Cada libro que escribe Julian Barnes lo cambia todo, ha dicho la escritora Frances Wilson en un artículo publicado por Oldie. “Su última novela hay que leerla al menos dos veces para captar toda su inmensa potencia”.
La autora del libro The Ballad of Dorothy Woolworth se refiere con entusiasmo al trabajo más reciente del escritor británico. Una novela en la que Barnes realiza una exploración profunda e intrigante sobre el amor, la aflicción y los mitos colectivos, en alrededor de 200 páginas que han sido traducidas al español por Inga Pelisa.
Le puede interesar: Mario Vargas Llosa, el peruano más universal de todos los tiempos
Publicada recientemente por Anagrama, “Elizabeth Finch” es una elucubración filosófica y una reconstrucción biográfica a través de la cual el autor rinde homenaje a una queridísima amiga suya, una escritora inglesa fallecida hace unos años.
Quien narra la historia es Neil, un hombre de mediada edad al que no le ha ido muy bien en su vida sentimental. En el ámbito profesional tampoco ha conseguido gran cosa. Recuerda con entusiasmo, eso sí, las clases que recibió de una profesora magnífica cuando se interesó por la cátedra de Cultura y Civilización. El nombre de la profesora era Elizabeth Finch.
Inteligente, elegante, admiradora del mundo clásico, Finch consideraba que el mundo había tomado el camino equivocado el día en que el Imperio Romano decidió aceptar el Cristianismo. Su último héroe era pagano, Juliano el Apóstata. Después de él, no hubo nada.
Cuando dejó de ser su estudiante, Neil quiso seguir manteniendo contacto con Finch. Comenzaron a comer juntos con frecuencia y cada encuentro era la vida contenida.
Le puede interesar: María Kodama en su última entrevista con Infobae: “En la secundaria se sigue señalando que Rosas era un monstruo”
El tiempo pasó y Elizabeth Finch murió. Neil se da a la tarea de escribir sobre el héroe romano a partir de las muchas notas que ella dejó, pero mientras lo hace, va descifrando no solo al personaje de Juliano, sino también al de Finch. Los cuadernos que escribió en vida le permiten a Neil descubrir el enigma de una mujer distinta a la que él creyó conocer. ¿Quién fue en realidad? ¿Qué misterios escondía?
La novela es una apología a la veneración y una reflexión en torno a la misma. La figura de Elizabeth Finch ejerce tal atracción sobre Neil que termina hechizándolo. En últimas, ya no es admiración lo que siente hacia ella, sino devoción.
Le puede interesar: Lecciones de un maestro: Tarantino revela los secretos del cine que más lo impactaron
“La ropa. Empecemos por lo básico. Llevaba brogues, negros en invierno, de ante marrón en otoño y primavera. Medias o pantis: no verías nunca a Elizabeth Finch con las piernas al aire (y, desde luego, era imposible imaginársela en bañador). Faldas justo por debajo de la rodilla; se resistía a la tiranía anual del bajo. Lo cierto era que parecía haberse instalado en ese estilo hacía algún tiempo. Aún se le podía llamar elegante; una década más y tal vez pasaría a ser antiguo, o vintage. En verano, una falda plisada, normalmente azul marino; en invierno, de tweed. A veces optaba por un look de cuadros, o escocés, con un gran imperdible de plata (que seguro que en Escocia tiene algún nombre). Se dejaba un buen dinero en blusas, de seda o fino algodón, a menudo de rayas, sin ningún tipo de transparencias. Algún que otro broche, siempre pequeño y, como se suele decir, discreto, pero refulgente. Rara vez llevaba pendientes. (¿Tenía agujeros siquiera? Buena pregunta.) En el meñique de la mano izquierda, un anillo de plata que dábamos por hecho que era heredado, y no comprado o regalado. El pelo, de un rubio grisáceo, arreglado y de largo invariable. Yo imaginaba una cita periódica quincenal. En fin, ella creía en el artificio, como nos dijo más de una vez. Y el artificio, señalaba también, no era incompatible con la verdad” - (Fragmento, “Elizabeth Finch”, de Julian Barnes).
Lo que ha conseguido Julian Barnes en esta novela es, simplemente, magistral. La pregunta que los lectores podrían hacerle al autor británico, la que deberían hacerle, es si es realmente consciente de todo esto. Leer “Elizabeth Finch” es tener la certeza de que la novela será lenta, aburrida, quizá, y confiar en que no será la gran cosa, para luego desechar todo eso y terminar siéndole devoto a la prosa, la magnífica prosa que Barnes emplea para contar esta historia.
El que aquí se toma las riendas del asunto no es el escritor Barnes, sino el lector, ese que es aún más irresistible que el otro, y es atrevido, y enciclopédico, filosófico, reflexivo. Es, en últimas, demasiado de todo, en unas cuántas páginas.
Seguir leyendo: