Jorge Luis Borges mantiene una estrecha relación con el misticismo. En efecto, él mismo nos cuenta que tuvo dos experiencias místicas: “que ni siquiera puedo repetirme a mí mismo”.
Intentaremos ahora el análisis de algunos cuentos y poemas de Borges que refieren relatos que intentan describir experiencias místicas.
El orden de las narraciones se explicará al final.
1) La búsqueda de Averroes.
Comenzamos con La búsqueda de Averroes, un cuento en el que Borges da protagonismo a la religión como tal y a la filosofía. Es parte del libro El Aleph.
La narración arranca cuando Averroes está escribiendo la obra Tahafut – ul - Tahafut, Destrucción de la Destrucción, aludiendo a la obra anterior de Al Ghazali Destrucción de los Filósofos; Tahafut – ul – falasifah.
Averroes es en el cuento el símbolo de la Razón, refirmando su valor para hallar la verdad, frente al escepticismo de Al Ghazali, que no cree en el intelecto como camino hacia el conocimiento.
Averroes intenta una ciclópea tarea; revivir la Filosofía, el valor de la Razón, cien años después del durísimo cuestionamiento de Al Ghazali.
Corresponde señalar que la Razón que Borges le adjudica a Averroes es amplia, incluye la metáfora simbolizada por la incomparable expresión del destino como un camello ciego, que reivindica, y la contradicción de la rosa, (símbolo de lo misterioso y perfecto), con la escritura, la Razón.
Sin embargo, Borges consigna que Averroes no comprende el sentido de las palabras tragedia y comedia en la Poética aristotélica, sencillamente porque en la cultura musulmana no hay teatro.
Y esta dificultad de entendimiento, central en el cuento, nos deja una pregunta crucial: ¿Somos Pierre Menard, y sólo podemos repetir una tradición? ¿Vale la Razón como fuente del conocimiento o el conocimiento obtenido con el intelecto es fruto del olvido, pura ilusión? ¿No hay “nada nuevo bajo el sol”, como dice el Eclesiastés?
Al Ghazali en sus comienzos, abraza el conocimiento filosófico y científico griego, trasvasado en la obra de Alfarabi y Avicena, (ibn Sina). Pero en un proceso posterior, va desarrollando un paulatino alejamiento, ingresa en el sufismo y una crisis al final de su vida lo lleva a una vida de profundo ascetismo, con experiencias místicas como derviche.
Con argumentos que hoy reviven, cuestiona el principio físico de causa y efecto acuñado por Aristóteles, con el famoso ejemplo del algodón y del fuego.
El algodón se quema con fuego, pero el fuego no es causa, es sólo proximidad y frecuencia. La única causa es Dios. No hay causas naturales ni leyes que las rijan. Es un alejamiento definitivo del racionalismo aristotélico, que inspiraba hasta entonces el pensamiento islámico, quizás parecido al platonismo de Agustín de Hipona.
Pero lo más importante es su entrega a la ascética y a la experiencia mística. Es el autor de la aceptación del sufismo en la shariah y como tal, un faro en la mística del islam.
El cuento relata entonces la profunda polémica entre el misticismo y el racionalismo, que recorre el pensamiento desde los griegos hasta hoy.
Pero más aún: el cuento refiere la contradicción entre el camino místico, como única fuente de iluminación según Al Ghazel y por otra parte; la “luz de la Razón,” la “Erklärung,” la dictadura del intelecto, representada por Averroes.
El narrador nos dice que Averroes desaparece en el momento en que el narrador deja de creer en él. ¿la Razón sólo produce creencias? ¿Los productos de la Razón son efímeros y se disuelven con el olvido?
Y nos deja el eterno enigma:
¿Somos Caín fundador de ciudades o somos Abel, la luz del espíritu?
2) The Unending Rose
A los quinientos años de la Hégira
Persia miró desde sus alminares
la invasión de las lanzas del desierto
y Attar de Nishapur miró una rosa
y le dijo con tácita palabra
como el que piensa, no como el que reza:
—Tu vaga esfera está en mi mano. El tiempo
nos encorva a los dos y nos ignora
en esta tarde de un jardín perdido.
Tu leve peso es húmedo en el aire.
