En la Argentina, la literatura de terror se gestó en los márgenes y durante mucho tiempo ocupó un espacio acotado en los catálogos de las editoriales. Pero en los últimos años el escenario se reconfiguró y cobraron protagonismo autores y autoras que han renovado los alcances del género como Luciano Lamberti, Agustina Bazterrica, Samantha Schweblin o Mariana Enriquez, a la par de un proceso que volvió a posicionar clásicos como El mal menor de C.E Feiling.
Cuando Mariana Enriquez ganó el Premio Herralde de Novela en 2019 por Nuestra parte de noche quedó en evidencia que el terror local había dejado de ser un gusto de unos pocos y era parte de un interés que convocaba a mayorías. Pero Enriquez no estaba sola, formaba parte de un grupo de escritores que practicaban narrativas tenebrosas como Samanta Schweblin con la novela Distancia de rescate y Luciano Lamberti, que el año pasado publicó Gente que habla dormida, una serie de relatos que construyen un mundo en el que los personajes bordean la locura. También indagaron en lo espeluznante autores como Mariano Quirós, Celso Lunghi, Diego Muzzio y Federico Falco.
La publicación de obras de la literatura de terror y su gran poder magnético en los y las lectoras constituye en Argentina todo un fenómeno. La quinta edición del Festival Leer en San Isidro, que se llevó a cabo a principios de marzo, lo demostró con una propuesta que invitaba a “ponerle palabras a lo tenebroso y lo espeluznante”, de la mano de nombres del campo literario local como Enriquez, Dolores Reyes, Luciano Lamberti y la ecuatoriana María Fernanda Ampuero, referente del terror en su país y en América Latina.
¿Cómo se consolida este escenario en nuestro país? ¿Dónde se ubican sus raíces? A diferencia de Estados Unidos, donde la literatura de terror conquistó un lugar central con autores como Shirley Jackson, Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft y, en la década del 70 con Stephen King, en Argentina los géneros no fueron tan definidos sino que “estuvieron hibridados”, dice Agustina Bazterrica, autora de Cadáver exquisito, que en 2017 ganó el Premio Clarín de Novela por una distopía sobre el canibalismo.
“No puedo decir que hubo una tradición fuerte con respecto al género del terror. Hubo autores como Cortázar o Silvina Ocampo que escribieron algún cuento que puede ser considerado de terror, y autoras como Juana Manuela Gorriti que escribió terror pero recién ahora se la está rescatando del olvido perpetuado por el canon machista”, señala la escritora.
Bazterrica observa cómo este género llama cada vez más la atención: “Lo veo en las escuelas a las que voy a hablar, lo hablo con las y los profes. Muchos enseñan textos de Enriquez, Schweblin, Lamberti, Muzzio, etc. Son obras con las que las y los alumnos se enganchan, quieren leerlas y lo más importante es que trabajan con temas como la dictadura, la violencia de género, el capitalismo salvaje, la trata de personas”, cuenta.
¿Entonces es posible vincular la literatura de terror con los procesos históricos y sociales de un país?¿Hay diferencias entre cómo se elabora este género en la tierra de Stephen King, el rey del terror estadounidense, y las obras literarias que emergen en Argentina?
Cazadores de ocasos, el ensayo del doctor en Letras Miguel Vedda publicado por Cuarenta Ríos, indaga en las transformaciones que presenció la literatura de terror en los tiempos del neoliberalismo y se detiene tanto en narraciones estadounidenses como las de Stephen King como en argentinas, entre ellas las de Samantha Schweblin, Mariana Enriquez y Luciano Lamberti.
En ese libro Vedda analiza qué tiene de particular Stephen King, por qué se convirtió en el fenómeno que todos conocemos y qué relación tiene con el mundo de nuestra época. “Hay un florecimiento de lecturas pesimistas en el presente, el famoso dicho de Fredric Jameson: ‘Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo’, y cómo la literatura elabora eso: terror postapocalíptico, zombis”, explica el investigador.
“Si uno analiza históricamente el terror hubo periodos cortos en la historia en los que tuvo un auge muy grande y mayoritariamente de un lector muy popular, es decir, era despreciado por las elites. Esto ocurre con el gótico inglés a finales del siglo XVIII y finales del XIX pero eran autores vistos con cierto nivel de desprecio o desconfianza por las elites culturales. Lo que ocurre ahora es que sale un volumen de estudios sobre Stephen King y el que lo selecciona es Harold Bloom, un critico hiper consagrado. Entonces lo que aparece es un reconocimiento que antes no tuvo y por eso se lee la literatura del pasado dándole una importancia que no se le dio”, precisa Vedda sobre cómo se ubica el género en la actualidad.
