“Hay cosas a las que no se sobrevive aunque no te maten”, dice la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976). Le oyó decir esa frase a un guionista y sintió la potencia de una revelación. Ahora la hace propia cuando se le pregunta qué es, en rigor, el terror: de dónde nace, por qué hay cosas que nos atemorizan o atormentan más que otras.
“Hay cosas a las que no se sobrevive aunque no te maten”. La violencia -también simbólica-, entonces, revela su verdadero potencial: nadie sale indemne del maltrato y ella, cuenta, lo sabe. Si el terror, ha dicho, es el único género que le interesa, es para ajustar cuentas con “todo el hijueputismo del mundo, y sin ir a la cárcel, con todos los que nos han hecho daño”, explica.
Las suyas suelen ser historias extraordinarias que nacen de las injusticias y violencias cotidianas -que tantas veces recaen sobre las mujeres y las niñas, los migrantes, los desplazados del sistema- para distorsionar en visiones monstruosas o pavorosas.
Así como hay también peligros que no asumen una forma definida: son amenazas, como en uno de sus cuentos preferidos, “El huésped”, de Amparo Dávila: en ese relato, la autora mexicana convierte la casa de la protagonista en un lugar siniestro y la presencia de un ser extraño en un tormento para la mujer, que solo encuentra consuelo -y revancha- en la solidaridad de su sirvienta.
Autora de un puñado de cuentos compilados en dos volúmenes publicados por la editorial Páginas de Espuma, y otro par de libros que reúnen sus crónicas y artículos, Ampuero llegó a Buenos Aires días atrás como invitada internacional del Festival Leer de San Isidro -que se concretó la semana pasada- y para participar de otras actividades y entrevistas: el jueves 23 de marzo a las 18:30, por ejemplo, conversará con Mariana Enriquez y Gabriela Cabezón Cámara en Libros del Pasaje (Thames 1762).
Aunque lo que más le divierte de estos viajes es, asume, tener una excusa para volver sobre esos temas que reverberan como obsesiones y en su caso engendran relatos asombrosos que impactan a quienes se topan con sus libros.
-Más allá de que sea real o imaginario, ¿el terror se origina entonces en la certeza o la intuición de que hay cosas a las que no podríamos sobreponernos?
-Diría que es, precisamente, eso, voy a repetirlo en todos lados -se entusiasma-. Las cosas que te pasan te convierten en una persona u otra, y una persona que sufre bullying, por ejemplo, no se convertirá en lo mismo que hubiera podido ser después de eso, y mucho menos aquellos que han sufrido violencias o abusos más graves. Creo que todo eso está en mis libros y es lo que genera terror: lo siniestro es, literalmente, lo que no es del hogar, lo que no encaja en los patrones conocidos, pero esas son convenciones culturales. Lo que parece o es distinto, asusta.
-¿Lo que aparenta ser “monstruoso”, entonces, es lo que se aparta de lo conocido?
-¡Lo monstruoso es una convención! Y lo sabemos quienes no encajamos muchas veces en parámetros hegemónicos: cuando te salís de ‘lo natural’, sos freak, monstruo o ‘lo sobrenatural’. Seguimos estando en la Edad Media porque nos obligan a exiliarnos de mil maneras, no solo de una manera geográfica o política, que también, sino simbólica y cultural. Habrán oído el caso de las dos gemelas argentinas que se tiraron de un balcón por haber sufrido bullying en Barcelona, y los casos son miles. Deberíamos hacernos cargo todos cuando señalamos a otro y lo calificamos como ‘un distinto’.
Ampuero vivió un tiempo en Buenos Aires, la ciudad que este verano la recibe con un abrazo sofocante. Entonces, allá por 2003 y 2004, estudió Letras en la UBA y escribía crónicas -actualmente, también escribe en publicaciones como las revistas SoHo y Gatopardo, entre otras-. Ahora, en cambio, se presenta en nuestro país por primera vez como autora de ficción, acompañando la circulación de dos libros que deslumbran por su originalidad y calidad narrativa.
