Aiden Thomas, primer autor transgénero en figurar en la lista de libros más vendidos para jóvenes adultos en The New York Times, está de regreso. En Las pruebas del Sol, el joven escritor estadounidense de ascendencia latinoamericana que se define como queer, transgénero y persona no binaria volvió con una novela de género fantástico inspirada en la mitología mexicana y sus dioses, algunos más cercanos a la mitología real y otros inventados por el autor, como el protagonista Teo, el hijo trans de Quetzal, la diosa de las aves.
Con una fuerte representación LGBT+ y utilización del lenguaje inclusivo, Las pruebas del Sol se planta como una combinación entre Los juegos del hambre y Percy Jackson pero desde un punto de vista latino y diverso. Cada 10 años, se realiza una competencia de destreza física con 10 semidioses de entre 13 y 18 años, que son seleccionados por “le Sol” como los más dignos de competir, con el fin de mantener al Sol con vida y garantizar la seguridad del mundo durante otros diez años. El ganador llevará luz y vida a todos los templos del Reino del Sol, pero el perdedor tiene el mayor honor de todos: será sacrificado y ofrendado a Sol.
Editado por V&R, Las pruebas del Sol es la tercera novela de uno de los escritores más prometedores de literatura juvenil, cuyo fuerte está en ensanchar los límites del género y adecuarlos a los tiempos que corren y a las necesidades de las nuevas generaciones. Dice el autor: “Quería una historia de acción y aventuras súper divertida en la que los niños queer, trans y latinos pudieran verse a sí mismos no solo como héroes, sino como hijos de dioses. Quería que lo queer, incluido lo trans, no solo fuera aceptado en el Reino del Sol, sino celebrado”.
Así empieza “Las pruebas del Sol”
–¡Cuidado! No queremos meter la pata y que nos atrapen otra vez –susurró Teo mientras voces apagadas discutían dentro de su mochila. Cuando por fin lo liberaron de su período de detención usual, estaba ansioso por poner en acción el plan al que le había dedicado dos días. Mientras se mentalizaba, avanzó por la calle hacia el objetivo de su broma del día.
El anuncio de la Academia, pegado en una pared de ladrillo de la escuela, era imposible de ignorar. En letras grandes y doradas, decía:
VENGA A VER A LOS TALENTOS DE LA ACADEMIA
COMPETIR EN LAS PRUEBAS DEL SOL
Sobre el fondo negro del anuncio, figuras altas estaban formadas como una flecha en posiciones de poder, sonriendo para la cámara.
Teo reconocía a la mujer que estaba parada en el centro, Brilla, quien había sido coronada como Portadora del Sol en las últimas pruebas.
En sus flancos se encontraban Portadores del Sol anteriores, identificables por las coronas doradas con forma de rayos de sol que usaban sobre sus cabezas.
La imagen le provocaba náuseas y, ya que estaba obligado a verla a diario, pensó que al menos podía añadirle un poco de su estilo artístico. Por desgracia, el anuncio era al menos tan alto como él (orgulloso de su metro cincuenta y cinco, muchas gracias) y estaba fuera de su alcance. Allí entraban en escena Peri y Pico. La mayoría de los habitantes de Quetzlan tenían aves que, más que mascotas, eran compañeros. Existía un lazo de por vida entre el humano y el ave, pero solo Teo y su madre (Quetzal, diosa de las aves) podían comunicarse con ellas. O, en caso de él, hacer equipo con ellas para vandalizar un poco la propiedad escolar.
–No hay moros en la costa, salgan –dijo mientras abría la crema- llera de la mochila. Al instante, dos aves asomaron las cabezas–. ¿Recuerdan cómo usar esto? –preguntó mostrándoles las latas de pintura en aerosol más pequeñas que había podido encontrar en la tienda.
–¡Por supuesto! –pio Peri.
–¡Me encanta! –agregó Pico y destapó su lata con el pico como un experto.
Los dos caiques jóvenes eran los cómplices de Teo y siempre estaban listos para la acción. Habían accedido a ayudarlo incluso antes de que les ofreciera el mango seco que tenía en la mochila.
–¿Cuál es el plan? –preguntó Pico con la cabeza asomada para mirarlo.
–Creo que un poco de humildad no les haría nada mal –dijo Teo mientras miraba a los Dorados–. ¿Hacerles rostros ridículos? –sugirió–. Estoy abierto a sus ideas artísticas.
–¡Buena idea! –asintieron los dos antes de despegar.
–¡Intenten apresurarse! –gritó Teo tras ellos mientras miraba la hora en su teléfono.
–¡Cuenta con nosotros!
La mejor parte de la broma era que, para cuando alguien viera su última creación, él llevaría ya un rato en el Templo del Sol.
Durante las Pruebas del Sol se daban las vacaciones más largas en Reino del Sol. Se trataba de una competencia entre los mejores semidioses para mantener al sol con vida y garantizar la seguridad del mundo durante otros diez años. Había iniciado como un ritual sagrado hacía miles de años y se había convertido en un evento televisado y patrocinado que dominaba a las ciudades. Y Teo y su madre debían asistir.
Como un simple Jade, él sabía que no había posibilidades de que le omnisciente Sol lo eligiera para competir; algo que recordaba constantemente gracias a los anuncios que estaban pegados en los edificios y en los postes de luz hacía semanas. También estaban en todas las redes sociales, por lo que eran imposibles de ignorar.
