela, se hace realmente lo que se quiere y como se quiere. El escritor es el amo y Señor de lo que está sucediendo. No siento, entonces, que yo pueda hacer algo como eso.

Cuando hablo con escritores y discutimos de estructuras y estas cosas, existe una fascinación por la imagen. De repente, me hablan de casas y lo que a mí me interesa es construir un muro, yo quiero un muro de contención con ciertas características. Es ahí cuando el cine opera, está ahí. Para mí, la lectura y la escritura tienen que ver con eso, con ver imágenes. Cuando leo me imagino las historias. En últimas, es como una colección de películas personales.

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