La incesante pleamar de tu fragancia
sube a mi vieja cara que declina
pero te sé más lejos que aquel niño
que te entrevió en las láminas de un sueño
o aquí en este jardín, una mañana.
La blancura del sol puede ser tuya
o el oro de la luna o la bermeja
firmeza de la espada en la victoria.
Soy ciego y nada sé, pero preveo
que son más los caminos. Cada cosa
es infinitas cosas. Eres música,
firmamentos, palacios, ríos, ángeles,
rosa profunda, ilimitada, íntima,
que el Señor mostrará a mis ojos muertos.
En este poema Borges emplea como símbolo místico a uno de los grandes místicos persas, ʿAṭṭār de Nishapur, que mira extasiado la rosa de un jardín, mientras las lanzas (de los mongoles) se aprestan a la destrucción de su ciudad.
El poema tiene tres referentes simbólicos: Attar, que representa al sufismo, la mística en su totalidad, su “diálogo” con la Rosa, y Borges imaginando la travesía después del ocaso.
Attar escribió, al final de su vida, El libro de los secretos, adónde prefigura su propia muerte. En esa obra tardía, la melancolía es una aparición periódica como un avatar. Attar cree fervientemente que Dios, traspasada la frontera del ocaso lo “desvelará” le retirará el velo de sus ojos, velo que le impide la visión del Absoluto.
Borges al escribir el poema, también está al final de su vida y el lector siente su identificación con el sufí. También al final del poema la ceguera lo identifica, aunque Attar no era ciego; la referencia es a la imposibilidad de “ver” a Dios.
El Attar de Borges mira una rosa, encuentra en ella una vaga esfera, símbolo de la totalidad y la perfección desde Pitágoras, “piensa,” no “reza”, no hay lenguaje, no hay representación, sólo vivencias, que fluyen hacia la experiencia mística, que ya ha comenzado
¿Pero quién nos habla, Attar o Borges? Esta pregunta flota en todo el poema. “El tiempo nos encorva a los dos” podría ser la respuesta, los dos nos hablan al final de camino.
Hay un “jardín perdido” un Paraíso perdido, como todos los Paraísos que no son más que causas, el origen, el lugar adonde hablábamos con Dios.
La Rosa también alude a un Misterio que es todo, “Cada cosa es infinitas cosas. Eres música, firmamentos, palacios, ríos, ángeles”, (…)
Attar y Borges están viviendo los últimos momentos, la decadencia, los dos aguardan la muerte con esperanza; la esperanza de encontrarse después del ocaso, con la eternidad, con “la Rosa profunda, ilimitada, íntima que el Señor mostrará a mis ojos muertos”.
La última experiencia vive después del límite de la vida, después de la puesta del sol.
3) La Rosa de Paracelso.
La “Rosa de Paracelso” es también una experiencia mística. Al principio Borges recuerda a su admirado De Quincey que escribió: “… la pretensión insolente de Paracelsus en cuanto a restaurar una rosa partiendo de sus cenizas” (Writtings).
Borges – Paracelso recuerda “caras del Occidente y caras del Oriente” su mística está más allá de las fronteras, las culturas, los ejércitos, las religiones. Mas allá.
Esta oración de De Quincey, aparentemente incrédula, inunda el cuento. En efecto, Johannes Griesbach, cuyo deseo es ser discípulo de Paracelso y quiere “recorrer el camino que conduce a la Piedra” (filosofal), se empeña en que Paracelso produzca su famosa transformación alquímica: quemar una rosa que Griesebach ha traído consigo y revivirla de sus cenizas.
Quiere una prueba.
Ante la negativa de Paracelso, Griesebach se retira, pero antes arroja la rosa al fuego, que se quema.
El centro de la narración reside en qué es primero: la prueba o la fe.
La rosa simboliza una vez más la vivencia interna de Dios, que puede evanescerse y recuperarse. Pero para eso es imprescindible la fe; sin prueba.
No hay prueba posible del Misterio.
Nada puede aniquilarse porque todo es eterno, dice Paracelso, sólo puede transformarse. Y nos sorprende: la Caída, la Expulsión es solamente el olvido de que permanecemos en el Paraíso, hemos olvidado que nunca nos fuimos. El Señor sigue aquí, con nosotros. Pero nuestra creencia en la Razón ha provocado el olvido.
