Cómo fue el debut teatral de Mariana Enríquez, una obra a sala llena entre el humor y el terror

En “No traigan flores”, su primera incursión en el escenario, la autora de “Nuestra parte de noche” se lució con unas lecturas acompañadas de música y siniestras visuales. Contó el detrás de escena de algunos de sus mejores textos, historias de drogas, fantasmas y debacles, y hasta hubo un cuento inédito. Cuándo y dónde se volverá a presentar.

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Con un show de casi tres horas, Mariana Enríquez debutó a sala llena en el Teatro Coliseo. (Valeria Niccolini)
Con un show de casi tres horas, Mariana Enríquez debutó a sala llena en el Teatro Coliseo. (Valeria Niccolini)

“Suelo decir que nunca tuve experiencias paranormales. Pero no es del todo cierto, yo miento bastante”, dijo Mariana Enríquez al comienzo de su debut teatral, No traigan flores. Ante un caluroso Teatro Coliseo repleto de fanáticos -palabra que rara vez se usa al hablar de un escritor-, la autora argentina estrella incursionó por primera vez en el escenario con unas lecturas acompañadas de música y visuales que, para sorpresa de muchos, demostraron que la reina del terror es, además, una maestra del humor.

Con algo más de media hora de retraso, como en los mejores conciertos (después de todo, Mariana Enríquez es “una estrella del rock de la literatura”, según la definió The New York Times), la autora de Las cosas que perdimos en el fuego y Nuestra parte de noche llevó a cabo una “experiencia-experimento” de casi tres horas en la que, acompañada por un contrabajo, un saxofón y unas tan espeluznantes como indispensables visuales de arena hechas en vivo, permitió que casi dos mil espectadores husmearan “la cocina” de algunos de sus textos, que arrancó leyendo sentada en un trono de madera y terciopelo rojo ubicado en el centro del escenario.

Con un vestido negro de cuello blanco -que cambió a mitad del espectáculo por uno de entramado gris y, al final, para el encore, por otro negro de encaje-, Enríquez arrancó la noche con un texto sobre el ouija y el juego de la copa en el que lo siniestro se vio diluido en el humor con el que acotaba mientras leía. “La copa es peor que la cocaína”, dijo antes de empezar y, apenas comenzado el relato, para risa del público, se interrumpió: “¿Por qué dudar de la copa y creerle al reiki o a la Virgen María?

Mariana Enríquez: “Suelo decir que nunca tuve experiencias paranormales. Pero no es del todo cierto, yo miento bastante”. (Valeria Niccolini)
Mariana Enríquez: “Suelo decir que nunca tuve experiencias paranormales. Pero no es del todo cierto, yo miento bastante”. (Valeria Niccolini)

Ni los oscuros dibujos de arena que el artista Alejandro Bustos proyectaba en una pantalla gigante ni los profundos y escalofriantes sonidos que Horacio Hurtado le arrancaba a su contrabajo lograron que el texto calara hondo en un público que, en busca de un susto, se encontró riendo a carcajadas ante los comentarios de la escritora. Bromeó, entre otras cosas, con cómo había “hablado”, durante sus experiencias con la tabla ouija, con famosos como Jim Morrison, River Phoenix, Winston Churchill y Alejandra Pizarnik, a cuyo fantasma acusó de romperle su computadora.

Después de unos abrumadores aplausos, “la Enríquez”, como todos la llamaban en las dos cuadras de cola que hubo que hacer para entrar, siguió con un texto de 2010 sobre los Rolling Stones, lo que no sorprende después de la media hora de música elegida por ella misma, fanática confesa, que hizo más amena la espera. Para este, se sumó el saxofonista Pablo Ledesma, que contribuyó unos vientos jazzeros para la narración de cómo los ingleses grabaron el que para ella es su mejor disco, Exile on Main St.

Después de hablar sobre el homoerotismo entre Mick Jagger y Keith Richards, los excesos de la banda y su exilio en Francia tras algunos problemas impositivos en Inglaterra, las risas estallaron una vez más cuando interrumpió la lectura en el momento en el que contaba cómo los Rolling Stones habían compuesto “Ventilator Blues” en honor al único ventilador con el que apaleaban las altas temperaturas en su mansión francesa, tal vez similar a la del teatro en el que el aire acondicionado no daba abasto: “Ustedes llorando por el calor, yo llorando por el calor, y los señores con cuarenta grados grabaron el mejor disco de su historia. Está bien... de la cabeza. A lo mejor, aunque sea, Edesur podría repartirnos algunas drogas si nos vamos a morir de calor”.

