Dice Juan José Millás que cuando uno lee un libro, de alguna manera, se convierte en un fantasma dentro de él, que se disocia como persona y hay una parte que se queda dentro de la historia.
Esta es una de las ideas que vertebran su última novela, Solo humo, en la que el prestigioso escritor español vuelve a demostrar sus capacidades fabuladoras a través de un relato que mezcla la realidad con la fantasía, y nos abre una puerta a los cuentos de hadas, cuyas normas que rigen ese mundo se trasladan al nuestro.
Carlos, el protagonista, acaba de cumplir dieciocho años y recibe la noticia de la muerte de su padre, al que jamás conoció porque lo abandonó con solo unos meses junto a su madre. Ahora ha heredado el piso donde vivió y accederá a un espacio lleno de secretos… y también de libros. El último que estaba leyendo su progenitor antes de fallecer es una recopilación de los cuentos de los hermanos Grimm y Carlos se introducirá en él de una forma que trastocará para siempre su sentido de la realidad. Algo parecido le ocurrirá al lector de Solo humo. ¿Hasta qué punto nos influyen los libros que leemos?
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Millás, en diálogo con Infobae Leamos, habla de la identidad, de las relaciones paterno filiales, de la ausencia, del vacío, así como del papel activo de los lectores dentro de un proceso creativo ajeno.
—No sé si tuvo una idea primigenia a la hora de articular la novela
—Creo que la idea impulsora fue la necesidad de describir lo turbador que resulta el encuentro con la lectura. Había pensado mucho alrededor de esta idea, pero nunca había escrito sobre eso. Siempre he pensado que la gente que lee mira la vida de un modo completamente distinto a la que no lee y, en cierto modo, vive durante esa lectura disociado, algo que te coloca en una perspectiva con respecto a la realidad muy diferente. Yo quería contar en esta novela lo que significa esta disociación, la de estar dentro y fuera de un libro, que me parece una experiencia alucinante y en cierto sentido también brutal.
—¿Esa disociación le ocurre a usted también como escritor?
—Es que la escritura también es un ejercicio de disociación, porque uno está ahí, en esa aventura. Yo creo que, en realidad, no hay mucha diferencia entre ser lector y escritor. Cuando escribes todo te conduce a esa novela, es muy parecido a cuando te enamoras. Encuentras coincidencias por todas partes, sincronicidades. Una novela es una especie de agujero negro que lo absorbe todo. Los dos o tres años que tardo en escribirla estoy como en un espacio secreto y, cuando termino, cierro la puerta y me quedo a la intemperie.
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—¿Se siente, entonces, vacío?
—Hasta que empiezo otra, de algún modo sí.
—Pero usted es muy activo, hace otras cosas al mismo tiempo, como escribir artículos y columnas
—La suerte que tengo es que hago cosas distintas haciendo siempre lo mismo. A mí me asombran los escritores que solo escriben novelas. Porque pienso, ¿y qué hacen el resto del día? Yo no puedo. Cuando estoy en ese proceso puedo dedicarle dos o tres horas, no más, porque me agota. Por eso me viene bien la variedad, porque pensar en otras cosas me libera un poco.
“La lectura cambia la vida de las personas”
—El espacio doméstico vuelve a convertirse en protagonista. ¿Por qué le seduce tanto este elemento cotidiano?
—Me gusta situar mis novelas en esos ámbitos domésticos porque en el fondo se terminan convirtiendo en espacios morales. Parten de lo físico, pero alcanzan una dimensión metafórica. La literatura sirve para hablar de una cosa fingiendo que hablas de otra. Pasa igual, pero al contrario en la literatura de viajes. El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, narra un trayecto por la selva, pero en realidad se trata de una experiencia moral, hasta el punto de que el desplazamiento que forma parte de ese camino es lo de menos, sino lo que los personajes aprenden. A mí el espacio donde habitan mis criaturas me parece que es una réplica de su propia conciencia.
—Y, en este caso, ¿qué cuestiones morales quería introducir? Porque por ahí pulula también la idea de matar al padre
—Claro, es que aparte de contar esto de que la lectura cambia la vida de las personas, también hay otras cuestiones, entre ellas el tema de la paternidad, pero no solo entendida de forma biológica. También sobre la paternidad que uno tiene sobre lo que escribe.
—Los cuentos de los hermanos Grimm vertebran de alguna manera la novela, pero en su versión original y más salvaje. ¿Qué es lo que más le gusta de ellos?
—Los hermanos Grimm recopilaron cuentos de la tradición oral, es decir, que vienen de los siglos y siglos. Y me parece asombroso porque lo hacen en apenas cinco páginas. Tienen una brevedad y concisión tan precisa y, sin embargo, tienen una carga simbólica tan potente que han llegado hasta nosotros.
—Lo que ocurre que su esencia se ha pervertido un poco y la mayor parte de la gente solo los conoce por la versión de Walt Disney
—Es cierto que se han infantilizado mucho, yo creo que por una imagen errónea que se tiene de los niños, como si fueran pura bondad y se les pretendiera no enseñar la crueldad. Pero los originales son terroríficos, padres que abandonan a sus hijos en el bosque, palomas que les sacan los ojos a las madrastras de Cenicienta, pies que se cercenan para entrar en un zapato de cristal.
—¿Por eso le seduce tanto el cuento a la hora de escribir?
—En los cuentos encontramos los arquetipos fundamentales y lo curioso es que esto se da en todas las culturas, como si hubiera ahí una base que se encuentra arraigada en el inconsciente colectivo. Además, me gusta porque funcionan como un mecanismo de relojería y yo soy un escritor de medio aliento, soy más partidario de la intensidad que de la extensión.
Quién es Juan José Millás
♦ Nació en Valencia, España, en 1946.
♦ Es escritor y periodista. Es colaborador habitual del diario El País y del programa A vivir de la Cadena SER.
♦ En su obra destacan las novelas Cerbero son las sombras (1975, Premio Sésamo), Visión del ahogado (1977), El jardín vacío (1981), Papel mojado (1983), Letra muerta (1984), El desorden de tu nombre (1987), La soledad era esto (1990, Premio Nadal), Volver a casa (1990), Tonto, muerto, bastardo e invisible (1995), El orden alfabético (1998), No mires debajo de la cama (1999), Dos mujeres en Praga (2002, Premio Primavera), La ciudad (2005), Laura y Julio (2006), El mundo (2007, Premio Planeta y Premio Nacional de Narrativa), Lo que sé de los hombrecillos (2010), La mujer loca (2014), Desde la sombra (2016), Mi verdadera historia (2017), Que nadie duerma (2018) y La vida a ratos (2019), además de libros de relatos y recopilaciones de artículos.
♦ Su obra fue traducida a más de veinte lenguas y ganadora de algunos de los principales premios.
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