Paracelso ya solo, toma las cenizas y revive la rosa con la Palabra.
Una vez más Borges se refiere al panteísmo, somos un microcosmos, estamos lejos de Dios pero la causa es la Razón; podemos acercarnos si nos internarnos en el Misterio.
Para ello es necesaria la fe, un estadio superior a la creencia; la fe en que Dios sigue estando en nosotros, como dice Paracelso, en nuestra alma.
Paracelso como Attar, como Borges, ve una rosa eterna e infinita, una expresión de Dios.
También los judíos y cristianos ven en la Rosa de Sarón la manifestación del Misterio. El órgano sexual femenino es el origen de la vida, el milagro de la concepción, el Misterio del nacimiento, la intervención imprescindible de Dios.
4) El Zahir.
El cuento -que también integra el libro El Aleph- comienza con la descripción de Teodelina Villar, una mujer de la sociedad, bella, insignificante en su búsqueda snob de la perfección en la moda, en las actitudes, en su aparición permanente como símbolo de la frivolidad. Después de relatar los efectos de la decadencia económica de Teodelina, que anulan totalmente su vida pasada, Borges nos dice que Teodelina muere.
“Rígida entre las flores la dejé, perfeccionando su desdén por la muerte”.
En el velatorio Borges ve cómo el rostro muerto de Teodelina recupera la antigua lozanía y belleza.
Borges se retira del velorio y se dirige a un almacén, pide una caña y paga. En el vuelto hay una moneda de veinte centavos.
La moneda tiene grabadas la iniciales N T, Noli me Tangere, “no me toques” como le dice Cristo a María Magdalena después de su resurrección.
Borges advierte de inmediato que la moneda es el Zahir. Su vida ha cambiado tan profunda como instantáneamente, desde que recibió la moneda sagrada. “aún, siquiera parcialmente, soy Borges” nos dice al comienzo del relato.
Después de recordar monedas célebres de la historia Borges reflexiona sobre la abstracción del dinero, sobre la libertad que implica esa abstracción, pese a que ya ha advertido que su moneda es el Zahir.
Borges recuerda con detalle las diferentes apariciones del Zahir: un tigre, un ciego lapidado, un astrolabio arrojado al fondo del mar, una pequeña brújula en Córdoba.
La moneda es símbolo de libertad. Pero el Zahir que está en la moneda, que es la moneda, encierra su conciencia y su alma, que no pueden salir de la prisión. Borges no puede pensar en otra cosa que en el Zahir, y en salir del Zahir.
La moneda – libertad es el Zahir que lo aprisiona. (¿Detrás de los símbolos de la libertad acecha siempre una prisión?)
Descubre un imaginario libro alemán, que explica que el Zahir es uno de los noventa y nueve nombres de Dios, que Zahir en árabe significa “notorio, visible”.
En ese momento llega la desesperación, cuando comprende que el Zahir es uno de “los seres o cosas que tienen la terrible virtud de ser inolvidables y cuya imagen acaba por enloquecer a la gente.”
Lo inolvidable enloquece. Necesitamos el olvido para sobrevivir, forma parte de nuestra conciencia, sin olvido no hay razón, sin olvido se anula el entendimiento.
En El Inmortal Borges cita a Roger Bacon, quién a su vez cita el Eclesiastés:
“Solomon saith: There is no new thing upon the earth. So that as Plato had an imagination, that all knowledge was but remembrance; so Solomon given his sentence, that all novelty is but oblivion. Roger Bacon, Essays, lviii” (Salomón dice: No hay cosa nueva sobre la tierra. De modo que así como Platón tenía la imaginación de que todo conocimiento no era más que recuerdo, así Salomón dio su sentencia de que toda novedad no es más que olvido. Roger Bacon, Ensayos, lviii)
En el poema “Ya somos hoy el olvido que seremos” Borges nos dice: “(…) Pienso, con esperanza, en aquel hombre / que no sabrá que fui sobre la Tierra. / Bajo el indiferente azul del cielo / esta meditación es un consuelo.
En nuestro universo cíclico necesitamos el olvido. No hay ciclo sin olvido y no hay intelecto sin ciclo. La vida no es infinita.