Uno de ellos es Pelea de gallos (Páginas de Espuma, 2018), que la ubicó como una voz de referencia en la literatura latinoamericana actual: en ese libro -aparecido después de los libros de crónicas Lo que aprendí en la peluquería, en 2011, y Permiso de residencia, en 2013-, narra desde diferentes voces el hogar, ese espacio que construye o destruye a las personas, así como aborda los vínculos familiares y sus códigos secretos, las relaciones de poder, el afecto, los silencios, todos los horrores y maravillas que se encierran entre las cuatro paredes de una casa, que en sus cuentos casi nunca son un lugar seguro.
(Esa obra fue elegida como uno de los diez mejores libros de ficción de 2018 en un artículo de The New York Times escrito por Jorge Carrión, además de ganar el Premio Joaquín Gallegos Lara al mejor libro de cuentos del año).
Mientras que en su segundo volumen de ficción, Sacrificios humanos (Páginas de Espuma, 2021), hay barrios miserables colindantes con mansiones increíbles, una hija que evita hacerle a su madre las preguntas que la llevarían a avergonzarse de su vida entera, y una adolescente que sufre la indiferencia del chico que le gusta y piensa: “Las pasiones de las gordas dan risa”. Sus obras, traducidas al inglés, portugués e italiano, la convirtieron también en una de las autoras latinas más influyentes de España, el país en el que actualmente reside.
-Si el horror son las violencias a las que sobrevivimos y con las que convivimos a diario, ¿qué posibilidades de revancha ofrece la escritura?
-Todas, las únicas. Siento que escribo para vengarme y mi arma es la literatura. Es que tengo la visión de lo que pude haber sido: el recuerdo de haber sido increíblemente valiente, increíblemente fuerte en la niñez…. Yo no era mi enemiga cuando era pequeña: los espejos eran los que me permitían reflejar mis puños de Mujer maravilla, ensayar mis movimientos de superheroína, no una que me decía ‘mátate porque eres desagradable’. Pero a veces a eso te lleva el sistema, y ese es el terror cotidiano, ese entre tantos, y les pasa a miles de mujeres, incluso a las más lectoras, feministas, empoderadas. Hay una cosa que te implantan cuando eres pequeña y con lo que tienes que batallar todos los malditos días. Eso es lo monstruoso: verse frente al espejo y pensar ‘qué asco; cómo puedes estar tan gorda, cómo puedes estar tan vieja’. Y sin embargo es lo que nos han enseñado a las mujeres. O estar replicando una misma esas violencias, expandiéndolas, multiplicándolas, aún sin quererlo…
-Vos misma sos migrante y ese es otro tema clave de tu obra. En el cuento “Biografía”, por ejemplo, directamente presentás a un asesino serial de mujeres extranjeras…
-El inmigrante es el monstruo en todas partes, que además muchas veces ha sufrido la tragedia de no haber querido irse de su país y no haber podido quedarse, aunque no es mi caso. No le deseo a nadie lo que atravesamos los que llegamos a un país ajeno: inmediatamente, te convertís en un monstruo por haber llegado de otra parte: ‘Vosotros sos bulliciosos, alcohólicos, ladrones, sucios…”, tenés que soportar oír. Pongan el adjetivo que quieran, son siempre denigrantes.
-¿Dirías que, en tu caso, la operación literaria tiene que ver con amplificar en la ficción todas esas violencias que ya existen?
-Sí: exagerar un poquito la realidad; escribo poniendo bajo la lupa los horrores cotidianos. En ese cuento yo quería inventar a un asesino en serie que matara mujeres extranjeras solo por ser de otro lado, porque eso a otra escala es lo que vivimos. Como en American Psycho, por ejemplo, sobre la que hablamos en el Festival Leer de San Isidro junto a Mariana Enríquez: es un libro que tiene este asidero mimético con la realidad, una novela presenta a un protagonista sanguinario obsesionado con el dinero que, si no consigue una mesa en un restaurante, es capaz de salir a matar prostitutas: las maltrata, tortura y asesina.
-Hay señoras ‘paquetas’ que maltratan camareros, ¿en ese sentido pensás que la literatura ‘exagera’ las violencias que a menudo naturalizamos?