En las obras de Schweblin, Enriquez y Lamberti, el autor encontró un rasgo común sobre cómo se elabora el terror político. “Lo interesante es que el terror argentino problematiza mucho más el mundo social, que por ejemplo Stephen King. La palabra terror en Argentina tiene un significado bien particular por la última dictadura militar y por todo lo que denunciamos”, señala Vedda.
“Esto lo plantea Mariana Enriquez en varios reportajes, a ella le parece difícil que un autor argentino escriba horror sin elaborar ese horror que fue el del Estado terrorista”, apunta. Algo similar dijo hace un tiempo Luciano Saracino, escritor de literatura juvenil nacido en 1978, en plena dictadura militar argentina: “Cuando nací, el terror ya habitaba y es imposible que un niño no lo mame. Los monstruos existían y se llevaban a la gente, la calle estaba llena de fotos sin cuerpo y había un miedo y una tristeza que eran palpables”.
Problematizar el mundo social es una marca en la literatura de terror argentina. “El caso de Enriquez es explícito”, señala Vedda en referencia a Nuestra parte de noche, que tiene como contexto los años más crudos de la dictadura militar, pero también hay otros casos, como Celso Lunghi, que “escribe un horror colocado en pueblos pequeños y la asociación en Seis buitres, que tematiza la violencia contra las mujeres y aparece el papel que tuvieron las empresas y la explotación de la mano de obra argentina”, dice el ensayista a propósito del joven escritor abocado al género de terror y su novela que combina brujerías y misterios sobre los muertos con la época de los asentamientos forestales en el norte argentino.
Otro rasgo que Vedda identificó en el terror argentino es la gran presencia de niños. “Uno lee Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, donde los niños sufren malformaciones por el uso del glifosato. Es como si la fragilidad del niño fuera una imagen de la fragilidad en la que nos encontramos hoy frente a la realidad contemporánea”, reflexiona.
La literatura de terror tiene la potencia de poner de relieve problemáticas sociales como los crímenes, el patriarcado o la pobreza. Para Bazterrica, “la buena literatura siempre está contando dos o más historias y con la buena literatura de terror pasa lo mismo” y brinda el ejemplo de El tapiz amarillo de Charlotte Perkins Gilman, publicado en 1892, que según la escritora se considera “el primer cuento feminista”.
“Narra la historia de una mujer a la que su marido, médico, la lleva al campo para que descanse porque tuvo un bebé hace poco y, por algún motivo, “tiene una depresión nerviosa”. La deja en un cuarto con un empapelado amarillo y a medida que pasan los días el empapelado empieza a cobrar vida, eso es lo que ella ve y relata en su diario”, dice Bazterrica sobre la trama.
La autora considera que la novela desprende múltiples lecturas: “Lo podés leer como un clásico cuento de terror, como el cuento de una mujer loca, como una crítica a la infantilización de las mujeres, como violencia de género, como una crítica al patriarcado, a los médicos que ignoraban, por ejemplo, lo que era la depresión post-parto, en fin, los podés leer muchas veces y vas a seguir encontrando distintas capas de lectura”.
En este contexto de auge de la literatura de terror, el sello editorial La Bestia Equilátera apostó por volver a editar El mar menor de C.E Feiling, un libro que Bazterrica recuerda como “un intento en los ‘90 de escribir una novela del género”.
El mal menor, cuenta el editor Diego D´Onofrio, era “un libro que ya había sido publicado por tres editoriales antes de La Bestia Equilátera y siempre estuvimos tras sus pasos. Feiling había sido amigo de nuestro director editorial, Luis Chitarroni. En septiembre del año 21, después de mucho buscarla, pudimos finalmente publicarla y tuvimos la suerte de que saliera en simultáneo con el estreno de El prófugo, película inspirada en El mal menor, y dirigida por Natalia Meta, una de las fundadoras de La Bestia Equilátera”.
La literatura argentina de terror, que nació de las más profundas oscuridades, se consolida con sus sombras de la mano de autores y autoras multipremiadas y construyen ficciones donde lo espeluznante hace contacto con lo real. Como dijo la propia Enriquez, en el Festival Leer, “cuando empecé a escribir, la influencia de las películas de terror era super fuerte, no tanto de sacar ideas, porque eso la sacábamos de la realidad”.
Fuente: Télam S.E.
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