Pero el Zahir es inolvidable, más aún llena el tiempo y el espacio que quedan como nociones vacías, dejan de existir y de ser.
Todo es presente y todo el presente lo ocupa el Zahir que adopta formas sin coherencia, un tigre real y uno pintado en una prisión o el modesto Zahir del narrador, una moneda.
Attar en su Libro de los Misterios también llamado Libro de las Cosas que se Ignoran, en una magistral metáfora nos dice que el Zahir es “la sombra de la rosa y la rasgadura del velo”. El Zahir oculta a Dios. Como todos los nombres, el Zahir es una máscara.
Lentamente, en un proceso doloroso, el Zahir va ocupando toda la conciencia de Borges, que queda anulada. Anulado el pensamiento y sus caminos, las matemáticas, la literatura, el arte, todo: el Zahir anula la conciencia, sólo queda el alma.
Vida y Sueño se identifican, el mundo es Dios y nosotros, un microcosmos. Dios es todo y nos abarca, más aún nos inunda, Dios es el griego Pan, la totalidad.
¿Teodelina es Zahir y rejuvenece en su belleza después de la muerte para convertirse en una obsesión? ¿Se traslada a la moneda de veinte centavos?
¿Podemos olvidar a Dios, “gastar el Zahir”? ¿Podemos dejar el sueño y vivir? ¿Dejar la ambición de inmortalidad de Adán?
¿Podemos?
5) El Aleph.
“O God, I could be bounded in a nutshell and count myself a King of infinite space Hamlet, II, 2″
“But they will teach us that Eternity is the Standing still of the Present Time, a Nunc-stans (ast the Schools call it); which neither they, nor any else understand, no more than they would a Hic-stans for an Infinite greatnesse of Place. Leviathan, IV, 4.
En las citas de Borges hay una cerrada síntesis del cuento que alude a la Persona, Borges, al Misterio, a la eternidad, que es la negación del tiempo y a la infinitud, que es la negación del espacio.
La primera cita refiere a la subjetividad, a la realidad subjetiva que persiste, puedo ser un rey, aunque permanezca asido a otra realidad objetiva, que se juzga pequeña o intrascendente, “a nutshell”.
En la segunda cita el nunc stans se refiere al presente eterno como expresión de la eternidad, que según Hobbes no se entiende. Es que, en verdad no hay modo de designar la eternidad, ni de entenderla, porque la eternidad es un presupuesto anterior y necesario de la Razón.
Y el hic-stans refiere al espacio, es un lugar preciso, un punto del infinito que según Hobbes tampoco se entiende. Porque el infinito también es un postulado indemostrable de la Razón; es pura abstracción.
Necesitamos la eternidad y el infinito, que no existen, sino que solamente son, para que la Razón exista.
Quizás el mejor ejemplo sean las matemáticas, que no existen si no aceptamos los postulados indemostrables, el cero, (la nada) y el infinito.
Borges vuelve una y otra vez sobre el tema de la eternidad de lo eterno y del lugar particular donde el infinito se percibe.
Aleph es la letra sin sonido del alfabeto hebreo. Quizás porque la totalidad comienza siempre con una negación de la totalidad.
Y el sonido con el silencio.
Esa negación original e indemostrable, está en el “primer motor inmóvil” del estagirita, al que nos hemos referido, también en el Génesis: Dios crea desde el caos, porque todo cosmos, todo orden, sólo puede nacer de su negación, el caos de nuestra conciencia.
En el Aleph el misticismo de Borges llega a su culminación oral y simbólica, pero también al vacío de la experiencia mística.
Comienza el cuento con la muerte de un amor de Borges; Beatriz Viterbo, que siempre fue indiferente a su amor. Borges desde entonces visitará la casa de su amada todos los 30 de abril, día de su cumpleaños y allí lo invadirán todos los recuerdos.
¿Beatriz Viterbo refiere a la Beatrice Portinari de Dante?
Porque Beatrice muerta e indiferente al amor de Dante, es el faro del espíritu al que el poeta arribará al cabo de su viaje, guiado por Virgilio, símbolo de la Razón. Beatrice es la santidad, la iluminación de la fe.
