“El idioma de los gatos”: el bestseller oculto del “Kafka de los suburbios”

El libro de cuentos del escritor estadounidense Spencer Holst fue descubierto por casualidad y publicado por primera vez en español en 1972. Cómo un editor argentino descubrió al “más hábil fabulador de nuestro tiempo” y su prosa cautivó a Allen Ginsberg.

En varias entrevistas que me hicieron durante mi vida activa como editor de libros me preguntaron cuál era el criterio con el que decidía la publicación o no de un título. En mis respuestas cité siempre al filósofo marxista italiano Galvano Della Volpe (1895-1968), que explicitó el concepto “crítica del gusto”. En otras palabras, y para seguir con el idioma italiano: perche mi piace. Un criterio (o la falta de él), que es el habitual en las editoriales independientes frente al del de los directores editoriales de los grandes sellos, obligados a tener presente la rentabilidad de lo que deciden publicar.

Muy diversos son los motivos que mueven al editor a leer un original entre las decenas que llegan a su mesa de trabajo. En la época en que se empezaron a recibir esos textos como archivos adjuntos a un correo electrónico, el más original fue el de un autor novel argentino, Alejo García Valdearena, que me expresó su escepticismo en cuanto a que yo nunca abriría ese archivo e incluyó una frase de su novela (Conductores suicidas) para ver si yo “picaba”. La frase –todavía la recuerdo—la pronunciaba un joven reunido con amigos alrededor de la mesa de un bar y decía: “Vos, ¿cuántas aceitunas creés que te has comido en tu vida?”. Piqué y el libro fue publicado.

Mucho más azarosa era la decisión de pedir un “ejemplar de lectura” de un título en otro idioma, encontrado entre los muchos de los gruesos catálogos en soporte papel que enviaban las editoriales de otros países con las que la propia tenía contactos. La eficacia del breve texto que presentaba el libro en esos catálogos era el motor de esa edición.

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Así fue como en 1972 pedí que me enviaran El idioma de los gatos, obra de un ignoto (aun en su país) escritor norteamericano, Spencer Holst. Leerlo y caer seducido por una prosa poética y ligera, desbordante de imaginación en cuentos generalmente muy breves, fue casi inmediato. Comprar los derechos de traducción por un muy módico anticipo no fue difícil y resultaba imprescindible encontrar un traductor que acertara con el tono y las palabras: fue Ernesto Schóo, excepcional periodista, escritor y muy preciso dominador de ambos idiomas.

La primera edición de "El idioma de los gatos" publicada en español en por Ediciones De La Flor en 1972, y su reedición de 1994, con prólogo de Rodrigo Fresán.

El autor era una especie de gnomo con gorra de beisbolista, disfrutaba de leer sus historias en voz alta por una radio patrocinada por sus oyentes o en bares y lugares públicos y vivía en un departamento en Greenwich Village, en un edificio modesto financiado por el gobierno de la Ciudad de Nueva York para albergar artistas y escritores. Allí lo ubicó mi brillante colega Guido Indij (que fue a ver a otro autor residente) y allí lo fui a visitar después de haber publicado su libro. Vivía con su mujer, Beate Wheeler, estupenda artista plástica y me recibieron admirados de cómo el libro había terminado apareciendo en Buenos Aires. Años después, en 2001, ella me envió la esquela fúnebre de su marido.

La primera edición de 1972 recibió comentarios favorables, pero tardó mucho en agotarse, pese a eso y al muy original diseño de la tapa que creó Oscar Smoje. Pero se convirtió en un best-seller subrepticio, que terminamos reeditando en 1994 con un ditirámbico prólogo de Rodrigo Fresán, confeso adicto al autor de ese “pequeño gran libro”.

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Cada uno de los cuentos es una especie de “amable fábula con una vuelta de tuerca”. Allen Ginsberg, el poeta beatnik, lo calificó de “el Kafka de los suburbios, autor de subterráneos, anónimos, arcaicos poemas en prosa”. Y el compositor John Cage escribió: “Estas historias fueron escritas interpretando la máquina de escribir (…) su autor es un mago…”.

El New York Times consideró a Holst como “el más hábil fabulador de nuestro tiempo” y un crítico espetó que “escribe como un ángel, un ángel ansioso cuya ficción tiene el poder de conmover y hasta inspirar al lector”.

Spencer Holst.

Agotada durante muchos años la segunda edición, tenía el proyecto de reeditarlo cuando me retiré de la actividad editorial y, con enorme placer, lo reencontré en la última Feria de Editores, publicado por la joven editorial La Tercera: compré un ejemplar inmediatamente, con algo de reticencia porque se trataba de otra traducción, firmada por Santiago Featherston, un joven escritor de La Plata, según me enteré más adelante. Mi recelo resultó injustificado: la traducción es muy buena y no desmerece a la anterior, y la edición se enriquece con un ilustrativo prólogo del traductor y con simpáticas ilustraciones lineales de Catalina Moncalvillo y Luciana Calmaggi.

La obra de este autor es muy escasa: en 1976 publicó otros cuentos, Spencer Holst Stories, que incluye una sección con el título “Placeres de la imaginación: 64 comienzos”, y esos placeres son los que el autor se permite en cada relato. Que yo sepa no han sido traducidos al castellano hasta ahora.

Cito del prólogo. A la pregunta que le hicieron acerca de qué se trataba lo que escribía contestó: “En la geografía de la literatura siempre sentí que mi obra se encontraba equidistante entre dos escritores: Hart Crane y James Thurber. Pero mi esposa dice que no sea tonto, que mis historias están a mitad de camino entre Hans Cristian Andersen y Franz Kafka”. Ambas asimetrías son aplicables.

Así como el viejo Mao decía que la mejor forma de conocer una manzana era transformándola al comérsela, la única manera de conocer bien estos cuentos es leyéndolos, si es posible, en voz alta.

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