-Exacto. En ese cuento, “Biografía”, yo quería hacer un asesino de mujeres migrantes -a esos personajes les puse nombres de desaparecidas reales- porque he vivido en carne propia la violencia: efectivamente, fui a un pueblo de Cataluña soñando vivir de lo mío, y terminé en la casa de un fanático religioso, extrañísimo y con rasgos de psicopatía, incapaz de registar si después de ocho horas de trabajo yo sentía cansancio, hambre o sed. La literatura le pone un zoom a la realidad: no hay un ser humano más desesperado y necesitado que un migrante, y esa carne es la que usa la trituradora del sistema en todo el mundo.
-¿El hecho de que numerosas autoras latinoamericanas incursionen simultáneamente en el género del terror es casualidad? ¿O están destapando terrores de una sociedad cuyas víctimas han sido ellas, precisamente?
-Creo que las escritoras actuales somos más brutales porque somos más libres, entonces salen a la luz las monstruosidades que nos rodean. No es un fenómeno nuevo: muchísimas otras lo han hecho antes pero han sido invisibilizadas. Autoras como Amparo Dávila, y tantas otras.
-¿Y la malignidad de las mujeres? A veces, nosotras somos malas.
-Me fascina el tema: mi animal totémico es Carrie. De hecho tengo toda mi casa decorada con referencias a ella y frases relativas a esto: “No quiero una corona, quiero venganza”. Ya voy a escribir sobre esto: las mujeres y el mal. Carrie en el libro además es gorda, lo que es una genialidad: ojalá alguien filme esa obra tal como la imaginó Stephen King, porque todas las que hemos sido gordas podemos entender el deseo de venganza. Pusieron a una Carrie flaca en pantalla, pero así no la describe el original…
-Sissy Spacek, en cambio, aparece rubia, flaca, con nariz respingada, casi una Barbie… Vos decís que las que reclaman venganza no son las mujeres perfectas sino esas otras, aquellas a las que no se les permite “la disidencia”...
-Claro. Una vez mi abuela le regaló a mi prima, que era como la encarnación de la virgen -flaca, blanca, rubia, angelada- una Barbie, y a mí -excedida de peso, morena, risa de mono, asalvajada- una muñeca de Tina Turner. Por esas cosas y muchas otras más graves, las enojadas fuimos y somos las otras. Me hizo un favor mi abuela, supongo: Tina se liberó de su marido golpeador, y yo, después de llorar como una enajenada aquella vez, terminé buscando liberarme de un montón de cosas. Quién tuviera esas piernas, además, ¿no? Tina Turner sigue cantando, mientras que Barbie…
-¿Qué más vas a escribir?
-Una suerte de novela por entregas, que se llama Mórbida y que tiene que ver con todo esto: con la comida, la silueta, la esquizofrenia de que se alegren si de chica comes bien y de adolescente esperen que seas delgadísima y no hacerte bullying. Mi personaje terminará, como todos mis personajes, ejerciendo la venganza. Y luego, estoy escribiendo sobre la muerte de mi padre, otra vivencia sobrenatural. ¿Sabés lo que es morir en el sistema de salud pública en Ecuador? No, nadie imagina.
-En este sentido, ¿creés que el hecho de ser latinoamericanos, haber nacido en la periferia del globo, nos da una visión inédita del horror, la de quienes hemos sido sistemáticamente marginados o violentados?
-Nos da una visión directa del horror: ni Dante pudo haber tenido una visión más exacta del infierno como la que yo tuve en aquel hospital de mi padre, por ejemplo. Se correspondía hasta con los círculos del infierno. Solo los latinoamericanos podemos habituarnos a algo así: en la terapia intensiva circulaban un gato y un perro callejero, que le traía a mi padre como ofrendas palomas muertas, creo que con eso está todo dicho. ¡No hay que inventar más nada!
María Fernanda Ampuero conversará con Mariana Enriquez y Gabriela Cabezón Cámara el jueves 23 de marzo a las 18:30 en Libros del Pasaje (Thames 1762, Buenos Aires).
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