Y Beatriz Viterbo también está muerta, es indiferente al amor de Borges e inspiradora de su viaje espiritual al Aleph. (Sin embargo, las cartas obscenas que descubre Borges obstan a la visión espiritual de Beatriz Viterbo).
Dante y Borges son guiados hacia el Espíritu. A Dante lo guía Virgilio, excelso poeta. En las visitas a la casa de Beatriz Viterbo, Borges debe soportar a Carlos Argentino Daneri, un bibliotecario con pretensiones de poeta. El poetastro Daneri será quien guiará a Borges hasta el Aleph. (Recordemos que Borges también fue bibliotecario y poeta.)
Es importante el análisis de los pésimos poemas de Daneri que Borges reseña. Daneri comienza con una descripción del hombre moderno, tapado de aparatos y objetos de comunicación. Son tantos y tan eficientes que harán que los viajes sean inútiles, o sea que anularan la vivencia del espacio. Otra vez Borges pone en crisis a las “categorías de la conciencia”, esta vez al espacio.
Sigue Daneri con “La Tierra”, un proyecto de poema que pretende nada menos que la descripción del planeta y que abunda en intertextualidades burdas con Homero y Hesíodo.
Borges usa un recurso frecuente en su literatura, que esta vez adjudica a Daneri: una enumeración caótica y disparatada que pone en evidencia la limitación de la razón para ver la totalidad. La Razón no puede ingresar al Misterio.
Borges deberá atravesar esa maraña de necedades para llegar al Aleph, de cuya existencia nada sabe. Solamente su melancolía por Beatriz Viterbo le permite soportar el castigo supuestamente poético.
Pasado un tiempo, Daneri lo llama para avisarle que la casa va a ser demolida por Zunino y Zungri, sus propietarios. Además, le informa a Borges que su defensa jurídica estará a cargo del estudio del Dr. Zunni.
¿Alguna relación de la Zeta, última letra de nuestro alfabeto con Aleph, la primera del alfabeto hebreo? ¿La destrucción es la última letra? ¿Es el final? (Pero la última letra del alfabeto hebreo es Tav).
Y recién entonces Daneri actúa como mensajero: le dice a Borges que en el sótano está el Aleph y le aclara que el Aleph es uno de “los puntos del espacio que contine todos los puntos”.
Descubrimos ahora que Beatriz se llama Beatriz Elena. La referencia a la luz del espíritu es evidente: por la referencia a Beatrice Portinari, la luz del espíritu de Dante y ahora por Helena de Troya, que significa “antorcha” o “la brillante”, “la resplandeciente”. (Este sentido la vincularía con el Aleph, objeto también refulgente y de naturaleza fascinante).
El Aleph está en un sótano. Borges baja una escalera de 19 escalones. ¿La escalera de Jacob por la cual ve subir y bajar a los ángeles?
En el Aleph, está la totalidad, el nombre del Dios.
El número 19 en la Cábala es la letra Qof, que vale 100. Es el misterio, el secreto. Borges desde el principio distingue la mística de su condición de escritor; no puede con el lenguaje transmitir el infinito Aleph; se requieren “emblemas” que sólo viven en los místicos: “un pájaro que de algún modo es todos los pájaros” (¿el Simurgh?), una esfera sin circunferencia y con centro en todas partes según Alanis de Insulis, un ángel de cuatro caras que mira simultáneamente los cuatro puntos cardinales.
La enumeración por infinita es imposible, recordemos el sentido de la cita de Hobbes: la eternidad, es la negación del tiempo y a la infinitud, es la negación del espacio.
Sin embargo, Borges asume la tarea consciente de su inutilidad: ¿Cómo transmitir a los otros el infinito Aleph? “En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es”. Borges describe al Aleph como una “pequeña esfera tornasolada”, de unos dos o tres centímetros e intolerable fulgor. “Cada cosa era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo.”
Luego enumera en una larga frase lo que ve; y termina:
“Vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo”
Al final sintió vértigo y lo invadió el llanto: había visto el inconcebible universo.
Creyó que esta visión no lo abandonaría, que lo cercaría en una cárcel del tiempo, una cárcel de la memoria, un asedio, un Zahir.
Pero lo salvó el olvido. Su universo, tan cíclico como falso, siguió vigente y le permitió sobrevivir.
Dios “salva”.
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