Adelanto exclusivo: así empieza “Miseria”, la continuación de “Cometierra” de Dolores Reyes

Cuatro años después de su exitoso debut, la revelación de la literatura argentina vuelve con su entrañable heroína, quien es capaz de adivinar el paradero de personas muertas o desaparecidas con solo llevarse un puñado de tierra a la boca. Acá pueden leerse los tres primeros capítulos.

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Después del éxito de "Cometierra", la argentina Dolores Reyes regresa con la esperada "Miseria", una continuación de su debut. (ALEJANDRA LÓPEZ)
Después del éxito de "Cometierra", la argentina Dolores Reyes regresa con la esperada "Miseria", una continuación de su debut. (ALEJANDRA LÓPEZ)

“Me había jurado no volver a comer tierra y ahora me quema la lengua y me ruge el estómago reclamándola. La tierra está llena de secretos pero no para mí”, escribe Dolores Reyes, una de las sorpresas más grandes de la literatura argentina de los últimos años, en Miseria, la esperada continuación de su exitoso debut Cometierra.

“Irme fue lo único que pude elegir en toda mi vida”, dice la narradora Cometierra, que eligió, por un lado, mudarse a un barrio nuevo con su novia, Miseria, pero además, y lo más importante, no volver a hacer uso de su misterioso don adivinatorio, con el que ayuda a encontrar personas muertas o forzadas al cautiverio.

Pero su novia, embarazada de su hermano, la convence de retomar sus lucrativos poderes, lo que llevará a Cometierra a resolver casos tanto recientes como antiguos, desentramar oscuros secretos familiares y, finalmente, poner su vida en las manos de una bruja mucho más poderosa que ella.

“Cometierra, acá desaparece gente todo el tiempo, acá, tu don es oro”, le repite hasta el cansancio Miseria a la protagonista. Así, cuatro años después, Dolores Reyes continúa la historia de esa entrañable heroína que presentó en su debut de 2019, considerado como uno de los mejores libros del año según el New York Times, El País, El Cultural de El Mundo y otros medios.

Así empieza “Miseria” de Dolores Reyes

Portada de "Miseria" de Dolores Reyes, la continuación de "Cometierra", editado por Alfaguara.
Portada de "Miseria" de Dolores Reyes, la continuación de "Cometierra", editado por Alfaguara.

1

Cometierra, acá desaparece gente todo el tiempo, acá, tu don es oro. Ya no sé la cantidad de veces que se lo repetí. Yo no puedo quedarme callada. Pero ella se hace la que no me escucha, se levanta y se va para el baño sin contestar. También yo me paro, camino hasta la ventana y corro la cortina para mirar a la calle. No termino de acostumbrarme a los carteles. Uno atrás del otro, peleando por los pocos pedazos de cielo libre. Esto no es solo el shopping del conurbano, estamos en la capital nacional de las videntes, pero a Cometierra ninguna de todas esas charlatanas le llega ni a los talones. Ella en serio puede ver.

Escucho la cadena del baño, el agua que corre por la pileta y enseguida, el botón que apaga la luz. Cuando Cometierra sale y se me acerca, no puedo quedarme con la boca cerrada y se lo vuelvo a decir: Acá podrías ser una reina, acá, tu don es oro. Ella ni siquiera me mira. Sigue esquivándome los ojos y la lengua. Va a buscar su colchón, lo acomoda en el piso, pone la almohada y las sábanas, y se acuesta para ver si se puede dormir. Nada le resulta tan difícil a Cometierra como sus sueños.

Me acerco a ella, me agacho, le doy un beso y aprovecho para abrazarla un rato. Ella me atrapa las manos apretándomelas contra su cuerpo. Jugamos cada una en el cuerpo de la otra y a mí me da cosquillas. Hago un esfuerzo para no cagarme de la risa. Cometierra no quiere que nos separemos hasta quedarse dormida. Trato de sacar una mano, tiro hasta que lo consigo y después, la meto abajo de su remera. Le paso despacio las uñas por la espalda hasta que se queda quieta, cierra los ojos y ya no los abre. Escucho su respiración cada vez más lenta y espero. Cuando relaja los brazos me puedo levantar.