Las lecturas de Mariana Enríquez estuvieron acompañadas por las visuales de arena en vivo por Alejandro Bustos, el contrabajo de Horacio Hurtado y el saxofón de Pablo Ledesma. (Valeria Niccolini)
Las lecturas de Mariana Enríquez estuvieron acompañadas por las visuales de arena en vivo por Alejandro Bustos, el contrabajo de Horacio Hurtado y el saxofón de Pablo Ledesma. (Valeria Niccolini)

Como última lectura de la primera parte de No traigan flores, Mariana Enríquez eligió “Escenas de la niña oscura”, una serie de textos cortos sobre su infancia en Lanús y su fascinación por los “lugares donde hubo vida y no la hay más”. Uno sobre un cementerio de heladeras producto del cierre de una fábrica en donde un niño murió al quedar encerrado dentro de uno de esos vetustos electrodomésticos, otro sobre una mujer a la que su perro le arrancó los labios de un mordisco cuando esta intentó sacarle una pata de pollo de la boca, y el último sobre la profanación de la tumba de un bebé al que le sacaron el cerebro, los dientes y los genitales. Todos casos reales. “Después me preguntan por qué escribo terror. ¡Porque leo las noticias!”, dijo.

Terminado este texto, la autora de Los peligros de fumar en la cama se retiró del escenario y dio paso al primer interludio, en el que el contrabajo y el saxofón acompañaron la muestra del fan art: dibujos, collages y pinturas que los fanáticos le mandaron por su “red social de preferencia”, Instagram. “Ay, ¡ese es mío!”, se escuchó cuando apareció una calavera sepia de ojos mórbidos. Sin arena, la pantalla iluminó de blanco la sala que, así mismo, respondió con la luz de los celulares que los espectadores no tardaron en sacar apenas Mariana Enríquez puso un pie fuera del escenario. El hechizo, sin la bruja, dura poco.

A su regreso, diez minutos después y con el primer cambio de vestuario, Enríquez leyó el primer y único texto que no era de su autoría. Para eso, eligió al escritor con el que se asustó “como nunca en la vida” y que, además de inculcarle un primigenio amor por el terror, le insufló las ganas de escribir: Stephen King. Leyó un fragmento de La hora del vampiro (Salem’s Lot), traducido por César Aira, sobre un chico ahorcado que, de repente, abre los ojos. “Todos tenemos nuestras pesadillas”, terminó. Esta vez, nadie se rio.

Mariana Enríquez: “Después me preguntan por qué escribo terror. ¡Porque leo las noticias!”. (Valeria Niccolini)
Mariana Enríquez: “Después me preguntan por qué escribo terror. ¡Porque leo las noticias!”. (Valeria Niccolini)

Siguió con uno de sus textos más autobiográficos que publicó en “Poliamor”, una de las ediciones en papel de la revista Anfibia: “A mí lo personal no me vuelve loca. Sí leerlo, cuando está bien escrito, pero escribir sobre mí y lo que me pasa me cuesta bastante. No es que no lo haga, pero escondo las cosas, las deformo. Este es un texto un poco miedoso sobre un enamoramiento muy fuerte y muy breve que tuve al que le cambié detalles para conservar ciertas cosas”.

Ahí narraba los días que pasó en París con un joven trágico, sensual y suicida que, según dijo, era una mezcla del poeta Arthur Rimbaud y del actor Guillaume Depardieu, hijo de Gerard Depardieu, sobre quien acotó: “Búsquenlo, no hizo muchas películas ni muy buenas pero qué importa. Toda la gente me dice “no está buena la película” pero ¿qué miran? Qué poca onda, realmente. ¡Si no hay más buenas películas! Mirá la cosa que ganó el Oscar”.

