María del Mar Ramón habla sobre “Todo muere salvo el mar”: “No es una novela feminista, más allá de que yo defienda el feminismo”

En conversación con Leamos, la autora colombiana radicada en Buenos Aires reflexiona acerca de los temas en su más reciente libro y cómo ha conseguido cultivar una voz que hoy la ubica como una de las escritoras más interesantes de la literatura colombiana

La también autora de "La manada" es una de las voces destacadas del nuevo panorama de la literatura colombiana. (Ph. Jimena Cortés Mora).

No hace falta decir mucho para saber que algo es bueno, y tampoco hace falta saber mucho para decirlo. El asunto se intuye, se siente en los huesos. Es lo que pasa al leer a una escritora como María del Mar Ramón, que, quién sabe cómo, consigue que el lector se haga adicto a sus palabras, las cargue por dentro.

Algo de eso ya lo había demostrado la autora colombiana en su primera novela, “La manada”, pero lo que ha conseguido con la segunda, su título más reciente, es completamente diferente. Debo ser enfático en ello. La voz de la que había dado cuenta María del Mar Ramón en ese primer trabajo de ficción aquí ya es otra, la misma y distinta, como si hubiese encontrado la manera de golpearnos en la cara y hacer que le ofrezcamos la otra mejilla.

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En menos de 200 páginas, siendo fiel a aquello de que no se requiere de mucho para decir mucho, María del Mar Ramón cuenta la historia de Paula y Lucas, dos de esos personajes que uno siente que podríamos ser cualquiera de nosotros y cuyas dudas e incertidumbres terminan siendo, justamente, las nuestras. De alguna forma, la escritora consigue llevarse un poco de todo lo que alguna vez hemos sentido a las páginas de esta novela.

Portada del libro "Todo muere salvo el mar", de la escritora colombiana María del Mar Ramón. (Planeta de Libros).

Paula y Lucas llevan casados un par de años cuando conocen a Pedro y Clarice, durante un viaje a La Perlita, una isla del Caribe. Para llegar ahí ha tenido que pasar mucho. Su estancia en Laguna Azul, un tipo de casa vacacional frente al mar, terminará conduciéndolos al encuentro consigo mismos y los malestares que durante el último tiempo los han llevado a estar al borde de la abulia.

La muerte se ha posado sobre los dos, como una nube negra que desatará la lluvia, y para refugiarse de la pena y el dolor, para intentar llevar la vida a merced del duelo, se alejan de todo en este punto del Caribe, pero en la isla nada es un refugio.

Paula quiere recorrer el lugar en el que se encontraba el hotel de su tío y Lucas sospecha que su esposa es otra desde que llegaron. De repente, devora mangos como si fueran pájaros, desaparece entre el agua sin dejar rastro y se hace amiga de la chica europea que seguramente es de esas “que se rebelan viniendo a vivir a América Latina para castigar a la familia”.

Entre sueños del pasado, correspondencias secretas, polvos tristes, correos electrónicos, funerales y orgías, reza la contraportada del libro, se construye esta novela psicológica en la que, a cuenta gotas, se nos ofrece la verdad compleja que Paula y Lucas esconden. Una verdad que reafirma, en la inverosímil fertilidad del Caribe, nuestra soledad más esencial.

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Ray Loriga dijo una vez que el trabajo del escritor no es hablar sobre lo que escribe, sino escribirlo, pero cada tanto la conversación es necesaria, volver la vista atrás para intentar entender el camino recorrido, los artilugios.

Desde Argentina, a través de una pantalla, pero como si fuera una ventana en el frente del edificio, María del Mar Ramón conversó con Leamos sobre el proceso de escritura de “Todo muere salvo el mar”, los temas abordados en la trama, los personajes y la manera como, con apenas tres títulos publicados, la escritora ha conseguido cultivar una voz auténtica y sugestiva.

La escritora María del Mar Ramón, durante una de sus visitas a Bogotá. (Ph. Jimena Cortés Mora).

— La novela es muy distinta, en tanto ejercicio estético, a lo que los lectores pudimos apreciar en “La manada”. Si bien hay vasos comunicantes, es algo completamente diferente. ¿Qué retos hubo que superar en el proceso de su escritura? ¿Cuáles fueron esos obstáculos, en cuanto a lenguaje y estructura, que tuvo que enfrentar?

— Esta novela se acerca más a la clase de escritora que a mí me gustaría ser, y eso comprende en sí mismo la posibilidad del volantazo, de darle vuelta al asunto y contar otras cosas. Yo venía de una escritura en primera persona de la no ficción, luego escribí una novela muy de tesis como “La manada”, que es relativamente ambiciosa al querer abarcar una problemática en particular y que se ubica desde un punto de vista muy político. De repente, hoy la releo y me doy cuenta de que todavía tiene algunos vicios de la no ficción y lo que yo intentaba era algo muy distinto.