Busco sin hacer ruido mi celular de arriba de la mesa, miro la hora y uso su linterna para ir a la pieza y llegar hasta mi cama. Son más de las doce y el Walter duerme hace rato. Me acuesto al lado suyo, lo suficientemente cerca para que me llegue su calor. Es de noche y todo se quedó en silencio. Antes de cerrar los ojos, me apoyo las dos manos en la panza. Si hay algo que nos sobra es tiempo. Tengo dieciséis años y mi hijo ni siquiera nació. Nosotros podemos esperar a Cometierra todo el tiempo del mundo.

2

Elegí yo, porque irme fue lo único que pude elegir en toda mi vida.

Elegí este lugar, el ruido, el movimiento, los colores, pero también volver al peligro. No sé qué había más: autos, bondis o personas. El Walter, Miseria y yo bajamos cerca de la terminal. Estábamos muertos de emoción y con un poco de miedo, caminamos tratando de no chocarnos con nadie. Aunque ya empezaba a oscurecer no nos daban los ojos para mirar negocios, comidas, puestos, ropas, carteles, pero sobre todo tanta gente junta. Seguimos adelante. Parecía imposible que alguien pudiera vivir en ese hormiguero.

Llegamos a esta puerta, entramos. Estaba la misma luz que nace ahora y se mete, durante las primeras horas de la mañana, por la ventana de la cocina. Abro la heladera, hay botellas de litro pero yo busco un porrón. Lo abro. Tomo el primer trago apoyada contra la mesada. Chupo atenta. No quiero que me vean tomar desde tan temprano. Miro hacia su pieza y de nuevo hacia la cocina. Nada se distingue por completo pero ninguna cosa puede esconderse sin dejar su oscuridad.

Ahí, en esa mancha negra, está la azucarera de plástico. Esa sombra es el repasador hecho un bollo y de este lado, enfrente, está la sombra que soy ahora. Yo no le tengo miedo a la oscuridad, solo a las personas. La luz ilumina sus corazones solo desde afuera.

Siento el gusto de la cerveza en la boca bajando lento por la garganta hasta el estómago vacío, me camina por adentro como un abrazo helado, el único de la mañana. En cualquier momento Miseria va a entrar a la cocina a decirme que salga, que me anime: Vos no sabés, pero acá podés ser una reina. Acá, tu don es oro. Me río sola y vuelvo a echarme birra en la boca. Para mí llegar a este lugar fue como ir a Disney. ¿Querés música? Acá tenés. ¿Querés ropa? Acá tenés. ¿Querés morfar? Acá tenés. ¿Querés salir de joda? Acá tenés. ¿Querés perderte para los que te buscan? Acá podés pegarte alto viaje y que nadie te vea nunca más ni la punta del pelo.

"Cometierra", primera novela de Dolores Reyes, fue traducida a doce idiomas y aclamada como uno de los mejores libros del año según medios como The New York Times. (EFE)
"Cometierra", primera novela de Dolores Reyes, fue traducida a doce idiomas y aclamada como uno de los mejores libros del año según medios como The New York Times. (EFE)

La luz afuera se vuelve más poderosa, borronea la oscuridad hasta que amanece. Como ya sé que Miseria tiene que ir saliendo, despego el cuerpo de la mesada. Apoyo la lata vacía y la alejo. Abandono la sombra de las cosas de todos los días cuando el sol empieza a desnudarlas. Salgo de la cocina y nos cruzamos. Le digo que ponga la pava y apenas me hace un gesto con la cabeza. Entro al baño. Empujo la puerta con el pie pero no se cierra del todo. Abro la canilla, junto agua con las dos manos y me las llevo a la cara. Agua fría en los ojos, en la boca, en la nariz. Me miro al espejo para hablarme a mí misma:

—¿Dormiste? —pregunto aunque ya sé la respuesta: Unas horas. Después volví a soñar con ella. De Ana nunca tengo dónde esconderme.

En la cocina quedó pan de ayer. Miseria lo trae cuando vuelve del trabajo porque a esa hora en la estación se lo venden por dos pesos. La escucho ponerlo en la sartén que usamos de tostadora. Lo va a sacar cuando su olor empiece a invadirnos. Le va a poner manteca, dulce o un pedazo de jamón. Somos esto de nuevo, unos pibes que comparten todo.

Vuelvo a la cocina y me entrega un plato lleno. Levanto uno, lo mastico y trago apurada para decirle:

—Te acompaño hasta el local —pero ella me hace no con la cabeza.

—No te pregunté —le contesto—. Quiero ir con vos.

Nos reímos y ahí, de nuevo, me lo larga:

—Cometierra, vos no sabés, pero acá podés ser una reina. Acá falta gente todo el tiempo. Acá, tu don es oro.

