Fue a comienzos de agosto de 1937 cuando un desfile lleno de banderas rojas se tomó las calles de París con motivo del cortejo fúnebre que celebraba la vida, y la despedía de la fotorreportera Gerda Taro, quien habría cumplido 27 ese año, pero el destino se lo impidió.
Taro cayó abatida en un campo de batalla, ejerciendo su oficio. Su nombre real era Gerta Pohorylle. Nacida en 1910 en Stuttgart, Alemania.
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Creció en el seno de una familia judía polaca acomodada y desde muy pequeña se sintió identificada con las ideas del socialismo. Los tiempos no eran nada fáciles en su país, sobre todo para los judíos como ella. El nazismo se encontraba en pleno ascenso, por lo cual su familia tuvo que huir, primero de Leipzig y luego de Alemania.
Taro terminó viviendo en París con una amiga y, poco a poco, el resto de su familia se fue dividiendo. En 1933 comenzó a ganarse la vida como mecanógrafa, pero, finalmente, en esos días de agitación política, encontró el oficio que la llevaría a convertirse en leyenda: el fotoperiodismo.
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Su historia ha quedado registrada en el libro “La chica de la Leica”, de la escritora italiana Helena Janeczek, título publicado en español por el grupo Planeta, a través de su sello Tusquets.
En aquel 1 de agosto de 1937, André Friedman, la expareja de Taro, se encuentra completamente destrozado. Es uno de los que dirige el desfile y, con él, varias de las personas que la fotorreportera conoció en vida: la joven Ruth Cerf, Willy Chardack y Georg Kuritzkes.
Todos ellos se quedaron con algo de Gerda Taro, tanto así que, años después, tras una serie de charlas sobre ese pasado en el que Taro vivía, decidieron que era el momento de desencadenar los recuerdos de todos. Ese es, justamente, el arranque de esta obra de la escritora italiana.
Ampliamente documentada y escrita con la rigurosidad del caso, “La chica de la Leica” explora la figura de la fotorreportera y ahonda en la manera en que, a través de ella, confluyeron varias de las dinámicas de la sociedad de entonces.
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La novela se divide en tres partes y cuenta con un prólogo y un epílogo, titulados Parejas, fotografías y coincidencias #1 y #2. A lo largo de 352 páginas, la autora hace uso de un lenguaje ameno para describir la huella indeleble que dejó Gerda Taro entre quienes la conocieron y aquellos que la admiraron después.
De entrada, el lector se encuentra con dos fotografías de una pareja de milicianos. Son dos piezas aparentemente iguales, pero cuyas diferencias son importantes para quien consigue afinar la mirada. Una es de Taro, la otra es de Robert Capa. Juntos eran como dos gotas de agua, y se amaron hasta el último momento.
“Caminar a través de un espacio que te ignora mientras tú lo conoces de sobra estimula la mente, o hace que vayas rumiando a cada paso tus pensamientos. Sin embargo, no fue en Leipzig donde el doctor Chardack se acostumbró a las largas caminatas por la ciudad, sino siguiendo los bulevares 34 de los distritos decimoquinto, séptimo y sexto, hasta llegar a menudo a los suntuosos o populares arrondissements de la orilla derecha. El metro era barato, pero fue el primer gasto que evitaron Ruth y Gerda, que no podían contar con ayuda económica de sus familias. Dinero malgastado, argumentaban, y, además, ir andando ayudaba a conservar la línea. Teckel mascullaba que ese era el menor de sus problemas. Las chicas dejaban que las invitaran a un café, pero a los billetes del metro solo en casos extraordinarios. ¿Qué gusto había en viajar bajo tierra, apretados como en una jaula cuando estaban en París? Ante la palabra «jaula», Willy renunciaba a objetar que estaba a punto de llover. Gerda había estado en la cárcel, se había librado de milagro, y también su huida desde Alemania se había producido bajo una buena estrella” - (Fragmento, “La chica de la Leica”, de Helena Janeczek)
Podría ser “La chica de la Leica” una novela de amor en tiempos de guerra, pero también una pieza narrativa que consigue encapsular entre sus páginas las sensaciones de una época y el legado de una mujer que fue pionera en su campo, que se arriesgó en un tiempo de hombres, y salió victoriosa.
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