Con esta otra novela (”Todo muere salvo el mar”) me interesaba realizar una apuesta meramente estética y emprender una búsqueda del lenguaje, de las imágenes y las sensibilidades de estos personajes, sin hablar especialmente de ningún tema estrictamente contemporáneo. No me quería convertir, y no quiero, en una escritora de los fenómenos de mi generación. Me gustan y me interesan mucho más las preguntas que trascienden, los problemas que tratamos una y otra vez. Creo que el gran desafío de esta historia fue, justamente, achiquitarse, ser una novela chiquita, sensible y cuidadosa con las imágenes y las palabras.

En ese orden de ideas, uno de los desafíos técnicos que enfrenté en el proceso apareció después de haber escrito la novela, y en esto fue muy importante mi editora, Alejandra Algorta, porque yo no estaba muy entrenada en el trabajo posterior de una novela. Hay algo de los tiempos de publicación que obedece a lo efímero y yo lo que buscaba era, precisamente, este trabajo posterior con el texto y volver a los detalles para hacerla una novela mucho más chiquita y sensible, concisa y contraída, lo más concienzuda con las palabras.

Esto obedece a esa búsqueda que no es, en absoluto, estática. Una, como escritora, quiere ser distintas cosas y abordar distintas cuestiones del lenguaje, de la vida, de la sensibilidad, de la intimidad. La que intenté ser aquí parte de una búsqueda que hoy me interesa más y que sé que es muy distinta a todo lo que he venido haciendo.

— Hay un tema que parece interesarle no solo en esta novela, también en su trabajo de ficción anterior. La errancia opera como motor de la trama y define, de algún modo, a los personajes. La errancia como ese primer escenario previo a la llegada de la abulia. Entre Paula y Lucas, los dos personajes de “Todo muere salvo el mar”, parece que opera de manera sigilosa y, de alguna manera, termina concretándose en algún tipo de desarraigo, pero no de ellos hacia una tierra, sino entre ellos mismos. Hay una agresividad implícita en la manera en que se relacionan. ¿Qué cosas tuvo en cuenta para su caracterización? El lector se implica tanto en la historia debido a la excesiva humanidad que estos dos demuestran.

— A mí me gustan los personajes así, ultrahumanos, un poco pusilánimes. Creo que he intentado hacerlo lo mejor posible en las dos novelas. Me ha fascinado explorar la perspectiva de los hombres, intentar dar con personajes que son observadores, testigos de su propia decadencia. La vida les pasa y ellos no son capaces de hacer absolutamente nada. Son los espectadores de su propio fracaso. Estos dos personajes, siendo diametralmente opuestos, tienen eso en común. Hay una humanidad muy marcada en sus honestidades y en sus frustraciones que, para mí, es bastante conmovedora.

Aquí, Lucas se encuentra en una posición que es muy similar a la del actor de reparto en una película. Por más que lo intente, él nunca conseguirá ser el protagonista. Estas personas que tienen que observar las crisis de otros y que los afectan más qué sus propias crisis, pero al mismo tiempo nunca pueden protagonizarlas porque hay alguien que sufrió un poco más, esa posición suya ante ciertos eventos trascendentales de la vida me llama mucho la atención y me generan fascinación. Son, en últimas, asuntos muy poco narrados. Traen consigo un montón de sentimientos y de pasiones muy bajas con las que creo que es muy fácil sentirse identificados. Tememos mucho a las pasiones bajas que experimentamos ante los eventos importantes. La envidia, la mezquindad... Esto no hace que un personaje sea más malo o más bueno, sino brutalmente honesto.

Con este tipo de personajes el lector tiene la posibilidad de identificarse aún más, porque dejan entrever algunas cosas con las que a la gente le da miedo identificarse normalmente, quizá porque existe la idea de que moralmente no podemos sentir determinadas cosas o experimentar con ciertos sentimientos que son moralmente incorrectos. Este libro nunca pone en discusión eso. Se puede sentir de esta u otra manera, siempre hay un reconocimiento de la humanidad del otro, y esta es la clase de literatura que a mí me interesa, que aborda estos vericuetos tan honestos e imposibles de juzgar.

En “Todo muere salvo el mar”, el personaje de Lucas está atravesado por muchos duelos, pero siempre los que está viviendo Paula importan más, parecen ser más trágicos. Esto es una tragedia. Él reconoce que objetivamente no es la víctima principal de lo que está pasando, pero igual está supremamente dolido. Es totalmente razonable que tenga esta sensación de envidia de no ser el protagonista, de angustia por no poder entender, de tristeza por lo que le pasó a él, y de frustración porque lo que le pasó a él no es lo más importante, ya que hay alguien que ha sufrido más. Esto a mí me interesaba un montón, pues era un lugar narrativo muy rico de cosas que me generaba mucha curiosidad y también un tipo de insaciabilidad al momento de escribir, de construir a estos personajes, ese punto en el que se encuentran y que es tan incómodo para los dos.