Estiro la mano y le tapo la boca porque ya no quiero escucharla decir eso nunca más. Me río, despacio y siento a Miseria sonreír también abajo de mi palma. La saco para verle los dientes chiquitos y me acerco a ella. Le doy un beso y le toco la panza.

—¿Duerme?

Miseria levanta los hombros:

—Yo qué sé.

Y me suelta enojada porque ya no quiero comer tierra ni por toda la guita del mundo.

—Quedate que hoy entro tarde, tengo que ir al hospital —dice, y sale rápido de la cocina.

Cuando escucho la puerta cerrarse, la luz de la mañana ya invadió toda la casa, pero a mí el insomnio me flota adentro como una nube. Camino unos pasos hasta la heladera para sacar otra birra y llevármela hasta al lado del colchón.

3

—¿Cómo era yo antes?

La seño Ana baja la cabeza como si quisiera esconderse.

Después del mío, el suyo es el cuerpo que mejor conozco en el mundo.

—¿Antes de qué? —dice, cerrándose el cuello de la camisa, como si algún secreto pudiera escapársele desde la piel.

No le contesto Ana, si yo te vi desnuda, abierta. ¿Qué me querés esconder? En cambio le tiro:

¿Cómo era yo antes de comer tierra?

—Vos siempre estuviste en la tierra.

Responde, fastidiada, lo primero que se le ocurre. Me pasa el mate. En los sueños ya no puedo tomar pero no quiero que ella se siga enojando, así que me acerco la bombilla a la boca y chupo fuerte. Nos pasábamos horas ese mate con tal de volver a estar juntas una noche más.

—¿Pero la tocaba?

—Tenías lápices. Te los daba en el salón y no los querías soltar.

Las dos nos quedamos calladas, mirando el mate en donde la yerba había empezado a ponerse vieja.

—¿En serio no vas a probar tierra nunca más?

—No puedo ni pensarlo, Ana.

Se lo paso así.

—Ahora necesito saber cómo era yo antes de comer tierra, el Walter tenía menos de diez años. No me queda nadie, solo vos.

Quiero buscarle la respuesta en los ojos, pero ella me sigue esquivando. Abre la boca y empieza a hablar como si le pesara un montón:

—Eras salvaje. En los recreos, te sacabas los zapatos y volvías al salón llena de tierra y con los pelos como plantas. Yo quería retarte, pero me sonreías y se me derretía el corazón. Nunca copiabas nada. Cuando te sentabas a dibujar, te quedabas ahí, metida en tu hoja de papel como si fueras a atravesarla. Tocaba el timbre y todos salían corriendo y vos seguías pegada a los lápices como a caramelos, tan metida adentro de esos dibujos que tenía que sacudirte y hablarte a la vez:

—Aylén, ¿venís?

Me vi. Tenía nueve años otra vez. Corría atravesando el patio con el pelo suelto en mechones gruesos como culebras hacia la Florensia, doblada contra los piletones del baño de nenas. Sangraba y me llamaba solo a mí.

—Aylén, ¿venís?

Pensé que de tanto sol le había empezado a salir sangre de la nariz y trataba de no mancharse la ropa, pero no. La Florensia se metía la mano entre las piernas, la dejaba un rato ahí, apretándose, y la sacaba para llevarla abajo de la canilla abierta. Se había ensuciado alrededor de las muñecas blancas del guardapolvo con el rojo más vivo que había visto en mi vida. Me daba miedo.

Adentro de la pileta cada gota tardaba segundos en mezclarse con el agua, abrirse, como una flor hecha de pequeños coágulos deshojándose para siempre por la cañería de la escuela.

—Me duele la panza —decía la Florensia y como yo no sabía qué hacer, le acariciaba el pelo.

—Aylén, ¿venís?

Miro los ojos de la seño Ana de frente.

¿Qué le pasa para decir mi nombre en voz alta? No sé por qué, pero eso tiene que ser peligroso.

Ana da vuelta el mate, la yerba cae al suelo de un sueño que está por terminarse, pero antes dice:

—Yo sé el nombre de todas ustedes, también el de Miseria. Mejor que no te olvides nunca de venir a verme.

Quién es Dolores Reyes

♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1978.

♦ Es escritora y docente.

Cometierra, su primera novela, fue traducida a doce idiomas y aclamada como uno de los mejores libros del año según medios como The New York Times.

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