El texto, que contaba las nauseas que le generaba el amor, el abuso de pastillas para dormir, la bohemia casi pretenciosa de su joven y escultural amante francés y la vez que, durante una fiesta, tuvo sexo en público con él, es un testimonio de los cambios que experimentó con la edad: “Ya no me fascina estar cerca de alguien que quiere morir. ¡Quiero ser vieja! Ya no me gustan esos inválidos feroces. Me imagino doméstica. Ya no creo que lo mejor sea dormir bien borrachos sobre la arena. A lo mejor él cambió también o a lo mejor está muerto, tal como lo deseaba”.

Mariana Enríquez: “Tenemos que aprender a hablar de adicciones, de enfermedades mentales (que yo tuve, tengo y tendré) para que no todo sea un secreto horrible". (Valeria Niccolini)
Mariana Enríquez: “Tenemos que aprender a hablar de adicciones, de enfermedades mentales (que yo tuve, tengo y tendré) para que no todo sea un secreto horrible". (Valeria Niccolini)

En la misma línea, la siguiente lectura giró en torno a la cocaína y la última vez que consumió: “Tenemos que aprender a hablar de adicciones, de enfermedades mentales (que yo tuve, tengo y tendré) para que no todo sea un secreto horrible. Tenemos que aprender a decir dejé, aprender a decir recaí, y que esto no nos impida tener un trabajo, que entre de una vez en la conversación como lo que es: un problema de la vida cotidiana. Si no, ¿en qué siglo estamos?”.

A continuación, leyó “El desentierro de la angelita”, cuento que abre Los peligros de fumar en la cama, sobre una chica que desentierra los huesitos de la hermana de su abuela -que murió a los pocos meses de vida “entre fiebres y diarreas”- y cuyo fantasma la persigue. En uno de los momentos más escabrosos de la noche, un señor mayor se sobresaltó sobremanera (”¡Casi se infarta!”, se burló una chica unas filas más adelante) cuando un acomodador pasó, sigiloso, por detrás de las butacas, tan cerca que pareció a propósito.

"No traigan flores", el debut de Mariana Enríquez en teatro, tendrá una función en la Universidad Nacional de Córdoba el próximo 17 de mayo. (Valeria Niccolini)
"No traigan flores", el debut de Mariana Enríquez en teatro, tendrá una función en la Universidad Nacional de Córdoba el próximo 17 de mayo. (Valeria Niccolini)

Ya rozando el final, como no podía faltar, Mariana Enríquez leyó un fragmento del libro que más furor generó entre sus fanáticos, ese que varios llevaban en mano a la salida de la función con la esperanza de obtener un autógrafo: Nuestra parte de noche. Pero, sin duda, la sorpresa de la noche fue la lectura de “Mis muertos tristes”, un cuento inédito que podrá leerse en su nuevo libro, de próxima aparición, y que comienza así:

“Primero, creo, debo describir el barrio, porque en el barrio está mi casa y en la casa está mi madre, y una cosa no se entiende sin la otra, sobretodo no se entiende por qué no me voy, Porque puedo irme, puedo irme mañana. El barrio ha cambiado desde mi infancia. Solía ser estas viviendas para obreras construidas en los años 30 en calles angostas, casas de piedra, hermosos jardines pequeños y ventanas altas con persianas de hierro. Se puede decir que los propios vecinos la fueron arruinando con sus innovaciones. Los aires acondicionados, los techos de tejas, algún piso más construido con materiales diferentes, revestimientos y pinturas exteriores de pinturas ridículos o la eliminación de las puertas de madera originales, reemplazadas por otras más baratas. Pero además del mal gusto, el barrio se tornó isla. De un lado nos limita la avenida. Es como un río feo. Se cruza. No hay mucho en sus orillas. Pero en el sur tenemos los monoblocks, que se fueron volviendo más y más peligrosos con los chicos que venden paco en las escaleras y a veces se tirotean si hubo alguna escaramuza o si simplemente están de mal humor porque perdieron un partido de fútbol”.

Después de casi tres horas de lecturas, Mariana Enríquez se tomó el tiempo de responder algunas preguntas de sus lectores antes de dar por terminado su debut teatral que, a pesar de ser esta “experiencia-experimento” una “excepción”, volverá a llevarse a cabo el miércoles 17 de mayo en la Sala de las Américas de la Universidad Nacional de Córdoba. Ya caído el telón del Teatro Coliseo tras el éxito a sala llena de No traigan flores, los fanáticos salieron, satisfechos y empachados, a buscar su parte noche y tener, después de todo, las más graciosas pesadillas.

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