— El espacio en esta novela también adquiere una dimensión protagónica. Situar la trama en una isla, en donde el calor hace que todo vaya más lento, que las cosas se tornen pegajosas, hace que lo que Paula y Lucas están viviendo se torne mucho más complejo de lo que es. ¿Fue premeditado el hecho de escoger un punto en el Caribe para narrar esta historia?

— La isla termina convirtiéndose, efectivamente, en un personaje. Hay algo con lo que a mí me gusta jugar y tiene que ver con esta idea del lugar idóneo, el paraíso en el Caribe. En la novela, este paraíso se les comienza a convertir a Paula y a Lucas en un verdadero infierno, porque cualquier lugar en una situación de mierda es un lugar de mierda.

Hay una intervención de esta que es agresiva, hay una lección de la naturaleza en todo lo que a ellos les está pasando. Hay algo en esta isla donde las cosas se pudren, donde la humedad, lo pegajoso, los agobia un montón. Pero también hay algo de la imperturbabilidad de la naturaleza que todo el tiempo es como una lección constante ante la muerte. Estos personajes están muy atravesados por el duelo y están seguros de que el mundo se acabará ahí. Lo cierto es que el mundo nunca acaba, las olas siguen rompiendo, la naturaleza siempre va a seguir ahí, a pesar de nosotros. Eso es un alivio, pero también una cuestión de angustia. Creo que esa intervención que tiene esa fauna y esa flora ayuda mucho a la historia de distintas maneras y termina volviéndose en un ingrediente casi protagónico de lo que sucede.

Mi búsqueda aquí fue completamente estética. Hay un libro del que soy muy fan, “Zama”, de Antonio Di Benedetto, lo recuerdo mucho por el trabajo con el lenguaje, las descripciones de la selva paraguaya, hay algo ahí de todo esto que digo, y está también aquello de la imperturbabilidad de la naturaleza y su imposición sobre los problemas humanos. En “Todo muere salvo el mar”, esto es un recordatorio constante de que el mundo va a seguir igual, así sintamos que se va a acabar.

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La escritora colombiana reflexiona sobre el duelo en su más reciente novela "Todo muere salvo el mar". (Ph. Jimena Cortés Mora).

— Cada vez que se habla de su obra, se habla del feminismo que practica. ¿Es esta novela una fasceta más de sus búsquedas políticas? Igual yo siento que va de otras cosas.

— Me gusta que no lo hayas dado por sentado, y es que mi vida y mi obra no necesariamente tienen que ver con mis búsquedas políticas. “Todo muere salvo el mar” no es una novela feminista, más allá de que yo sea una mujer que defiende el feminismo. Me parece que es una cuestión de estos tiempos que las enunciaciones políticas de las personas necesariamente tengan que atravesar todo lo que hacen y lo que dicen.

Ahora bien, la novela es sobre otras cosas. Hay algo en la narrativa escrita por hombres que me da la sensación de que cuando se narran a sí mismos son un poco pomposos, o evitan la afectividad. Una literatura demasiado egocéntrica dentro de la lástima que se tienen a ellos mismos. Es algo que Carrere enuncia en un momento, que cuando uno habla tan mal de uno mismo es una actitud absolutamente egolatra, porque bien o mal, lo que está haciendo uno es seguir hablando de sí mismo. Aquí, entonces, lo que intento hacer es posar la atención del lector sobre la posibilidad de que, si las mujeres estamos habituadas a hablar de nuestras intimidades, hablar de nuestras emociones, los hombres también puedan hacerlo.

— No necesariamente sus búsquedas estéticas tienen que ver con su estricta contemporaneidad. Sin embargo, ¿cómo lee el entorno en el que se mueve hoy?

— No me interesa ser una voz sobre los temas actuales. Soy enfática en eso. No quiero escribir sobre los grandes problemas que atañen a nuestro tiempo. Hay algo en la velocidad con la que van esos asuntos que a mí me agota un montón. No me gusta pensar en presente. A mí me gusta la idea de una vida más lenta y de la posibilidad de pensar y reflexionar sobre los temas contemporáneos con mucho más tiempo y, quizá, cuando no estén pasando.

Soy gran lectora y admiradora de mis contemporáneos, pero lo que me interesa como individuo va más allá sobre los temas importantes de nuestro tiempo. Creo que hay cosas que vale la pena meditar, pero no es necesario hacerlas en voz alta. A mí me interesa escribir novelas justamente por eso, por el tiempo que toman, y por la posibilidad que brinda de reivindicar nuestro derecho al silencio.

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