Cali, Madrid, Barcelona, Mataró, Peratallada y Tokio son los escenarios de la ópera prima del arquitecto Julián Mejía Tobón, quien se estrena como escritor en 2023, de la mano de la filial colombiana del grupo Planeta.
Publicada a través de su sello Seix Barral, “El minuto” es un thriller psicológico, con elementos del policiaco, que sitúa al lector ante una historia vertiginosa en la que deberá obrar cual sabueso yendo detrás de una serie de personajes cuyas elecciones penden de un hilo. Completamente expuestos, eligen el camino del mal como parte de la encrucijada que les ha impuesto la vida.
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“Hace un mes dejó su trabajo. Después de firmar los papeles de su baja laboral, cobrar su finiquito, y asegurarse de haber dejado perfectamente establecido un trato que le reportaría una generosa suma mensual a cambio de su “discreción”, condujo hasta su piso y se vio a sí mismo en el espejo del elevador. Ahí, en esa superficie, vio cómo los nubarrones de su vida de mentira se apartaban, y una nueva luz se instalaba en el cenit marrón de sus ojos, para luego dar paso a una cara rejuvenecida que reemplazaba diez años de arrugas. Sonrió, se pasó la mano por la cabeza y desordenó su cabellera como si este gesto terminara de invocar en él al adolescente que había muerto cuando se casó” - (Fragmento,”El minuto”, de Julián Mejía Tobón).
El amor, las malas elecciones, las familias tóxicas, la culpa y la manera de convivir con ella, reza la contraportada del libro, son los temas centrales de esta novela en la que el autor caleño despliega todas las herramientas del que sabe bien hacer su oficio y consigue una estructura narrativa compleja, en la que se entrecruzan las historias como si fueran los planos de un arquitecto, que dejan entrever una gran estructura que solo es posible ver completa hasta el final.
Entonces, aparecen Jordi, Ana, Luca, Milán, Carlos y Antonia, y el lector tendrá que ir entre bicicletas y unidades de cuidados intensivos, entre guiños y sonrisas, recolectando pestañas de jirafa, y sueños en bitácoras, a merced de las verdades, las decisiones y las intensas soledades, en este instante sin tiempo que es “El minuto”, en el cual todo es ilusión o simple percepción, donde las vidas, las nuestras, no son medibles ni cuantificables, donde todo es ficción.
La mente de Julián Mejía Tobón es de lo más curiosa. Diagnosticado con una forma leve del síndrome de Asperger, señala que su cabeza funciona de forma neurodiversa; es decir, que se hiper-enfoca en muchos puntos de un solo tema al mismo tiempo, lo que hace que, a la hora de analizar riesgos, sea casi un genio y, si de imaginar tramas hablamos, su imaginación es explosiva.
De niño vivía acompañado, en su natal Cali, de su hermano Hernán y de una gran cantidad de primos que iban y venían, con los que veraneaba en una finca que se encontraba en la carretera que llevaba al mar.
Aunque feliz, su infancia fue solitaria, prefería sumergirse en los mundos en su cabeza y jugar solo. Rara vez compartía con sus compañeros de colegio o con otras personas, no porque no quisiera, sino porque, en realidad, no conseguía entender bien a la gente.
Sus padres, a quienes dedica la novela, lo criaron como mejor pudieron, trabajando para sacar a la familia adelante; por eso, el tiempo que el joven pasaba solo era demasiado. Finalmente, terminó por hacerse algo natural para él.
Pocos amigos son los que ha tenido el ahora escritor, los que consigue rescatar han estado presentes a lo largo de su vida, pero más que en los amigos, son sus pasiones las que le han brindado abrigo. Así, con el paso de los años, ha decidido refugiarse en el cine, en las películas de aventuras, en las de corte negro, en los cómics. De allí provienen sus mayores influencias.
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Del cine de Stanley Kubrick, destaca el autor, aprendió a tratar con la seriedad de una tesis los mundos más abstractos y las realidades más absurdas. “Las imágenes que se agolpaban en mi mente, dejaron de ser puntos sueltos y buscaron la gravedad de las estructuras”, apuntó Mejía Tobón, en conversación con Leamos.
Por otro lado, con el cine de Alfred Hitchcock aprendió sobre el manejo del misterio, la intriga y el punto de vista de los personajes, además del ciclo de los universos, que la vida y la muerte podían suceder en poco o al mismo tiempo y no necesitaban de mayor desarrollo.
“El minuto” no es su primer trabajo de ficción, pero sí el primero que se publica. En las cerca de 336 páginas que componen la novela, la mayoría de cosas que nutren la ficción provienen de la realidad. Los personajes son gente real, de hecho. “Trozos de personas que conocí a lo largo de mi vida, pinceladas de gente que se cruza por el camino, pero nunca son una biografía completa”, dice el autor.
Mejía Tobón explica que posee una gran habilidad para observar, abstraer y conceptualizar su entorno, pasando, generalmente, desapercibido. “Cualquiera que se cruce en mi camino podría terminar siendo el germen de un personaje en alguna de mis novelas futuras o alguno de mis cuentos”.
El caleño ha escrito más de 50 ficciones cortas, otro de los géneros que ha sabido pulir. En 2005, vale la pena destacar, obtuvo el premio Gaceta Cuento Negro, del diario El País.
La historia de “El minuto” le llegó, con título incluido, en el otoño de 2008, mientras se encontraba en Barcelona. “Eran tiempos duros, el país estaba colapsando por la gran crisis económica mundial del 2008 y uno como inmigrante podía sentir la presión muy fuertemente. Mi mente, cuando se siente presionada, inmediatamente recurre a la imaginación. Así pues, me senté a escribir la historia de unos personajes y un entorno que comenzaron a fluir de forma separada y luego encontraron vasos comunicantes”, apunta el caleño.
Su concepto de la imaginación es el de un líquido que cambia de colores, luces, aromas y sabores, a medida que fluye por lo que siente, cuando escribe, como un químico. Mejía Tobón es, de alguna manera, un alquimista en la búsqueda de la receta perfecta para obtener el oro.
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“Para mí, escribir y leer deben tener un ritmo, un color, una serie de aromas y texturas, y un sonido característico que irán de la mano de la trama principal como si fuesen personajes secundarios. Cada pasaje tiene un tono característico y transmite una idea: opresión, inocencia, alegría, ira…”
En efecto, el tono en cada uno de los capítulos de “El minuto” es distinto. Los que hablan de Barcelona no son nada parecidos a los de Cali o Tokio. Cada uno tiene un sabor, un color y una atmósfera propios, que conducen a los lectores a seguir adentrándose en la trama, experimentando junto al narrador. “Todo debe ser como una ópera, como una gran orquesta, como un gran proyecto arquitectónico”, dice el autor.
No pudo haber entrado mejor el arquitecto al panorama de las letras colombianas. “El minuto” es, como bien lo destaca la periodista Aura Lucía Mera en El País Cali, un libro fuera de lo común entre los escritores colombianos contemporáneos. Su tono y su tema, afinados como las cuerdas de un violín. En últimas, una obra, simplemente, tajante.
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