Al igual que sus padres, los hijos de los dioses Dorados eran más fuertes y poderosos que los semidioses Jades; algunos podían crear y controlar los elementos o incluso mover montañas. Asistían a una academia sofisticada, con uniformes sofisticados y entrenamientos elegantes desde los siete años, para convertirse en Héroes del Sol. Eran a quienes se les pedía ayuda siempre que había una emergencia o una catástrofe.
Por otro lado, Teo y los demás Jades no eran considerados tan poderosos como para asistir a la Academia, por lo que tenían que ir a escuelas públicas con los chicos mortales. La Secundaria Quetzlan estaba atada con alambre y el único uniforme que Teo había recibido era un pantalón corto de gimnasia horrible, de color verde lima, y una camiseta gris que no le quedaba. Mientras que los Dorados viajaban por Reino del Sol salvando vidas, la responsabilidad más interesante de Teo era ser jurado en la exhibición anual de aves de Quetzlan. Estaba cansado de que le restregaran en el rostro todos los privilegios de los Dorados.
Pico y Peri usaron las garras para sostenerse del lienzo del anuncio mientras esgrimían las latas de pintura en aerosol para ponerse a trabajar.
–¡Me estoy volviendo bueno en esto! –dijo Pico mientras le daba picotazos sin parar a la boquilla del aerosol para rociar con color azul los rostros sonrientes de los semidioses Dorados.
Peri estaba concentrado solo en Brilla y, cuando Teo le preguntó qué estaba dibujando, anunció con orgullo:
–Dijiste que les hiciéramos rostros ridículos. ¡Nada más ridículo que un gato!
–Muy astuto –coincidió el chico. El graffiti quedó descuidado y, sin dudas, lucía como si lo hubieran hecho dos aves, pero sí que era satisfactorio ver esas expresiones petulantes cubiertas de pintura–. ¡Hora del toque final! –Mientras Pico y Peri descendían para posarse en sus hombros, Teo desplegó un trozo de papel en el que había escrito durante el período de detención–. ¿Pueden escribir esto en la parte superior?
–¡Ah, es buena, Hijo de Quetzal! –Pico rio antes de tomar el papel con el pico y salir volando.
–¿Qué dice? –Teo escuchó susurrar a Peri cuando voló detrás de Peri con el aerosol listo.
–¡No sé, no sé leer! –Peri sostuvo el papel mientras Pico se esforzaba por recrear las palabras lo mejor posible. El resultado no tuvo ningún sentido, y Teo ocultó la risa con la mano para no herir los sentimientos de las aves.
–¡Debía ser un bucle, no un garabato! –protestó Peri.
–¡Es un bucle!
–¿Por qué no vuelas aquí para enseñarle cómo se hace, Hijo de Quetzal? –bufó Peri.
–¡No le digas eso! ¡Sabes que es sensible respecto a sus alas!
–¡No hace falta que sea perfecto! –Teo fingió que no las escuchaba, aunque sus alas se sacudieron en la faja de compresión debajo de su camiseta. Tenían que largarse de allí antes de que alguien los viera. Una lata de aerosol se disparó y cubrió el pecho blanco de Pico con pintura pringosa azul–. ¡No hagan tanto ruido! –siseó el chico.
–¡Mi plumas! –chilló el ave al tiempo que agitaba las alas con asombro.
–¿Teo?
–¡Nos descubrieron!
–¡Aborten, aborten!
Las latas de aerosol rebotaron contra el suelo cuando las aves salieron volando sin dejar de chillar. Al oír pasos, Teo se agachó a recoger las latas para guardárselas en la mochila. Temeroso de quién podía haberlo visto, giró hacia la voz. Por suerte, solo era Yolanda, una de las carteras de la ciudad, que iba acompañada por un loro de plumaje rojo que entregaba cartas por las ventanas abiertas de los vecinos.
–¡Hola, Hijo de Quetzal! –chilló el loro e inclinó la cabeza con respeto.
–¿Qué haces todavía en la escuela? –preguntó Yolanda.
–¡Corría para encontrarme con Huemac! –respondió el chico y cerró la cremallera con seguridad antes de alejarse.
–¡No lo hacías! –Yolanda lo miró como si supiera lo que hacía en realidad.
–Bueno, ahora sí. –Teo mostró los dientes en una sonrisa no del todo inocente. La mujer se echó a reír y le indicó que se fuera.
–Ve. Intenta comportarte durante las pruebas. Huemac ya no es tan joven.
Huemac y los habitantes de Quetzal habían criado a Teo. Su padre mortal había muerto cuando él era un bebé y su madre estaba ocupada con las responsabilidades de una diosa, así que el pueblo había sido su familia. Aunque ya tenía diecisiete años, aún lo cuidaban, a veces demasiado.
–¡Siempre me comporto! –exclamó por encima del hombro mientras corría hacia la acera contraria.
–¡Hablas como un verdadero revoltoso! –La voz de Yolanda voló tras él.
Quién es Aiden Thomas
♦ Nació en California, Estados Unidos.
♦ Es escritor y se erigió como el primer autor transgénero en figurar en la lista de libros más vendidos para jóvenes adultos en The New York Times.
♦ Escribió libros como Perdidos en Nunca Jamás, Los chicos del cementerio y Las pruebas del Sol.
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