Fue en octubre de 1965 cuando el escritor argentino Jorge Luis Borges dictó una serie de conferencias acerca de los orígenes del tango. Aquello tuvo lugar en Buenos Aires y para fortuna de los lectores, a un inmigrante español se le ocurrió grabarlas todas.
Estando en un apartamento de la calle General Hornos, el inmigrante preparó con delicadeza cada uno de los equipos de grabación y planeó con cuidado los momentos precisos y los espacios que aprovecharía para documentar uno de los materiales más valiosos de la obra del escritor argentino más universal.
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Treinta años después de su muerte, la editorial Penguin Random House, a través de su sello Lumen, publicó la transcripción de dichas conferencias, hasta el momento inéditas para los lectores que no pudieron estar presentes en la época en que Borges las dictó, en un ejemplar que decidieron titular simplemente “El tango”.
Las cintas que contenían las grabaciones originales estuvieron perdidas por años, hasta que en 2013 alguien las encontró. El descubrimiento permitió confirmar lo que ya parecía ser una certeza en la obra del autor, que para él, el tango era un símbolo de felicidad.
Al interior de estas páginas, cerca de 144, Borges se muestra, como siempre, lúcido y ocurrente, retratando el Sur de antes, poblado de niños bien, compadritos, casas de mala fama y milongas, intentando descifrar el origen, los símbolos, los mitos y la lírica de la música más emblemática del Río de la Plata.
Cuatro son las conferencias que hacen parte de “El tango”, y como un regalo para los lectores, además del texto, viene un código que, al escanearse, permite escuchar la voz del autor.
Según la nota del editor que aparece en el libro, las grabaciones llegaron a manos del escritor Bernardo Atxaga en 2002, como un obsequio que le hizo Manuel Goikoetxea. En 2013, María Kodama, la viuda de Borges, se encargó de confirmar la autenticidad de esas conferencias, aunque aclaró que no sabía de ellas. Con su visto bueno, el siguiente paso era entregar a los lectores lo que siempre les perteneció.
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De acuerdo a sus palabras, Borges detestaba el tango melancólico en exceso, impregnado de sufrimiento, y disfrutaba, en cambio, de aquel que evocaba la “felicidad del coraje”. Es, entonces, cuando la figura de Carlos Gardel emerge, tiñendo todo del histrionismo propio del género que imperó en los años veinte del siglo pasado.
Para él, el cantante y actor contribuyó enormemente a que el tango se convirtiera en un género comercial, fuera de la Argentina, gracias a que hizo del género una expresión dominada por el lamento, sombría en sí misma, acobardada, lejano todo esto a lo que, desde la visión de Borges, debía surgir de un espíritu valeroso, proveniente de la milonga.
La esencia germinal y los ritmos cambiaron, se introdujo el bandoneón, entre 1890 y 1910, y se comenzó a pensar más profundamente en las letras. Los tangos de antes no las tenían, “o tenían una letra que podemos decorosamente llamar ‘inefable’; tenían letra indecente o si no una letra meramente traviesa”, apunta el escritor. Conforme las letras aparecieron, afirma, los tangos se volvieron “llorones”.
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El lector puede inferir de estos textos que si algo había en el tango que representara especial interés para el escritor argentino, tiene que con la bravura y el alborozo que inicialmente definían el género, como bien lo ilustra él mismo; las cosas que sucedían en las “casas malas”, los prostíbulos y burdeles de la ciudad que vio nacer el tango, en donde antes se bailaba milonga, que es una música más vivaz.
Surge el tango en 1880, dice Borges, de la manera más clandestina, lo que lo convierte en parte del legado de la propia urbe. Del pueblo para el pueblo, apunta. Poco a poco, pasó de ser algo del vulgo, de la clase obrera, y adquirió aceptación entre las clases más altas, y después se extendió, como una simple música de entretenimiento.
“El tango tiene esa raíz infame que hemos visto. Y luego los niños bien, patoteros, que eran gente de armas llevar, o de puños llevar, porque fueron los primeros boxeadores del país, lo llevaron a París. Y cuando el baile fue aprobado y adecentado en París, entonces, el Barrio Norte, digamos, lo impuso a la ciudad de Buenos Aires, que ahora lo acepta”, explica.
Con Borges, el tango adquiere una dimensión poética que es propia de los libros de historia. El tango es la excusa del pueblo argentino para contar sus anécdotas, para revivir a sus muertos, para mantener altivos a sus héroes. Se habla aquí de una condena, de ese país que se fue, de una Argentina cuyo pasado ha quedado herido. “El tango nos da a todos un pasado imaginario, todos sentimos que, de un modo mágico, hemos muerto peleando en una esquina del suburbio”.
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